Un día de la semana pasada, un redactor de Primera Plana
incursionó a sus anchas en la Casa de Gobierno de La Plata,
frente a la plaza San Martín; se internó por los Ministerios, al
caer la tarde, y descubrió una imprevista desolación. El titular
de Gobierno, Eduardo Esteves, caudillo de Avellaneda, estaba en
Bahía Blanca para patrocinar una asamblea de Intendentes; el
Subsecretario, Evaristo Iglesias (ojos y oídos del jefe de la
UCRP, Ricardo Balbín), se excusó por su ausencia. Del
Ministro de Acción Social, Alfredo Camarlinghi, nadie supo dar
noticias. El Gobernador, Anselmo Marini, estaba en la Capital
Federal (tres veces, durante la semana última, visitó la Casa
Rosada), y el Vicegobernador, Ricardo Lavalle, abandonó temprano
su despacho en la Legislatura, plaza de por medio, sin avenirse
a ser entrevistado. Un solitario vigilante se demoraba en los
pasillos, somnoliento. En la calle, la gente que salía del
trabajo se esforzaba por atrapar algún tranvía (a mediados de
abril el transporte automotor se declaró en huelga). La idea de
sorprender a los radicales trajinando algún plan exitoso y en su
propia salsa, de perforar los secretos de una imaginativa
alquimia electoral, fue excesiva, vana. Ni planes ni alquimia;
las ausencias o las negativas no respondían a la necesidad de
ocultar maniobras confidenciales, sino a la absoluta carencia de
ellas. Sin embargo, el peso de los comicios parciales de 1967
recae sobre la provincia de Buenos Aires: de ellos depende el
futuro político de Arturo Umberto Illia y de su partido, la
Unión Cívica Radical del Pueblo. Nadie lo hubiera dicho en la
calma platense, la misma que hace cuatro décadas cantó Panchito
López Merino, antes de suicidarse. De todos modos, las
grandes estrategias para pasar el examen de 1967 no se trazarán
—si se trazan— en La Plata ni serán diagramadas por Marini, un
político poco brillante. Hay dos candidatos para tan compleja,
desoladora tarea: el Presidente de la República y su más
reciente adversario, Balbín. Es natural que de los dos triunfe
Illia. Pero nunca quizá como la semana pasada el régimen de
Illia brindó la imagen de un gobierno acorralado, sumido en el
naufragio, dispuesto a aceptar cualquier veredicto por más
violento que fuera. Los días previos al escuálido mensaje con
que Illia inauguró el 97º Congreso Nacional, rebosaron de
curiosidad: Arturo Mor Roig buscaba los votos necesarios para
reformar la Constitución y prorrogar los mandatos hasta 1969;
Horacio Thedy promovía esa salida, y hasta se adjudicaba la
paternidad, entre altos dirigentes políticos; las Fuerzas
Armadas —un sector de ellas, al menos— se lanzaban a fortalecer
las debilidades del gobierno; el éxito del pacto mendocino
parecía la panacea universal; el cambio de gabinete se daba por
descontado, y con él, medio año de tregua. Bastó conocer el
escrutinio de Mendoza y escuchar el mensaje de hora y cuarto del
Presidente ante las Cámaras, para que todo el frágil andamiaje
construido por los amigos y funcionarios del gobierno se
derrumbara estrepitosamente y se intensificara la ola de rumores
alarmistas. El 1º de mayo, ante la Asamblea Legislativa, el
Primer Magistrado descargó un difuso llamado a la unidad de los
partidos antiperonistas y una difusa amenaza a los 4 millones de
votantes peronistas. "No esperábamos mucho. Pero dijo mucho
menos de lo que esperábamos", resumió un general antigolpista,
el lunes 2 a la tarde. Al extinguirse el viernes 6, el
Presidente no había comenzado a instrumentar los pasos
siguientes a su exhortación coalicionista, tal vez porque ningún
partido la recogió, tal vez porque él la deslizó con la
suficiente inconsistencia como para que pasara inadvertida. El
