Fruto del ingenio nacional, la radiofonía -nacida en Buenos
Aires en agosto de 1920- se convirtió en una de las más hondas
pasiones argentinas
En sus cincuenta años de vida,
la radiofonía argentina no sólo devino en un dilatado monstruo
de 118 cabezas parlantes. Por imperio de la nostalgia, es
también un conjunto de memorias variables: para algunos, las
tardecitas radioteatrales auspiciadas por el aceite Ricoltore;
para otros, las veladas viriles ofrendadas a "la juventud
triunfadora" por la orquesta de Alfredo de Angelis; algunos más
se enternecen con la evocación de Chispazos de tradición,
inefables novelones animados por Domingo Conte y Rafael Díaz
Gallardo. La radio es también la voz de Carlos A. Taquini
relatando "el boletín sintético de Radio El Mundo" o la de
Antonio Tormo pormenorizando los acontecimientos de El rancho e'
la Cambicha; es el retintín publicitario de "No diga hola. Diga
Olavina", o los disparatados sucedidos de "La alegre redacción
de El Relámpago", o los intensos, familiares contratiempos de
Los Pérez García. Es también —definitivamente— la ronca voz de
Wimpi, asomado con perspicacia a su Ventana a la calle.
Irremisiblemente condenada —en apariencia— por el advenimiento
de la televisión, experimenta, desde comienzos de la década del
sesenta, una esplendorosa resurrección, a la que no son ajenos
el transistor y la radio de los automóviles, a punto tal que su
medio siglo de vida la sorprende con una lozanía de la que son
testigos sus más persistentes hits: El Show del Minuto,
celebrado ómnibus de Guerrero Marthineitz; el empinado
Generación espontánea, los celebrados Diálogos con Blackie y el
matinal Fontana Show, entre muchos otros éxitos radiofónicos.
Entre ambos extremos se extiende una dilatada, cautivante
historia que varios redactores de SIETE DIAS desempolvaron a
través del testimonio de una veintena de protagonistas: un
itinerario que abarcó desde el hombre qua —en agosto de 1920—
realizó la primera trasmisión radial pública de la Argentina y
del mundo, y que no desechó una nutrida lista de pioneros: el
primer locutor, la primera locutora, los olvidados héroes del
radioteatro y del humorismo, el primer discjockey y la historia,
en fin, de algunos nombres definitivamente borrados del dial:
las broadcastings Radio Cultura, Prieto, Stentor, Fénix, París.
SU MAJESTAD LA GALENA Cuando hacia 1840 Faraday demostró
la íntima relación existente entre la electricidad y el
magnetismo no intuyó que en el nudo mismo de esa vinculación se
forjaría, algunos años después, una verdadera revolución en las
comunicaciones. En efecto, el escocés Maxwell descubre en 1861
la existencia de los campos magnéticos, hallazgo universalmente
confirmado cuando en 1888 Hertz construye su oscilador. Algo
después, en 1894, Guglielmo Marconi hizo sonar un timbre
eléctrico a distancia, sin hilo ni ningún otro conductor, a
siete metros de la fuente de las ondas, una conquista a la que
contribuyó el físico ruso Alexander Popov, con su descubrimiento
del principio de la antena. Con la telegrafía sin hilos nace
también la radio: en 1898 el Lloyd inglés instalaba trasmisores
en dos faros de la costa irlandesa y las regatas de Kingston
fueron relatadas por un periodista que hablaba ante un trasmisor
instalado en un bote. Ninguno de los protagonistas de
aquellos balbuceos a distancia intuyó, sin embargo, que medio
siglo después existirían, desperdigados por todo el mundo, 387
millones de radiorreceptores (Argentina posee 8 millones, aunque
la mayor cantidad se concentra en los Estados Unidos, con 192
millones, y en la Unión Soviética, 72 millones). Claro que el
empleo de los teléfonos auriculares que exigían aquellos
primitivos aparatos los condenaban a un uso individual. Sin
embargo, el 14 de septiembre de 1923, frente a las pizarras del
diario Crítica —por ese entonces en la calle Sarmiento— un
nutrido, expectante núcleo de porteños, disfrutaba de una precoz
manifestación del ingenio nacional: mediante un precario sistema
de retrasmisiones y amplificaciones pudieron seguir las
alternativas del encuentro Firpo-Dempsey, conocido como "la
pelea del siglo". Como la trasmisión se interrumpía con
frecuencia, un dúo campero amenizaba la espera: lo integraban un
subteniente del Ejército apellidado Rodríguez y un joven
bonaerense totalmente desconocido: se llamaba Chavero y sólo
mucho después se popularizaría bajo su seudónimo de Atahualpa
Yupanqui. Aun por ese entonces la radio no era una novedad
para los argentinos: ya el 28 de agosto de 1920 tres estudiantes
de medicina, Miguel Mujica, César Guerrico y Luis Romero,
comandados por un joven médico, Enrique Telémaco Susini,
inauguraban las trasmisiones de Radio Argentina con los severos
compases de Patisifal, de Ricardo Wagner: para entonces las
emisiones radiales estaban reservadas a las comunicaciones
telegráficas y epistolares, a los servicios de enlace militar y
naval y 3 los diálogos de radioaficionados, así que la de Susini
y asociados fue la primera en el mundo destinada al público en
general sin destinatario específico. Días más tarde, la
programación se recreó con Iris, de Pietro Mascagni, cantada por
Beniamino Gigli. Luego le tocó el turno a la Aída, de Verdi,
modulada por el tenor Bernardo del Muro. Tras una repetición del
Parsifal, los iniciales cincuenta radioescuchas se deleitaron
con un concierto de la Orquesta de Roma conducida por Félix
Weingartner. Así, bajo el signo de la ópera, cuyas estentóreas
consonancias se irradiaban desde el teatro Coliseo, nació la que
aún hoy es LR2 Radio Argentina (entonces registrada como LOO).
