El Vietcong
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pie de fotos
-La guerrilla erige defensas
-Un centro de instrucción, el Vietcong aprende a luchar

 

Seis corresponsales de Newsweek (William Tuohy y Frangois Sully,afincados en Saigón; Robert K. McCabe, de Hong Kong; Edward Behr, de París; Lloyd Norman y Bruce van Voorst, de Washington) y Georges Chaffard, especialista en asuntos asiáticos de L'Express trabajaron simultáneamente en sendos artículos sobre el Vietcong. He aquí la síntesis de los dos informes que PRIMERA PLANA reproduce con exclusividad.

Apenas 1,60 metro de altura, 50 kilos de peso, una larga, increíble fortaleza física, a pesar de la dieta alimentaria, que enviaría al hospital al hombre más fornido. Es lo suficientemente cruel como para reforzar la autoridad de su movimiento con torturas y terror.
Y lo suficientemente ingenioso como para convertir las gomas de los automóviles y los frascos de perfume en equipo militar. A su manera, es uno de los soldados más eficaces del mundo y menos vulnerable.
Este soldado, el guerrillero del Vietcong, arrastró a los Estados Unidos a su mayor esfuerzo bélico desde la guerra de Corea. Y, embarcados en ese esfuerzo, los Estados Unidos descubrieron que están luchando contra un adversario no sólo duro de batir: también frustrante.
El atentado a la Embajada de USA en Saigón, el 30 de marzo, agigantado por la prensa y por las vidas de civiles y funcionarios que puso en juego, fue, curiosamente, un éxito poco significativo del Vietcong. En cambio, sus grandes golpes a menudo pasan desapercibidos.
En Tay Ninh, al NO de Saigón, los guerrilleros comunistas irrumpieron en un caserío fortificado, dominado por el gobierno: asesinaron al jefe y raptaron a 9 pobladores, para incorporarlos a sus huestes. En Phuoc Tanh detuvieron un ómnibus y cobraron "impuesto" a cada pasajero. En Quang Ngai tendieron una celada a un pelotón de la milicia local y mataron al jefe de policía. En una aldea de Ninh Dinh reclutaron cien paisanos; los 25 que se negaron a unírseles fueron fusilados. La lista es inacabable.
"Aquí encontramos a un combatiente distinto, el terrorista vestido con ropas civiles", explicó alguna vez el ex Embajador de USA en Vietnam del Sur, Henry Cabot Lodge. Hasta ahora, los Estados Unidos no salieron bien parados de sus choques con la guerrilla. Durante los últimos diez años, el gobierno de Washington gastó 3.300 millones de dólares en Vietnam del Sur, y proveyó al ejército de ese país con tanques, artillería, aviones y la crema de sus Fuerzas Armadas, en calidad de "consejeros".
Así respaldado, el ejército survietnamita alega haber capturado a 75 mil vietcong y capturado a más de 14.000 desde 1960. Sin embargo, durante ese mismo lapso, las filas del Vietcong crecieron de un par de miles de fanáticos a cerca de 35.000 efectivos regulares y 100.000 ocasionales. Semanas atrás, el VC aseguró: "Liberamos las tres cuartas partes de la Nación (Vietnam del Sur) y ahora controlamos más del cincuenta por ciento de sus habitantes."

"¡Luchemos para vivir!"
La declaración quizá exageraba, pero subsiste una certeza: en muchas áreas de Vietnam del Sur, el Vietcong constituye hoy, innegablemente, el gobierno real. El mes pasado, Masaaki Setoguchi, del diario japonés Asahi Shimbun, tomó un ómnibus en Saigón, anduvo 100 kilómetros hasta llegar al delta del río Mekong y desembocar en una aldea donde flameaba la bandera roja y azul, con una estrella, del temido Vietcong.
Al principio, la decepción embargó al reportero: "Se oía el rugido distante de la fusilería, pero ningún vietcong, joven o viejo, andaba por el lugar." Al caer la tarde, todo cambió.
