«COMO VIVI EL 17 DE OCTUBRE»
30 años después, dirigentes oficialistas y opositores evocan
la histórica jornada del 17 de octubre de 1945
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En vísperas del trigésimo aniversario de la mayor gesta popular de la Argentina contemporánea, Siete Días ofrece un testimonio inédito: destacadas figuras del quehacer nacional cuentan qué hicieron ese día y comentan, desde sus respectivos puntos de vista, el significado de aquel gigantesco movimiento de masas
El próximo viernes 17 se cumplirán tres décadas de la acción de masas más importante de la vida política argentina contemporánea. Disciplinadamente, miles de enfervorizados obreros provenientes de Berisso y Ensenada, en los suburbios de La Plata; de Avellaneda; de Mataderos, Liniers y otros barrios porteños del Oeste, avanzaron sobre el centro de Buenos Aires —portando banderas y pancartas— con una sola consigna: exigir la libertad inmediata del entonces coronel Juan Domingo Perón, detenido y enfermo en el Hospital Militar Central. Frente a ese edificio y en la Plaza de Mayo la multitud pedía de viva voz la presencia del Líder. Por fin, a última hora de la tarde, Perón, ya libre, dirigió un mensaje desde los balcones de la Casa Rosada.
Sobre esa gesta se han escrito infinidad de ensayos que intentaron analizar el acontecimiento a partir de las más diversas posiciones ideológicas. Cientos de versiones periodísticas más o menos extensas procuraron, casi siempre, infructuosamente, redondear una historia protagonizada por los sectores más desposeídos del pueblo.
La semana pasada, Siete Días convocó a un grupo de destacadas figuras provenientes de distintos sectores del quehacer político nacional para que aportaran sus vivencias e interpretaciones de aquel episodio. ¿Qué hicieron ese día y cómo valoraron los sucesos? Esa fue la pregunta básica a las que debieron responder. Y se recogió un mosaico de recuerdos y opiniones que permiten definir los hechos de aquel lejano 17 de octubre de 1945 como una de las etapas más significativas de la historia argentina, por lo menos la que signó el curso de los acontecimientos futuros.

RAUL MATERA. Ex delegado personal del general Juan Domingo Perón y figura destacada del Movimiento Justicialista.
—Ese día estuve en la calle, recogiendo el fervor argentinista y social de ese Buenos Aires, con millones de seres humanos exaltados por un líder carismático que supo entender a su pueblo y responder a sus reclamos de justicia.
Caminé por la Plaza de Mayo, por avenidas y calles del centro. Sentí el entusiasmo, como médico joven y recién recibido, del percibir que iniciábamos una nueva, histórica etapa social y política.
El 17 de octubre de 1945 fue la expresión revolucionaria nacional con banderas argentinas a su frente que creó un país con sólo un 10 por ciento de marginalidad y de hecho la nación socialmente más avanzada de todo el continente latinoamericano. Así pasé ese día, caminando, pensando con un par de amigos; discutiendo y conversando con la gente que se nos cruzaba por las calles o en la Plaza. En definitiva, tendiéndonos la mano fraternalmente.
Por cierto, no es ilógico cuestionarse si se volverá o no a repetir una jornada similar en el futuro: yo pienso, mejor dicho creo, difícil que vuelvan a darse las circunstancias para un hecho tan trascendente en la historia del país. Sin embargo, confío en la vitalidad del pueblo de mi patria. Lo creo capaz de reeditar una jornada como la del 17 de octubre del '45 si el país y sus estructuras sociales peligraran ante cualquier amenaza. Sólo en ese momento, y frente al llamado de líderes de intachable conducta moral, podrá reeditarse semejante proceso histórico.