El 19 de noviembre de 1923, el jefe de servicios de
Comunicaciones Navales, capitán de navío Luis D. Orlandini,
otorga, a favor de Radio Argentina, la primera licencia de
radiodifusión que se conoce en el país. Una de sus nueve
disposiciones establecía: "Mientras la estación trabaje, el
operador de guardia escuchará por dos minutos y a intervalos no
mayores de quince minutos, con el receptor sintonizado en las
ondas de 450, 600 y 800 metros —demasiado largas e ineficientes,
si se las compara con las actuales—, a objeto de cerciorarse si
algún buque efectúa llamadas de auxilio o de que alguna estación
del Estado le hace alguna notificación". Los "locos de la
azotea", como los llamaba la burlona iconoclasia porteña, habían
conseguido su sueño más caro: sobre el techo del teatro se
bamboleaba una enorme antena. En una de las dependencias
teatrales habían armado un rudimentario trasmisor de 5 vatios,
utilizando válvulas de rezago del ejército francés. Por 6 mil
pesos mensuales, más la instalación de un equipo trasmisor en la
casa de remates de Guerrico y Williams, los comerciantes en
receptores lograron que durante 1922 y 1923 se programaran
emisiones diarias: la música lírica o la sinfónica se alternaba
con grabaciones de típica y jazz, con cancionistas y
recitadores. En 1924, desde la vieja cancha de Sportivo
Barracas, Horacio Martínez Seeber y Atilio Cassime relatan, por
primera vez en el mundo, un encuentro de fútbol: la selección
argentina batió por dos a uno a la uruguaya, por ese entonces
campeona olímpica. Los del Coliseo ya no estaban solos: en
1923, Miguel Roux Deledic-que comenzó a trasmitir con la Radio
Sud América desde el pasaje Roverano, en Avenida de Mayo. De
aquel entonces se recuerda a un joven pianista, más tarde
comentarista radial, que se haría famoso con Los ojazos de mi
negra: Adolfo R. Avilés. También sale al aire, tres veces a la
semana, la llamada Radio Brusa, más tarde convertida en
Excelsior. Muy pronto se agregan las radios Prieto, Stentor y
Paris.
EL IMPERIO DE LAS TORTITAS También hacia 1923
los argentinos introducen una novedad radial que bien pronto se
copiará en el resto del mundo: el aviso comercial. Semejante
iniciativa correspondió a Federico del Ponte, propietario de
Radio Cultura: la autorización municipal le permitía "la
difusión gratuita de audiciones artísticas, musicales,
científicas e ilustrativas en general, intercalándose avisos de
propaganda comercial estrictamente morales". El avispado Del
Ponte instaló un trasmisor de 25 vatios (cinco veces más patente
que el del Coliseo pero casi un juguete comparado con los 100
mil vatios de la actual planta de El Mundo) y lo entronizó
primero en el Plaza Hotel y más tarde en la intersección de las
avenidas Alvear y Canning. También por ese entonces irrumpe en
el panorama radial otro pionero. Una anécdota —seguramente
apócrifa— refiere que cierta vez Antonio Penella, dueño de Radio
Nacional, más tarde llamada Belgrano, requirió los servicios de
un electricista vecino —establecido en las inmediaciones de
Belgrano y Entre Ríos— para arreglar el timbre de la emisora.
Según parece la factura fue tan alta que el desventurado Penella
prefirió entregarle en pago la radio, que sólo le proporcionaba
dolores de cabeza y gastos. La historia de la radiofonía recogió
el nombre de aquel oscuro electricista: se llamaba: Jaime
Yankelevich. El flamante empresario radial tienta a los
futuros avisadores con una nueva modalidad comercial: el canje.