"Para mi sorpresa —escribe Setoguchi—, los guerrilleros llenaron el poblado sin que me diera cuenta. Eran, por lo menos, doscientos, inclusive dos adolescentes que dijeron tener 15 y 16 años. El de 16 se jactó de haber baleado un helicóptero norteamericano." Ya entrada la noche, se celebró una reunión de los aldeanos y los soldados. "¡Luchemos para vivir!", era el grito que presidía las deliberaciones. "Antes del amanecer, los guerrilleros desaparecieron como sombras."
"Sombras" es un sustantivo ligado a las costumbres del Vietcong. Y por buenas razones. Con excepción de Setoguchi y Chaffard, sólo periodistas comunistas lograron acceder a las zonas y villorrios "liberados". Sin embargo, los incesantes ataques del Ejército del Vietnam del Sur, apoyados por el poderío norteamericano, han descolocado —y desmoralizado— a los guerrilleros, y permitido una mayor penetración en su modus vivendi.
Las semillas de la insurrección se sembraron cuando todavía estaba mojada la tinta del tratado de Ginebra (1954), que puso fin a la exasperante guerra de nueve años sostenida por Francia para no ceder la península de Indochina. Según los términos de ese acuerdo, entre 80.000 y 90.000 vietminh, los guerrilleros vietnamitas levantados contra Francia, fueron trasladados a Vietnam del Norte.
Pero Ho Chi Minh, Presidente comunista de Vietnam del Norte, aseguró que gran cantidad de partidarios suyos se habían quedado en el sur. Sus instrucciones: esconder las armas, retornar a la vida civil, y esperar el llamado a la acción.
Al principio, Ho confió, sin duda, en capturar el sur sin derramar una gota de sangre. El tratado de Ginebra convocaba a elecciones en 1956 para establecer el gobierno único en todo Vietnam. Gracias a su férreo control sobre 14 millones de habitantes de Vietnam del Norte, el enjuto Ho aguardaba una fácil victoria ante cualquier candidato surgido de los 12 millones de divididos pobladores del Sur.
Pero el Presidente de ese país, el dictador Ngo Dinh Diem, no convocó los comicios. Ho dio, entonces, la orden de comenzar la lucha, y sus amigos y acólitos del Sur desataron el terror.
Minando rutas, poniendo trampas a las tropas del gobierno, y mediante la ejecución sumaria de unos 13.000 funcionarios adictos a Saigón, el Vietcong extendió lentamente sus tentáculos a zonas más y más vastas de Vietnam del Sur. Finalmente, en 1960, juzgó apropiado el momento para montar el Frente Nacional de Liberación, arma política de la conjura.

Las trampas de la muerte
El Frente hace lo posible por mostrarse como un organismo independiente de influencias políticas, sobre todo comunistas. Sus directivos se indignan cuando oyen llamar Vietcong a su movimiento (Vietcong significa comunistas vietnamitas). No obstante, pocos dudan de que la dirección final de la rebelión tenga su sede en Hanoi, capital de Vietnam del Norte, y su inspiración en Pekín, capital de China.
Hace unos días, dentro del tafilete del casco de un guerrillero capturado, se halló una diminuta inscripción en tinta: "HCM 0001". El dueño del casco no tardó en confesar que esas iniciales eran las del barbado, canoso Presidente de Vietnam del Norte.
En todo caso, si Ho no es la figura padre, la huella hagiográfica del Vietcong se remonta a Mao Tse-tung; su predicador, en vietnamita, se llama Vo Nguyen Giap, el vencedor de Dien Bien Phu, hoy Ministro de Defensa de Hanoi. En su libro Guerra del pueblo, Ejército del pueblo, el general Giap analiza la guerrilla como un conflicto prolongado que se reparte en tres etapas: 1, movilización clandestina e irrupción inesperada; 2, operaciones de mayor amplitud, aunque igualmente móviles; 3, la clásica ofensiva militar. "Sólo una contienda a largo plazo nos capacita para transformar nuestra debilidad en fortaleza —escribió Giap—. Miles de pequeñas victorias suman un enorme éxito."
