Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


REPORTAJE AL MAS APLAUDIDO DE LOS COMICOS DEL VARIETE PORTEÑO
ALFREDO BARBIERI PRESENTA A SU MINELLI
Revista Siete Días Ilustrados
27.02.1975

Carmen tiene 25 años y cosechó los primeros aplausos parodiando al personaje central del film Cabaret. Papá Alfredo, en un encuentro con Siete Días, habló del debut artístico de su hija y rememoró, en una prolongada charla, detalles de su exitosa, impecable trayectoria. Anécdotas. El día que el público deliró.

Acaba de izarse el telón en el Teatro Cómico. Simultáneamente estallan los aplausos y risas del público. Las bailarinas y vedettes, enfundadas —es un decir— en costosas plumas y rodeadas de suntuosos decorados, lucen sonrientes todo su esplendor. Detrás del escenario la fastuosidad decae, las escaleras están desvencijadas, las mujeres semidesnudas que deambulan por los pasillos pierden el encanto que le dan las luces y los operarios se mueven febrilmente. Todo trasunta el nerviosismo que siempre provocan los últimos detalles. En medio de semejante despliegue colectivo se mezclan los camarines de los actores más o menos famosos. Son especies de bretes individuales, apacibles, donde no pocos pasan la mayor parte de su vida. Uno de ellos, con abundantes arrugas en su empapelado casero, piso de flexiplast emparchado, improvisados percheros y un viejo lavatorio en un rincón pertenece al cómico Alfredo Barbieri (51), casado desde hace 25 años con Ana Caputo —una hermosa morocha de enormes ojos negros— y con una hija, Carmen, quien desde hace poco más de un mes actúa junto a su padre.
Un telegrama plastificado en el que se lee: "Te deseo muchos éxitos. Mamá", fechado dos años atrás; estampas de la madre María y del hermano Miguel; otras de Jesús de Nazareth; banderines del Club Huracán; una colcha estampada colocada con chinches a manera de cortina; el pelo negro teñido de Barbieri que no alcanza a disimular las canas en su nacimiento y su rostro serio, lánguido, rodean a la charla de un clima triste, melancólico, casi religioso. Presiden la escena una foto de Chaplin dedicada a su padre y otra del famoso payaso Garric. La canilla gotea sin intermitencias. A un costado, una instantánea de su padre con Gardel, rescatada de entre los restos calcinados del avión caído en Medellín. Mirándola, Barbieri desovilla con precisión el recuerdo de la tragedia aérea ocurrida en 1935: "Yo tenía 11 años cuando junto a mi hermana María Ester que me acompañaba leímos en la pizarra de la sucursal de La Prensa, ubicada en Caseros y Deán Funes, la noticia escrita con tiza de ese accidente. No quisimos creerlo. Pensamos que sería una nota más para promocionar la película 'El día que me quieras', que iba a estrenarse en esa fecha.
—Asombra la memoria que tiene para muchos datos.
—Es que ese día habría de marcarme para siempre. Mi padre era el guitarrista de Gardel y viajaba en ese avión. ..
—¿Tenían noticias de su padre?
—Unos días antes, Tito Lusiardo nos había traído regalos de papá: medias de nylon para mis hermanas, imaginate la novedad que eran para la época, y una bolsa con 100 bolitas de vidrio para mí. Cada vez que lo encuentro a Tito me pregunta lo mismo: Che, pibe, ¿todavía las conservás? De las 100 tengo 99. Nunca jugué con ellas. Mirá, si yo quisiera explotar los documentos y recuerdos que tengo de Gardel, Julio Jorge Nelson tendría que retirarse. ..
—Aparentemente es bastante melancólico.
—Es cierto, detrás de cada cómico hay un hombre triste y una vida trágica. Todos tenemos algo de Garric y de Chaplin.
—De todas maneras, hace 34 años que se mantiene en cartel. Debe ser uno de los pocos artistas que no han quedado ni una sola temporada sin trabajar.
—Es verdad, pero recién hace once años que comprendí el verdadero sentido de la vida.
—¿Por qué?
—Durante veinte años fui un borracho perdido. Pensaba que con el éxito alcanzaba.
—¿Y cómo cambió?
—Dejé de beber por mi público y por mi familia.
—Pero, antes también tenía a su público y a su familia.
—Sí, pero a mi mujer y a mi hija las hacía muy infelices. Cómo sería que mi esposa me echó tres veces de mi casa por borracho. Y si le cuento todo esto, que me resulta muy doloroso, es porque creo que este mensaje puede serles útil a los que viven experiencias semejantes. No hay dudas de que se puede dejar de beber. Ya hace once años que no pruebo ni una sola gota de alcohol.
—Perdone la insistencia; ¿qué le hizo tomar esa determinación?
—Todas las noches llegaba tarde a casa, porque después del teatro siempre me encontraba con un grupo de amigos. Y como yo era el que más ganaba, pagaba las copas y las comidas. Entonces, llegaba tarde a casa y sin plata. Y encima mi mal humor lo soportaba mi mujer.
—¿Cuándo terminó?
—Un día sentí que me moría. Me operaron de urgencia de la vesícula deshecha por el alcohol. Necesitaba sangre, y ninguno de mis amigos apareció. Por favor —suplica—, ponga el nombre: Ramón Basualdo, el portero de la casa de al lado fue el único que me la dio. Mi madre, mi mujer y mi hija fueron las que me acompañaron en semejante trance. Imagínate que todo eso me hizo revalorizar las cosas que tenía y en especial el amor de mi esposa.