doctor Illia ha dado pruebas —y la UCRP también— de su orgulloso
aislamiento. El discurso del 1º tuvo un efecto más íntimo:
acrecentar el envión rupturista que mueve al partido en contra
del gobierno. Balbín no concurrió al Congreso, el de mayo;
aunque luego envió una disculpa al doctor Illia, esa ausencia
fue un claro desafío y una muestra de enojo y disgusto. Las
relaciones entre Illia y Balbín, jamás calurosas, se enfriaron,
en los últimos meses, a una velocidad insospechada. "Quiero que
Arturo se dé cuenta de que no estamos bromeando", habría
comentado Balbín a uno de sus hombres de extrema confianza, en
la mañana del 1º. A Illia también lo irritó ese gesto: los
militares le piden que rompa con Balbín y el partido, pero se
trata de un paso nada sentimental, una medida extrema que el
Presidente no tomará de la noche a la mañana. Un índice de
cómo los tirantes vínculos entre partido y gobierno
trascendieron al dominio público lo proporciona la declaración
emitida por el Comité Nacional, que dirige Balbín, el miércoles;
sin embargo, hasta ese documento resultó anodino y poco
comprometido, pese a sus ditirambos para el Poder Ejecutivo. El
jueves, después de una entrevista con el Ministro del Interior
(heraldo de Illia), en la cual volvió a desgranar su rosario de
protestas, Balbín debió tender un manto piadoso: expresó a los
periodistas que no se contemplaban reformas ministeriales y que
eran profundas las coincidencias entre la UCRP y el gobierno. A
Juan S. Palmero no le contó la misma fábula: volvió a insistir
en la necesidad de aliarse con otros partidos y simbolizar el
acuerdo en un nuevo gabinete, o de reformar la Constitución o
incluso proscribir al peronismo dando como argumento la presión
de las FF. AA. Pero la entrevista Palmero-Balbín se producía
cuando ya el gobierno había perdido confianza en aquellos planes
y comenzaba a pensar en una nueva salida (tampoco sencilla):
intervenir la provincia de Buenos Aires, iniciativa cuya
inspiración se adjudicó al Vicepresidente Carlos Perette en
julio de 1965 (ver Primera Plana, Nº139). Funcionarios
vinculados con las esferas de gobierno han sondeado a jefes
militares sobre la eventualidad de una intervención a Buenos
Aires; por lo que se sabe, no hubo una respuesta francamente
positiva. Los jefes militares temen que una medida así equivalga
a lo que denominan "proscripción grosera". De todos modos, quedó
la puerta abierta para futuras discusiones que puedan favorecer
la imagen del plan.
Bajo la tormenta La UCRP
bonaerense, en cambio, declara su confianza en el candidato a
Gobernador, Raúl Alfonsín (abogado, 39 años, casado, 6 hijos,
católico militante), quien no suscita oposiciones en los núcleos
internos del partido. Se lo presenta, con rebuscada analogía,
como "el Kennedy argentino", y sus a láteres afirman que el 12
de marzo, cuando cumpla 40 años, "le regalarán" la provincia: el
optimismo de los radicales sigue siendo proverbial. Más aún:
como Alfonsín cursó el ciclo secundario en el Liceo Militar,
muchos dirigentes confían en que las amistades trabadas entonces
le servirán de respaldo en las elecciones de 1967. La UCRP
sostiene que no fomentará la opción (y hasta hoy, públicamente,
no lo hizo), aunque entiende que la opción estallará sola. Los
votos de los partidos antiperonistas suman 1.200.000, si bien
desde 1955 esas agrupaciones nunca lograron reunirse en un
frente sólido. Los radicales piensan que el milagro puede
verificarse en marzo próximo, cuando el sufragante recapacite en
que votar por otros candidatos que no sean Alfonsín es permitir
la victoria peronista y la quiebra del orden constitucional en
la República. Olvidan que en 1962 los estrategos de Frondizi
recurrieron a la misma suposición y se equivocaron.
