Antes del golpe a Illía Volver al índice
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Ejército: una advertencia al Gobierno
A principios de esta semana, el domingo 29, los altos mandos del Ejército formularon, públicamente y en presencia de Arturo Illia, una seria advertencia al Gobierno. Al mismo tiempo, salieron al cruce del Secretario de Guerra y de su pro-oficialista comunicado de abril 1º.
Quedaba así reconocida la existencia de dos posiciones antagónicas dentro del arma: la de sus autoridades políticas, embarcadas en una ardua, y a veces lírica, defensa del Presidente; y la de sus cuadros superiores, empeñados en una firme actitud crítica, capaz de desembocar —según muchos de ellos— en la toma del poder.
Es sugestivo que los altos mandos hayan elegido, para definirse, la celebración del 156º aniversario del Ejército. Menos sugestivo es que encargaran esa tarea a su máximo exponente, el Comandante en Jefe, teniente general Pascual A. Pistarini. En un discurso de 1.360 palabras y llamativas alusiones, pronunciado el domingo a la mañana al pie de la estatua de San Martín, Pistarini fustigó al Gobierno.
Tomando la historia como espejo, recordó una vez más que "el Ejército... no puede sustraerse a las obligaciones que impone su vigencia". Una de ellas, la mayor, entraña asegurar la libertad, que es "el medio eficiente para la realización física y espiritual del ser humano", "un juego de obligaciones y derechos". Como una réplica a ciertos fragmentos del mensaje presidencial a las Cámaras legislativas, del 1º de mayo, el Comandante brindó esta otra acepción de la libertad: es "el ejercicio responsable de la autoridad, sin la cual el derecho es ilusorio, las garantías inexistentes, el bienestar inalcanzable".
En seguida añadió: "En un Estado cualquiera no existe libertad cuando no se proporcionan a los hombres las posibilidades mínimas de lograr su destino trascendente, sea porque la ineficacia no provee los instrumentos y las oportunidades necesarias, sea porque la ausencia de autoridad haya abierto el camino a la inseguridad, el sobresalto y la desintegración". ¿Cuál es ese Estado? El párrafo siguiente (que contiene una negativa referencia al peronismo) lo esclarece: la Argentina.
"Se vulnera la libertad —dijo— cuando por conveniencia se postergan decisiones, alentando la persistencia de mitos totalitarios perimidos, burlando la fe de algunos, provocando la incertidumbre de otros y originando enfrentamientos estériles, inútiles derramamientos de sangre, el descrédito de las Instituciones que generan por igual el desaliento y la frustración de todos. El Ejército tiene un deber irrenunciable de expresar con claridad su pensamiento respecto de este tan preciado bien para los argentinos..."
La clave del discurso está incluida en una frase posterior: "Sean estas reflexiones... la expresión leal y honesta del Ejército para la mejor comprensión de su actitud frente a nuestros evidentes problemas". "No son los hombres ni los intereses de partidos o facciones los que señalan o señalarán rumbos a la Institución."
El Secretario y Subsecretario de Guerra, generales Castro Sánchez y Laprida, y el Ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, recibieron con gesto adusto las palabras de Pistarini. Los aplausos no abundaron en el palco oficial. Poco después, Radio Nacional difundía un mensaje de Castro Sánchez en el cual mencionaba, como "rasgo más saliente" del Ejército actual, "la recuperación espiritual de sus cuadros y el reencuentro con la verdadera vocación profesional". Es que al grabarlo no conocía el texto que iba a leer el Comandante en Jefe.
La diferencia de criterios entre ambas autoridades pudo advertirse a la luz de declaraciones a la prensa que Castro Sánchez emitió el viernes 27, en Córdoba; manifestó entonces que los objetivos trazados en el comunicado del 1º de abril "mantienen pleno vigor" y que son "sumamente cordiales" sus relaciones con el Comandante en Jefe. ¿Qué hará el Ejército si gana el peronismo en 1967? "Como ciudadano' creo que no hay causa alguna para no dejar actuar a ningún partido político, máxime si se encuadra dentro de la Ley."