En busca de las pequeñas victorias, el Vietcong construyó una organización castrense que es casi una réplica exacta del Ejército survietnamita. La base: los guerrilleros ocasionales (equivalentes a las Milicias Populares al servicio de Saigón), que pelean de noche y cultivan sus campos durante el día. Luego, las Fuerzas de Distrito, mejor armadas y adiestradas, que operan únicamente en sus provincias o regiones. En la cima, campean los soldados full-time, ahora uniformados y dotados de excelentes equipos de diversa procedencia. En la pelea terrestre son algo más que simples adversarios para el ARVIN (Army of the Republic of Vietnam).
Entre estos efectivos no existen insignias ni tratamientos especiales; en cuanto a los pertrechos, cuentan con armas livianas o semipesadas, tomadas al ARVIN, o compradas de contrabando en Bangkok y Singapur: fusiles Mas 36 y viejos Lebel, franceses; máuseres Garant, norteamericanos, ametralladoras, revólveres y pistolas. En cambio, el Vietcong está escaso de piezas antiaéreas, morteros y artillería.
Pero el Vietcong explota al máximo las ventajas de la guerrilla, y sus jefes se caracterizan por un singular ingenio táctico. Sin una superioridad favorable no entablan la lucha franca, y son maestros en el arte de las emboscadas. Una maniobra clásica: asaltar un puesto de avanzada y aguardar la columna gubernamental que, inevitablemente, será despachada para reconquistar la posición; la red de espías informa al mando vietcong la ruta que tomarán los refuerzos, y la guerrilla mina el sendero y la línea de retirada. Es una trampa mortal, nunca falla.
Para asegurar la sorpresa —elemento esencial en la guerrilla—, los vietcong trazan cuidadosos planes. Por ejemplo: cuanta vez intentan tomar un puesto fijo, introducen uno de sus hombres de modo que actúe como Caballo de Troya, o que soborne o aterrorice a los guardias. Luego convergen sobre el blanco en grupos minúsculos y separados; en sus bolsillos jamás faltan los mapas completos del lugar en que actúan; antes de cada golpe, lo ensayan con utilería, como una pieza teatral.
Un oficial norteamericano de Inteligencia reveló que después del ataque vietcong a la base de Pleiku, en febrero, hallaron documentos y dibujos detallados de la guarnición. "Sabían dónde estaba cada puerta, qué cuadros colgaban de las paredes."
Además, el Vietcong ha desarrollado más métodos anticonvencionales que ninguna otra guerrilla. Al patrullar una selva, cualquier imprudente soldado survietnamita puede hacer crujir una leve cubierta de ramas. A los dos segundos habrá caído en un profundo hoyo, cercado por estacas empapadas en veneno: no tiene salvación. También puede tropezar con una enredadera de inocente apariencia; eso basta para que se desprenda de un árbol un tosco pero mortal proyectil: docenas de estacas envenenadas unidas a un pesado leño.
En las operaciones de ciudad, por supuesto, los recursos del Vietcong resultan más sofisticados. En los infladores de las bicicletas esconden rifles de aire comprimido con dardos emponzoñados, disfrazan las bombas de lapiceras estilográficas, e introducen granadas de mano en los rodetes de las mujeres. Las mujeres son, de hecho, un arma principal de los guerrilleros, aunque el Frente prohíbe toda clase de contacto erótico.
Cuando aparecen las tropas gubernamentales para bombardear una aldea ocupada por los vietcong, las madres le salen al paso, sus niños en los brazos: "Van a matar a sus hermanos —sollozan—. Son vietnamitas como ustedes." En muchas oportunidades, logran el cese del fuego.
Otra función que les compete: esparcir la desmoralización entre los soldados del Ejército. "Noche a noche, en todo el territorio, dondequiera haya efectivos de Saigón, las muchachas se acercan, megáfono en mano. Casi siempre —relata Wilfred Burchett, corresponsal comunista de una publicación australiana— tienen un pariente allí. Con él entablan una suerte de psicológico suplicio: «Chanh, Chanh, ¿me oyes? Tu aldea fue liberada y te separaron un hermoso pedazo de arrozal a lo largo del río. Chanh, deja esta vida deshonrosa y vuelve a la aldea. ¿Qué ganas con hacerte matar en beneficio de los norteamericanos? Vuelve, Chanh»."

