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crónicas del siglo pasado

Barrio Lacarra
Mudanza del Barrio Lacarra

Dentro de pocas semanas, la Dirección Municipal de la Vivienda iniciará un gigantesco operativo: trasladar al primer contingente de vecinos de la más populosa villa de emergencia porteña hasta su nuevo hogar. Protestas y esperanzas en torno al cambio


Hacia la media mañana del sábado 14, las tranquilas callejuelas del Barrio Lacarra —una densa villa miseria que se yergue en plena capital, en las proximidades del Autódromo Municipal— se vieron desbordadas por un fervor desacostumbrado. Una caracoleante fila de vecinos acaparaba la vereda que da sobre la avenida Lacarra al 3700, mientras dos asistentes sociales, megáfonos en mano, procuraban ordenar el jolgorio. A poco, cuatro ómnibus de la empresa Buenos Aires Tur —contratados por la Dirección Municipal de la Vivienda— abrieron sus puertas al gentío, que no tardó en taponarlos, para emprender una excursión hasta la Ciudad Jardín General Belgrano, frente a la avenida General Paz, sobre la provincia, donde se levantan las nuevas unidades destinadas a los actuales habitantes del Lacarra.
Sin embargo, esa adhesión al cambio no habría de resultar unánime. Mientras los ómnibus emprendían el primero de los dos viajes programados para ese día, grupos de vecinos —minúsculos, pero ruidosos— se replegaron a conspirar proponiendo una resistencia al nuevo barrio. SIETE DÍAS, además de convivir esa jornada junto al matrimonio formado por Teodoro Díaz (58) y Alicia Moriccio (70), habitantes de una precaria construcción que en el catastro barrial fue inscripta con el pomposo nombre de departamento 73, dialogó con los vecinos que se oponen a la mudanza, con los que la aceptan y con funcionarios de la Comisión Municipal de la Vivienda, encargados del loable cometido. Estos últimos expusieron las técnicas que se utilizarán para trasladar el barrio entero. Una tarea nada fácil si se tiene en cuenta que el Lacarra orilla los 22 años de vida como área de emergencia; allí, incluido un sector llamado Villa, se hallan afincadas 1730 familias que, en conjunto, conforman un conglomerado humano del orden de los 7 mil habitantes.