Su primer aviso es de una panadería, muy popular entonces,
instalada en la calle Entre Ríos. El segundo es de una
carnicería también de las inmediaciones. Las primeras tandas se
pagan con pan, medialunas, tortitas, facturas en general y
algunos tiernos, apetitosos churrascos. El inquieto Yankelevich
comienza a contratar —de alguna manera hay que llamarlo— algunos
números en vivo. El dúo Gardel-Razzano y Rosita Quiroga integran
los primeros planteles de la emisora y se atascan de factura por
la tarde y de suculentos pucheros y asados por la noche. Había
comenzado la era del canje. Y en esa empírica, alimenticia forma
de transacción habrá nacido sin duda la socorrida expresión de
"trabajar por tortas (o chauchas) y palitos". Bien pronto el
elenco se robustece con Agustín Magaldi, Azucena Maizani,
Mercedes Simone, Pepe Romeu —un español que sincronizaba sus
humoradas con ejecuciones pianísticas—, todos nombres nuevos que
buscan su lugar junto a los consagrados: Francisco Cañara,
Roberto Firpo, con su cantor Príncipe Azul. Mientras tanto,
por Splendid, otra flamante emisora, Enrique P. Maroni, coautor
de La Cumparsita, leía todas las mañanas —de cabo a rabo— el
ejemplar del matutino La Prensa. La competencia comienza a
hacerse dura: por LS6 Radio del Pueblo, apareció La Abuelita, un
personaje femenino que narraba cuentos infantiles, encarnado por
Pepita Clavelli de Bernotti, dueña de la emisora. Yankelevich se
apresura a contratar a Federico Mansilla para animar El
Abuelito. También opone las payadas del uruguayo Francisco
Mastandrea contra las excelencias que por Radio del Pueblo
emitía otro célebre payador: Antonio Caggiano. El legendario
don Jaime impone asimismo otra saludable modalidad: el pago de
los derechos de autor. Uno de los primeros beneficiarios fue el
charlista J. Martinelli Massa, quien obtuvo cinco pesos por cada
una de sus divagaciones verbales. Un día, el uruguayo Mastandrea
—contratado para hacer lo que en ese entonces se denominaba
"revistas musicales", modesto equivalente de los actuales shows—
somete a Yankelevich un denso mamotreto titulado La garra del
lobo, que podría irradiarse en forma episódica, durante cinco
días. A Yankelevich no le gustó la idea. Sin embargo, el
periodista Andrés González Pulido consiguió convencerlo. Bien
pronto, tensos y lacrimógenos dramones ensangrentarían
irremediablemente los predios imaginarios de la pampa: había
nacido el radioteatro y su máximo boom, Chispazos de tradición.
SI LOS PASTOS CONVERSARAN... "Miré. Por aquel entonces yo
no podía caminar por la calle. Las mismas bataholas que origina
hoy la presencia de Palito Ortega o Sandro las causaba yo entre
mis admiradoras", memoró ante SIETE DIAS Domingo Conte (63, dos
hijos) galán "bueno" de Chispazos de tradición el más
persistente éxito de la radiofonía argentina. Semejante adhesión
la obtuvo desde que debutó en El matrero de la luz animando a un
gaucho bueno, justiciero, que robaba a los ricos para favorecer
a los pobres. "Desde entonces, González Pulido siempre me
mantuvo en papeles de bueno. En cambio, el pobre Rafael Díaz
Gallardo, que siempre hacía de traidor, no ganaba para sustos.
