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En medio de capuchas y cruces de fuego


El Mago Imperial y sus "hermanos", torna a arder la guerra de razas

 

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Lyndon B. Johnson venía de condecorar a un par de astronautas, pero su rostro —que tan plásticamente expresa satisfacción— se veía lívido, tenso, en las pantallas de TV, que trasmitían desde el salón Este de la Casa Blanca. En medio de un triunfo, una vergüenza nacional lo acometía: el asesinato de la luchadora antisegregacionista Viola Gregg Liuzzo, blanca, de 39 años, madre de cinco niños, asistente médica casada con un dirigente sindical de Detroit (ver Nº 125). Cayó —un tiro en la nuca— sobre el volante de su coche, que recorría la carretera 80 en Alabama. A las pocas horas, el F.B.I. había arrestado a cuatro miembros del Ku Klux Klan y reunía pruebas para acusarlos de asesinato, el tercero durante la campaña por los derechos cívicos de las gentes de color en ese Estado.
Johnson se aproximó a los micrófonos y fustigó, con menos dolor que asco: "Golpearon de noche, como de costumbre, porque saben que sus intenciones no soportan la luz del día. Mi padre los combatió hace muchos años en Texas y yo los he combatido toda mi vida, porque no están al servicio de los Estados Unidos sino de una encapuchada sociedad de fanáticos." Advirtió a "los hombres del Klan" para que repudien su secta y "retornen a una vida honesta, antes de que sea demasiado tarde".
Ningún hombre político de los Estados Unidos, por liberal que fuese, había desafiado en ese tono al Ku Klux Klan desde el fin de la Guerra de Secesión (1865), que puso fin a la esclavitud sin acabar con la segregación política y social.
El Klan ha renacido por tercera vez en una nación que hace exactamente un siglo libró una sangrienta guerra civil por la igualdad racial.
Sus mortíferas y teatrales ceremonias, con sus cruces ardiendo en el aire y los negros encapuchados aullando en torno con sus desorbitados ojos pintados de blanco, cayeron en desuso a fines del siglo. El objetivo de su creación fue "proteger al blanco eliminando el voto del negro y expulsando a los norteños entrometidos". En pocos años, los blancos del Sur habían conseguido someter otra vez a "sus" negros.
Resurgió el Klan durante la Primera Guerra Mundial, que exasperaba las tensiones internas de un país que abunda en religiones y en inmigrantes de distinto origen. Los sureños fueron a Washington para protestar "contra judíos, católicos y subversivos". Enormes cruces ígneas señalaron las rutas hacia los centros de reunión de los "hermanos" o el paraje del bosque donde algún desgraciado había exhalado su vida en un lazo corredizo.
Hoy no son frecuentes las cruces en llamas y escasean las delirantes manifestaciones públicas del Klan. Los jinetes encapuchados han envejecido. Pero aún están dispuestos a "sumergir a la nación en otro baño de sangre redentor", como anuncian sus panfletos.
En los últimos meses dirigió sus ataques contra los militantes de la campaña organizada por el pastor Martin Luther King con el fin de que el tercio de la población de Alabama, negra, pueda concurrir con su voto a la formación de los poderes públicos.
Dos 'klansmen' fueron acusados de haber matado a tiros a Lemuel Penn, un hombre de color, y otro fue condenado por volar la casa de alguien que se había atrevido a enviar a su hijo a un colegio de blancos. La campaña terrorista abarca todos los Estados del sur: no sólo Alabama sino también la despaciosa Georgia, el melodioso Misisipi, la ardiente Florida.
En Misisipi, primero se halló una camioneta devorada por el fuego, seis semanas después los cadáveres y finalmente los asesinos. Dentro de la camioneta, los cadáveres, tres muchachos; cada uno tenía una bala alojada en el corazón. Uno de ellos había sido "condenado a muerte" un mes antes, y los 'klansmen' volaron una iglesia porque creyeron que él estaba dentro. No tardó en presentarse otra oportunidad, y esta vez la aprovecharon.
La opinión liberal y la prensa de Nueva York se impacientaron ante la molicie del Federal Bureau of Investigaron, que necesitó seis meses para cerrar el caso. Es verdad que veinte imputados están detenidos, pero ello no es importante: tradicionalmente, la justicia encuentra que las pruebas son insuficientes. Lo que importa es que las víctimas de Misisipi —un negro y dos blancos— vinieron del Norte para sumarse a la lucha por los derechos civiles, y que sus matadores fueron un sheriff y su ayudante, varios comerciantes, algún terrateniente. Todos blancos, todos miembros del Klan.
