Se lo ve pasar por Florida. La cabeza gris descubierta, la mano sobre el torpe bastón. La mirada sin ver, adelante, hacia una claridad entre las sombras y sonidos que él atraviesa ajeno, mientras canturrea o musita algo.
Hay quien se da vuelta para observarlo; un ciego, o un loco, piensa. Otro lo señala: "Ahí va Borges". "¿Quién es?", le preguntan. "Un poeta, o algo así."
Y en el aire de la mañana, o del atardecer, se queda, inocente, el sobrentendido.
Es el drama de nuestro país. Estar hecho de sobrentendidos. Pocos se preocuparán por descubrir qué se mantiene oculto debajo de las designaciones. Un poeta es un poeta, ¿qué otra cosa puede ser?

Niñez entre libros
Le atraían mucho los libros. "Cuando se portaba mal —confiesa la madre— lo castigábamos privándolo del postre y de los libros, aunque pocas veces ocurría."
Él mismo lo ha dicho alguna vez: "Mi mundo fue una biblioteca y un jardín".
Los libros: Las mil y una noches, Cuentos de Grimm, El Cid, El Quijote, que todavía relee.
A los siete años escribió su primer cuento: La visera fatal, en español antiguo; "es decir —señala riendo la señora de Borges—, en lo que él creía que era español antiguo".
A los nueve, tradujo del inglés El príncipe feliz, que Álvaro Melián Lafinur, primo del padre, que lo quería mucho, le hizo publicar entusiasmado en El País. Al día siguiente, distintas personas, y entre ellas un erudito en literatura inglesa, felicitaban al padre en la seguridad de que la traducción le pertenecía.
De La visera fatal, Borges no quiere ni que se hable: "No debe mencionarse siquiera. Fue el trabajo de un chico. Nunca ha tenido ninguna importancia". Y cuando se insiste en conocer el tema: "Trataba de una persona que hiere mortalmente a su propio hermano en un torneo caballeresco. La visera de la armadura le impidió reconocer su rostro. Otra influencia de El Quijote. Porque fíjese: para mí, el libro de Cervantes era una verdadera novela de caballería. Entonces no advertía su trasfondo crítico y satírico".

Evocación del padre
El padre del poeta se llamaba Jorge Guillermo. Abogado. Secretario de un juzgado civil. Padecía también de la vista, enfermedad congénita en la familia por la línea paterna; en Jorge Luis se cumple la sexta generación. Murió en el 38, a los 64 años.
Muy intelectual, según lo define la señora de Borges. "Sabía tanto como George ahora. La misma inteligencia. Su entretenimiento era indagar en las enciclopedias el significado y la raíz de las. palabras extrañas. Nunca quiso que George se empleara. Su deseo era que escribiera."
Borges completa la semblanza: "Un hombre extraordinario, así lo recuerdo. Muy inteligente y de una gran modestia. Pienso que le hubiera agradado ser invisible, de puro modesto. Le encantaba hacer bromas sobre sí mismo. Lleno de ternura, velada por un humorismo de buena ley. Muy inglés, pero le regocijaba hacer chistes acerca de los ingleses. Solía decir que los ingleses eran unos chacareros alemanes".
Borges ríe infantilmente. "Fíjese, definía a los ingleses con otra nacionalidad."
Se pone serio. La vista sobre la taza de café. Las manos en súbito reposo.
"Creo que hubiera querido ser escritor. Trató de que ese destino se cumpliera en mí."

