Blackie
El éxito de una fórmula: hacer lo que se puede, no lo que se quiere
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No todos quienes construyen la televisión tienen listos sus planes para 1963. Algunos —la mayoría— no saben siquiera qué darán a los espectadores. Sólo una persona lo sabe y lo ha pensado, proyectado y hasta encerrado en una bobina de video-tape. Es una mujer menuda, de pelo rubio-ceniza y grandes lentes negros: Paloma Efrom, Blackie, de 46 años. Esa seguridad le ha permitido, entre otras cosas, emprender la semana pasada un viaje a Europa.
Esa seguridad, por otra parte, no es sino el fundamento de la actividad de Blackie, el pivote sobre el que mueve su vida profesional, el resultado de emplear, minuto a minuto, una condición particular: la tenacidad. Sin tenacidad, hasta el genio puede esfumarse.
Un nuevo fruto de tal condición está guardado en una dependencia del canal 9: es el "piloto" (programa de prueba) del ciclo que protagonizará, a partir de julio, Juan Carlos Mareco, "hit" del propio canal 9 en 1960 que se derrumbó en dos sucesivas temporadas del 13.
Mareco volvió a ser contratado, este año, por el canal 9 y se encomendó a Blackie la producción del programa. Durante cinco horas diarias, todo el mes de enero pasado, Blackie y Mareco trabajaron para edificar^ un ciclo distinto. "Cuando vi el programa grabado —cuenta Paloma Efrom— me di cuenta que estaba a punto. Hasta entonces, tenía un susto muy grande. Ahora estoy tranquila".
Además del show de Pinocho, Blackie continuará produciendo Festival, un ciclo musical que consiguió alto "rating" en 1962. Hará Historia de dos ciudades, una audición de comentarios para la televisión de Montevideo. Y montará la reposición de una comedia musical: Si Eva se hubiese vestido, de Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari, en cuyo estreno participó.

Facetas y piedras
En plena madurez, Paloma Efrom es propietaria de un pasado rico en anécdotas y en éxitos; un presente fructífero y de lucha incesante ("Trabajo doce horas por día") y un porvenir que no la inquieta. Pero éste es sólo un enfoque de Blackie.
El otro es el de una mujer impetuosa, que no acaba de moverse y fumar, que ensaya incansablemente, calzada con alpargatas, en un set de televisión. Son legendarias sus explosiones, su lenguaje suelto y preciso, su preocupación por la posición de una cámara o los tres compases que ha salteado un clarinete.
Un tercer enfoque puede mostrarla como una dama elegante y sociable, de conversación elástica, de razonamientos medidos y contundentes. O como una apacible dueña de casa, arrellanada en un sillón, relatando una larga entrevista que mantuvo con Arthur Miller y Marilyn Monroe, en el blanco living-room de un departamento neoyorkino.
En definitiva, son las múltiples facetas que construyen una personalidad más vigorosa que avasallante, más concentrada que exterior. Esa personalidad le ha jugado y le juega trampas, le pone piedras en el camino. "No todos se conforman con que los dirija o les haga sugerencias una mujer. Menos todavía cuando la que tiene razón es esa mujer".
Admite que para llegar al lugar en que está ha pagado precios caros, conocido ataques y desilusiones. Un poco como a todos los que siguen adelante, los que devoran etapas. Pero no debe perderse de vista el hecho de que Blackie es una mujer y que la Argentina — o Sudamérica — deja que sus mujeres voten u ocupen cargos públicos al mismo tiempo que las contempla con sorna y les destina picaros adjetivos.
No obstante, el caso Blackie sale de las hormas comunes, de las formulaciones de la rutina. Es una historia que viene de lejos, que parte de una niña de 3 años sentada al piano en una casa de Entre Ríos. Criada en un hogar culto, el de un intelectual pedagogo, Blackie se vio obligada a descollar en la escuela que dirigía su padre, como un acto natural, obvio. Desde entonces, sobresalir se transformó en una necesidad íntima, fuera de toda idea de celebridad o grandeza.
