Revista Panorama
junio de 1963 |
Es una contienda feroz. Una guerra sangrienta, silenciosa, con esa
crueldad intrínseca que tienen en nuestro tiempo los conflictos
armados cuando la responsabilidad de la lucha recae sobre la
población toda.
Hace dos años se limitaba a las escaramuzas que el ejército de Ngo
Dinh Diem tenía con los guerrilleros comunistas. Hoy, las grandes
potencias intervienen abiertamente, con armas y hombres, propaganda
y diplomacia. En cualquier momento podría estallar un conflicto como
el coreano. O como la guerra de Indochina.
Aunque ésta terminó oficialmente en 1954, y los funcionarios
franceses pudieron considerar el caso "encarpetado", para los
pobladores del sudeste asiático la situación sigue como entonces. De
los tres territorios en que se partió la ex Indochina controlada por
París, ninguno se ha librado de la guerra fría.
En Vietnam del Norte, el régimen de Ho Chi Minh mantiene el estricto
control que caracteriza a los países donde el comunismo gobierna.
Granjas colectivas, reagrupamiento forzado campesino,
industrialización a la fuerza. Movilización general.
En Laos, las poblaciones que viven entre el río Mekong y las zonas
montañosas han perdido toda esperanza de vivir en paz. Príncipes
díscolos, todos ellos unidos por lazos familiares, representan
tendencias políticas encontradas. Boun Oum, alto, rubio, perezoso,
ama los placeres y representa al bando occidental. Souvanna Phouma,
tranquilo, grueso, siempre tras su pipa humeante, se declara
neutralista, y es el único capaz de imponer un equilibrio entre las
facciones. Su hermanastro Souphanouvong comanda las huestes
comunistas, pertrechadas por Hanoi y Pekín. Los tres tienen algún
aliado extranjero detrás, y todos defienden intereses y posiciones
personales. En la época en que John Foster Dulles dirigía el
Departamento de Estado, los norteamericanos quisieron asegurarse un
aliado en Laos, e hicieron todo lo posible por convertir al pequeño
Estado tampón en una base anticomunista. Pero la política de Dulles
no tuvo éxito: China no necesitaba más que un pretexto, y en seguida
promovió una acción antinorteamericana que, en 1960. casi dejó a
Laos en manos rojas. Kennedy, heredero de esta situación, ha vuelto
al principio. Nuestro candidato, habría afirmado, es Souvanna, el
neutralista. Pero ahora es de Pekín de donde llega la provocación, y
nuevamente el mundo se conmueve ante las posibles consecuencias de
los acontecimientos...
En Vietnam del Sur, la crisis es total. Libertado del yugo del
emperador Bao Dai en 1954, el pueblo confió en Ngo Dinh Diem.
Pero fue inútil. Con Diem, las esperanzas de la moderada clase media
y de los campesinos se disiparon; la libertad fue suplantada por la
dictadura; el progreso económico, por el estancamiento; la justicia,
por el rigor y la corrupción oficial. Diem gobierna apoyado en el
ejército y en su propio partido, cuyos miembros se reparten los
puestos y beneficios del gobierno.
En 1960, cinco años después de asumir el mando, el panorama de
Vietnam meridional era sombrío: los partidos estaban proscriptos,
los pocos intelectuales del país, detenidos o exiliados. Cuarenta
mil presos políticos abarrotaban los campos de concentración. En
esas circunstancias, no era difícil para los guerrilleros comunistas
cosechar adictos.
Las tácticas comunistas son sencillas: colaboran con el campesino,
trabajan sus tierras gratuitamente, le ayudan... hasta ganar su
apoyo. Si esto no resulta, emplean los métodos del terror: queman
cosechas, casas y bienes; torturan, amenazan, raptan o matan.
El Viet Cong, como se llama a la organización comunista, está
formado por legiones enteras. El combatiente viet es delgado, joven.
Se moviliza a pie, y recorre así hasta noventa kilómetros diarios.
Vestido con una camisa y un pantalón negros, como los que usan los
campesinos, todo su equipo de campaña se reduce a un mosquitero, una
hamaca, unos metros de cuerda y un casco con redecilla que le
permite camuflarse como más convenga...
La proximidad del ataque a un puesto del gobierno convierte en
hormigueros los campamentos comunistas. Los combatientes construyen
una réplica del objetivo y ensayan durante días hasta conocer su
papel de memoria. Los niños que juegan cerca del puesto que los
guerrilleros proyectan atacar, informan sobre la entrada y salida de
soldados, sus horarios, su número. Los campesinos transportan el
armamento a lugares previamente acordados. De este modo el ataque
queda preparado.
El día que ha de producirse, los viets vigilan las rutas. Si todo va
bien, un tambor de bambú rompe el silencio, y un infierno de fuego
se desencadena sobre el enemigo. Desde puntos opuestos, al grito de
¡Tien-le! ¡Tien-le! (¡adelante!) atacan las tropas de asalto,
lanzando explosivos y volando las defensas...
Con la misma rapidez, el Viet Cong se esfuma. Los guerrilleros se
deslizan a la jungla, con prisioneros y armas. Los campesinos que
los ayudaron vuelven a sus pueblos. Interrogados más tarde, nada
sabrán. Grupos especiales permanecen tendiendo emboscadas a las
columnas del ejército: disimulan las sendas, minan las rutas,
esparcen en los caminos utilizados para huir mortíferos panyis,
afiladas agujas de bambú envenenadas que atraviesan fácilmente las
ropas de los perseguidores y provocan su muerte.
Estados Unidos ha resuelto emprender la batalla anticomunista en
Vietnam. y poco a poco ha ido comprometiéndose en una lucha que no
parece tener fin. Los norteamericanos, inclusive, han sufrido bajas
de cierta consideración. En la actualidad, 12.000 hombres del
ejército juegan sus vidas al lado de los 240 mil que forman las
fuerzas armadas vietnamitas. Son casi todos expertos en lucha
antiguerrillera, y aplican las tácticas que los británicos ensayaron
con tanto éxito en Malaya: reagrupamiento de la indefensa población
campesina en aldeas estratégicas, distribución de tierras, semillas,
fertilizantes... y liberación de la opresión gubernamental.
En Saigón, el mundo norteamericano tiene en cuenta también ese
objetivo diplomático: convencer al dictador de que afloje las
riendas y contribuya a ganar el corazón de la población. No es fácil
que lo logre, pero nada es fácil en esta guerra. En el terreno
militar, el ejército ha tomado la iniciativa, recuperado su moral, y
cuenta con medios modernos de ataque. El helicóptero, especialmente,
ha revolucionado la táctica. Aviones de reconocimiento sobrevuelan
las zonas infestadas de guerrilleros hasta localizar sus
campamentos. Después, helicópteros gigantes cargados con soldados
acuden al lugar e inician el ataque. Los rojos tratan de hallar
refugio en la selva, pero no se les da cuartel: bombarderos
especiales dirigen contra ellos cohetes con cargas de napalm,
material incendiario que se hizo famoso durante la guerra contra los
nor-coreanos. El fuego obliga a los comunistas a abandonar la
espesura. Los soldados vietnamitas los esperan... La batalla
comienza.
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Sangre en los arrozales, aquí la vida vale poco
La lucha sorda y feroz continúa contra los comunistas en la
húmeda y sofocante región selvática de los pantanos |
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La lucha es, a veces, primitiva y salvaje. Todas las armas
son buenas, desde el helicóptero hasta las agujas de bambú
envenenadas. |
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