CARLOS PALACIO DEHEZA: Diputado justicialista. Presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de esa Cámara.
En los primeros días de 1945, como oficial del arma de Infantería del Ejército, pasé a formar parte de los cuadros de la recién organizada Aeronáutica, con el grado de alférez en el escalafón de paracaidistas. El 17 de octubre me encontró por lo tanto en Córdoba, donde prestaba servicios en la Escuela Militar de Paracaidistas.
Como conocí al entonces coronel Perón cuando éste era inspector de Infantería de Montaña, en Campo de Mayo, aproximadamente el 10 de enero de 1943. Estaba —y estoy— totalmente identificado con su doctrina de justicia social, independencia económica y soberanía política. Su pensamiento, de raíz profundamente cristiana y popular que reunía en apretado haz a Ejército y pueblo, me conmocionó al grado de sentir una identificación permanente. Este proceso, que no tenía connotación material alguna, toda vez que Perón no era político ni funcionario civil, nacía de la raíz misma de la fuerza de la convicción. El pueblo, y especialmente los trabajadores, sintieron igualmente el impacto puro de esta realidad ideológica que considero irrepetible.
Sobre los sucesos que venían ocurriendo en Buenos Aires, recuerdo que eran materia de intensos comentarios en el casino de oficiales; sin embargo, nos sorprendieron las noticias que desde las horas de la mañana de aquel 17 de octubre nos fueron comunicando. Una febril sensación de alegría cundió entre nosotros ese día, o al menos entre algunos de nosotros; tanto que un grupo decidimos reunimos después del mediodía a fin de adoptar alguna medida que respondiera a tal estado de ánimo. Pero las noticias que se sucedieron nos revelaban el triunfo del pueblo sobre la conjura. Supimos así que la suerte de la Argentina estaba sellada y que el peronismo, como movimiento social y político iluminaría tanto la historia patria como la latinoamericana.
Mi familia estaba a la sazón alejada por razones de residencia, ya que mis padres y hermanos se encontraban en Buenos Aires. Mi restante parentela, con la que circunstancialmente mantenía relaciones, no fue en esos días partícipe de la sensación que experimentábamos con el nacimiento de una nueva doctrina político-social.

EDUARDO COLOM. Director del desaparecido vespertino La Época. Ex diputado nacional por el Justicialismo en 1946.
Quizás por cosas del destino tuve el 17 de octubre de 1945 una actuación trascendental junto al pueblo y a mi amigo, el entonces coronel Perón. La noche del 16 —a nosotros ya nos habían informado que el general Castro quería dar un golpe el 17— me la pasé en el diario esperando y pensando. Al otro día. muy temprano, un confidente me dijo que a Perón lo trasladaban al Hospital Militar Central; minutos después confirmé la información y supe que el coronel estaba en el descacho del capellán militar, en el séptimo piso. Casi simultáneamente, un amigo mío, Diego Molinari, me dijo que la gente ya estaba en la calle y que cruzaba a nado el Riachuelo porque la policía había levantado los puentes. Yo —que soy muy arrebatado— no lo comprobé; hice instalar parlantes en los balcones del
diario y desde allí invitábamos a los que pasaban para que fueran a la Plaza de Mayo. Recuerdo que hasta un vigilante que estaba de parada en la esquina de La Época, en Moreno y Bolívar, dijo un par de discursos. Cerca del mediodía me acerqué a la Casa de Gobierno: la plaza ya estaba repleta y la gente gritaba pidiendo por el coronel Perón. Como quien se mete en casa ajena me presenté en la puerta principal de la Casa Rosada como el director del diario. Me hicieron pasar y llegué al balcón; ahí estaba lo lindo: se encontraba el general Eduardo Avalos (presidente circunstancial, por así llamarlo) con un micrófono en la mano. No sabía qué hacer para dispersar al pueblo. A tal punto, que me ofreció la palabra, aceptando una condición que yo le había puesto: que me hiciera anunciar como director de La Época. En fin, lo engañé pero se lo merecía: cuando estuve frente al micrófono, en vez de pedir la retirada dije que yo no creía que Perón estuviera en el Hospital Militar y que había que seguir en la plaza hasta que el coronel nos dirigiera la palabra. Cuando terminé mi breve alocución grité: "En cinco minutos vuelvo". Pasaron más de seis horas hasta que regresé. Es que, junto con otros amigos, me fui al hospital, en Palermo, y lo saqué a Perón de la cama. Recuerdo patente que, por accidente, hasta se le cayeron los pantalones de un piyama azul que tenía puesto. Entre todos (estaba también el general Franklin Lucero), los convencimos de que fuera a la plaza a hablarle al pueblo. Fue un día inolvidable que nunca se va a repetir porque fue espontáneo.