Para destacarse no sólo hacen falta talento y estudios; hace falta, también, perseverar, no dejar nada librado al azar del momento, a la inconstancia o la benevolencia de los demás. Es una regla que Blackie no cesa de aplicar: no escapa a su control ninguno de los pormenores que constituyen un programa de televisión. Vigila al cameraman, al director, al actor, al utilero. Es una tiranía al revés, la noción de una responsabilidad conducida a sus extremos. "Si fracasamos, me tienen que echar a mí".
El teatro y la radio signaron la primera parte de la carrera de Blackie; la televisión, la segunda. En las dos ha cosechado sucesos. Ella insiste en que detrás de esos triunfos está la biblioteca de su padre, sus propios libros, sus innumerables viajes, su contacto con los personajes más variados, su oído alerta. Y, lógicamente, su voluntad, el simple y arriesgado proceso de trazarse un itinerario y una meta, y cumplirlos. Otra explicación de aquellos triunfos la proporciona su autora con esta especie de lema: "Hago siempre lo que puedo, no lo que quiero".
Así ocurrió cuando, por primera vez en la Argentina, difundió el folklore negro norteamericano hacia 1934; o se presentó en un teatro, en 1941, cantando y acompañándose al piano; o se convirtió en estrella de comedias musicales hacia 1945. Así, cuando en 1952 la llamaron para actuar en televisión, no fue solamente a cantar: "Fui a ver cómo era la televisión por dentro, para qué servía este botón y aquel aparato".
Hoy, Blackie no sólo es uno de los más importantes productores de la TV local; es el único que entiende que ese rubro constituye una tarea de creación, no la mera contratación de figuras, la supervisión de ensayos o la obtención del aporte de un patrocinador.

La clave de los éxitos
Blackie se aproximó a la televisión en plena época heroica, cuando la fascinación y la improvisación se combinaban para explotar el sensacional invento. Su perspicacia la llevó a este examen: hay éxitos casuales, imponderables que se cruzan y entrecruzan como los cables del set. Pero los éxitos, en mayor medida, son fruto de la coherencia y la organización, de la experimentación, de una atención constante, de rechazar el sueño sobre los laureles. Ella rechazó ese sueño.
No parece raro que Blackie haya dirigido los destinos del canal 7 durante un año y medio o que hace 30 días le hayan propuesto — no aceptó — asumir las mismas funciones en el canal 9. Tampoco parece raro que la mayoría de los programas que produjo recibieran el apoyo de la audiencia: Historia del jazz negro, Nat King Cole, El show de las estrellas (5 temporadas), Volver a vivir, Festival 62.
Tal vez convenga seguirla de cerca en la preparación de esos programas, para verificar la clave de sus éxitos: no basta reunir a Igor Markevitch con Francisco Canaro frente a la misma cámara. Ese es el golpe de un instante. Algo más se requiere; y Blackie lo sabe.
Por ejemplo, recorrer la ciudad a pie o en remise para ubicar a los diez invitados de una emisión. O crear en un par de meses a una nueva figura, que puede llamarse Roberto Yanés o Alberto Locatti. Dibujarle al realizador de un programa el encuadre completo de una canción, para que no fracase la forma visual. Enseñar pasos de baile a un bailarín o cómo debe llevarse el smoking a un cantor.
"La música es lo que me apasiona", dice a menudo-Blackie. En el orden de preferencias, viene luego el teatro. En la televisión, lo que más atrae a Blackie es, precisamente, montar shows musicales. Y para eso hace falta, también, modelar equipos enteros. "Las cámaras tienen que seguir el ritmo de las canciones". ¿Cómo? Horacio Parisotto, el realizador de Festival, está estudiando música. Los tres cameraman del espectáculo han aprendido a contar los compases y marcarlos con el pie.