YO SIEMPRE DABA LA CARA
Vive en un confortable departamento de la calle Junín con vista al cementerio de la Recoleta. Su dormitorio es inmenso, tanto que hizo voltear una pared para que tuviera unos siete metros de largo. El reportaje prosigue en el living, donde abundan los dorados. Lo acompaña su perro chihuahua, y tiene puesta la misma remera amarilla con rayas negras en las mangas del día anterior. Curiosamente, ha usado la misma prenda en anteriores, distantes, reportajes.
—¿Se pone siempre la misma remera? ¿Es por cábala, acaso?
—No, no —asegura, sin aventar las dudas, mientras corre a buscar por lo menos quince remeras de su placard—, Mire todas las que tengo. Es una casualidad, nada más.
—¿Es muy creyente?
—Sí, especialmente de Jesús de Nazareth. La Escuela Científica Basilio me ayudó mucho, sobre todo el hermano Lalo. Tita Merello también pertenece a esta escuela. Cuando a Eber Lobato, a quien le gusta mucho pintar, lo dejó su mujer, quedó sumido en un particular estado de desesperación. Varias veces le dije: "¿Por qué no lo pintás a Jesús de Nazareth? Te va a dar tranquilidad. Es ese cuadro que ve allí —señala uno que abarca la pared del comedor—. Lo pintó Eber."
—Ese Jesús tiene rasgos de Eber Lobato...
—Claro, todos los artistas ponen en sus obras mucho de sí mismos. También él entró a la Escuela Basilio, y desde entonces ha cambiado fundamentalmente su vida. Se ha vuelto a casar, con Sissí, una chica encantadora, tienen una hija, ha engordado, en fin, es otra persona. Varias veces quisieron comprarle el cuadro, pero nunca quiso venderlo y me !o regaló.
—¿Cómo empezó su carrera en el espectáculo?
—Hace más de 30 años, yo ya zapateaba americano. Éramos cinco hermanos, y las dos mayores, Adela y María. Ester, habían acompañado a dúo a Gardel en Silencio. Pero los principios fueron duros, sobre todo porque estábamos acostumbrados a la abundancia de mi padre, y a los seis meses de su muerte tuve que dejar el colegio y ponerme a trabajar. Empecé como ayudante en una carnicería, luego en una verdulería y después fui mensajero en el Correo. Al mismo tiempo tocaba la batería. Me gusta mucho el jazz y todavía mantengo el oído. Ya en el 38 zapateaba americano como Fred Astaire y hacía fonomímica, un género creado por Xavier Ferrer. Toqué en un conjunto de jazz con Washington Bertolín, luego con Barry Moral, Héctor Lomuto y esporádicamente con Oscar Alemán, un gran amigo mío.
—¿Cuándo le llegó el éxito?