Educación europea
Borges tuvo institutriz inglesa desde los cuatro años.
Solo al cumplir los nueve, el padre consintió en que ingresara en la escuela común. Temía que le contagiaran enfermedades. Jorge entró directamente al cuarto grado. En una escuela de la calle Thames, por Palermo.
El bachillerato lo estudió en Ginebra. Allí, por supuesto, aprendió francés y alemán.
Era retraído. Siempre lo fue. Leía y escribía. "Siempre en su mundo de libros", acota la madre.
Sus recuerdos de muchacho: "Pasé una temporada en la provincia de Buenos Aires. Hacía paseos a caballo, nadaba; experimentaba una especie de felicidad física al hacerlo. Monté un pangaré. La palabra me fascinaba: pangaré —la paladea—. Los otros recuerdos no son reales: son de libros. La isla del tesoro, Kipling. Nunca tuve mucha vista, así que lo que leía me resultaba mucho más vivido que lo que podía ver. Ahora, que casi no veo, empiezo a sentir la naturaleza".
A los 22 años publicó un libro de poemas: fue Fervor de Buenos Aires. Pero antes había escrito y destruido uno de poemas anarquistas, Los versos rojos, y otro de ensayos, Los naipes del tahúr. Al recordarlos, Borges sonríe.
Después confiesa: "Todo lo mío está en Fervor; de una manera secreta, claro, potencial. Desde entonces tengo la impresión de haber aprendido solo algunas destrezas, algunas habilidades. Fuera de eso no he evolucionado. Aprendí sobre todo cómo no hay que escribir. Es algo, ¿no le parece?"
Siempre, desde muy chico, quiso ser escritor: "Sabía que iba a ser escritor. Me aterrorizaba, si, la idea de no poder llegar a serlo. En un tiempo se empleaba mucho la palabra raté, fracasado. En mi casa la oía con frecuencia. Fulano es un raté. Bueno, eso tenía para mí extraordinaria sugestión. Ambicionaba llegar a ser por lo menos un raté. Pensaba que eso ya era ser alguien: la sombra de un escritor".
Entre los libros que ha escrito, el que menos le disgusta, según propias palabras, es El Hacedor, "porque cada página tuvo una razón de ser".
Se trata de una recopilación de trabajos que ya estaban escritos, que no fueron realizados especialmente para ser publicados: "Allí nada fue escrito para abultar".
No transige cuando se le pide que nombre los libros suyos que no le gustan: "Quiero olvidarlos. Llamaría la atención sobre ellos si los mencionara. En la selección que hice para Emecé está lo mejor".
La producción de Borges no es abundante, aunque ha bastado para que muchos la consideren una de las más singulares y valiosas de la literatura argentina y vean en su autor al más grande estilista actual de habla castellana.
Incluye, entre otros títulos, Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín (libros de poemas), Inquisiciones, El idioma de los argentinos, Evaristo Carriego, Historia universal de la infamia, Historia de la eternidad, Ficciones, La muerte y la brújula, Otras inquisiciones, El Aleph, El Hacedor, y varias antologías en colaboración con otros escritores.
No obstante el prestigio de esta obra, cuando se le menciona a Borges la posibilidad de que se le conceda el Premio Nobel de este año, sonríe medio burlón: "¿A mí? No creo. Debe de ser una broma".
Y en seguida fa mirada sin brillo parece dada vuelta hacia adentro, a un tiempo que permanece intacto.

El poeta tuvo novias
Varias. Los amigos más íntimos aseguran que siempre fue muy enamoradizo. Que tuvo hasta amoríos desesperados. La madre confirma: "...pero nunca se enamoró lo suficiente, puesto que no llegó a casarse". Después habla de la novia primera, C. G., a quien dedicó uno de los poemas de Fervor. "Una hija de ella estudia literatura inglesa con George, en la Universidad."
Días más tarde, Borges dice que la muchacha le ha hecho la confidencia de que su madre ha preferido no volver a verlo, y mantener el recuerdo de aquel Jorge Luis de 21 ó 22 años; ella tendría 17.
Amigas del escritor lo describen como un hombre capaz de despertar fuertes sentimientos amorosos. Según ellas, posee una personalidad vigorosa, vital; unida a una especie de candor, de recatada naturaleza sentimental que atrae a las mujeres, Es un compañero sumamente agradable, muy divertido, de un humor brillante, de pura cepa inglesa, refractario a toda nota de mal gusto.
Cuando se le pregunta si cree en Dios, contesta con un melancólico "No"; pero se corrige después de reflexionar: "No puedo contestar eso. Es tan extraño este mundo que no quisiera excluir la posibilidad de un ser omnipotente".
Pero la madre había dicho que era muy religioso: "Reza el Padre Nuestro todas las noches, o a mí me parece que lo hace".
En relación con su literatura, no le interesan los problemas sociales. Sí los metafísicos. Los que se refieren al tiempo y a la muerte, "los problemas eternos, o para decirlo con menos solemnidad, los problemas constantes".
No busca en sus libros una comunicación con el pueblo. "Al escribir, no pienso en él de un modo genérico. Busco la comunicación con el lector."
Tampoco le atrae mayormente llegar a ser un escritor de grandes mayorías: "Salvo que ello significara compartir mis gustos con mucha gente; entonces sí, claro".