El mismo viernes, el Subsecretario Laprida apareció más severo, exhibió su disgusto ante el fracaso de las gestiones que él y Castro Sánchez emprendieron meses atrás para modificar la acción del Gobierno y alejar un golpe de Estado. "Con un país ubérrimo —comentó en un acto en el Correo Central—, sin grandes conflictos de fondo, con una población culta, capaz, democrática, vivimos en medio de la zozobra y de la incertidumbre. No nos tenemos confianza. Somos eternamente pesimistas. El hombre argentino está desorientado. Yo me pregunto: ¿es ésta la única ocasión en que lo ha estado? Creo que no. En el pasado, ¿no enfrentó problemas tanto o más graves que los actuales y encontró para ellos soluciones adecuadas? Creo que sí. Es por ello que ahora resulta imperioso mirar hacia la historia."
Pistarini miró hacia la historia el domingo 29. Pero al evocar los primeros tiempos de la patria, puso cuidado en recalcar que "los intereses de partidos o facciones dividieron al pueblo y aquella unidad del Ejército que hizo posible la gesta libertadora". "La anarquía y la tiranía sobreviniente detuvieron el impulso del país por largos años, y si aquélla fue posible por la división de las armas, ésta se fundamentó en el caos y el desorden."

La guerra de Illia y Balbín
En los últimos cinco años, las convenciones nacionales de la UCR del Pueblo crearon el rito de una siembra de aplausos ofrendados a Ricardo Balbín, apretujado por una barra delirante y un elenco de señoras asiduas a la Casa Radical, en Tucumán al 1600, Buenos Aires.
Pero el sábado pasado, a las 2.40 de la madrugada, cuando los 132 convencionales pusieron fin a una faena de tres horas mustias, el hechizo pareció diluirse: Balbín mordió su soledad en la vereda, mientras a pocos pasos, provocativamente, los grupos juveniles encumbraban a un líder inusitado: el delegado chaqueño Milcíades J. Alfonso (42 años, bigotes frondosos), enrolado en la oposición al Diputado Luis A. León, encumbrado balbinista en aquella provincia. ¿Por qué tanto éxito?
El mérito de Alfonso consistió en proclamar que el Presidente de la República y sus Ministros "tienen que terminar con el manoseo del partido". Su iniciativa buscó filtrar hacia el Gobierno el cúmulo de críticas y desasosiegos que aplastan a la UCRP frente al dilema de 1967. Sin embargo, no logró eco: la iniciativa de Alfonso derivó en una promesa de que el Comité Nacional exponga en un documento, que redactará Balbín, el pensamiento de los convencionales. No es exagerado pensar que ese documento será tan anodino como el que produjo Balbín a principios de mayé, después de conferenciar con los presidentes de distritos.
La convención, con su deliberado formalismo, resolvió introducir "un preámbulo de afirmación democrática" en la Carta Orgánica y rehusó tratar un pedido de 15 convencionales unionistas de la Capital Federal para que se reincorporen a su bloque los auto-excluidos Senadores Ricardo Bassi y
Ramón Edgardo Acuña. Los dos rondaban la Casa Radical, y al plantearse la cuestión, Balbín ordenó, en un murmullo, al titular de la asamblea, el mendocino Guillermo Petra Sieralta, que la girase a la comisión de asuntos políticos, vale decir, a una vía muerta.
Inesperadamente, Balbín desgranó unas alabanzas para Arturo Illia y objeciones a la oposición legislativa, deslizando su enojo por "el abuso de la representación proporcional, que permite que las minorías obstruyan el Gobierno", y apestilló a los gremios, que respondieron con planes de lucha —ahora transformados "en motivo de guerra interna"—, a las palabras de paz que son la esencia, sostuvo, del Gobierno.
Petra Sieralta levantó el ánimo de los delegados cuando los invitó a doblar el Cabo de Buena Esperanza para arribar con éxito a 1967. La paz radical se turbó con una lluvia de volantes lanzados desde la barra, quejosa por el veto a las reformas de la Ley 11.729. Uno de esos volantes rezaba: "Diputados nuestros la suscribieron y aprobaron. Senadores nuestros la refrendaron. El presidente de los argentinos la vetó y ustedes... ¿qué?". Ni Balbín hubiera sabido la respuesta.
La apagada convención del viernes-sábado últimos también alojó algunas escaramuzas, aunque verbales. "¡Afuera los ineptos del partido! ¡Que se tomen las bases! ¡No queremos traidores al programa! ¡Basta de ocultar las cosas!", clamaron los grupos juveniles, a los que Balbín se encargó de aplacar en persona, avanzando presto sobre la barra. Un clima de asfixia —y no, desde luego, creado por la compacta humareda de los cigarrillos—, de desaliento, se aposentó sobre la más opaca de las convenciones nacionales celebradas hasta hoy por la UCR del Pueblo.