Sólo para estoicos
Útiles como son estas estratagemas, el arma más eficaz en el arsenal vietcong es el propio guerrillero y su fanática devoción por la causa. En un reciente ataque, cien hombres, con explosivos atados al pecho, treparon el alto cerco de alambre de púa de una posición sostenida por sus enemigos. Y desde lo alto del cerco, se lanzaron al interior, de a tres, estallando junto con sus bombas. La posición voló con sus defensores. Tanto arrojo por 180 piastras al mes, alrededor de 2 dólares.
Si bien la mayoría de los guerrilleros viste todavía los tradicionales trajes negros del campesino vietnamita, los uniformes —cortados y cosidos en la jungla— empiezan a abundar. Se protegen los pies con sandalias, a menudo fabricadas con neumáticos de automóvil. Sin embargo, nada cuida mejor el guerrillero que su casco, al que camufla con hojas y ramas. Sus otras propiedades: una hamaca de nylon, 4 o 5 granadas, y una lámpara de kerosene elaborada con frascos de perfume.
En época de cosecha, se le permite —y fomenta— trabajar para los chacareros y labradores, con lo cual logra un salario extra. Así, puede comprar una botella de cerveza La Rué, hecha en Saigón, o un paquete de cigarrillos Hirondelle, de Camboya. Pero en la guerra, la ración es magra: arroz frío sazonado con pimienta, del que lleva provisión para una semana en una suerte de salchicha circular envuelta en trapos.
La disciplina es estricta en la retaguardia: a las 5 de la mañana se toca diana, hay diez minutos de gimnasia, un baño, y desayuno; luego, conferencias sobre marxismo, higiene o geografía seguidas por prácticas de tiro. Una siesta, más conferencias y maniobras. A las 5 de la tarde, se entretienen jugando al vóleibol. "Los enloquece. No bien les queda un minuto libre, se ponen a jugar", informa Madeleine Riffaud, de L'Humanité, de París.
Salvo el Ejército Survietnamita, la malaria y la disentería, la rutina del Vietcong es calma en la retaguardia. El Frente se afana por mantener abiertas las escuelas, hospitales y dispensarios; como faltan médicos —atraídos por las ciudades, donde la clientela paga—, fue necesario enseñar enfermería en plena selva. No menos importante es la preparación de fiestas populares, funciones de teatro y festivales folklóricos: sirven para la propaganda. Un coro de jóvenes, ataviadas de guerrilleras, canta: "Vistamos a nuestros hermanos combatientes."
Espartana en la guerra, serena en el descanso, la vida del Vietcong tienta a un número sorprendente de vietnamitas; los agricultores prefieren el fusil al arado, los estudiantes anhelan la aventura. Algunos, son idealistas puros: "Mis días pertenecen a la historia", señalaba en su diario un guerrillero muerto. No obstante su presunta defensa del campesino, su campaña de liberación, el guerrillero no tiene piedad cuando el compatriota le es hostil. "Más que queridos, son temidos", ha dicho un funcionario diplomático de Europa occidental.
Las causas fundamentales del primitivo éxito logrado por el Vietcong son dos: la "reforma agraria" implantada (se daban las tierras a quienes las trabajaban y se quitaban los fuertes impuestos) y la supresión de las levas practicadas por el Ejército del Vietnam del Sur. Con el correr del tiempo, el idilio entre guerrilleros y habitantes se convirtió en una fría, cruel relación: hubo que reimplantar los gravámenes y volver al reclutamiento de hombres para el Vietcong. El Frente inventó una excusa: "La culpa la tienen los ‹‹agresores›› yanquis." Pero no había disculpa posible. El terror suplantó a la persuasión.
No obstante, el Vietcong brinda la zanahoria después del palo. En las zonas católicas, corteja a los católicos; en las budistas, a los budistas. El marxismo se deja de lado, en beneficio de frases más sencillas: "Ayúdenos a deshacernos del gobierno de Saigón y les sobrarán tierras; únanse a nosotros y se acabarán los impuestos." Hay, todavía, centenares de campesinos que se enceguecen con ese futuro.