Algunas anécdotas
En política se manifiesta antiperonista y anticomunista. "Tengo muchas razones para serlo. Pero ni siquiera me interesa exponerlas." Una vez, Celia de Diego, a la sazón secretaria de la SADE, trataba de convencerlo de que, en su calidad de presidente de la entidad, debía concurrir a un acto del IRCAU (Instituto de Relaciones Culturales Argentina-Unión Soviética). Borges se resistía con esa su manera entre huidiza y empecinada. Celia De Diego creyó de pronto haber encontrado el argumento decisivo: "Pero mire —le dice — que habrá vodka y caviar".
Borges balbucea: "Gracias, pero yo no sigo ese régimen".
"Buenos Aires es como una idea que tenemos los porteños. No la podemos mostrar. No tiene cuerpo físico auténtico, lo que se llama color local. Antes creía que el Sur era su color local. Pero resultó que era una ilusión de porteño. Porque toda la Argentina está llena de barrios con casitas como en el Sur."
De joven le gustaban los barrios pobres: Barracas, Sarandí, Mataderos, Puente Alsina. También le atraían los atardeceres. "Ahora los barrios pobres me deprimen. Ahora me gustan las mañanas y las calles del centro."
Al recordársele que una vez Faulkner afirmó que un escritor debe serlo a cualquier precio, aun al de sacrificar valores éticos, afectivos o de otra naturaleza, Borges dice que le parece bien que eso lo haya afirmado Faulkner, que fue un gran escritor, pero él no le da tanta importancia a lo que escribe, porque "no creo ser importante como escritor; mi obra es casual".
Aseguran que en cierta ocasión, también en la SADE, Borges le confesó a alguien: "Yo no soy escritor, y no sé lo que va a pasar cuando se den cuenta de ello".

Para una semblanza
De los distintos Borges que cada uno de sus amigos ha pintado prolijamente; del George, ese niño inteligente que continúa siendo para la madre; de la propia, ambigua y burlona versión del poeta; de las instantáneas coloridas y superficiales de tantos que lo han tratado en algún instante de su vida, surge un retrato que todavía dista de ser fiel al original. Porque en este dominio del alma humana, la suma de las cifras parciales rara vez da el total justo. Hay muchas operaciones sutiles que se le escapan al más atento.
El Borges escritor, aseguran, es el Borges vivo. "Es como escribe." Puede ser.
Un tímido. El lo confirma: "Sigo siéndolo como cuando era joven. Pero ahora comprendo que no es un inconveniente insalvable. Se pueden hacer igual las cosas".
Y agrega al rato: "Me gusta conversar, pero con pocas personas. Las reuniones numerosas me dejan la impresión de haber sido infamado, cercenado. ¿No le sucede lo mismo?"
La madre lo comprende a su modo: "A pesar de su gran talento, como persona de sangre inglesa, suele ser infantil. A veces me sorprende con cosas de chico. Un chico quieto y reflexivo. Sufrido, diría. Jamás me vino de él una queja. Suele quedarse largos momentos solo, sentado en un sofá. Cuando se le pregunta, responde que piensa, que aprovecha el silencio y la soledad para meditar".
"Amigo afectuoso y sincero, pero de los pocos que es amigo —lo describe quien lo conoce desde hace mucho—. Caprichoso y terco en las discusiones, que gana no porque tenga razón, sino, en numerosas ocasiones, por la fuerza de su inteligencia. Cáustico y hasta despiadado en sus juicios. Pero entiende la verdad y la respeta. No odia a nadie ni tiene rencores ni prejuicios."
Muy generoso. Indiferente ante el dinero. Modesto. Con un gran sentido del humor, que maneja a manera de camouflage de una mordacidad siempre despierta. En su manera de decir, entre titubeos y perplejidades calladas, late un pensamiento penetrante, filoso.
Borges cree en el destino: "El porvenir está en el presente ; no es imposible descifrarlo. Y en el azar hay como un dibujo complejo que puede producir efectos sorprendentes".
No le tiene miedo a la muerte ; al dolor físico, sí. "Si me dijeran que esta noche voy a morirme, creo que no me atemorizaría. Aunque uno nunca sabe cómo se va a reaccionar si el hecho se produce."
Algunas veces al día se siente feliz, más feliz que cuando era joven: "Un joven no sabe cuáles son sus límites. Ahora conozco los míos. Eso me permite no ambicionar cosas desproporcionadas. Butler decía que se es feliz siguiendo el rumbo de las cosas".
Su opinión sobre la situación del país, aunque cruel, es definitoria y expresa un sentimiento sincero: "El país se está desintegrando. Se perdió aquella esperanza del 55. El nuestro es un país desmoralizado por grandes y pequeñas pillerías".
Le agrada el tango, pero considera que empezó a decaer con La cumparsita, y que la decadencia siguió con Filiberto. el tango sentimental y Gardel. "Los tangos no fueron hechos para ser cantados."
Opina que los de ahora, los de Piazzolla, por ejemplo, no tienen nada que ver con el tango. Le gustan Arolas, Grecco, Aróstegui: El Marne, El choclo. Le gusta la milonga; sostiene que es más alegre y más música que el tango. "Claro, el tango nos representa mejor, porque nos representa con nuestros defectos."
Posee una memoria prodigiosa. "Cuando va por la calle —cuenta Peyrou, su gran amigo—, recita por lo bajo antiguas poesías inglesas o francesas, o bien inventa poemas que fija en su memoria y que luego dictará a alguna empleada de la Biblioteca."
Y la gente, al verlo pasar, se da vuelta para observar con curiosidad pueril a ese hombre de cabello gris y paso indeciso. Alguno lo señala y dice: "Ahí va Borges, el poeta, o algo así".