Una vez las mujeres lo esperaron a la salida de la radio y lo
pincharon con alfileres. Otra oportunidad, en el Fénix de
Flores, le tiraron un ladrillazo. La gente se identificaba",
razona Conte. El ciclo, que se emitió desde 1929 hasta 1938
—interrumpiéndose por la muerte de González Pulido—, no sólo
inquietaba la seráfica, suburbana paz de las señoras que dejaban
chamuscar las vituallas. También alteró la británica flema de
los propietarios de Harrod's y Gath & Chaves, quienes observaron
que, desde la media tarde, disminuía ostensiblemente la
clientela femenina. Tras una investigación de mercado —quizás
una de las primeras en el país— se dedujo que la culpa la tenían
los contratiempos erótico-sentimentales lucubrados por González
Pulido. Para conjurar la peligrosa disminución de las lentas,
los tenderos colocaron altavoces que permitían a la clientela
seguir su novela favorita. Este primer boom radiofónico
—auspiciado por los cigarrillos Condal y propalado diariamente
entre las 18.30 y 19.30 horas —no fue un gran negocio para los
avisadores: por ese entonces las mujeres no fumaban. Pero el
predicamento popular que gozaba el elenco de Chispazos se puso
en evidencia muchas veces: cuando las inundaciones de Sampacho,
tras un pedido de González Pulido, los oyentes hicieron llover
muestras de su solidaridad: ropas, yuntas de pollos, bolsas de
dinero. "Mi mujer era una sacrificada —se conduele Conte—. Tenía
que contemplar a mis admiradoras que me llenaban la camisa de
rouge, me daban citas o me invitaban a comer." A menudo, el
fervor bordeaba la mística: "Cierta vez escribí una novela
llamada Una cruz en el sendero. Entonces hice una crucecita que
se bendijo y eran tantos los oyentes que la pedían que había un
equipo de seis personas para atender los reclamos", evoca el ex
galán. A idéntica feligresía destinaron sus cuartillas una
legión de autores que siguieron las huellas de González Pulido:
Arsenio Mármol, Suárez Corbo, Ismael Aguilar, remotos
antecesores de los sempiternos Abel Santa Cruz y Nené Cascallar,
ganados hoy por la televisión. Sin embargo, nombres como los de
Laura Favio, Ana Rivas, Dora Cortés Culino, Luis Gallo Paz
alimentan aún en la actualidad los más importantes radioteatros
(Ponds, Palmolive, Odol, Cinelux, Eslabón de Lujo), los cuales
ejercen un verdadero imperialismo de la lágrima: Uruguay,
México, Puerto Rico y Paraguay son algunos de los once países a
los que llegan las cintas grabadas en los Estudios San Martín,
al 400 de la calle Tucumán. La empinada tecnología que
ostentan las modernas grabaciones tornan risibles los
desesperados intentos con que antaño se procuraba infundir
realismo: un fuentón con agua convenientemente agitada ilustraba
el épico cruce de un arroyo. Una ventana rota se lograba
haciendo tintinear un montón de vidrios sobre un tacho de lavar
ropa. "Los libretos, por ese entonces, carecían de marcaciones
para el sonidista. Simplemente decían entra o mutis", confió a
SIETE DIAS el sonidista Luis Alberto Cacho Catalán (44, dos
hijos) cuyo padre Nicolás., fallecido un año atrás, fue el
iniciador de este insólito, apasionante métier. Hacia 1937,
Catalán padre, al perder su empleo de traspunte en la compañía
teatral de Pablo Podestá, acudió a Radío El Mundo a otear nuevas
posibilidades. "Ildefonso Rodríguez, director de teatro de la
emisora, para darle una mano, le dijo: «Nosotros vamos a hacer
novelas por la radio y vos vas a tener que hacer algunos
ruiditos» ", memoró su hijo. Desde entonces Catalán ideó toda
suerte de efectos sonoros: tirando latitas contra una pared se
obtenía el ruido de vidrios rotos; el viento ululaba a través de
un cilindro metálico, cubierto de aletas y revestido de alambre
tejido, que rozaba dos lonas de distinto espesor. Con sal gruesa
y un par de sordinas de trompeta se reproducían los pasos sobre
el pedregullo. Dos sopapas en papel mojado mimetizaban una
caminata por un chirle lodazal. Semejante empirismo no fue
superado, sin embargo, por los modernos discos de sonido: "El
buen técnico —conjetura Catalán— tiene que vivir la situación
que marca el autor. Si, por ejemplo, el protagonista está
nervioso, abre la puerta de una determinada manera. Si no tiene
apuro, de otra." Claro que a menudo los entusiasmos del
sonidista conspiran contra la verosimilitud de la situación. Una
vez —recuerda Catalán (h.)— un oyente llamó a la radio para
protestar: "Oigan, se equivocaron de ruido. Hicieron desfilar a
un batallón completo cuando en realidad sólo se trataba de una
patrulla". La honda vocación autoral por ensangrentar la
bucólica paz gauchesca se mantuvo inalterable por espacio de una
década. Hacia 1936, El Mundo propala su primer radioteatro:
Fuegos Artificiales, dirigido por Pablo Raccioppi (63, cuatro
hijos, seis nietos). "Era un melodrama que describía las
andanzas de un estanciero malo, de esos que tienen cementerio
propio. Yo hacía de malo. Recibía cartas donde me pedían que me
regenerara, acompañadas de estampitas y medallitas. Cierta vez