—En el 47 actué en Mar del Plata con un suceso que se prolonga hasta el 49. El jueves 7 de enero de 1950 me caso. Mejor dicho, nos casamos con Ana, la "rubia del bazar", como le decían para diferenciarla de Ana de Boedo, la del tango. Bueno, con Pugliese Cariño después de trabajar un año en un café, nos cruzamos a una pizzería que estaba enfrente, un lugar desconocido hasta ese momento. Le hice poner manteles a las mesas, palilleros, flores, cortinas, tantos gastos que el dueño se agarraba la cabeza cada vez que venían las cuentas.
—¿Cómo les fue?
—Llenamos a matar durante casi tres años, aun en pleno invierno. Yo hacía fonomímica (la sigue haciendo en el Cómico con su hija). Aquél fue el famoso Café Madrid.
—¿Por qué dejaron de actuar allí?
—La que dejó fue la orquesta, con mucho dolor, porque Julio Armani se casa y se va tres meses de viaje. ¿Sabe qué hago entonces? Conozco a Carlos Garay, mi actual representante, y debuto en Sarmiento 777, en la famosa confitería Goyescas. Yo salía primero, y después venían Juan Arbizu, Lolita Torres, Olga Guillot, Manuel de Mozos, que recitaba en español, Curro Carmona. . . Imagínate, eran todos de primer cartel. Pero a los cinco días recibía tantos aplausos y vivas que nadie quería salir detrás mío. Entonces, Adrián Noel, el dueño, no tuvo más remedio que ponerme cerrando el espectáculo.
—¿Cuándo nació el cómico?
—Un día que faltó Federico, quien sigue anunciando desfiles de modas, salí a presentar el show. Como era la primera vez que hablaba en público me temblaba la voz y los espectadores se reían. En seguida me agencié de algunos chistes y desde entonces no me para nadie. Vienen el Tronío de Corrientes 567, el Tabarís, el Chantecler. También actuamos en el Casino, en una revista encabezada por Gloria Guzmán y José Piñeiro, con Pelele en un sketch.
—Usted tiene fama de improvisar bastante, ¿es cierto?
—Me gusta improvisar, pero hay que estar en vena para hacerlo. Claro que cuando salen bien nos divertimos mucho.
A partir de este momento es casi imposible hacerle alguna pregunta. No las contesta y sigue hablando con una increíble precisión: recuerdos, nombres, lugares y fechas pasan respetando un riguroso orden cronológico. Su actuación con Xavier Cugat y Abbe Lane, su debut cinematográfico en 'Mary tuvo la culpa', hasta el rol protagónico junto a Lolita Torres en 'El mucamo de la niña', como preámbulo a más de veinte películas. "Es que hacer reír es la peor de las artes. Requiere mucha concentración —justifica Barbieri a su prodigiosa memoria— y uno no puede olvidarse de nada. Además, hay que estar sin problemas. Mire, hace un año y siete meses, perdí a mi madre. El viernes 18 de julio a las 17 horas la dejé en el cementerio, y a las ocho de la noche me estaba maquillando. Era el mejor homenaje que podía hacerle, porque ella era mi principal admiradora. Es cierto —remata— aquello de que "el espectáculo debe continuar".