Hamlet en el Paralelo 17º
Pero desde hace tiempo, el Vietcong intuye que su combinación de astucia política, poderío militar y extremismo, no alcanza para destronar al escuálido gobierno de Saigón, un puñado de títeres que se tambalea todos los meses. Sucede que, detrás de esos títeres, está el prestigio y el vigor norteamericanos; detrás del Frente, promesas chinas y soviéticas, y la cooperación —siempre desmentida —de Ho Chi Minh.
Los últimos bombardeos survietnamitas, fertilizados por la máquina bélica de USA, corroen a las autoridades de Vietnam del Norte; hasta tal punto que la asistencia a los guerrilleros palideció desde febrero pasado. Hanoi se sabe débil ante las bombas, y acaba de poner en marcha un plan de evacuación de fábricas y edificios administrativos. Además, en marzo, 80 mil mujeres y niños de la capital fueron enviados a la campaña, mientras se intensificaba el entrenamiento de las tropas.
Una invasión terrestre no puede atemorizar a los norvietnamitas: su Ejército regular y sus milicias están en condiciones de anularla. El peligro late en el cielo, porque Ho Chi Minh carece de aviación y de armamento antiaéreo. Si los aviones arrasan las plantas del cinturón industrial de Hanoi, las instalaciones del puerto de Haiphong, el complejo siderúrgico de Thai-Nguyen, los yacimientos carboníferos de Hongay y los tres grandes ramales ferroviarios que ligan Hanoi, Haiphong y China; si esa infraestructura que costó diez años e inmensos sacrificios es destruida, el país quedará paralizado,
"Ahora bien: si las tropas de Vietnam del Sur y las de USA cruzan el Paralelo 17° —asevera Chaffard—, Hanoi no cederá; sus soldados dejarán de respetar ese límite y se unirán, como sucedió con la Resistencia francesa, a sus acólitos del sur." El 26 de mayo, Washington denunció que un regimiento norvietnamita —el 101, de la 352ª división— había pasado el Paralelo 17º y luchaba contra el sur. Guerrilleros capturados por el Ejército survietnamita confesaron venir del norte; el Pentágono jura que de los 10 mil infiltrados en el último año, el 90 por ciento viene del septentrión. El sargento Nguyen Van Toan, 21 años, norvietnamita, declaró que, un mes atrás, él y otros soldados de su país viajaron al sur por la senda de Ho Chi Minh, que bordea la frontera con Laos y con Camboya. Una vez ingresados en el Frente "volvimos a formar nuestro batallón", dijo Toan.
De allí que se calcula que más de la mitad de los guerrilleros son oriundos del Norte, algo que se observa, según los expertos, en el cambio de ciertas actitudes y tácticas. También, en una mayor afluencia de armamento fabricado en países socialistas, que se registró cuando los bombardeos no alcanzaban la magnitud de hoy. Otro problemas para el Vietcong: como se ampliaron las zonas "liberadas" crecieron las necesidades administrativas y burocráticas, y no es fácil cubrirlas.
Para los oficiales de inteligencia, el Frente se prepara con el fin de cumplir el tercer postulado del general Giap: la ofensiva convencional en gran escala; en los últimos tiempos, reagrupó 15 de sus 50 batallones regulares en 5 regimientos, y los proveyó de armamento pesado. En Saigón, el Ministro de Defensa espera "una operación espectacular".
También la esperan los miles de militares norteamericanos, ambiciosos por competir de acuerdo con las viejas reglas de la guerra; en ese caso, parece obvio que superarían a los vietcong. No piensan lo mismo los rebeldes survietnamitas: Huynh Thanh Phat, Secretario del Frente de Liberación, afirma: "Hemos llegado a una situación política y militar favorable, tenemos la victoria asegurada. ¿Por qué hacer concesiones? Estamos convencidos de que Saigón y Washington no traspondrán ciertos límites."