No era para menos. En las vísperas de la asamblea, las esferas radicales se vieron conmovidas por insistentes versiones sobre un movimiento militar. Balbín sigue siendo víctima de los manejos del Presidente, de sus silencios o de sus secretos. Esta sorda lucha —Illia tiene que defender su estabilidad; Balbín, su hegemonía partidaria— no sólo ha distanciado a los dos dirigentes hasta dibujar la proximidad de una ruptura definitiva: deteriora planes, morales y la necesaria coherencia que exige un partido colocado ante un callejón. con escasas salidas.
De ahí que las preocupaciones reales no hayan aterrizado en la convención. Fueron ventiladas en un cónclave secreto (en Sarmiento al 1700, donde funciona el otrora poderoso Comité Nacional) dirigido por Balbín y el Senador Eduardo Gammond, y del cual participó una decena de delegados. El jefe de la UCRP informó sobre los resultados de su larga y gélida entrevista (3 horas) con Arturo Illia, el sábado 21, en Olivos. Según Balbín, el Gobierno contempla dos posibilidades: 1) proscribir al peronismo; 2) intervenir la provincia de Buenos Aires, iniciativa aconsejada por su asesor Eugenio Conde y el Senador Luis Vesco.
El Comité Nacional, en cambio, propone anticipar la convocatoria a elecciones para el mes de julio, e incluso celebrar los comicios en noviembre o diciembre, en lugar de marzo. El balbinismo admite una proscripción disimulada, pero rechaza de plano la Intervención Federal por razones atendibles: Buenos Aires es el bastión de Don Ricardo. En la secreta reunión, Balbín aseguró que había tenido un ríspido cambio de palabras con Illia, al criticar el veto a las reformas de la 11.729. Sucede que la sepultada Ley de Contratos de Trabajo era la pieza maestra de la campaña proselitista en Buenos Aires, una primorosa bandera que el caudillo de la UCRP iba a entregar a su protegido Raúl Alfonsín.
Finalmente, Balbín vaticinó la posibilidad de un golpe de Estado militar a 15 días vista y confesó que había encontrado al Presidente sumido en "hondas cavilaciones" sobre la estabilidad de su Gobierno; atribuyó a Illia la creencia de que su única tabla de salvación puede estar en alguna de las dos hipótesis señaladas o en ambas.

El caso Marini
Los delegados bonaerenses plantearon a Balbín la necesidad de una definición concreta sobre el destino de la candidatura a Gobernador de Alfonsín, ya que otro aspirante ingresó en la palestra: el actual Ministro de Hacienda de Buenos Aires, Ricardo Fuertes (ver Nº 177), y existen indicios de que está pronto a postularse el dirigente de Azul, Juan Prats, titular del Banco de la Provincia y adverso a Balbín.
Alfonsín ha ofrecido renunciar a su candidatura; el jefe de la UCRP trató infructuosamente de averiguar, en su entrevista con Illia, quienes auspician desde la Casa Rosada a Fuertes y Prats. Tampoco consiguió detectar los rastros de un entendimiento entre Illia y Anselmo Marini, que diez días atrás, sorpresivamente, delegó el mando en el Vice Ricardo Lavalle, un incondicional de Balbín (ver Nº 177). Si bien al principio el caudillo de la UCRP vio en el ascenso de Lavalle una ayuda ideal para sus planes, el caso Marini lo lleva a pensar si detrás de la virosis que aqueja al Gobernador , (éste fue el motivo oficial de su retiro) no están la Intervención y Arturo Illia.
La Plata se agitó, durante la semana pasada, con rumores y explicaciones sobre la abrupta delegación de Marini. Muchos políticos y legisladores coincidieron en que ya no regresará a su puesto, salvo para entregarlo al próximo Gobernador. Otras versiones insisten en el argumento del abatimiento moral de Marini, provocado no sólo por las denuncias sobre enriquecimiento ilícito que contra él descargó la UCRI, Sino inclusive por razones familiares: su hija María Edith habríase separado del marido, Marcelo E. Curuchaga, a quien se implica en los presuntos negocios turbios avalados con la firma del Gobernador.
Hay quienes se preguntan, además, a qué respondieron dos recientes y casi consecutivos viajes a La Plata del Subsecretario de Guerra.