tuve que huir, disfrazado, de un festival organizado por los
bomberos voluntarios de Echenagucía porque había una barra que
quería pegarme", desempolvó Raccioppi. Por el mismo tiempo
debuta también como autor el incesante Juan Carlos Chiappe (56),
redactor de más de 150 títulos radioteatrales que constituyen
por sí mismos toda una historia del género. Desde la honda
sugestión folklórica de Como la flor del cardo o Nido deshecho
hasta la edípica de Madre... ¡Bendita seas!, la musa de Chiappe,
ávida también de hemoglobina, no desechó las diversas
combinaciones de la sangre: Sangre en las manos, Una rosa de
sangre sobre la arena y hasta la hidrográfica Sangre en el río,
constituyeron en su tiempo cruentos y persistentes éxitos que
sólo cedieron su puesto antes las numerosas variantes del tema
de la licantropía: El lobo del pajonal, El gaucho y el lobizón,
El lobizón, una veta canina que comienza a apagarse frente a
dramas más urbanos: Por las calles de Pompeya llora el tango y
la Mireya, Carne de presidio o Tren de las ocho. Canillita,
obrero gráfico, cuidacoches, repartidor, corredor, cantante,
Chiappe sostiene que la vida le suministró sus mejores
argumentos: "Mi éxito reside en la fuerza con que escribo y tal
vez en su autenticidad. Yo soy el primero en creer lo que
escribo. Aunque las cosas que más me gustaron casi nunca fueron
éxito, como Una galleguita de mi corazón y La llamaban
Galleguita", confiesa el prolífico autor, entusiasta partidario
del happy end, ya que, según explica, "la vida, con todo lo
tremenda que es, es una aventura feliz". Esa divertida
variante de la vida fue explotada, en la prehistoria radial, por
agrupaciones tales como El trío Gadeón, Los bohemios o
Buono-Striano. Pero recién en 1941 cobra cuerpo —bajo la
dirección de Máximo Aguirre— el primer boom humorístico: La
cruzada del buen humor, propalada los domingos al mediodía por
Belgrano. En 1948, algunos actores segregados de La Cruzada
forman Los cinco grandes del buen humor. La troupe, integrada
por Jorge Luz, Zelmar Gueñol, Rafael Pato Carret, Guillermo Rico
y el finado Juan Carlos Cambón, creó personajes memorables: Don
Tacañazo, animado por Carret, la Leocadia de Jorge Luz y las
eximias imitaciones de López Lagar, a cargo de Gueñol:
"Cultivábamos las sátiras de todo tipo, excepción hecha de las
políticas. Una vez dijimos «Toca el piano Pierino Gambas Torta"
y nos suspendieron por quince días", evocó ante SIETE DIAS
Rafael Carret. No es el único que soslaya al humor político.
Miguel Coronatto Paz, un ex periodista que según sus propias
declaraciones "condenó a la audiencia a escucharlo a través de
los libretos de Felipe, Pinocho y Pepe Arias, irradiados a la
misma hora", advierte que "el humor político parcializa a la
audiencia. Si uno se la toma con los socialistas, mañana hay que
agarrársela con los radicales. Siempre se está en la cuerda
floja". Sin embargo, Coronatto se detiene con morosidad en lo
que tal vez fue uno de sus mayores hits, a punto tal que
retornaría en breve por El Mundo: El Relámpago, programa que
tuvo sus antecedentes, también libreteados por Coronatto, en Max
el reporter sensacional y Olavino, el repórter. "Yo era el jefe
de redacción. Enrique Santos Discépolo tenía una orquesta típica
y de cuando en cuando morcilleaba el libreto. Trabajaron Pedro
Quartucci, Tincho Zabala, Héctor Pascuali y Angel Valle, que
interpretaba a Sofanor, un personaje que le gustaba mucho a
Wimpi", memora Coronatto, quien refiere que uno de los que más
celebraba sus ocurrencias era el locutor del programa: Jorge
Cacho Fontana, para quien en la actualidad crea 60 chistes
diarios irradiados en el Fontana Show, por Rivadavia.
LOS
DOMINIOS DEL FURCIO No sólo los novelones y las boutades
escribieron la historia de la radio: gran parte de esa
descomunal audiencia, ávida de héroes míticos que la sustrajera
de una rutina gris, mostró también su adhesión hacia las voces
anónimas, sin cara, que se metían en las casas como un familiar
más. Así, el mundillo de los locutores —o speakers, como se
decía antiguamente— anota legendarios nombres como los de Julio
César Barton, Guillermo Caram, Jaime Font Saravia, Ivan Casadó,
Darío Castel, Julio Gallino Rivera, Juan Carlos Thorry, entre
muchos otros. En la actualidad, según testimonio de Vicente
Chumilla (43, dos hijas, presidente de la Sociedad Argentina de
Locutores), existen alrededor de 4 mi) profesionales del
micrófono, aunque sólo 2.500 están en actividad. Todos, sin
excepción, reconocen a un enemigo común: el furrio, como se
denominan en la Argentina los errores o equivocaciones verbales,
y que van desde la mera trasposición —como aquel que dijo
Quirlos Cantos en Jugar de Carlos Quinto— hasta disparates tales
como anunciar que "Con motivo de su fallecimiento será agasajado
Fulano de Tal". Sin embargo, no sólo de furcios se alimenta
el anecdotario de los locutores. Por lo general el oyente se
hace una idea antojadiza del físico o las costumbres de
determinados speakers, no siempre coincidentes con la realidad.
