Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Uruguay
El Frente Viene Marchando

Revista Siete Días Ilustrados
21.12.1970

Desgastados por un siglo y medio de alternarse en el poder o la oposición, los partidos Blanco y Colorado deberán enfrentarse en las elecciones de noviembre de 1971 con una tercera instancia política: el frente amplio.

"Consolidado el acceso del marxismo al gobierno de Chile, sólo resta adivinar en cuál de los países vecinos intentarán las fuerzas de izquierda repetir la experiencia", se preguntaba tres semanas atrás el circunspecto diario norteamericano The New York Times. A dos meses del trabajoso triunfo de Salvador Allende, el interrogante amenaza tener su temprana respuesta en el pequeño Uruguay, donde un incipiente frente amplio —coalición de grupos opositores y de izquierda— se apresta para presentar combate en las próximas elecciones nacionales previstas para noviembre de 1971.
Más allá de hipotéticos resultados electorales, la novel fuerza política es capaz de asombrar a los uruguayos con su sola presencia. Es que el poder se distribuye desde hace casi siglo y medio entre los dos partidos tradicionales (blanco y colorado) que capitalizan reiteradamente el 90 por ciento de los votos sin que hasta ahora los partidos menores hayan logrado franquear la barrera del 10 por ciento, un porcentaje mínimo que las urnas les reservan, tozudamente, cada cinco años. Con hondo arraigo en las masas orientales, arquitectos del moderno Uruguay, los dos grandes grupos políticos "sufrieron el desgaste del poder y la oposición ejercidos en forma alternada durante largas décadas", según anota un sociólogo local. "De los años treinta a esta parte su capacidad realizadora se fue agotando; se convirtieron en aparatos recubiertos de tradiciones pero estáticos y desintegrados" comentó a SIETE DIAS el influyente dirigente sindical Héctor Rodríguez (52, dos hijos), ferviente propulsor de la unidad de las izquierdas.
Sin ir tan lejos, la mayoría de los observadores políticos admite que blancos y colorados perdieron en cierta medida su capacidad de respuesta ante los nuevos problemas que plantea la actual coyuntura uruguaya. Atenaceado por la violencia sediciosa y una crisis económica de profunda raíz estructural, el país asoma nuevamente al vértigo de la inflación, favorecida por los aumentos de precios y salarios decretados a fines de noviembre. En tanto, el gobierno del presidente Pacheco Areco contabiliza cincuenta y cuatro cambios en su gabinete ministerial en procura de un escurridizo apoyo parlamentario que mal puede brindarle su partido —el colorado— fraccionado en subgrupos y huérfano de autoridades partidarias. Por otro lado, el partido blanco se orienta en estos días hacia una unidad de cuño electoral contrastante con las discordias internas que debilitaron su oposición al gobierno en el último trienio.
"Hay un momento de decadencia nacional, de desconcierto, y esta circunstancia se refleja en los dos grandes partidos", concedió el lúcido líder blanco Wilson Ferreira Aldunate en declaraciones formuladas meses atrás a SIETE DIAS (ver Nº 166). Si así fuera, si la crisis del país también llama a las puertas de sus viejos partidos, el frente amplio surgiría como una alternativa renovadora dentro del espectro político uruguayo. Al menos así lo entienden los senadores rebeldes Francisco Rodríguez Camusso y Zelmar Michelini, quienes se escindieron de sus huestes de los partidos blanco y colorado, respectivamente, aduciendo "la imposibilidad de instrumentar con ellos una alternativa de cambio". Esta decisión, adoptada en la primera quincena de diciembre, inspiró a los frentistas de la Democracia Cristiana, el Socialismo (recobrada su legitimidad el lunes 14 por decreto del gobierno) y el Frente Izquierda de Liberación (FIDEL), orientado por los comunistas. Recontando los votos obtenidos en las elecciones de 1966, por estos tres grupos y los dos sectores escindidos, el frente se vertebra con el respaldo del 14 por ciento del electorado uruguayo, porcentaje jamás alcanzado fuera de los partidos tradicionales. "Cubrir bajo el mismo manto a distintas tendencias supone articular un partido coherente; más todavía en el caso del frente que debe mostrar una clara unidad ante el desgajamiento de los grupos políticos dominantes", aconsejó un semanario pro-frentista. Los observadores coinciden en que esa unidad se hará con participación de todas las fuerzas opositoras siempre que, previamente, quede modelado un programa común de gobierno y elegido un solo candidato a la presidencia. Líber Seregni, un general nacionalista que se retiró hace dos años del servicio activo y que no oculta simpatías por el régimen de los militares peruanos, sería ungido con la nominación a juzgar por los recientes cabildeos.