Como Hamlet, Saigón y Washington (sobre todo Washington) no cesan de preguntarse, en la mano el mapa de Vietnam, si vale o no la pena trasponer los límites. 

Los líderes del Frente
"Tarde, muy tarde, tomé conciencia de mis deberes hacia mi país —clama Nguyen HuuTho, presidente del Frente Nacional de Liberación—. Bajo el régimen colonial, mis sentimientos patrióticos estaban adormecidos." Se le despertaron un día de 1952, cuando su automóvil fue detenido por una patrulla vietminh.
"Pensé que tomarían represalias conmigo. Era abogado en Saigón. Pero me trataron como a un hermano extraviado. Y allí, en la clandestinidad de la guerrilla, me sentí culpable de no servir a mi país." De regreso en Saigón, Tho se afilió al Movimiento de la Paz y fue encarcelado por el régimen de Ngo Dinh Diem. Liberado en 1961 por un comando del Vietcong, pasó otra vez a la selva, ya como máxima autoridad del Frente Nacional.
El origen burgués de Tho, un sonriente vietnamita de 55 años, que no oculta su inclinación por los Cadillac y los trajes occidentales, lo convierte en un portavoz presentable para los guerrilleros; enclaustrado en su cuartel general, instalado en algún lugar de la provincia de Tay Minh, la estabilidad de Tho no es demasiado segura, sin embargo.
El Frente quiere una personalidad más conocida para que rija su marcha; en las primeras semanas de 1965, el Vietcong aumentó sus contactos con Su Eminencia Ho Thanh Khoa, líder espiritual de la poderosa secta coadaísta; y con Tran Van Huu, ex primer ministro survietnamita. Ninguno de los dos aceptó la jefatura del Frente: lo consideran una organización comunista.
El Comité Central del Frente está integrado, para suavizar la influencia marxista, por budistas, católicos,
estudiantes, campesinos, profesionales y representantes de tribus; los cargos de mayor enjundia son ocupados por no comunistas. El secretario es un arquitecto de 50 años, Huynh Tan Phat, delegado del Partido Demócrata. El más conspicuo emisario del Frente, en el exterior, es el veterano profesor y periodista Nguyen Van Hieu, de 42 anos, que reside en Praga, líder del Partido Socialista Radical. De los cinco vicepresidentes del Comité Central, sólo uno milita en el comunismo, el viejo rebelde Vo Chi Cong.
Sin embargo, el comunismo es mayoría en las organizaciones intermedias del Frente; esos cuadros izquierdistas constituyen la rama survietnamita del Partido Comunista indochino, que tiene en Hanoi su sede, y cuyo orientador, desde 1930, es Ho Chi Minh. Se trata, en cierto modo, de un movimiento federal, con filiales en Vietnam del Norte (el Partido Lao-Dong o del Trabajo), del Sur (Partido Popular Revolucionario), Laos (el Neo-Lao Haksat) y Camboya (el Prachea-chon o Partido del Pueblo).
Pero el Vietcong no pierde tiempo en esparcir su propaganda en el extranjero; además de su "embajada" en Praga, cuenta con otras en El Cairo, La Habana, Berlín Oriental, Yakarta, Pekín y Moscú.. La de Argel está emplazada en una villa construida sobre las colinas de la ciudad: allí vive Vo Cong Trung, de 39 años, que habla un fluido francés aprendido en un liceo de Saigón.
Menudo y sonriente, fue destinado a Argelia después de una década y media de lucha en su país.; a lo largo de su conversación, se complace en enumerar cifras y citas con la experimentada habilidad del comisario político que fue alguna vez. Aunque a diferencia de sus correligionarios chinos o hasta soviéticos que tienden a repetir como loros cuanto han aprendido, Trung discute sobre estrategia militar o política con aplomo.
Reconoce la responsabilidad de las guerrillas en la voladura de la embajada de USA, en Saigón, y explica: "Los bombardeos de los norteamericanos irritaron al Frente." ¿Qué opina de esos raids aéreos? "No son sólo operaciones militares. Su objetivo es el de dividir, además de mejorar la flaqueante moral de los survietnamitas y sus mercenarios (así llaman a las tropas y oficiales de USA). Al emplear esa táctica de división, los norteamericanos reconocen que, (no esperan ganar la guerra."