LA DESVENTURAS DE UNA COMUNIDAD
Para Teodoro Díaz ese sábado comenzó más temprano que de costumbre. A las cinco y media de la mañana desparramó concienzudamente carbón dentro de una batea, prendió fuego, acercó una lata de duraznos al natural que oficia de pava y se dispuso a matear. Su mujer, Alicia Moriccio, dormía en una suerte de cuarto contiguo. El piso de la casa estaba cubierto por una capa de agua de 2 centímetros, a pesar de que las lluvias no habían arremetido esa semana contra las carcomidas paredes de hardboard. "Esto es común por acá —explicó Díaz—. Los desagües de las cloacas no dan para más y cada dos por tres las aguas servidas corren por la calle y se meten en las casas ubicadas en los terrenos más bajos Desgraciadamente, la mía es una de ellas".
Esa constante inevitable —la red cloacal, según advirtieron funcionarios municipales a SIETE DIAS, es reparada hasta cinco veces por mes sin resultado positivo, dado su deterioro— movió al Centro de Salud zonal a prevenir a los vecinos sobre el peligro de contraer tifus. Uno de los tantos fantasmas que sobrevuelan a los lacarrinos, habitantes de un conglomerado erigido para trasladar a familias radicadas, en peores condiciones, en el Bajo Belgrano. Pero aquellas obras, encaradas precariamente —un total de 1.050 cobertizos, separados unos de otros por el diminuto espesor del cartón—, habían sido proyectadas para sobrellevar una vida útil de cinco años. El lapso fue sobrepasado algo más de cuatro veces, con las consecuencias previsibles: obturación de la red cloacal y falta de energía eléctrica, consecuencias del deterioro natural y del mayor hacinamiento. "Así fue como nuestra primitiva Villa Cartón cambió. Algunos hicieron casas de ladrillos, otros no, pero la verdad es que cada vez se fue haciendo más bravo vivir aquí", evocó Díaz. Entre tanto, su mujer se había puesto de pie y hurgando entre unos cajones pugnaba por encontrar el abrigo dominguero. "No te imaginás, Negro, lo contenta que me tiene ir a ver mi nueva casa", comunicaba al marido.
Fue una de las primeras en formar fila aguardando al ómnibus que la trasportaría hasta las flamantes unidades. Tras ella, don Teodoro (quien trabaja como peón de limpieza en el ministerio de Hacienda) y los hombres de SIETE DIAS se agruparon en la hilera. Un sostenido diálogo entre varias matronas hizo más llevadera la espera. "¿Se dio cuenta, doña? —comentó una de ellas—. El Dominguito se anduvo moviendo todos estos días para que nadie fuera a visitar las nuevas casas. Ese no quiere que nos movamos de aquí". Más allá, una mujer regordeta cuchicheaba, haciendo fintas al estilo Ringo Bonavena: "¡Ese tío está loco, está! ¿Querrá que nos quedemos entre estos gérmenes para siempre, querrá?".
En realidad Domingo Sofrá (38, dos hijos) no pretendía tanto. Hombre influyente en la zona —es presidente de la Asociación de Fomento French y Beruti, del Barrio Lacarra, y secretario del Club Atlético Sacachispas, vecino a la villa—, poco después explicaba a SIETE DIAS el porqué de su oposición a la mudanza: "Yo me dedico a los corretajes y le aseguro que el comercio zonal pondrá el grito en el cielo cuando sepa que se tiene que despedir de 7 mil clientes radicados aquí. Pienso hablar con representantes comerciales de poblaciones vecinas. Por lo pronto, tengo audiencia con el secretario de Gobierno de la Municipalidad. Le. haré saber que somos 4.100 personas que no nos queremos mudar, según un censo que realicé". Su idea, sostenida a todo trapo por la asociación de fomento que preside, apunta a esperar un par de años y ocupar los monobloques que el municipio capitalino emplazará frente al actual Barrio Lacarra, destinados, según un anuncio oficial, a los moradores de la villa que actualmente se levanta en Retiro. "¿Por qué los van a traer a ellos que son extranjeros (la mayoría es de nacionalidad boliviana, paraguaya y chilena) a un terreno vecino a nuestro hogar, mientras nos mandan a nosotros a 25 kilómetros de aquí, siendo argentinos?", tronaba Sofrá.
Claro que buena parte de los 7 mil habitantes que padecen angustias parecidas a la de Teodoro Díaz no parecen aceptar la dilación que postula don Domingo. A última hora del sábado, plegado a su movimiento pro no evacuación de Lacarra, quedaban apenas un contingente de estudiantes secundarios y un magro porcentaje de vecinos, cifra ínfima de adeptos, teniendo en cuenta que Sofrá aseguraba contabilizar 4.100. Jorge Chamorro (18), presidente del Círculo de Estudiantes Secundarios del barrio, apuntalaba la postura sofraísta junto a 18 miembros de la comisión directiva del centro. "En total somos 150 estudiantes los que no aceptamos las nuevas viviendas —manifestó Chamorro a SIETE DIAS, presente en el cónclave—. Fundamentalmente, nosotros entendemos que no hay establecimientos secundarios en el nuevo barrio. Para acudir a un colegio tendremos que duplicar nuestros gastos de traslado y, además, perderemos mucho tiempo con esos viajes. Una buena parte de nosotros se verá obligada a abandonar el estudio".