Promocionada desde publicaciones de izquierda, la perspectiva de una apertura frentista se manejó hasta el 5 de diciembre a través de discretos sondeos entre grupos proclives al acuerdo. Ese día, al cabo de una fragorosa asamblea, los delegados de la lista 99 resolvieron dejar el partido colorado y proclamaron su intención de construir, "un frente amplio que signifique la conjunción de las fuerzas populares". Inspirador de ese paso decisivo que abrió la marcha del frente fue el líder de la fracción escisionista, Zelmar Michelini (46, diez hijos), actual senador y ex-ministro de Industria y Comercio. Orador fluido, político avezado, capitoste del ala izquierda del coloradísimo desde 1962, es tal vez la figura de mayor peso político que la nueva fuerza puede oponer a los partidos tradicionales. Ante el corresponsal de
SIETE DIAS Zelmar Michelini analizó causas y consecuencias de su drástica decisión y anticipó además el rumbo a seguir por la naciente coalición de las izquierdas.
—¿Por qué abandonó el partido colorado?
—Porque no puedo admitir que dentro de un partido coexistan programas y hombres antagónicos. La política supone coherencia de ideas y el partido colorado no la tiene. Para- ser coherente con mis ideas sólo me quedaba este camino. ¿Cómo seguir en un partido donde militan hombres que gobiernan a espaldas del país?
—Sin embargo, esos problemas no son nuevos. En 1966, por ejemplo, había pluralidad de tendencias e incoherencia sobre ideas básicas. ¿Por qué postergó hasta ahora esta decisión?
—Entonces, teníamos esperanzas de triunfar con el partido y luego gravitar sobre ese triunfo. Pudimos hacerlo cuando el presidente Oscar Gestido nos llevó al ministerio de Industria y propusimos la ruptura con el Fondo Monetario Internacional entre otras medidas. No nos dejaron y allí perdimos la esperanza. Ahora conocemos la política de los colorados: a esa política le negamos nuestros votos.
—Si íes así: ¿por qué tomó su drástica decisión invocando los propios principios de su ex-partido?
—En todo caso los principios del batllismo. Nunca me sentí muy colorado sino muy batllista. El partido nació con la defensa de Montevideo durante la Guerra Grande pero Batlle le otorgó su contenido ideológico. Por esa razón, el batllismo tiene ideas y el coloradismo sentimientos. Pero al escindirnos no renunciamos a esas ideas.
—Lo que significa que dentro de ese frente en gestación existirá una corriente batillista.
—Exacto. Dialogamos con otros grupos para formar un frente amplio pero postulamos principios básicos sobre los cuales no negociaremos.
—¿No resulta contradictorio hablar de sectores dentro de un frente que levanta la bandera de la unidad monolítica ante el fraccionamiento de los grandes partidos?
—No, porque aquí habrá unidad cuando todos los grupos acepten un programa común y un solo candidato a la presidencia, cosa que no ocurre con los otros partidos. Sin perjuicio de ello pueden caber variantes en el planteo de cada corriente y es legítimo que las haya en aspectos no fundamentales.
—Se habla de un "polo no marxista" que integraría su grupo con los democristianos, pero socialistas y comunistas, es decir marxistas, participan en las conversaciones, ¿No le parece fundamental definir desde ya si el frente será o no marxista?
—Dialogaremos primero con grupos no marxistas para redactar un programa previo. Si los marxistas lo aceptan no habrá inconvenientes. Pero no puede legítimamente hablarse de un frente marxista mientras estemos nosotros en él.
—Al abandonar su partido, usted citó una frase del ideólogo batillista Domingo Arena: "No vacilamos en tomar el camino del socialismo". Ahora afirma que el frente no será marxista mientras su grupo lo integre. ¿Cuál es su posición ideológica?
—En América latina hay una clara alternativa. Una triste experiencia de cien años demuestra que el sistema capitalista no funciona. Lo prueban la miseria, el analfabetismo, la mortalidad infantil, la contracción de capitales. ¿Todo por qué? Porque el capitalismo nos convirtió en un continente al servicio de las grandes naciones. Al mismo tiempo, la experiencia marxista no es apta para América latina porque ha demostrado que el individuo pierde muchos de sus derechos individuales y colectivos. Por esa razón debemos tener un sistema propio que se sitúe a mitad de camino entre capitalismo, y comunismo.
—¿No es un poco abstracto ese sistema?
—Toma de cada régimen lo más positivo. Pienso que deben aprovecharse los principios económicos del marxismo conjugados con la defensa de los derechos individuales y colectivos que Occidente predica.
—¿Puede citar algún modelo concreto?
—Hay dos experiencias. Una de ellas fracasada. Es el caso de Checoslovaquia, que intentó una democratización del régimen restaurando ciertos derechos esenciales. Recuerdo que Dubcek dispuso la libertad de información y en pocas horas se agotaron en Praga todas las publicaciones extranjeras. Es decir que el sistema necesitaba del complemento de esos derechos. Cosa similar puede ocurrir en Chile. Las condiciones aceptadas por Allende e impuestas por la Democracia Cristiana para darle su voto en el condeso son, precisamente, la garantía de la vigencia de esos derechos esenciales dentro de un régimen marxista.
—¿Es partidario de una reforma agraria?
—Sí. Por dos razones: la riqueza del país depende de la tierra. Hay que explotarla con mayor intensidad para lograr un aumento de la producción. En segundo lugar, Uruguay necesita obtener una mayor radicación de gente en el campo.
—¿Y de otros cambios estructurales?