Según Trung, los esfuerzos de Estados Unidos para forzar al Vietcong y a Hanoi a pedir la paz "no tendrán éxito. La única manera de conseguir la paz —opina—, es luego de que USA retire sus tropas y desmantele sus bases, y el Frente sea reconocido como el gobierno legítimo de Vietnam del Sur".

PRIMERA PLANA
4 de mayo de 1965


El garrote y la zanahoria
Por Art Buchwald '*
La política "de la zanahoria y el garrote", preconizada por el Presidente Johnson la semana última, está sometida al estudio de los expertos. El garrote —se sabe— es el bombardeo de Vietnam del Norte y la zanahoria, el ofrecimiento de que, si los comunistas dejan de fastidiar a Saigón, pueden esperar ayuda de los Estados Unidos al estilo del Plan Marshall. El hombre del garrote es el Secretario de Defensa, Bob Mc Namara; el que se ocupa de la zanahoria, podría ser Eugene Black, ex Presidente del Banco Mundial. En el futuro, los intereses de estas dos personas quizá lleguen a chocar, en esta forma:
—Bob, habla Gene Black. Le hablo por esos puentes ferroviarios que ustedes piensan bombardear, cerca de Hanoi. Desearía que no lo hicieran. Los puentes cuestan mucha plata y, como usted sabe, el gobierno norteamericano tendría que pagarlos.
—Mire, Gene, hace meses que hemos señalado a esos puentes como objetivos. Son la clave de las líneas que aprovisionan a Ho Chi Minh.
—Lo comprendo, Bob, pero nuestra administración tiene que responder al Congreso por todo lo que ustedes destruyen.
—Gene, pienso que la estrategia militar tiene precedencia sobre la ayuda exterior.
—Bob, no quiero aburrirlo con este tema, pero sé de fuente autorizada que los nordvietnamitas desean el bombardeo de esos puentes. Desde hace años quieren reemplazarlos, pero nunca han conseguido suficiente dinero. Creo que el Departamento de Defensa les hace el juego.
—Lo siento, Gene, pero debemos mantener el bombardeo hasta que Hanoi se ubique en el plano de la negociación. No podemos disminuir la presión.
—¡Habría mucho que decir sobre eso! Ya he visto la lista de cosas que Vietnam del Norte se propone exigir tan pronto como cese el fuego. Incluye caminos, puertos, ferrocarriles, camiones, aeropuertos y cuatro nuevos hoteles Hilton. Cuanto más cosas les rompan ustedes, menos reacios se mostrarán a una tregua. Saben muy bien lo que pasó en Japón y en Alemania después de la última guerra, gracias al bombardeo norteamericano, y tienen esperanzas de reconstruir su país en la misma forma.
—Por el momento, Gene, está en curso la política del garrote, y no me importa lo que pueda costarnos cuando la guerra haya concluido.
—Yo no le pido que cancele los bombardeos, Bob. Lo único que le pido es que ataque lugares sin importancia, que después no tengamos que reconstruir.
—Tendré que conversarlo con el Estado Mayor Conjunto; pero si no golpeamos a Hanoi, nunca podremos detener al Vietcong.
—Ese es otro asunto que quería conversar con usted. Desearía que no usara más esas bombas incendiarias en Vietnam del Sur. Son terriblemente destructivas, y vamos a tener que replantar todos los bosques. ¿No podría volver a utilizar los gases no letales?
—Usted me complica mucho la vida, Gene. Creo en la ayuda exterior tanto como cualquiera, pero no tengo tiempo para ocuparme de su programa. Eso es asunto del Departamento de Estado.
—Muy bien; sigan no más. Destruyanles la economía, y veremos adonde vamos a parar nosotros. No tenemos más que mil millones de dólares disponibles, y si ustedes siguen con los bombardeos, voy a tener que eliminar de nuestro programa a Vietnam del Sur.*
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