"Como decíamos ayer..." La frase
fue pronunciada, con juvenil entusiasmo, la semana pasada por una
encumbrada dama de la sociedad porteña, Rosa Sáenz Peña de Saavedra
Lamas, al reanudar sus labores la Sociedad de Beneficencia de la
Capital tras dieciocho años de silencio.
Según las damas que dirigen la institución fundada por Rivadavia en
1821, el presidente Perón tenía un gran sentido del humor. Cuando en
1946 el gobierno intervino la Sociedad, la señora de Saavedra Lamas
encabezó la delegación que entrevistó al primer magistrado para conocer
las razones de la medida. "Señoras, no sé de qué se trata. Es una
disposición del Senado", arguyó Perón. "Pero como el Senado es
peronista, suponíamos que el origen de la orden radicaba en usted", fue
la contestación. Según las damas, el presidente lanzó sonoras
carcajadas, muy contento por el chiste.
Pero a pesar de este curioso sentido del humor, la intervención se
llevó a cabo en la persona de Armando Méndez San Martín, más tarde
ministro de Educación. No sólo quedó sin efecto la subvención anual del
gobierno (la última había sido de 22 millones de pesos... de 1946) sino
que fueron confiscadas todas las propiedades de la Institución y sus 38
establecimientos: hospitales, asilos, talleres, escuelas y la colonia
agrícola de Lujan, que había sido donada por la señora Unzué de Alvear.
El patrimonio de la Sociedad, estimado por el gobierno de la época en
500 millones de pesos, en realidad casi doblaba esta cifra.
De 1946 a 1955, la casi sesquicentenaria entidad mantuvo un sueño no
siempre plácido. "Eramos como fantasmas", comenta ahora una de las
damas. La revolución de 1955 las despertó del sopor, y comenzaron
activas reuniones en la residencia de los Saavedra Lamas, en la avenida
Quintana (Rosa Sáenz Peña de Saavedra Lamas es hija de un presidente de
la República y viuda de un Premio Nobel de la Paz; tras ella, cinco
generaciones de argentinos presidieron la Sociedad de Beneficencia).
El presidente Aramburu recibió en varias oportunidades delegaciones de
la Institución, prometiendo siempre ocuparse de su reivindicación
material y jurídica. "Era muy amable, pero por circunstancias que
ignoro, nunca pudo cumplir su palabra", señala la señora de Saavedra
Lamas.
Frondizi, en 1958, les reintegró la personería jurídica, pero nada más.
Aunque no había perdido la esperanzas de obtener una reparación, la
comisión directiva reinició su labor en el palacete de la avenida
Quintana. La señorita Sofía Díaz de Vivar, en 1961, hizo una donación
de 200 millones. Con esta cifra, la Sociedad comenzó a planear un gran
hospital en Palermo, en terrenos cedidos por la Municipalidad, con
capacidad inicial para 150 camas.
Probablemente esta capacidad se incremente hasta 400 plazas. Hace pocas
semanas, las dinámicas benefactores obtuvieron una entrevista con el
embajador norteamericano, Robert Mac Clintock, por cuyo intermedio
solicitaron la suma de 700 millones de pesos dentro del Plan Alianza
para el Progreso. El diplomático, una vez que consultó con Washington,
no vio mayores obstáculos para que se concediera esa cifra, porque "la
obra de la Sociedad de Beneficencia está encuadrada en el espíritu de
la Alianza". Hacia fin de año se concretará esta transferencia de
fondos.
Rosa Sáenz Peña de Saavedra Lamas, Guillermina Bunge de Moreno, Felisa
Ortiz Basualdo de Alvear, Leonor Uriburu de Anchorena, forman un
conjunto de damas que insisten porfiadamente ante todos los gobiernos y
ministros para que se les devuelvan sus antiguas propiedades. Por fin,
un ministro consideró la situación y les reintegró el edificio de
Callao 1218, donde ya funciona oficialmente la Institución. Había
prometido también cederles en devolución el Instituto Rossell para
Ciegos, de San Isidro —que está cerrado por falta de fondos—, pero a
los pocos días el ministro moría. Era el doctor Tiburcio Padilla,
titular de Salud Pública.
Sin arredrarse por el episodio, las señoras ya están reiterando sus
pedidos. "Somos una pesadilla", dice una de ellas con cordial sonrisa.
El problema, para ellas, es muy simple. Como le dijo la actual
presidenta al general Aramburu en 1957: "Si usted hubiera imitado a
Urquiza, que después de Rosas firmó un decreto de pocas palabras
reintegrando a la Sociedad de Beneficencia todos los bienes que tenía
antes de su interdicción, el problema estaría resuelto".
Ahora confían en Illía. "Parece un buen hombre. Quizá tengamos suerte
con él."
PRIMERA PLANA
16 de julio de1963
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