El F. B. I., acicateado por Washington, esta vez consumió unas pocas horas en arrestar a los cuatro blancos que tripulaban el coche desde el que partieron las balas contra la señora Liuzzo. Pero sólo ha podido acusárseles, por ahora, de conspiración para privar de sus derechos cívicos a otros ciudadanos norteamericanos. El Klan designó a varios abogados para defenderlos. Calvin F. Craig, Gran Dragón de los klansmen de Georgia, y el Mago Imperial de Alabama, Robert Shelton Jr., pidieron en telegrama al presidente ser recibidos en la Casa Blanca —según el derecho constitucional de petición— para explicarle los "nobles propósitos" que persigue su institución. Esta —alegan— no podría ser enjuiciada por los excesos de algunos de sus miembros.
El presidente no los atendió. Entonces, Shelton hizo notar que en la Casa Blanca se recibe periódicamente a "líderes izquierdistas" como el pastor King. Quizás no falta algún grupo extremista que "condene a muerte'' al texano Johnson, quien, desde luego, se guardará muy bien de ir a Dallas.
Durante años, el Klan fue una organización con objetivos políticos, y no ocultó su intención de tomar el poder en Washington. Aún hoy, diputados y senadores nacionales y estatales tienen que disimular, como pueden, viejas simpatías totalitarias.
En estos momentos, una docena de Estados viven controlados o influidos por la temible asociación secreta. Centenares de investigadores federales y estatales lo han infiltrado, y sus informes son completos: en ficheros policiales reservados se acumulan miles de nombres y de datos sobre sus actividades. De alguna manera, esto mina el poder de la organización. Pero también echa luz sobre un aspecto de la delincuencia política organizada en casi la tercera parte del país.
Hasta ahora, esos informes coinciden en señalar cuatro grupos principales, con un total que oscila, según las estimaciones, entre 20.000 y 50.000 miembros activos:
• Los United Klans of America Inc., o caballeros del Ku Klux Klan, es el grupo mayor, y cuenta, con seguridad, con unos 5.000 afiliados. Tiene su central en Tuscaloosa, Alabama, los predios de Martin Luther King. En 1954 alquiló un stand en la Feria del Estado de Alabama.
• Los White Knights (Caballeros Blancos) dominan Misisipi. Son pocos, pero desarrollan gran actividad
• En Florida y Luisiana, los grupos estatales suman varios miles de miembros.
El hombre que los aglutina en el orden nacional es el Mago Imperial, un título equivalente al de gran maestre de la masonería o al de sumo sacerdote en cualquier religión. Robert Shelton, de 35 años, no tiene mucho dinero ni demasiada cultura; trabajó como obrero en tina planta de caucho, y recuerda que su padre y su abuelo fueron 'klansmen'. Es un hombre sencillo, mediocre, a quien sólo puede imaginárselo dirigiendo a su banda de fanáticos cuando exclama: "Vamos a tomar todas las medidas para preservar nuestras costumbres. Creo que vamos a ver correr mucha, mucha sangre."
En esta nueva etapa, el Klan declara estar contra los negros y también contra "los judíos"; también contra "papistas (católicos), turcos, mongoles, tártaros orientales... y cualquier otra persona cuyo origen de nacimiento o cuya cultura sea extraño al sistema anglosajón de gobierno". El dilema es claro: "La cuestión es nuestra autodefensa o nuestra destrucción por enemigos de la civilización anglosajona."
Al Ku Klux Klan se suman otros grupos más modernos, como el de los Americanos en pro de la Preservación de la Raza Blanca, especializado en presionar política y económicamente. Están formados por gente rica, influyente, capaces de hundir en la miseria a un comerciante si le niegan, simplemente, crédito o mercaderías. Nadie puede pretender una carrera política sin su consentimiento. Con todo, el Congreso parece apoyar la ofensiva de Johnson. La semana pasada, en la Cámara de Representantes, la Comisión de Actividades Anti-norteamericanas (la misma que sirviera al senador McCarthy para contagiar a todo el país su histeria anticomunista) decidió por unanimidad iniciar una investigación sobre las actividades del Klan.
Para los integracionistas, el KKK no es peligroso por su agresividad física, sino por el respaldo popular que siempre logra. En estos momentos, la opinión pública norteamericana comprueba cómo 19 asesinos, en Misisipi, cuentan con el favor de los jueces blancos. Calvin F. Craig, segundo de Shelton, lo explica así: "Los negros no van a estar satisfechos hasta que no declaremos una verdadera guerra racial en el país. Una raza tiene que dominar a la otra."
revista Primera Plana
06/04/1965