Revista Panorama
junio de 1963 |
Pocos hombres han sufrido tanto por su Dios y sus convicciones como
José Mindszenty, arzobispo de Esztergom y cardenal primado de
Hungría. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue apresado por los
nazis a causa de sus protestas públicas contra la persecución
antisemita. Pasada la guerra, combatió al comunismo, que se había
adueñado del poder, hasta que, en 1949, fue juzgado y condenado a
prisión perpetua por "traición, espionaje y contrabando".
El mundo occidental, así como los fieles magiares, vieron
estremecidos cómo el Cardenal confesaba mecánicamente, ante un
jurado inconmovible, su culpabilidad en supuestos delitos. Fue uno
de los casos más notables de doblegamiento de la voluntad.
Liberado por unas horas durante el alzamiento popular anticomunista
de 1956, el cardenal Mindszenty se refugió en la legación
norteamericana en Budapest, donde se mantuvo como un símbolo de la
firmeza de la cristiandad frente al marxismo. El Cardenal aceptó
siempre los sacrificios que le impuso su fe. Ahora tendrá que
realizar otro: el de abandonar su exilio a pedido del Papa.
La decisión de Juan XXIII de hacerlo salir de Hungría es una prueba
importante en favor de la teoría de que el Papa intenta ubicar a la
Iglesia Católica en una actitud de "neutralidad activa" en la guerra
fría. El Sumo Pontífice considera que su objetivo en favor de la paz
mundial está obstaculizado por símbolos de intransigencia dentro y
fuera de la Iglesia. La situación del Cardenal, que ya no favorece a
los fieles húngaros ni al entendimiento con el gobierno magiar,
debe, pues, resolverse. El cardenal de Viena, Francisco Konig, un
diplomático de primer orden a quien el Santo Padre ha encargado ya
otras misiones sumamente delicadas, efectuó una visita a Budapest.
Su objetivo era informar al anciano cardenal (tiene ahora 71 años)
que el Papa desea que salga de Hungría.
Los comunistas húngaros querrían que el Cardenal solicitara una
amnistía, actitud que ni él ni Roma pueden asumir por razones
obvias. Por su parte, la Iglesia habría preferido que el gobierno de
Budapest ofreciera un indulto al Primado, para que volviera a ocupar
su sede cardenalicia, solución que los húngaros consideran
imposible. La salida intermedia es la que el Vaticano propone ahora:
la misma utilizada con el arzobispo ucraniano Josyf Slipyi, que fue
liberado por los soviéticos en el mes de febrero.
Mindszenty, entretanto, lleva una vida apacible en Szabadsag Ter 12,
Budapest, sede de la legación estadounidense. Los funcionarios de la
legación admiten pocos visitantes, y la lista de asistentes a la
misa que oficia los domingos el Cardenal es previamente revisada en
Washington...
El Cardenal sigue siendo el hombre alegre y vivaz de siempre, aunque
algunos visitantes afirman que su mente vacila por momentos. De
noche queda solo en el edificio, acompañado de un funcionario de
guardia. Afuera, tres automóviles negros de la policía montan
guardia continuamente, uno de ellos con el motor en marcha por si el
prelado intentara escapar.
El cardenal Mindszenty es, sin lugar a dudas, un hombre valiente, y
su posición anticomunista revistió características de epopeya. Pero
hoy, el Cardenal compone una figura trágica, patética, algo apartada
del curso de la historia. El primado de Hungría ha dejado de ser un
mártir. Los demás obispos húngaros han llegado a una entente con el
régimen de Kadar; el hombre de la calle lo recuerda con afecto, pero
nada más. Y si bien continúa siendo un símbolo inspirador para
millones de
católicos en el mundo, también representa un serio obstáculo para
las intenciones de este Papa revolucionario que en pocos años de
pontificado está dando una nueva fisonomía a la institución más
antigua de Occidente.
"Si el Cardenal sale de Hungría, podremos hacer mucho en favor de
los católicos de más allá de la Cortina de Hierro", afirman en los
medios vaticanos. Un importante diplomático decía: "Hay cuatro sedes
episcopales vacantes. Si el Cardenal abandona el país, podremos
cubrirlas".
La liberación del Primado será un rudo golpe para los medios
conservadores católicos de Italia y de todo el mundo; no lo será, en
cambio, para quienes comparten plenamente el pensamiento papal y que
pueden denominarse como la "avanzada social cristiana". En Italia,
por ejemplo, la entrevista del yerno de Nikita Kruschev con Juan
XXIII conmovió a los católicos, que temen ahora por el futuro
político de su país. En los Estados Unidos no se ve con buenos ojos
la posición vaticana frente al problema comunista.
Para Juan XXIII, la Iglesia debe cambiar y reflejar, en el mundo
político de 1963, "el amor de Cristo por los enemigos".
"Algunos dicen que soy demasiado izquierdista —afirmó hace poco—,
pero tengo que ser un padre para todos. Dicen que soy demasiado
optimista, que sólo veo lo bueno. Pero no puedo ser diferente de
Nuestro Señor, que no hacía más que repartir el bien, que en lugar
de decir que no, insistía en decir que sí."
El último papel que el cardenal Mindszenty debe desempeñar, según
parece, consistiría en sacrificar su derecho a decir que no,
abandonar el país y dejar expedito el camino para la acción
renovadora emprendida por Juan XXIII.
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Juan XXIII |
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Cardenal Mindszenty en su refugio diplomático |
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