Gremios
Entre Perón e Illia: Los obreros

La semana pasada, la súbita muerte de Riego Ribas originó las primeras dificultades en el flamante Consejo Directivo (provisorio) de la CGT: el desaparecido Secretario Adjunto simbolizaba la tendencia interna a la unidad que aún alienta un reducido núcleo de jefes Independientes, el sector que había presidido hasta hace poco.
Pero también la semana última se presentó a los cegetistas el eterno dilema: ¿oponerse al Gobierno o colaborar con él? Ambas posibilidades fueron afrontadas: el jueves 26, los miembros del Secretariado mantuvieron la primera conversación protocolar con Fernando Solá, el Ministro de Trabajo. "La reunión fue productiva: desde hoy las cosas han de marchar mejor", resumió el oficialista Antonio Scipione (Unión Ferroviaria).
Curiosamente, las críticas que brotaron en las Organizaciones "De Pie Junto a Perón" y en el núcleo Independiente fueron más o menos parecidas. Unos, los alonsistas, se empecinaron en señalar que la precaria unidad obedece a un acuerdo entre Augusto Vandor —cuyo poderío menguaba— y el Gobierno radical (advierten las simpatías de Scipione por Arturo Illia), deseoso de dialogar con una CGT débil para cubrir las apariencias ante la opinión nacional y extranjera. Corolario de esta apreciación: la nueva central no enfrentará nunca al Gobierno. Por su parte, una fuente Independiente rubricó la idea del acuerdo Vandor-Gobierno: "Este es un acuerdo netamente político, nada tiene que ver con un deseo sincero de unificar a los trabajadores. Vandor procura sobrevivir a los embates de Juan Perón y el Gobierno intenta equilibrar de esta manera las fuerzas dentro del peronismo, creyendo que el robustecimiento de Vandor significa acrecentar sus propias perspectivas de triunfo electoral en 1967", monologó el calificado vocero. Consecuencia de este esquema: tarde o temprano, Vandor —un lobo vestido con la piel de cordero— arracimará otra vez a los sindicatos en una aventura electoral o en el apoyo a alguna intentona golpista; el Gobierno entonces se verá traicionado.
De tales postulados, Independientes y alonsistas dedujeron formas de lucha: los segundos sostenían que la ineficacia de la CGT y el formal apoyo que "De Pie" recibe de Perón concluiría por reunir a todos los trabajadores en torno del núcleo, en actitudes de lucha. Los Independientes se sentían, además, burlados por el Gobierno (las reformas a la Ley 11729 que ellos arrancaron a sus aliados oficialistas fueron, finalmente, vetadas por Illia): "Nos llaman cuando nos necesitan y nos dejan cuando creen que les resulta más conveniente pactar con el peronismo; estamos cansados de ese juego", mascullaban. Piensan que si hasta hoy la CGT se opuso a Illia, desde ahora serán los Independientes quienes librarán una batalla frontal contra la UCRP.
También parecía verosímil la defensa vandorista: sin negar su propósito de empeñar a los sindicatos en ciertas acciones políticas, cuando llegue el momento, sus estrategos anunciaban haber comprendido que la central obrera, como tal, no debía, no podía ingresar en jugadas políticas particulares. El fracaso del Plan de Lucha (1964-1965), por fatiga de los cuadros peronistas y deserción de los Independientes, lo estaría demostrando.
En cambio, los vandoristas creían necesario volcar a la CGT en la batalla por las grandes consignas de la clase obrera; por eso, en los primeros tramos de la semana pasada exploraron la segunda posibilidad —oposición al Gobierno— a través de la defensa de la castigada ley 11729. La CGT acordó decretar un paro general que se cumplirá el 7 de junio; obviamente, secundaba así los propósitos del sector Independiente, autor de la huelga, al que también se plegó el alonsismo. Pero al decretar la medida, el Consejo de la CGT buscaba algo más que los objetivos concretos, mucho más que el rescate de la Ley: intentaba crear la unidad en la lucha, un sentimiento tal que, dentro de ochenta días (el plazo que se autoconcedió el Consejo para finiquitar su tarea normalizadora), los Independientes y el núcleo "De Pie" se vean obligados a participar en la reunión de todos los trabajadores en un solo haz.
Página 15 PRIMERA PLANA
31 de mayo de 1966

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