DE TAL PALO TAL ASTILLA
—¿Por qué nunca viajó al exterior? ¿No le hubiera gustado trabajar en Europa, por ejemplo?
—¿Para qué? He trabajado las 34 temporadas seguidas. Soy el único cómico que estuvo cinco años sin parar en el Maipo y a la semana debuté en El Nacional, donde estuve otros diez ininterrumpidos, siempre con Petit. Por eso, mientras el público no se canse de mí. . .
—Se susurraba que a usted lo mantenía unido a Petit un contrato leonino que él le habría hecho firmar hace mucho.
—Eso no es verdad. Mire, Sofovich me llamó para el Astros donde me ofrecía mucho más dinero. Casi le pedí permiso a Petit, a pesar de haber finalizado mi contrato con él, quien me aconsejó que aceptara porque no podía pagarme tanto. Pero me pidió que no firmara un contrato por más de dos años porque para ese entonces calculaba que podría pagarme mucho mejor.
—Ahora está otra vez con Petit...
—Mi destino y mi palabra valen más. Dejé buenos ofrecimientos para volver con él y he debutado con mi hija Carmen.
—Nunca se había dado en el teatro de revistas que una hija trabajara con su padre. ¿A usted le gusta que ella actúe?
—Con la madre preferíamos que siguiera una carrera más estable. Tanto es así que hemos hablado claramente con' ella. Este es un oficio duro y difícil para una mujer. Pero tiene condiciones y, ¿qué quiere?, lo lleva en la sangre.
—¿Le ha puesto alguna condición para trabajar?
—Que haga las cosas bien. Que estudie y se prepare mucho. Sólo conozco dos casos de mujeres que han persistido en el tiempo: Nélida Roca y Nélida Lobato. Pero hay que tener en cuenta que las dos son excepcionales. Con todo, Carmen cosecha grandes aplausos, especialmente cuando parodia a Liza Minelli.
—¿Por qué no han surgido cómicos nuevos?
—Debido a que el varieté exige mucho, y se lo cataloga como un género menor cuando no es así. Hay que saber hacer de todo: hablar, actuar, bailar, cantar, tocar algún instrumento y además renovarse constantemente. ¿Se lo imagina a Bebán o a Alcón en esto? No durarían ni un día. Se ha tratado de usar gente de la televisión, pero sin éxito. ¿De dónde ha salido eso? Juan José Camero, por ejemplo, llegó al cine porque salió lindo en una foto publicitaria. No, aquí es distinto, se requiere mucho esfuerzo.
—¿Recuerda algo gracioso que le haya ocurrido en tantos años, fuera de libreto?
—Siempre hay algo. Hace poco en el estreno de la revista a una bailarina se le rompió el corpiño pero fue una festejada avería menor. En un sketch donde un actor me peleaba desde la platea y terminábamos a las trompadas, una señora del público, desesperada, pobre, quería separarnos a toda costa. Pero, lo que difícilmente vaya a olvidarme fue cuando hacíamos de cazadores en la selva con Hilda Mayo. Ella se sacaba la casaca y el pantalón y quedaba con un soutien —en esa época, no se usaban los desnudos— y un pequeño short. Cuando empiezo a desprenderle la ropa, veo que se había olvidado de ponerse lo de abajo y estaba completamente desnuda. Entonces, para atraer las miradas hacia mí, empecé a correr como un loco, pensando que Hilda sentiría frío y se daría cuenta. Pero, atónita por las cosas que yo hacía y gritaba, se seguía bajando lentamente el pantalón. Yo no le podía decir nada por lo bajo porque en el Maipo, por su enorme acústica, en la platea oyen hasta los murmullos que se dicen en escena. Cuando se dio cuenta, se puso toda colorada y no pudo hablar ni moverse. No hubo más remedio que bajar el telón ante los aplausos delirantes del público. Imagínese, estaban enloquecidos. ..
—En su sketch con Pelele, las groserías las dice él.
—Siempre me caractericé por no decirlas. No creo que para ser cómico haya que recurrir a las palabrotas. Sin embargo aplauden más a quien más groserías dice.
—Se comenta que el ambiente de teatro se caracteriza por los celos y las envidias profesionales.
—Algunos tratan de hacerle sombra a otros. Firman contratos exigiendo que no haya rubias o morochas en el reparto, para destacarse. O eligen a los artistas con quienes quieren trabajar, o ponen imposibles... Yo no. Creo que si uno está seguro de sí mismo no necesita nada de esto.
—¿Qué hará en su vacaciones?
—¿Vacaciones? ¿Qué haría yo con vacaciones?
—No sé, descansar, irse a algún lado.
—Mire, si estoy mirando el reloj es para ver cuánto me falta para irme al teatro. Aunque fuera millonario o me ganara la lotería, no sabría qué hacer sin un escenario. Siempre firmé contrato por seis meses con opción a otros seis. Y eso porque el año sólo tiene doce.
Mónica Sánchez Cané
Fotos: Eduardo Comesaña

 

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Alfredo Barbieri
Alfredo Barbieri con su hija Carmen
Alfredo Barbieri
Alfredo Barbieri
Con Marcos Caplán y Fidel Pintos

 

 

Alfredo Barbieri
Alfredo Barbieri y Juan Verdaguer en el Maipo
Alfredo Barbieri
Con Amelita Vargas en "La mano que aprieta"
Alfredo Barbieri