Junio 28, 1948 Anatema contra Tito

Hasta entonces, todos los acontecimientos concurrían hacia la "polarización". Acogidas a las condiciones implícitas del Plan Marshall, Italia y Francia eliminaron a sus Ministros comunistas; Checoslovaquia trató de hacer otro tanto, pero la CGT y la Policía ejecutaron el golpe de Praga. Esto ocurría en febrero de 1948.
¿Cómo adivinar que, dividido el mundo en dos rígidos bandos, algún Estado pudiera deslizarse de uno al otro sin riesgo de guerra mundial? Es lo que muchos temieron el 28 de junio de ese año, cuando el diario comunista de Praga, Rudé Pravo, publicó la decisión del Kominform "relativa a la situación del Partido Comunista de Yugoslavia".
El estupor del mundo se justificaba. Hasta ese día, ¿no formaba Yugoslavia en la vanguardia del impulso comunista en Europa? Cuando Stalin buscó un compromiso con los anglonorteamericanos a propósito de Trieste, ¿no fue perceptible el malhumor de Tito? El mariscal croata, ¿no había formulado otras reivindicaciones territoriales contra Austria, contra Grecia, y no abogaba en Moscú por una política danubiana más enérgica? La subversión que el Kremlin alentaba en Grecia, recuperada para el imperialismo inglés, ¿por dónde recibía socorro sino por la frontera yugoslava? Tito era, según las noticias que consumía un público desprevenido, el más resuelto, el más intratable lugarteniente de Stalin; su partido, el más religiosamente devoto de la URSS; y hasta su pueblo estaba dispuesto, según algunos, a integrarse en la federación de las repúblicas soviéticas.
Los observadores, abrumados por la propaganda occidental, se habían acostumbrado a considerar que el movimiento comunista era efectivamente, como lo pretendía la propaganda adversaria, un bloque monolítico, dotado de unidad y cohesión perfectas. Quedaba sobreentendido que un dirigente comunista no es otra cosa que un agente de la URSS. Hoy que China y Albania, Rumania y Checoslovaquia, transitan el camino abierto por Yugoslavia hace veinte años, no faltan quienes porfían en que todos estos conflictos son simulados, creaciones del maquiavelismo comunista. Es que la propaganda, así en el Este como en el Oeste, constituye un medio de vida.
El Kominform (una "oficina de informaciones" de los partidos comunistas europeos) fue creado en setiembre de 1947, con sede en Belgrado, precisamente. Suplantaba al Komintern (o sea la Tercera Internacional, fundada por Lenin en 1918 y disuelta por Stalin en 1943), el cual, en tiempos de la alianza con las potencias capitalistas, se había transformado "de factor de crecimiento para los partidos comunistas, en un obstáculo para su desarrollo", según se explicó oficialmente. En realidad, la efímera vida de ese nuevo organismo hoy aparece como una fallida tentativa de doblegar, con el mariscal Tito —que fue el primero en manifestar opiniones propias—, a toda una generación de jefes comunistas nacionales, muchos de los cuales murieron trágicamente —acusados de titoísmo—, y han sido rehabilitados, a título póstumo.
La resolución del Kominform, dictada por un lugarteniente de Stalin, el implacable Andrei Zdanov, a un cenáculo de aterrados comunistas, en ausencia de los delegados yugoslavos —que rehusaron la invitación—, se asemejaba curiosamente a las intimaciones lanzadas en otros tiempos por la Iglesia contra los cismáticos, contra los herejes: conminaba a Tito y a sus camaradas a reconocer "honestamente sus errores, y corregirlos".
No era, por supuesto, la forma elegida por Stalin para resolver la controversia. Dos semanas antes de la reunión, celebrada en Bucarest, trascendió que dos Ministros de Tito, Hebrang y Zujovic, habían sido destituidos y encarcelados. Una repentina "depuración" azotó al Partido Comunista y al Frente Popular.
Circulaban voces sobre un putsch frustrado, sobre el arresto en masa de oficiales. Algún corresponsal informó que se trataba de un viraje político favorable a la URSS, que se eliminaba a "elementos nacionalistas".
Ocurrió exactamente lo contrario. Cientos de especialistas soviéticos controlaban las Fuerzas Armadas y la economía yugoslava. Para reducir su interferencia, Tito había prohibido a sus funcionarios suministrarles información; en adelante, los rusos debían dirigirse al Ministro competente o al Comité Central. Stalin comprendió que era una rebelión. Para manifestar su disgusto por las tendencias "nacionalistas" de Tito, incompatibles con el "internacionalismo proletario" —fórmula que usaba para disimular su nacionalismo ruso—, ordenó retirar los técnicos, cancelar los créditos e interrumpir el flujo del intercambio. Actuó exactamente como lo haría el Presidente Eisenhower en 1960, cuando, ante las veleidades de independencia de Fidel Castro, quitaría a Cuba la cuota de azúcar y bloquearía su provisión de petróleo.
Ambos casos demuestran que, sometida la comunidad internacional a un sistema de condominio, el anatema de una de las potencias no es decisivo, porque la otra puede acudir en socorro del condenado. Washington advirtió a Moscú que no toleraría una agresión militar ni política contra Yugoslavia; abrió créditos a Tito e instauró un activo comercio con su país, Pero Yugoslavia no ha cambiado de bando: a través de todas las vicisitudes conserva el liderazgo de un bloque neutralista. Por lo demás, ha restablecido las relaciones amistosas y la cooperación económica con la URSS y los otros países socialistas, no sin que antes Nikita Kruschev, en 1953, reconociera la responsabilidad soviética por la anterior ruptura.
La economía yugoslava, arrancada al área de que formaba parte, tardó en reponerse. Pero cuando Tito —a quienes secundaron Kardelj, Pijade, Djilas, Rankovic— anunció que se proponía "construir el socialismo", aún sin ayuda del mundo socialista, obtuvo la emocionada gratitud de su pueblo: el camino del sacrificio era también el de la dignidad.
Aquel gesto abrió un proceso de diferenciación entre los países socialistas que ha tardado dos décadas en manifestarse plenamente. El modelo yugoslavo se distingue por el principio de autogestión (cada empresa es un pequeño Estado, que debería gobernarse a sí mismo) y por la creciente disposición de la Liga de Comunistas a transformarse de partido único en una asociación cívica.
No han faltado las disidencias. Djilas postula una democracia socialista pluripartidaria, mientras Rankovic se aferró a los métodos dictatoriales. Los estudiantes de Nueva Belgrado, en las últimas semanas, proclamaron su insatisfacción, y el mariscal Tito, exuberante octogenario, ofreció retirarse si su régimen no acierta a eliminar los vicios que empañan el socialismo y la democracia.
25 de junio de 1968
PRIMERA PLANA

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