JESUS MIRA. Diputado nacional por el Partido Comunista.
Durante 13 años trabajé en el frigorífico La Negra, de Avellaneda, como obrero del cuchillo. El día 17 de octubre de 1945 llegué a los portones de la empresa, sobre la avenida Pavón, como lo hacía todos los días, a las 5 y cuarto de la mañana. En ese momento ya estaba concentrada una verdadera multitud que fue creciendo con el correr de las horas. Allí no sólo se encontraban los trabajadores de los frigoríficos La Negra y La Blanca, sino también los de las barraca de lanas, que abundaban en esa época, y los metalúrgicos de Ferrum y Tamet. Justamente frente a esta empresa la concentración fue mayor, y fue donde la inmensa mayoría vivaba el nombre del coronel Perón y reclamaba su libertad, al mismo tiempo que exigía medidas contra la oligarquía. De esa gran concentración comenzaron a desfilar en manifestación miles de personas que simpatizaban con el entonces coronel Perón, mientras otro grupo de los allí reunidos volvimos a nuestras casas. De haber participado todo el proletariado no hubieran sido suficientes cuatro plazas de Mayo para congregar a los trabajadores. Avanzada la tarde escuché por radio el discurso que pronunciaba el coronel Perón desde los balcones de la Casa Rosada.
El 17 de octubre de 1945 marcó un hecho de gran importancia en la historia del movimiento peronista. Los sectores del pueblo que se movilizaron ese día para liberar a Perón lo hicieron inspirados en un sentimiento antioligárquico, antiimperialista y de justicia social. Perón marcaba a los enemigos del pueblo con palabras sencillas que los obreros sentían; acusaba a la oligarquía, tal como lo venía haciendo nuestro partido, y ello era fácilmente comprendido por las grandes masas de campesinos sin tierra que en 1945 se habían incorporado junto con sus hijos al proletariado industrial. Ellos sabían por propia experiencia lo que esos sectores representaban. Me era común escuchar de mis compañeros de trabajo llegados de las provincias pobres cómo habían sido desalojados de las tierras que trabajaban.
Las masas, cuando condenaban a Braden, lo entendían como una acusación directa al imperialismo norteamericano; que ya en esa época iba desplazando al inglés del dominio de los resortes básicos de nuestra economía. La justicia social era una aspiración sentida: yo soy testigo directo del ritmo infernal del trabajo en los frigoríficos y de la prepotencia patronal, a la que sólo ponían freno las luchas, huelgas y paros de los obreros de la carne encabezados por la Federación Obrera Industrial de la Carne, de la cual yo era dirigente. Esta Federación la disolvimos más adelante, a pesar de su rica historia, e ingresamos a los nuevos sindicatos como una contribución a la unidad total del movimiento obrero.

OSCAR ALENDE. Presidente del Partido Intransigente y candidato a presidente en las elecciones del 11 de marzo de 1973 por la Alianza Popular Revolucionaría.
Tengo muy presente aquella jornada del 17 de octubre de 1945 por una circunstancia especial: la tarde de aquel día yo estaba, debido a mi profesión de médico, en el quirófano del hospital Arturo Melo, en la localidad bonaerense de Remedios de Escalada, efectuando una operación. Se trataba de un caso de apendicitis gangrenosa que se le había presentado a un muchacho peronista cuyo nombre no recuerdo.
Al salir a la calle me sorprendió muchísimo ver una inusitada cantidad de gente joven transitando. Desde el lado de Escalada Este se podía escuchar, nítidamente, el griterío de las columnas que avanzaban por la avenida Pavón hacia la Capital.
A mí, el suceso me tomó por sorpresa, pero no así las causas que lo motivaron. Tiempo antes me habían cancelado la ficha de afiliación al partido Radical por reclamos de esa naturaleza. El proceso de posguerra determinó profundos cambios sociales en todo el mundo. En la Argentina la enorme cantidad de compatriotas llegados del interior en un proceso industrial naciente que los recuperaba de la explotación de las oligarquías lugareñas se encontró con una enorme carencia de apoyo y un vacío político.
Perón, que había permanecido un año en la Italia de Mussolini, desde ese mirador político había evaluado cómo aun en los regímenes de derecha se daba significativo valor a los reclamos sociales. Así se generó un nuevo proceso político que contó, como es habitual, con la resistencia de generales convencionales y reaccionarios y la falta de comprensión de antiguos dirigentes políticos que no fueron capaces de advertir las exigencias de los tiempos nuevos.

CASILDO HERRERAS. Secretario general de la Confederación General del Trabajo.
El 17 de octubre de 1945 yo aún no había cumplido mis diecisiete años. Era estudiante comercial, y ese día decidí no ir al colegio. No me hice la rabona; simplemente resolví faltar explicándole a mis padres que quería ver qué estaba pasando, porque toda la ciudad parecía conmocionada desde hacía varios días, y yo no tenía idea de lo que estaba ocurriendo. Esa mañana me levanté más temprano que de costumbre; salí y empecé a deambular por las calles de mi barrio, Villa Devoto. De pronto me encontré con un grupo de obreros textiles de una fábrica de las cercanías, una industria que ya no existe. Yo era amigo de los más jóvenes que iban en la manifestación; ellos gritaban: "Perón", y "Queremos al coronel". Saludé a los muchachos que conocía y me enteré de que iban a Plaza de Mayo para defender al coronel. Me llamó la atención de que ninguno me invitara. Quizás porque era estudiante y ellos obreros.
Ya estaba terminando de pasar la manifestación cuando corrí hacia adelante y me incorporé a la marcha. Fue una actitud espontánea. Fuimos a la plaza, después al Hospital Militar, luego recorrimos gran parte de la ciudad, y al caer la tarde volvimos a Plaza de Mayo. Allí estuve con mis compañeros hasta pasada la medianoche, cuando habló Perón desde el balcón de la Casa Rosada.
Fue para mí como descubrir un mundo nuevo. Ese día quedó incorporado a mi vida a tal punto que ya no quise seguir estudiando. Poco después, cuando cumplía los 18 años, uno de aquellos amigos del barrio me llevó a Grafa, donde comencé mi militancia sindical, hasta que mis compañeros me llevaron a la dirección del gremio textil. Sin darme cuenta —porque por supuesto yo no pude pensar todo esto el 17 de octubre—, ese día elegí un líder y una doctrina, además de decidir mi destino personal.