Así la locutora Nora Perlé (32, casada con el locutor Anselmo
Marini, dos hijas) ensaya por las noches sugestivas modulaciones
vocales sexy que soliviantan a una profusa audiencia masculina.
"En una reunión —evoca la Perlé— a la que fui con mi esposo y
las nenas, me puse a charlar con un matrimonio. De pronto, el
señor le dice a su esposa: ¿Te acordás de la voz de esa locutora
que escucho todas las noches? A lo que su mujer, furibunda,
repreguntó: ¿Cuál? ¿La de esa degenerada?". Tan rico como el de
la Perlé es el anecdotario de Nucha Amengual (ver número 171).
Si es cierto el lugar común que afirma que los extremos se
tocan, la moderna radiofonía no parece tampoco desmentirlo: la
abundante, desmesurada programación a base de discos rememora
aquellas horas liminares en que las musicales modulaciones de
Parsifal inauguraban —cincuenta, años atrás,— una aventura sin
precedentes. Algunos, como el sonidista Catalán, confirman esa
modalidad: "Lo de ahora no es radio. Es simplemente un
tocadiscos", definió, no sin antes interrogarse: "¿Cómo es
posible que actualmente las radios den pérdidas, si hubo épocas
en que algunas emisoras, como El Mundo, arrojaron superávit de
200 millones de pesos, pagó puntualmente a su personal, compró
equipos y aun le sobró dinero para construir edificios para sus
filiales del interior?". Algunos, como el mismo Catalán,
atribuyen el fenómeno a "una nefasta política oficial, sobre
todo la desarrollada por Federico Frischknecht". Otros, más
sutiles, como el autor y periodista Manuel Ferradás Campos (55,
dos hijos, director de Antena) si bien aceptan el boom de la
radiofonía ("Un fenómeno universal, que en los Estados Unidos
fue bautizado como Nueva Dimensión de la radio") no dejan de
advertir una tenue pero importante fisura en el nuevo
renacimiento: "Atención —alertó Ferradás—. A la radio se la oye
pero no se la escucha". Sin embargo, un inequívoco renacimiento
se anuncia en la creciente calidad de la programación y en el
nivel de exigencia que trepa por libretos y puestas en el aire.
Pero esta Segunda Era de Oro de los años 70 recién será historia
dentro de 50 años.
SUSINI: EL PADRE DE LA CRIATURA El
hombre que realizó la primera trasmisión radial pública de la
Argentina y del mundo posee un nutrido, insólito curriculum. Se
llama Enrique Telémaco Susini, tiene 79 años y está casado desde
hace 16 con la soprano Alicia Ardel. Médico, ganó el premio
nacional a la producción científica con un libro sobre el
diagnóstico del cáncer. Sin embargo, fue también pescador de
tiburones en Mar del Plata, regisseur general en el teatro de
Roma y la Scala de Milán, crítico musical en el diario La Época,
corresponsal de guerra de La Nación (durante la guerra española
fue el primero en entrar en Madrid, conduciendo el coche Nº 1),
cineasta, fundador de la empresa Lumiton, explotador de
asfaltita en Chos-Malal, comediógrafo, primer director de Canal
7 de televisión, director de cine (dirigió a Vittorio De Sica,
por ese entonces cantante, en Finisce sempre cosí) y actual
presidente de la compañía de teléfonos de Pinamar, por él
fundada. Semejante background biográfico consumió una de las
dos horas durante las cuales SIETE DIAS orientó el hilo de sus
recuerdos vinculados a la prehistoria de la radiofonía
argentina, epopeya que según el memorioso Susini es "una
creación argentina". Exhibiendo la Enciclopedia Británica,
precisó; "Los norteamericanos salieron al aire en el mismo año
de 1920, pero tres meses después que nosotros, el 2 de
noviembre. Además, fueron tentativas esporádicas, sin
continuidad. En cambio, Radio Argentina sigue funcionando sin
interrupción desde el primer día". Las válvulas del primer
trasmisor tienen una curiosa historia: "Como acá no había
elementos, yo quise comprarlos en Alemania. Pero los aliados no
permitían la venta de objetos de interés bélico. Por fin pude
comprar algunas del ejército francés y las pasé ocultas en las
mangas del saco", recordó, no sin añorar los tiempos en que el
éter estaba absolutamente vacío: "La trasmisión de Parsifal fue
escuchada en Santos, Brasil, por un barco francés. No era un
mérito nuestro: ocurre que entonces el espacio era absolutamente
silencioso". Aún hoy se solaza de no haber aceptado la
propaganda: "Un día, al acabar de cantar Beniamino Gigli en el
Colón, un señor de la comisión del teatro me dice: «Usted tiene
una fortuna en sus manos. Cortan acá y dicen: Este señor canta
así porque come con aceite Tal o Cual o cualquier cosa por el
estilo». Yo le respondí: «Mire. Usted se equivoca. Los señores
que me acompañan son médicos o futuros médicos. Yo soy hombre
que tengo un premio de tesis y un premio nacional a la
producción científica y no nos pasamos acá el día entero para
hacer avisos sino porque creemos que la radio es fundamental
para la cultura del país»". Paradójicamente, ese mismo año de
1923 una emisora inauguraba los avisos comerciales: se llamaba,
precisamente, Radio Cultura.
