Revista Siete Días Ilustrados
16.08.1971 |
El candente tema de la paridad entre el peso argentino y el dólar y
sus efectos sobre la economía nacional -analizado en el número
anterior por los expertos Roque Carranza, Alfredo Gómez Morales y
Francisco Cholvis- se completa ahora con el enfoque del polémico
historiador y político nacionalista. Su petit-ensayo -que se publica
a continuación en exclusividad para SIETE DIAS- descubre una de sus
facetas tal vez más ignoradas: la del Jauretche economista
Generalmente se considera que la devaluación del peso es debida a la
compra de dólares sin la contrapartida de importaciones; es decir,
que la evasión de capital es un deseo de asegurarse contra la
desvalorización de la moneda nacional. Pero me parece que esto es lo
que menos incide. Para mí, esta fuga de capitales —anterior al
fenómeno inflacionista, que es la explicación primaria
señalada—depende de un error básico: la sanción de la ley de
impuestos a los réditos. La ocultación de las ganancias por los
defraudadores del fisco genera dinero negro, que no puede
depositarse en bancos ni ser reinvertido porque en ambos casos se
denuncia a sí mismo. El defraudador, entonces, tiene dos
alternativas: los consumos de lujo o la compra de moneda extranjera.
Es que la ley de impuestos a los réditos se calcó de las vigentes en
los países imperiales, en el tiempo de Justo, porque no se supo
distinguir entre lo que Raúl Prebisch llama países centros y países
periféricos, ignorando u olvidando que los income tax del país
industrial también son pagados por los consumidores de los países
dependientes. Lo que yo no sabría decir es si este calco se hizo por
ignorancia, por el hábito mental de imitación propio del país
colonial, o maliciosamente. No debemos olvidar que esta ley tiene un
origen común con las leyes del Estatuto Legal del Coloniaje
sancionadas durante la década infame, tales como las que originaron
las juntas reguladoras, el Banco Central extranjerizado, las que
unificaron los impuestos internos y otras. Así se ajustó
jurídicamente la entrega.
Digo esto último porque la ley de réditos fue un hábil obstáculo al
desarrollo industrial del país. Al provocar la fuga de capitales
impidió su incorporación al capital nacional y su circulación a
través de los bancos. No sólo lesionó materialmente, sino también
moralmente. Creó un tipo de industrial sin amor a su actividad
creadora, que es el que terminará con el vaciamiento de las
empresas.
La importación de bienes del exterior se hace sobre precios falsos,
quedando radicada fuera del país gran parte de lo que figura como
pagado por las importaciones. Este falso precio es facilitado por
los vendedores del exterior con cotizaciones falsas, además de
disimularse bajo rubros variados (comisiones, embalajes, trasportes)
inexistentes. Por ejemplo, y ya que hablamos periodísticamente, un
periódico importador de papel —o un importador sin periódico—
aparece comprando el papel con una diferencia de dos o tres dólares
por tonelada. Esos dólares quedan afuera, pero el país los paga.
Esto sirve, por otra parte, para explicar el poco entusiasmo
periodístico por luchar por algo tan imprescindible al periodismo
como son las fábricas de papel.
También es frecuente importar maquinaria usada y obsoleta,
facturándola como nueva. Es cosa corriente en las radicaciones de
capital. Así, una maquinaria que —nueva— puede valer 100 mil
dólares, se radica a ese precio, pero ocurre que es vieja y ha
costado 10 mil dólares y entonces lleva de retorno una utilidad
autorizada diez veces mayor. Cosa parecida con las regalías,
royalties y otros conceptos.
Desde luego, en esta situación están las filiales —conocidas o
disimuladas— de los grandes consorcios extranjeros. Por otra parte,
también están los grupos económicos del país que sistemáticamente
han colocado fondos extraídos aquí en empresas exteriores de menor
rédito, poniéndose a cubierto del riesgo inflacionario inevitable en
un país que estaba aumentando sus niveles de consumo y producción.
Por ejemplo, los grupos que después del 55 tuvieron trato
preferencial para la devolución de los bienes expropiados en la
Argentina, en una maniobra que en el Club de París asumió el
carácter de verdadero tratado internacional. Los bienes se les
reintegraron —aún los que tenían sanción judicial, despreciando la
cosa juzgada, pues declaraba inválidas a sentencias firmes—, y el
país presenció esa devolución, pero no el retorno de los capitales
fugados.
LA LIEBRE OUE VA ADELANTE
Necesariamente, tengo que hablar de la inflación, pues tiene
relaciones muy directas con todas estas evasiones. Se destaca que
también la evasión aumenta al incrementarse la demanda de moneda
extranjera. Más arriba he dicho que la inflación es inevitable por
la trasformación de la economía y porque así ha sido desde Tolón,
pues el aumento del consumo y de la producción aumenta las
necesidades de circulante (moneda y crédito), para adecuarlo al
crecimiento del mercado. Nuestros economistas, que nos proponen
siempre a Estados Unidos como ejemplo, se olvidan que la grandeza de
ese país se hizo marchando sobre los mismos carriles que llamamos
inflacionarios, hasta que la aplicación de la energía eléctrica y la
producción en serie aceleraron la oferta de mercaderías, que alcanzó
a la liebre inflacionaria que disparaba adelante. Fue la época de
los bancos podridos, perdidos a veces en los pantanos de la Florida,
que en el siglo pasado emitían moneda no rescatable pero que seguía
siendo utilizada porque el mercado la necesitaba, y tal vez con
preferencia de acuerdo con la ley de Gresham (según la cual la
moneda mala desaloja a la buena) . Fue una época de disputas
enconadas entre el patrón oro y el patrón plata. Los productores
requerían moneda barata y los financistas moneda cara para conservar
el manejo y control de la economía.