Curiosamente, en los círculos gubernativos de Buenos Aires se
estima más fácil ganar las elecciones que inventar un sistema de
frenos para el peronismo. El miércoles, el propio Marini se
animó a declarar a la prensa, en la Casa Rosada, que no se
promoverá una reforma de la Constitución bonaerense ni la
construcción de un único distrito electoral que englobe la
Capital Federal y el Conurbano, para diluir la mayor fuente de
votos peronistas, precisamente localizada en el Gran Buenos
Aires. Sin embargo, ese proyecto fue consultado con sutileza por
el propio Marini a miembros del Ejército, poco después de la
derrota sufrida por la UCRP en marzo de 1965 (ver Primera Plana,
Nº 128). Ahora bien; por más difícil que sean las inminentes
elecciones, los radicales del Pueblo son los únicos en haber
iniciado una campaña proselitista: algunos millones de pesos
llovieron ya sobre zonas del Gran Buenos Aires para obras de
menor cuantía. La UCRP balbinista se queja de que sus mecenas
tropiezan con emisarios del maestro Ricardo Illia, hermano del
Presidente, quienes distribuyen víveres y ropas en nombre de la
Fundación Remedios Escalada de San Martín, que conduce su
cuñada, Silvia Martorell. El presupuesto provincial, aprobado
luego de 14 horas de discusiones en Diputados y de i 5 minutos
en el Senado, que fueron definitivos, aumenta el rubro de gastos
en 94.000 millones de pesos con relación a 1965 y reserva
partidas globales a los Ministerios, con fines electoralistas.
Pero si el nuevo Presupuesto emergió sin grandes conflictos,
esta semana puede haberlos: la asamblea legislativa está citada
el jueves para tratar la denuncia que formuló el Diputado José
Epelboim, de la UCRI, el mes pasado. Epelboim acusa al
Gobernador de violar la Ley 5874, que castiga el enriquecimiento
ilícito de los funcionarios (esa Ley se remonta al primer
mandatario peronista, el coronel Domingo A. Mercante; la derogó
Carlos Vicente Aloe, su sucesor, y la reimplantó Oscar Alende,
con una novedad: basta la acusación para obligar al incriminado
a demostrar que es infundada. Marini, según Epelboim,
respaldó las actividades de su yerno, Marcelo E. Gurruchaga, un
ex auxiliar en la administración provincial, con sueldo de 8.200
pesos mensuales, y de Roberto Balbín, sobrino del jefe de la
UCRP, quienes integraron una sociedad en comandita por acciones
para dedicarla a la venta de automotores. En el despacho de
Marini —prosigue Epelboim—, y con su presencia, se cumplieron
tratativas con responsables de una firma de Chascomús para
adquirir una concesión. Las complicaciones surgieron cuando
se vinculó a esa firma con una operación de venta de azúcar
paraguaya a Convipre (Consejo de Vigilancia de Precios,
dependiente del Ministerio de Acción Social), formalizada por
los Decretos 7236 y 7237 firmados por Marini, Camarlinghi y el
Ministro de Economía y Hacienda, Ricardo A. Fuertes (setiembre,
1965). La venta quedó eximida del pago de gravámenes aduaneros:
las pruebas figurarían en el expediente 482.689, que el Diputado
nacional Ataúlfo Pérez Aznar, de la UCRI, aconsejó al director
de Aduana de la Capital Federal a retener bajo su custodia "ya
que puede ser intencionadamente destruido o extraviado", dice.
Una salida para el oficialismo bonaerense sería pasar las
actuaciones a la Fiscalía Nacional, mantenerlas congeladas y
evitar consecuencias que pueden desembocar hasta en el juicio
político al Gobernador, o precipitar un escándalo que exigiría
las renuncias del elenco gobernante, o la Intervención Federal y
la postergación de los comicios. Por ahora, el asunto sirvió
para derrumbar la candidatura a Vicegobernador de Camarlinghi,
que se creía segura; si el asunto crece, mellaría las
aspiraciones electoralistas de la UCRP. El lunes 2, cuando
Marini leyó su mensaje de 18.636 palabras, la asamblea
legislativa estaba en minoría y las bancas vacías fueron
ocupadas por empleados del bloque. El distrito bonaerense es
la fortaleza del balbinismo; la denuncia contra Marini deja a
Illia un arma secreta para neutralizar la firme animosidad del
partido y para zanjar —llegado el caso— el pleito de 1967. Tal
vez así se explica el leve repliegue de Balbín y su espera
momentánea antes de lanzar a la UCRP contra la Casa Rosada.
Página 13 PRIMERA PLANA 10 de mayo de 1966
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