EL PRIMER DISC-JOCKEY En
1942 el español Manuel Rodríguez Iglesias se encargaba de la
programación matinal de Radio Belgrano. Los domingos por la
mañana salía al aire un programa en vivo, animado por
primerísimas figuras: Libertad Lamarque, René Cóspito, Mercedes
Simone, Ignacio Corsini. Sin embargo, con frecuencia la
trasnochada les impedía llegar a la radio a las nueve, y era
usual que alguno de ellos faltara. Para cubrir los baches, el
programador llevó algunos discos de su casa, por cuanto la radio
carecía de discoteca propia. Luego de pasar los discos, el
programador tuvo que buscar, a toda velocidad, un nombre para el
programa. Angustiado, miró una de las etiquetas del disco y
leyó: Música en el aire. Era el nombre de una comedia de
Broadway a la que pertenecía el tema escuchado: La canción eres
tú. Desde entonces, Rodríguez Iglesias (55, dos hijas), más
conocido como Rodríguez Luque, devino, por imperio de las
circunstancias, en el primer disc-jockey organizado, un oficio
que robusteció, a partir de 1946, cuando Radio Mitre comenzó a
propalar Música en el aire. Ante SIETE DIAS, Rodríguez Luque
se jactó de haber anudado más matrimonios —mieles musicales
mediante— que el Vaticano: "Por eso yo me detuve en el año 1960.
Mis discos abarcan las generaciones que desde 1946 hasta 1960
vivieron sus mejores años: los tiempos de estudiantes, de
novios. Desde que con González Acosta —el productor— comenzamos
el espacio de Bing Crosby a las diez de la noche (When the blue
of the night meets the gold of the day, sonaban los primeros
compases), todas las novedades discográficas transitaron por mi
programa: Sinatra, Nat Cole, Perry Como, Eddie Fisher, Dinah
Shore, Gay Mitchell", enumeró Rodríguez Luque, quien siempre
evitó ser fotografiado: "Sólo importaba mi voz, mí música. Al
verme tal cual soy, seguramente conformaría al 50 por ciento.
Pero la otra mitad se desilusionaría". Esa ingenua dosis efe
misterio le hace preferir la radio a la televisión: "En
Chispazos la gente se preguntaba cómo habrían hecho para entrar
el caballo en el estudio. En televisión el caballo perdería la
gracia del sonido", intuye. Rodríguez Luque —que alcanzó a
dominar el mercado radial con nueve horas diarias de trasmisión—
se autodefine como un "discómano fanático que trasmitía al
público su gusto personal". Supone que la insistente re petición
no basta para consagrar un hit: "Si el tema no gusta no se va a
vender", pontifica R. L., cuyo primer sueldo en la radio
ascendió a 60 pesos. "Como disc-jockey a veces ganaba 6 mil,
otras perdía 5 mil. Las compañías me pagaban una suma irrisoria
—5 mil pesos— que me ayudaban a solventar los gastos de
locutores. Mi vía crucis comenzó al hacerme empresario", se
lamentó. Fino cultor de la paradoja, cuando se le preguntó
cuáles eran los mejores disc-jockeys, respondió: "Mejores que yo
son todos. Iguales a mí, ninguno".