Una inflación moderada es útil en una etapa de desarrollo, y debe
correr paralelamente al aumento de consumo y producción. Es que a
mayor cantidad de consumo y de moneda, corresponde mayor cantidad de
mercadería en los estantes y más compradores en el mostrador. Ahora
bien: si el aumento de los medios de pago es proporcional a ese otro
aspecto, no hay inflación; pero ella es inevitable por las
inversiones en bienes fijos de larga amortización que son necesarios
para poner la mercadería en el mostrador y cuyo costo va incorporado
a la mercadería. De ahí vendrá un proceso inflacionario, por
prudente que haya sido el aumento de bienes de pago.
Durante el gobierno de Perón —y la política económica iniciada por
su ministro Miguel Miranda— no se era inflacionista; simplemente, se
sabía su inevitabilidad. Se crearon —a través de la unificación de
la banca, el control de cambios y la dirección del crédito hacia
prioridades de interés económico— los instrumentos que permitían
regular en cierta medida a la inflación. Pero los equipos económicos
liberales, o vinculados a intereses financieros del exterior,
creyeron que la cuestión no era regular la inflación sino prohibirla
por decreto. Entonces destruyeron la regulación y la política de
prioridades, y cuando creyeron que terminaban con la inflación, lo
que hicieron fue perder el control. Y se les fue de las manos.
Alcanzó dimensiones cada año mayores, y quisieron corregirla con el
endeudamiento en moneda extranjera. El resultado está a la vista: en
1955 la Argentina no tenía deuda externa. Y hay que tener en cuenta
que en 1946 el país debía pagar al exterior con la tercera parte de
sus exportaciones. Pero además de endeudarnos hasta los 4 mil
millones de dólares, ni aún así pararon la evasión, que según el
ministro Quilici representa 8 mil millones radicados en el exterior.
Por el contrario, esa deuda externa sirvió para aumentar el caudal
de la evasión, porque gran parte de ella salió de los falsos precios
y de las exportaciones de divisas hechas para el servicio de esa
deuda externa oficial y privada. Pero todos estos hechos no son
efectos de otra causa —además de la corrupción— que de la
incapacidad de nuestro coro estable de economistas para aplicar
teorías correspondientes a otros países, sin ver que nuestra
realidad requiere un propio sentido común. Y esto era lo que tenía
en abundancia Miguel Miranda, a quien los economistas llaman "el
almacenero Miranda". Es que él simplemente sabía que el mostrador
tiene dos lados y que no se puede ir a la despensa con el manual del
comprador escrito por el almacenero. No había terminado 1955 cuando
yo escribí El Plan Prebisch; retorno al Coloniaje. Pronostiqué todo
lo que ocurrió después y pedí un gran debate nacional que no sólo se
negó, sino que hasta se me secuestró parte de la edición. Yo
demostré que el plan Prebisch no lo hizo él, sino que sólo lo firmó,
confiado en la labor de Rodolfo Katz (director del semanario
Economic Survey) y sus discípulos, entre los que estaban futuros
ministros como Krieger Vasena, Cueto Rúa, Alemann, Verrier, Allisón
García y otros.
ESPECULACION Y POR QUE
Este aspecto del plan Prebisch lo presentí al señalar la
contradicción entre el pensamiento del experto de la CEPAL con los
planes que llevaban su firma. Prebisch fue traicionado por sus
discípulos y firmó en barbecho. En la introducción de Hacia una
dinámica del desarrollo latinoamericano, Prebisch insinuó su queja
contra sus amigos de Buenos Aires. Por eso invito al lector a que
busque en los diarios el nombre y la fotografía de Prebisch, que
antes salía con grandes titulares. Y no es que haya pasado de moda.
No. Es que la moda es moda mientras sirve a los intereses
imperiales. Y Prebisch, con esa introducción, se ha hecho palabra
prohibida, pues parece que ya no sirve para el coloniaje.
Esto que he dicho no es una lección de economía; sí, en cambio, es
una lección sobre la pedagogía colonialista. Cuando los liberales
pueden utilizarlo, Prebisch es un gran economista; pero si cambia de
posición deja de existir. Tenga la seguridad de que Alsogaray, Cueto
Rúa, Krieger Vasena y otros son conocidos por esos intereses, porque
si dejaran de servirlos carecerían de publicidad y sólo serían
conocidos por sus familias. O como Miranda, como almaceneros. Ahora
también Prebisch es uno de los prohibidos, y esto demuestra en qué
consiste la libre información de la prensa grande, destinada a
fabricar ante la opinión pública "entendidos" que son útiles al
coloniaje y a ocultar a los que lo perjudican.
Como se ve, de la especulación me corrí a la inflación, y de ésta a
la economía en general. Y aún, de ésta al coloniaje. Es que es
inevitable: todas estas cosas están inmersas en las corrientes que
construyen la historia. Creo que no dije nada sobre las
exportaciones como factor de especulación, pero eso es lo más
visible y supongo lo habrán tratado los otros consultados. Se lo
ahorro a los lectores. Yo sólo he explicado las causas que —en la
economía general— motivan la existencia de especuladores.
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La plana completa de los actores que animan este ciclo. |
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