VICENTE SOLANO LIMA. Jefe del Partido Conservador Popular y ex vicepresidente de la República.
Lo del 17 de octubre de 1945 fue un movimiento que no nos pudo tomar por sorpresa. Perón era un agitador de masas que esgrimía las banderas de la justicia social, una novedad en el campo político de la época.
Recuerdo que estaba en San Nicolás donde residía y ejercía mi profesión de abogado. Recién a media tarde recibimos las primeras noticias y nos apercibimos de cómo eran las masas que habían ganado la calle para defender a su líder. Yo, enseguida, me formé una idea porque la descripción que se hacía coincidía con algunos sectores obreros del Gran Buenos Aires que ya había conocido durante una huelga de ladrilleros. Fui ministro de Gobierno cuando Rodolfo Moreno fue gobernador de la provincia de Buenos Aires y en ese carácter me tocó resolver un expediente por un reclamo sindical que fallé en favor de los obreros. Vestían, o mejor dicho, estaban a medio vestir, eran clases sumergidas.
Las noticias llegaban por radio o por teléfono, a través de amigos comunes. Pero eran fraccionadas. Hablaban del gran revulsivo que había sido la detención de Perón. Se decía que habían intervenido los hermanos Reyes, el coronel Velazco y Eva Perón. Pero no se le daba un significado a los sucesos ni se especulaba sobre cuáles iban a ser sus secuelas. Carecíamos de elementos para valorar las consecuencias de tipo social que empezamos a vislumbrar tiempo después. De entrada simpaticé con el movimiento porque se encauzaba a producir reformas sociales que yo había propulsado desde mis cargos públicos.
Obviamente ese día no trabajé y me limité a seguir los sucesos: antes de aparecer Perón nadie esperaba nada. Lo que ocurría era nuevo en el país; una revolución que comenzó siendo tumultuosa y luego se fue convirtiendo en constructiva. Una revolución que, pienso, aún está inconclusa. Porque Perón se murió en el momento de mayor lucidez, cuando comenzaba el período de trasformación estructural necesaria para las nuevas exigencias. Pero no es un proyecto trunco, está apenas demorado y tengo plena fe en que, tarde o temprano, retomará su curso.

HORACIO THEDY. Presidente del Partido Demócrata Progresista y candidato a la vicepresidencia en las elecciones de 1963. Hacia 1945 yo ejercía el Derecho y paralelamente actuaba en política. Por entonces rondaba los 30 años de edad. Desde mi perspectiva era previsible lo que ocurrió el 17 de octubre, porque Perón ya significaba un verdadero caudillo de masas. Y éstas se iban a rebelar contra cualquiera que quisiera despojarlo del poder. Por otra parte, quienes intentaron reemplazarlo no lograron instrumentar ningún medio eficaz para consolidarse. Desde esa visión, el levantamiento popular reconoció dos causas: la rebelión de las masas y el desgobierno que padecía el país en esas épocas.
Yo como todos los días, me dirigí esa mañana al mismo despacho que ocupo en la actualidad. Desde temprano fue circulando el rumor —cada vez con más fuerza— de que grandes contingentes obreros estaban invadiendo virtualmente la Capital. Eran pequeños grupos, poco a poco más compactos, que pedían por el coronel Perón acompañándose de bombos. Lógicamente, ese día casi ni trabajé. Desde los balcones de mi escritorio seguí los movimientos de la multitud. Más tarde salí a la calle a caminar: algunos hablaban de un tiroteo que se había registrado en la plaza San Martín. Más tarde me reuní con gente de mi partido para deliberar sobre los acontecimientos. Estábamos definidos políticamente: ante la vacancia presidencial queríamos que se entregara el poder a la Corte Suprema para que se llamara a elecciones. Personalmente, siempre esgrimí la tesis del constitucionalismo y la democracia. Aunque eso, posteriormente, me llevó a oponerme a Perón, en ese momento estaba persuadido de que debía devolvérsele el poder. Visto con perspectiva histórica, lo que ocurrió aquel 17 de octubre de 1945 pienso que fue un hecho de honda significación política y social para la vida del país.
Revista Siete Días Ilustrados
10.10.1975

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17 de octubre
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