Revista Primera Plana
11.12.1962 |
Cuando Federico Pinedo, después de la obra destructiva que
analizó PRIMERA PLANA en su edición del 27 de noviembre,
presentó su renuncia, se abrió una de las sucesiones más
difíciles que haya tenido que encarar el país en toda su
trayectoria. Toda una interpretación del proceso económico y
el impulso hacia un objetivo preciso (el desarrollo)
quedaban interrumpidos. Un puñado de medidas había bastado
para revertir el proceso y como en un juego escenográfico en
el que se cambian las luces, lo blanco pasó a ser negro y lo
bueno, malo. El equipamiento industrial, por ejemplo, que
desde el punto de vista del desarrollo (con el objetivo de
la estabilidad en segundo término) era deseable, se
transformó en indeseable desde el punto de vista de la
estabilidad (con el desarrollo en segundo término) porque
obligaba a contraer deudas. En la nueva interpretación
quedaba entendido que el país debía crecer sólo
vegetativamente.
Con los focos apuntando hacia los puntos más debilitados de
la coyuntura económica, la imagen fantasmagórica de un país
en crisis asustó a muchos y los sucesivos ofrecimientos de
Guido a posibles ministeriables para Economía, fueron
invariablemente rechazados. Sólo una persona que tuviera una
confianza ciega en sus propias fuerzas y un entusiasmo casi
irracional —se pensó— podría jugar la gran aventura. Esa
persona podría muy bien ser Álvaro Alsogaray.
El nombre de Alsogaray suscitaba, por partes iguales,
confianza y recelo. Pero, por sobre todas las cosas,
despertaba expectativa.
Alsogaray sabía que su misión era muy difícil y lo dijo en
un comunicado que exhumó la semana pasada a raíz de su
renuncia, en el cual se adelantaba a la muy probable
impopularidad que lo seguiría.
Siete meses después, los diferentes sectores de la vida
nacional que siguieron con atención su desempeño, se
preguntaban si Alsogaray había cumplido a satisfacción el
mandato recibido.
El peso de una deuda
El análisis comenzaba con la actitud adoptada con los
acreedores del exterior. Existía una casi absoluta
unanimidad en entender que, ante la imposibilidad manifiesta
del país de hacer frente a una deuda externa de fácilmente
500 millones de dólares (entre los sectores oficial y
privado) en el curso de 1962, debió haber procurado un
acuerdo inmediato con los acreedores para consolidarla a más
largo plazo.
En cambio, Alsogaray dejó la renegociación para una segunda
etapa. Comenzó por suscribir el compromiso ya preparado por
Pinedo y Klein con el Fondo Monetario Internacional, que
estipulaba una expansión máxima del crédito de 8.000
millones de pesos (5.000 para el sector oficial y 3.000 para
el privado). El mismo Alsogaray confesaba más tarde que
había firmado el acuerdo a pesar suyo, ya que no sabía de
dónde había salido aquella cifra, que no parecía referida a
ningún patrón de necesidades o conveniencias.
Por lo tanto, la firma del convenio "heredado" dejaba
implícita la necesidad de violarlo, y Alsogaray comenzó a
planear una expansión "disimulada" del crédito por un tota)
de alrededor de 20.000 millones de pesos con destino a la
industria en general, la azucarera, SOMISA, etc. El diario
La Prensa entró en posesión de esa noticia y rápidamente la
publicó encabezada por gruesos titulares, en su primera
plana. Los técnicos del F.M.I. se movilizaron y Alsogaray se
vio obligado a dar marcha atrás, suspendiendo incluso el
redescuento a las industrias, que estaba calculado en 6.000
millones de pesos, pero quedó congelado a la mitad de ese
monto. Las buenas relaciones personales de Alsogaray con Per
Jacobson (director del Fondo) no pudieron impedir ese
desenlace.
Al no haberse concretado rápidamente la refinanciación de la
deuda (la misión Peña fue tardía y sus resultados, magros),
los pagos al exterior comenzaron a pesar en forma decisiva
en el mercado cambiario, y el dólar, que se había
estabilizado transitoriamente al nivel de los 115-120 pesos,
volvió a subir. Por entonces, Alsogaray puso fecha cierta
para la estabilización del dólar: dijo que lo lograría para
el mes de setiembre al nivel de los 105 pesos. En setiembre
el dólar costó entre 125 y 130 pesos. En el ínterin había
fracasado el proyecto de conseguir un acuerdo
empresario-laboral-estatal y renunciaba su inspirador, el
doctor César Bunge.
Impuestos en vez de créditos
Entre tanto, la espiral deflacionaria iba en aumento y la
falta de créditos y capacidad de consumo frenaba la
producción engendrando desocupación y, con ello, nueva
reducción del poder adquisitivo de la población. Mientras
los sectores productivos del agro y la industria solicitaban
alguna clase de auxilio, sucesivas reformas tributarias se
acumulaban para satisfacer problemas de la Tesorería,
gravando en vez de estimular a los sectores dañados. La
industria se quedó sin créditos, sin mercado y con nuevas
cargas.
El agro, que había sido liberado de todo gravamen unos meses
antes, volvía a padecerlos con la aplicación de un impuesto
del 5 por ciento. Alsogaray explicó que era ínfimo en
relación con el nuevo nivel de ganancias que obtenía ese
sector, pero los entendidos dijeron que ninguna tasa es
ínfima en condiciones tan especiales, porque provoca un
efecto psicológico totalmente desalentador.