—Como prioritarios, la nacionalización de la banca y del comercio exterior. Esta última es tal vez más urgente que la anterior porque la riqueza nacional se vende al extranjero a través de intermediarios que representan más a intereses ajenos que a los nuestros. Volvemos a lo de antes: por medio de la banca y los intermediarios el capitalismo convierte al Uruguay en un país estructurado en su beneficio.
—¿No le inquieta que lo cataloguen como comunista si concurre con ellos a las elecciones dentro de un mismo partido?
—Sin duda la propaganda de los contrarios usará de esa arma: es la vieja treta de tomar la parte por el todo. Pero nadie se engañará porque no haremos nada que desdibuje la personalidad que formamos en tres décadas de lucha política. No abandonamos un partido para entregarnos a nadie.
—El Frente Izquierda de Liberación fue en sus orígenes un frente, pero hoy predominan en él los comunistas. ¿No puede ocurrir lo mismo en este caso?
—No, porque el FIDEL no fue una conjunción de sectores políticos ni la reunión de grupos con representación parlamentaria sino fusión del comunismo con ciertas figuras prestigiosas. En este caso habrá una conjunción de fuerzas con organización nacional que dialogarán de igual a igual.
—¿Puede abordarse el problema uruguayo sin considerar el tema de la violencia?
—En forma alguna. La violencia tiene causas precisas a las que debe atenderse con urgencia. Al respecto son aleccionantes las palabras de Robert Kennedy al regreso de una gira por América latina: "Hay una revolución en marcha y nadie podrá detenerla. Será pacífica si somos inteligentes; de lo contrario será violenta".
—Desde ciertos sectores se ha manejado la posibilidad de que un "polo revolucionario" pueda integrar el frente: ¿Cuál es su opinión?
—Un grupo que se autodenomine revolucionario en el sentido que le estamos dando a la palabra se niega a sí mismo si ingresa a un partido político y confía en el veredicto de las urnas. Nadie que acepte la revolución por las armas podrá votar por el frente sin contradecirse.
—Sus enemigos lo acusan de abandonar el partido para asegurar su supervivencia política. ¿Cuál es su réplica?
—Cualquiera que conozca la política uruguaya sabe que nada es más fácil que sobrevivir bajo el palio de un partido grande. El riesgo es abandonarlo. Si lo hicimos fue porque creemos en la presencia de una izquierda nacional consciente de su misión en esta etapa del país; una misión muy clara porque la unidad de las izquierdas se forma a partir de una realidad: la unidad de las derechas.
—¿Dónde encuentra esa unidad de las derechas?
—Es fácil encontrarla. Recuerde el manifiesto de apoyo al gobierno firmado dos meses atrás por hombres de los dos partidos grandes. La presencia de dirigentes blancos en un gobierno colorado, la continuidad de una política idéntica impulsada por ambos partidos. Hoy, el gobierno se apoya en los grupos conservadores sin que importe su divisa. ¿Por qué? Porque se ha consumado la unidad de las derechas. Ante ese bloque se opone el frente con la misión de asumir la defensa del pueblo.
—Por su labor en el Parlamento demostró siempre gran interés por la política internacional. En grandes líneas: ¿cuál es su orientación en la materia?
—Creo que la verdad está en los bloques no comprometidos que deben formarse al margen de las grandes potencias. Para el caso de América latina pienso que no hay organismo más nefasto que la OEA. Mientras Norteamérica la integre, siempre será un organismo dirigido desde Washington. Por esa razón hay que abandonarlo para formar un nuevo; organismo por medio del cual los países latinoamericanos puedan negociar con Norteamérica en igualdad de condiciones. Esta posición nace de una concepción anti-imperialista acorde con la tradición de mi país y con las ideas de hombres como José Batlle y Luis Alberto de Herrera.
—¿Por qué? Era un uruguayo con ideas precisas en este terreno. Además, uno comprende a su país en la medida en que interpreta su pasado y corrige errores de concepción. Hoy, por ejemplo, participo en ideas del revisionismo histórico que años atrás hubiera rechazado. Figuras como Juan Manuel de Rosas se han rehabilitado ante mis ojos. Algo similar me ocurre con Perón.
—Al escindirse, ¿pensó que los precedentes en materia de desprendimientos de los grandes partidos desembocaron casi siempre en el fracaso?
—No sirven los precedentes. Trabajamos con un nuevo Uruguay que exige otras fórmulas de salvación nacional. Encontrarlas es tarea de este frente que vamos a formar y que será el tercer partido que reclaman los uruguayos. Los esquemas políticos actuales quedaron sepultados bajo el tiempo. El batllismo que hoy predica el partido colorado ya no le sirve al país. Y le doy un ejemplo: Batlle supo fustigar por reaccionaria a la Iglesia Católica del país. ¿Qué ocurre cuarenta años después? Que la Iglesia uruguaya evolucionó más que el propio batllismo y los papeles se invirtieron. Dígame: Si Batlle viviera ¿qué haría con estos señores que hoy invocan su nombre?
ANTONIO MERCADER

 

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Zelmar Michelini
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