LA SEÑORITA 113
Todo el mundo la conoce o por lo menos la oyó, en sus incesantes
letanías horarias. "La señorita 113" —o "la señorita 81", como
se la llamaba antes—, a la que muchos provincianos desprevenidos
no dejaron de agradecer la gentileza de la información horaria,
se llama Tita Armengol, es soltera y tiene 60 años. Es, además,
la primera mujer argentina que desempeñó el oficio de locutora
radial. Desde un día de 1926 en que debutó en Radio Prieto —por
ese entonces adosada a Radio Argentina, en Castro Barros 1185—
no cesó de intimar con el micrófono hasta hoy, ya que se
desempeña como jefa de locutores en Radio Argentina. "Los avisos
eran una novedad, y mucho más dichos por una mujer. Así como hoy
el público exige la repetición de determinadas piezas musicales,
antes solían llamar a la radio pidiendo la reiteración de
avisos", confió a SIETE DIAS la Armengol, quien mantuvo la
exclusividad de la locución femenina hasta que, en 1931, Jaime
Yankelevich incorporó a Elena Dotti a la entonces Radio
Nacional. A pedido, Tita Armengol desempolvó uno de sus más
detonantes furcios: "Yo tenía que recitar unos versitos muy
breves de hojas de afeitar Sarita y de rhum Negrita, que se
repetían a lo largo de todo el día. En un momento, muy suelta de
cuerpo, dije: «Si ha de acudir a una cita, aféitese con rhum
Negrita». Prieto, el dueño de la radio, me llamó y manifestó que
iba a poner en práctica conmigo el insólito método de afeitar".
Nostálgica por la perdida familiaridad de la radio ("Al público
asistente se lo convidaba con café en invierno y refrescos en
verano"), se emociona al recordar la carta que le enviaron los
tripulantes de un buque brasileño, conmovidos en su marinera
soledad por la puntual voz de una mujer que les llegaba desde
Radio Prieto. Más puntual aún fue la compleja tarea de grabar la
hora oficial, en dos oportunidades: la primera en 1936, se
realizó en los estudios Lumiton, de Martínez, e incluía la
frase: "Al tercer top serán exactamente...". En fa segunda
versión, realizada en 1938, se suprimió la frase, aunque la
Armengol se llevó sus buenos sofocones: "Los minutos había que
decirlos muy velozmente, porque si no no entraban en el
cronometraje posterior. No es lo mismo decir un minuto que 59
minutos. Aunque fue ensayado muchas veces, la grabación total
demandó unos 20 minutos", recuerda Tita. De todos modos, cuando
la hora oficial decretó la suprema popularidad de su voz, Tita
Armengol ya no necesitaba hacerse conocer: ya gozaba
—precursora— del mayor premio, el del liderazgo en el rating.
DOMINGUEZ: EL DECANO DE LOS LOCUTORES Nació en Uruguay,
hace 70 años, y llegó a Buenos Aires con el fin de estudiar
medicina. Pero desde hace 48 años se desempeña como locutor: "Me
inicié en enero de 1923, en Radio Cultura, que fue la primera
que funcionó como broadcasting, es decir, como emisora
comercial. Teníamos avisos de los automóviles Packard, de las
medias Manón y de El Trust Joyero, que daba la hora oficial.
Nuestra forma de anunciarla consistía en golpear una sartén que
teníamos colgada en la pared con un seco golpe de martillo",
evocó Federico Domínguez, quien recuerda haber presentado a
Libertad Lamarque en sus comienzos, al debutar por Splendid
(cuando la emisora funcionaba en los altos del cine del mismo
nombre, en Santa Fe casi Callao). También recuerda haber
presentado a la célebre soprano Ninón Valen y le "parece ayer"
cuando el ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón, acudía a la
radio para que le leyese útiles consejos para los agricultores.
No todos acudían a la radio con fines tan nobles: Había casos de
gente que iban a pedir que le mandaran saludos a algún pariente
o amigo en tránsito para Europa. Más tarde, Correos y
Telecomunicaciones prohibió estas efusividades radiales porque
constituían una competencia desleal", memora Domínguez, quien se
ufana de haber cobrado sueldos de 350 y 450 pesos que "hubiesen
despertado la envidia de muchos gerentes". Admite también que
el temor al micrófono suele estragar los ánimos más pintados:
"Recuerdo que Alfredo Palacios, un hombre acostumbrado a la
oratoria de barricadas y a la cercanía del público, cuando
hablaba por radio hacía salir a todos del estudio y hasta hacía
tapar con diarios la vidriera que separa la sala de la cabina de
control". Entre sus trasmisiones memorables, Domínguez recuerda
la pelea de Firpo, los actos del Congreso Eucarístico y la
inauguración de la línea de subterráneos Constitución-Retiro,
evento presidido por el entonces primer mandatario Agustín P.
Justo. Tras su debut en Radio Cultura, tuvo un fugaz paso de
20 días por Belgrano. Una diferencia con Jaime Yankelevich (le
negó 200 pesos para pagar la pensión) motivó una airada retirada
de Domínguez, quien recaló en Splendid, donde permaneció por
espacio de 20 años. Todavía hoy es posible escucharlo, garboso y
juvenil, por la onda de Radio Continental, entre las 5.30 y
7.30, en tandas comerciales y en un espacio de caza y pesca.
Revista Siete Días Ilustrados 31.08.1970
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