Lo malo fue que, pese a todos estos artificios, a los que se
sumaron el blanqueo de capitales (relativamente exitoso, ya
que proporcionó unos 10.000 millones de pesos) y la
suscripción del empréstito (relativamente desafortunada,
porque sólo se suscribió voluntariamente una de las tres
emisiones de 5.000 millones), el presupuesto no pudo
equilibrarse: el ejercicio fiscal cerrado el 31 de octubre
arrojó un déficit de tesorería de 55.000 millones de pesos.
Y los empleados públicos siguieron cobrando con atraso.
Evidentemente, lo que buscaba Alsogaray era, a través de una
carrera contra el tiempo, restablecer un clima de confianza
e invertir las tendencias de! capital internacional y
nacional expatriado, haciéndolo volver al país. Para esto
confiaba más en las medias palabras de los organismos
internacionales de crédito que en la eficacia de una serie
de medidas internas concertadas para detener la recesión o
para "planificar" una crisis que ya muchos consideraban
irreversible.
En este sentido, los mejores proyectos del ministro saliente
parecerían ser los que no llegaron a concretarse y que
fueron anunciados en la última semana; en particular, uno en
el que se sincronizaban medidas de tipo crediticio y fiscal
para auxiliar a empresas básicamente sanas, pero que
atraviesan por dificultades financieras.
El programa espontáneo
Independientemente de la personalidad del sucesor del Ing.
Alsogaray, PRIMERA PLANA investigó las expectativas de los
medios empresarios y extrajo de ellas la serie de medidas
que ese sector considera indispensable adoptar
inmediatamente. Fue curioso observar cómo estas
postulaciones coincidían, en la mayoría de los casos, con la
mayoría de los empleados, obreros y profesionales que
también fueron consultados.
En primer lugar, se reitera la necesidad de expandir los
medios de pago y el crédito, pero con criterio selectivo. Es
decir, comenzando por poner al día los pagos a la
administración pública y a los contratistas del Estado y
siguiendo por el redescuento de documentos depositados en
bancos por las industrias más productivas. Una mayoría
insiste en que esto debe hacerse aunque implique una
emisión. Otros entienden que debe evitarse correr el riesgo
de una nueva inflación y que hay que agotar las
posibilidades de la redistribución del crédito, sin recurrir
a la emisión.
En segundo lugar, se estima indispensable un sinceramiento
total con los acreedores del exterior. Hay que hacerles
entender con claridad que si no prorrogan los plazos no
habrá más remedio que declarar una moratoria, porque no se
pueden afrontar vencimientos de u$s 300 millones por año. Lo
más probable sería, entonces, que concedieran lo solicitado.
De lo contrario, se adoptaría sin vacilaciones el otro
término de la alternativa. El Fondo Monetario también debe
entender.
El régimen impositivo debe ser revisado rápidamente. Hay que
ensayar una maniobra audaz: rebajar las tasas, para que más
contribuyentes estén en condiciones de pagarlas. Y entonces
sí, ser rigurosos al máximo en las inspecciones. En otros
países esta práctica ha dado antes resultado. En el nuestro,
también: cuando se rebajó el impuesto a la transferencia de
inmuebles, los contribuyentes dejaron de evadir y la
recaudación aumentó levemente.
En materia de intercambio, también se considera necesario
actuar con audacia y desgravar totalmente las exportaciones,
o la producción de renglones exportables. De esta manera, en
el campo se volverá a trabajar con entusiasmo y al cabo de
una cosecha (medio año) se recogerán los frutos en la
agricultura; los de la ganadería vendrán más tarde, pero
serán igualmente bien recibidos. Las medidas de fomento a
las exportaciones no tradicionales deben mantenerse, ya que
en escasas semanas de aplicación del nuevo régimen
crediticio ya se hicieron solicitudes para operaciones
concertadas por más de dos millones de dólares. Las
importaciones deben ser restringidas al máximo, limitándolas
a lo estrictamente indispensable; en una segunda etapa habrá
que revisar la tarifa de avalúos para crear un nuevo
instrumento proteccionista, más flexible que el actual y que
posibilite el ingreso definitivo al GATT (Acuerdo
Internacional de Tarifas y Comercio).
Debe abrirse la cotización en Bolsa de los títulos del
Empréstito 9 de Julio. El título en sí no es malo y puede
encontrar una buena cotización. Si así no ocurre, el Estado
debe iniciar operaciones de rescate en mercado abierto para
sostener la cotización. Pero es inadmisible que los
certificados fraccionarios sigan circulando como medios de
pago sustitutos.
Hay que tomar alguna decisión urgente respecto del régimen
previsional. Si es preciso habrá que elevar en tres o
cuatro años los plazos para estar en condiciones de
jubilarse. Pero no es posible que la gente que está en
condiciones de hacerlo y que se ha visto obligada a dejar de
trabajar. no cobre lo que le corresponde. La reforma de
fondo vendrá después.
Finalmente, es preciso llegar a un entendimiento entre
empresarios y obreros que no contemple aumentos masivos de
salarios, porque éstos se trasladarían inmediatamente a los
precios. Es preciso detener la inflación de costos, porque
de lo contrario ella anulará los resultados que se obtengan
por otras vías. En este sentido hay que hacer un gran
esfuerzo de comprensión y condicionar los aumentos a la
mejora de la productividad, que no consiste básicamente en
trabajar más, sino en producir mejor.
Ir Arriba
|
|
|