"El pequeño mundo que lo rodea"
— Alberto Cricelli, dueño de la sastrería Gala's, Esmeralda 962. Lo atiende a Borges desde hace unos diez años. Nos explica que los trajes siempre los elige la madre. Habla de él como de un hombre callado, modesto. Sabe que se trata de un gran escritor y hasta ha leído un libro suyo, que le trajo la madre. Pero no recuerda el título, ni si se trataba de un cuento, novela o poesía.
—María Inés Puolis, de 20 años, hija del portero de la casa de departamentos donde Borges vive con su madre desde hace más de veinte años; asidua lectora de libros religiosos.
Leyó un libro suyo, relatos cortos. Dice: "Interesante, sí; pero tal vez no lo comprendí".
Afirma que Borges es muy bueno, amable, reservado. Sabe que es un gran escritor: "Si tiene un cargo público, viaja y las revistas se ocupan de él, debe serlo".
—Salvador Catalano, oficial, de 53 años, y Mario Moscato, de 24, hijo del dueño, en la peluquería de Viamonte 579. Lo conocen como El Profesor.
Antes venía siempre, dicen. Después hizo un viaje a los EE.UU. y se compró una afeitadora eléctrica, "se motorizó". Lo lamentan, pues lo estiman.
A Catalano le regaló Fervor de Buenos Aires, autografiado. Lo leyó y le gustó. Lo define a Borges: "Amable, simpático, amante de los buenos chistes, especialmente los verdes, pero que se los cuenten. Los que él relata son de cálculos matemáticos, para pensar".
Moscato dice que leyó El Hacedor y le gustó muchísimo: "Hay que leerlo varias veces. Es como una ópera, cuanto más se ve, más se comprende y gusta".
—Ernesto E. Corral, de 29 años, adicionista del restaurante Pedemonte, Rivadavia 629. Allí lo conocen como El Profesor Borges.
Afirma que leyó un libro suyo: "Se trataba de una caverna, también de un tigre, creo. Era surrealista. Algunas cosas no las comprendí, me resultaron demasiado profundas".
Nos dice que allí es muy querido por todos. "Sumamente correcto, sencillo. De muy poco comer. Casi siempre pide un solo plato: carne, a veces pastas. Muy rara vez toma vino. Agua natural. Le gusta mucho el postre de la casa, alfajor casero. Habitualmente viene con damas; jóvenes en relación con él, de unos treinta y cinco años más o menos."
Revista Panorama
setiembre 1963

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La madre del escritor hilvana recuerdos frente al cronista