Tras un forzoso estacionamiento debido a copiosas lluvias,
más de 500 efectivos de la Policía Federal pudieron penetrar en
el monte que flanquea las laderas del cerro Aconquija, a 95
kilómetros de la capital tucumana. Los resultados de esa
pesquisa. Es éste un documento gráfico que Siete Días presenta
en exclusividad.
A mediados de la semana pasada
culminó un gigantesco operativo antiguerrillero en la provincia
de Tucumán, protagonizado por más de 500 agentes de la Policía
Federal. Como saldo de esa tarea — apoyada logísticamente por
Gendarmería Nacional, Ejército, Fuerza Aérea y contingentes de
la Policía provincial— resultaron detenidas 27 personas, se
logró secuestrar armas, literatura subversiva, 5 carpas de
monte, material quirúrgico, abundante número de municiones de
grueso calibre y, además, pudo descubrirse una presunta cárcel
del pueblo. Sin embargo, la acción de pinzas de las brigadas
no alcanzó el mayor objetivo: copiosas, persistentes lluvias,
impidieron durante los últimos cuatro días el asalto final a
un campamento miliciano y, cuando la Federal recaló en el lugar
— sobre una de las laderas de cerro Aconquija—, los guerrilleros
habían buido. De todos modos, el avance — iniciado en la
madrugada del domingo 26, cuando las lluvias y la neblina habían
amainado— revistió características espectaculares, cosechando,
además, algunos logros. Un cuerpo policial, con ropa de fajina,
salió encolumnado de San Miguel de Tucumán, la capital
provincial, ocupando posiciones estratégicas sobre la Ruta 38,
carretera que atraviesa el valle fértil donde campea el
politizado sindicalismo azucarero. Paralelamente, diez
helicópteros revolotearon sobre esa columna que se dirigía a
Famaillá, localidad vecina al Aconquija, emplazada a unos 35
kilómetros al sudoeste de San Miguel. Los aparatos pertenecían
al Ejército y transportaban brigadas policiales convenientemente
pertrechadas para un eventual enfrenta miento con guerrilleros.
Además, el Ejército había alistado una escuadrilla de Mentors
para intervenir en caso de necesidad. Se afirmaba, por entonces,
que en ese tupido monte se adiestraban milicianos de une
organización declarada fuera de la ley, conducidos por sus
principales jefes. La misma versión aseguraba que el
despliegue de fuerzas habría tenido origen en un procedimiento
que la policía local realizó a mediados de abril en la ciudad de
Concepción, distante un centenar de kilómetros de la capital
provincial. En esa oportunidad la detención de un activista que
fuera sorprendido mientras pintaba leyendas en las paredes pudo
haber aportado algunas pistas. El detenido —al que le fueron
secuestrados en su domicilio un revólver, una escopeta, una
pistola y 800 proyectiles calibre 22, de punta ahuecada— habría
declarado ser miembro de esa organización terrorista. Días
antes que las tropas policiales emprendieran el operativo que
tapizó unos 90 kilómetros de la ruta 38 —en ese tramo se
establecieron uniformados de consigna que controlaron a
automovilistas y peatones, rigurosamente—, en San Miguel de
Tucumán se había descubierto una cárcel del pueblo. Se encontró
en la calle Bulnes 834, en pleno barrio Güemes, vivienda que
había sido comprada, pocos meses antes, por un joven matrimonio.
Al ingresar los efectivos policiales en el lugar, lo hallaron
vacío: la pareja —que obló al contado 5 millones de nacionales
por la casa— había fugado días antes, abandonando documentación
y pertrechos bélicos. La cárcel medía unos 2 metros de ancho por
3 de largo y se encontraba bajo una de las habitaciones de la
casa, ubicada a unas diez cuadras de los cuarteles que albergan
a la Quinta Brigada de Infantería. Semejante descubrimiento
sirvió para que las columnas policiales que avanzaban hacia
Famaillá, creyeran hallarse sobre el rastro de los fugitivos. En
total, marchaban allí 300 agentes de la guardia de Infantería de
la Policía Federal, la División Perros, una brigada de la
Policía Montada, 5 tanquetas, 20 motocicletas, 2 ambulancias y 1
camión blindado de comunicaciones. Al arribar a la zona de
Sauce Huacho, los efectivos detuvieron a Francisco Alderete (65,
cuatro hijos), habitante de un rancho en el que se encontraron
2.700.000 pesos viejos en efectivo y un apreciable cúmulo de
alimentos envasados. Una pesquisa inmediata demostró que el
ingreso mensual de Alderete no superaba los 170 mil pesos
viejos. Poco después, y en otro de los allanamientos practicados
en los ranchos de la zona, detuvieron a un lugareño de 36 años,
correo de los guerrilleros. Entre tanto, los grupos
policiales que husmeaban el monte en una operación tipo
rastrillo hallaron los rastros del campamento miliciano que,
claro está, había sido abandonado durante las jornadas
lluviosas. No obstante, a poco de penetrar los agentes en ese
territorio, no tardaron en surgir las evidencias: acaecieron 5
carpas de monte, material quirúrgico, explosivos y gran cantidad
de municiones. También fueron halladas ropas con manchas de
sangre, lo que hizo presumir que al emprender la fuga algún
extremista había resultado herido. Sin pérdida de tiempo, la
brigada policial cursó radiogramas a las provincias vecinas,
solicitando se investigara cualquier traslado en aviones
particulares y se mantuviera un estricto control de las rutas.
Un día después de avanzar sobre el monte las tropas federales
retornaron a Buenos Aires en los dos aviones Hércules que los
habían conducido a la provincia de Tucumán. Aunque dificultada
por las condiciones climáticas, la misión había sido cumplida.
Revista Siete Días Ilustrados 03.06.1974
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