Esa permanente atención, ese estar en todo y ese dominio del sitio donde se está, engendran respeto y obediencia. "Sólo cuando la gente se entrega uno puede trabajar". Al principio, quienes actuaban con Blackie eran observados con cierto desdén; los llamaban "los protegidos". Hoy, el teléfono de Blackie suena a menudo: autores, directores, intérpretes, le piden intervenir en sus programas. "Uno de ellos me confesaba hace poco: —Con usted siempre se aprende. Ya no les molesta tanto que yo sea una mujer".

El ejercicio de la soledad
"Desde los 20 años nunca le pedí un centavo a nadie", se jacta Blackie. Hoy, es lo que todavía se denomina "una mujer independiente" y esa independencia comienza en una sólida base económica. He aquí otro de los motivos por los que Blackie trabaja con tanto tesón. "Me gustaría seguir en esto unos años y después irme a vivir a una aldea italiana, esas donde se toma vino y el tiempo pasa despacio".
La aldea italiana, para la mujer independiente, puede ser un regreso a Basavilbaso, la localidad entrerriana donde nació y donde nacieron sus cuatro hermanos (tres hombres, una mujer). "Todos dicen que yo era una chica alegre y gorda, el mono de la casa".
En Buenos Aires, mientras seguía estudiando música (Scaramuzza, Athos Palma) hizo el colegio secundario y lo interrumpió durante dos años para cuidar a su madre. Tenía 20 años cuando cayó en sus manos un álbum de "negro spiritual". Allí estalló la revelación.
Paloma Efrom fue la concursante 240 en un certamen que organizó Radio Stentor en 1934; cantó Stormy weather y ganó el premio de su renglón, "canciones americanas". Tuvo contrato en Stentor y a los tres meses, en Radio Municipal. El impacto la llevó a cantar spiritual, con la orquesta de Eduardo Armani, en unas fiestas de carnaval — las únicas — que se realizaron en el teatro Colón.
Después, hubo una estada de cuatro años en Norteamérica para convivir con el folklore que interpretaba, y audiciones en la NBC con Rudy Vallée. De regreso, en el Casino, en 1941, Pepe Arias debió postergar su monólogo: el público reclamó tres "bis" a una mujer de vestido negro que cantaba sentada al piano. En 1943, esa mujer se casó con Carlos Olivari y luego esperó durante 7 años, en un típico ostracismo decretado por la política. En 1952 cantó una canción en el programa "Tropicana", primer suceso de la naciente televisión; interpretó otras nueve y se vinculó con una agencia de publicidad. Inició, entonces, su trayectoria de productora.
Una tarde, a las 4, suena el teléfono. Es el director de la agencia. "Tengo un espacio libre esta noche, a las 9. Invente algo". Blackie juntó 32 fotografías que se había tomado con grandes personalidades, fue a la peluquería, se puso un vestido elegante, llegó al canal 7 y pidió que pasaran las fotos mientras ella hablaba. A mitad de la emisión, el programa se vendió por teléfono. Así empezó "El show de las estrellas."
Ahora, Blackie integra el plantel del canal 9, produce y asesora. Dispone de una cómoda situación económica, almuerza semana a semana con sus hermanos (excepto uno, que vive en Ginebra), desarrolla una activa vida personal, maneja su departamento de la calle Córdoba y acumula recuerdos tristes. Uno de ellos es triple: haber casi visto morir a su padre, a su madre, a su marido.
"Es muy difícil ejercitar la soledad. Sobre todo cuando una vive rodeada de gente y de ruido". En esa soledad, sin embargo, Blackie descansa de sus batallas, toca el piano, teclea los guiones de sus programas, lee y marca sus libros, mantiene correspondencia con escritores, actrices y actores.
Otras veces, como el 31 de diciembre pasado, va a la cocina, prepara una taza de té y se sienta frente al televisor a ver una de sus emisiones. O a pensar en la aldea italiana donde le gustaría quedarse, ya sin televisión, pero ejercitando una soledad menos complicada y costosa.
Esa sería, en todo caso, su más perfecta producción.
PRIMERA PLANA
19 de febrero de 1963

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