Esas circunstancias —amén de otra: la mayoría de esos estudiantes trabaja en los establecimientos fabriles vecinos a su actual barrio — los mueven a identificarse con los objetivos de Sofrá. Desconfiando de los precios de las nuevas viviendas (las de dos dormitorios se oblarán en cuotas mensuales de 5.300 pesos moneda nacional, durante 25 años; las de tres, a razón de 6.500 pesos mensuales; las de cuatro, a 7.800, en los mismos plazos) , la estudiantina no parece encontrar consuelo ante un eventual traslado.
Ajenos, claro está, a esas quejas, más de quinientos jefes de familia —trasportados por los ómnibus— recorrían en la mañana sabatina la Ciudad Jardín General Belgrano. Un total de 185 mil metros cuadrados de construcción, divididos en 3.024 casas de una planta, agrupadas en 12 sectores parquizados, nueve guarderías para niños de 2 a 4 años de edad, tres escuelas primarias modelo, nueve centros de desarrollo de comunidad, dos centros vecinales y áreas comerciales de abastecimiento.
Alicia Moriccio, flanqueada por su marido, no podía creer lo que veía en una de las flamantes viviendas. Acariciaba las canillas del baño, el calefón de la cocina, deslizaba su pie derecho sobre las baldosas plásticas que alfombran los pisos. "Menos mal que pusieron este material gomoso; si hubieran colocado parquet no habría faltado quien dijera que lo íbamos a usar para fuego del asado", chanceaba su esposo Teodoro. Y comenzaron a contar los días que aun faltaban para emigrar. Porque el primer contingente de 100 familias recién podrá trasladarse entre agosto y septiembre de este año, quedando supeditada la mudanza del resto para cuando concluyan todas las obras, entre diciembre de 1971 y enero de 1972. Para la Comisión Municipal de la Vivienda, dirigida por el ingeniero Raúl Curutchet, los trabajos significan una erogación de 90.018.000 pesos ley.
"Como se ve, este intento por desprestigiar al barrio General Belgrano es injusto. Se ha hecho una ciudad jardín (a sólo 4 kilómetros del Lacarra, aunque los detractores digan 25), con canchas de deportes y casas que preservan la intimidad, la familia. Se ideó un complejo que no sólo facilitará viviendas sino, además, la posibilidad de acceder integralmente a un nuevo modus vivendi", explicó a SIETE DIAS el sociólogo Joaquín Fischerman (42, cuatro hijos), jefe de la división Desarrollo de las Comunidades, de la Comisión Municipal de la Vivienda. Es que, advertido del movimiento que dio en llamarse
"de French y Beruti", orquestado no bien se planteó la posibilidad de mudanza a los lacarrinos, debió encarar una tarea más ardua aún que el planeamiento social de la flamante Ciudad Belgrano. Ocurre que, actualmente, en el Barrio Lacarra los comerciantes establecidos suelen hacer presión para que no se produzcan cambios. Obviamente, 119 comercios que nutren las necesidades de una abultada clientela (en el Lacarra, un año atrás, hasta una suerte de boite llegó a convocar a la juventud) no son adalides de reformas que alteren la actual situación.
Sin embargo, todos aquellos que visitaron la nueva ciudadela volvieron con la idea de aceptar el trueque sin más dudas. Y no faltaron, por supuesto, quienes pugnaran por .formar comisiones pará contrarrestar la influencia de Sofrá. "Si ese señor llega a paralizar la entrega de las viviendas, le juro por mi madre que lo lincho yo solito", amenazó Hugo Héctor Valdebenítez (71, diez hijos, cuatro nietos), paladín de una junta vecinal pro mudanza que mostraba más de tres mil firmas en un hinchado cartapacio.
No lejos de donde vociferaba Valdebenítez, el comerciante Isidro Aragón (47), propietario del quiosco Isidro, no quería pasar inadvertido: "Con este local y otras changas redondeo los 60 mil nacionales al mes. Pero yo de Lacarra me quiero ir; vivir en este lugar no es cosa para seres humanos", rezongaba. Cerca de su puesto, Segundo Pereyra (35, tres hijos), amanuense de una curtiembre, descerrajaba imprecaciones contra los estudiantes del CES: "Lo que piden es disparatado. ¿No saben que todos los estudiantes del mundo deben viajar hasta los lugares donde se instruyen? ¿O es que no toman ejemplo de Sarmiento?". Sin "embargo, ese desprecio estudiantil por un mejor status motivó una inocente reflexión de doña Alicia Moriccio, pronunciada casi en un hilo de voz: "Pobrecitos los muchachos... Es lindo aquerenciarse con la tierra que uno siente propia". Es que ella, más allá de los trastos y de una vida al borde de la quiebra, sólo al dolor puede sentir como propio.
Revista Siete Días Ilustrados
23.08.1971
 








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