Una docena de locales nocturnos, donde el show resplandece
con destellos informales, señala el auge de un tipo de music-hall
donde, sobre todo, se rinde culto a la evasión. Pero según
sus protagonistas, el género evoluciona hacia un mayor
predominio de números políticos, comprometidos con la actualidad
En los próximos días, tres casas porteñas de comida
habilitarán sendos café concert: Aristóbulo, La Jamonería de
Vieytes y Sans Gene; un local de music-hall, La Botica del Ángel,
inaugurará otra sala para montar una adaptación de Lisistrata,
de Aristófanes. Por su parte, la bailarina Ana Itelman acaba de
estrenar su Café Estudio en un subsuelo de la avenida Santa Fe,
donde la originalidad consiste en que los asistentes presencian
una versión de Alicia en el país de las maravillas mientras
toman un ponche. De tal modo, mientras la temporada teatral
languidece —salvo contadas excepciones— y hay salas que
suspenden funciones por falta de público, Buenos Aires asiste al
paradójico auge del café concert, género floreciente que, sin
embargo, no resulta un espectáculo barato: los precios de las
entradas oscilan entre los 1.500 y 2.200 pesos viejos. ¿Cuál
es la explicación de este fenómeno, surgido en medio de una
crisis económica general que deteriora —por ende— al negocio del
espectáculo? Tal vez una pista para responder a ese interrogante
la ofrezca el hecho de que algunas de las obras comerciales en
cartel sólo proponen un entretenimiento digestivo (por ejemplo
Hair o Las píldoras). En alguna medida, los espectáculos que se
dan en la mayoría de los café concerts de la Capital también
están signados por una impronta de frivolidad, aunque
sofisticada. Sin embargo, ese dato —aun siendo revelador— no
explica del todo la potencia de este tipo de show que en los
últimos dos años se consolidó en Buenos Aires como un hecho
cultural de presencia insoslayable. En rigor, a mediados de la
década del 60, locales como El Tronio o Goyescas cultivaban un
género de varieté que por su diversidad (un cantaor, un
tragasables, un cómico, bailarines flamencos) se acercaba mucho
más al espíritu de los espectáculos de music-hall que ofrece la
mayoría de los café concert actuales. Claro que el público de
aquellos lugares era diferente: tenía menor poder adquisitivo
que el habitué de los café concerts de moda. Con mayor
preferencia por la evasión refinada, el espectador actual
prefiere asistir a un show que en muchos casos está animado por
uno o varios divos, en torno a los cuales gira la
representación. El nombre de café concert resulta tal vez
impropio, ya que evoca la imagen decadente de los salones
parisienses de principios de siglo, donde cualquiera —sin
diferencia de clases— podía tomar una copa de vino o de leche y
asistir a un espectáculo frívolo. En Buenos Aires, los café
concerts funcionan preferentemente los fines de semana, sirven
gaseosas o whisky y ofrecen shows a partir de las 23 horas para
un público de clase media alta que busca distracción.
AL
CALOR DE LA NOCHE "En realidad, soy la única que retoma la
tradición europea del kabaret literario", aseveró Cipe Lincovski
(37, una hija), protagonista de uno de los mayores hits de la
temporada: totalizó más de 150 funciones en El Gallo Cojo, un
estrecho pero sugestivo subsuelo de San Telmo, con taburetes de
cuero y un escenario diminuto al fondo. Con un repertorio de
canciones y textos, en su mayoría tomados de Bertold Brecht, la
actriz ha convertido su reducto en uno de los más prósperos
bastiones del género. Tal vez el estilo de Lincovski no se
acerque totalmente —todavía— al kabaret berlinés, ya que éste
satiriza sobre política, costumbres y personajes de su propia
comunidad, con una mezcla de erotismo, ironía y claras
referencias a la actualidad. Claro que C. L aseguró que aún no
existe una escuela de autores y músicos dedicados a este métier
en la Argentina. Algunos dudan de que haya tiempo para que dicha
corriente pueda desenvolverse plenamente. Convertido en una
moda, el café concert, según algunos expertos, puede ser un
hecho tan pasajero y efímero como tantas otras cosas. Es
probable, opinan, que la mera repetición de artistas y de textos
escritos en estilo similar puedan llegar a cansar al público y
matar a esta verdadera mina de oro. Sin embargo, frente a
pronósticos tan pesimistas, hay quienes sostienen otra cosa:
"Creo que sólo estamos viviendo la primera etapa del café
concert en la Argentina", asegura Lino Patalano (25), un
italoargentino que regentea dos de los locales más exitosos: el
citado Gallo y La Gallina Embarazada, ubicado en el Barrio
Norte. Patalano es el exponente de un nuevo tipo de empresario
que se dedica fundamentalmente a la producción de espectáculos
de music-hall. "El año que viene, es posible que el género
evolucione hacia otro rumbo, ya que es notorio el interés del
público por convertir al café concert en algo aún más vigente de
lo que es hoy." Quizá convenga explicar cuáles son las
características más típicas y actuales del café concert:
nadie más adecuado para ello que los divos Antonio Gasalla (27)
y Carlos Perciavalle (27), pioneros de esta expresión teatral.
En La Fusa, otro de los locales más prósperos del género (en
Santa Fe al 1800), esta excelente pareja de comediantes ofrece
un espectáculo que inicia Perciavalle con un desopilante
monólogo donde se le toma el pelo a figuras como Nené Cascallar
y hasta se hacen referencias, siempre más escandalosas que
irónicas, al gobierno nacional. "La mejor prueba de que no
molestamos a nadie: un día vino la familia Lanusse y les encantó
el show", asegura Perciavalle. Los platos fuertes de la noche
corren a cargo de Gasalla, una suerte de Buster Keaton
argentino, cuyos dos monólogos (en uno aparece vestido de Pato
Donald y en otro describe, con desgarrante humor negro, la
historia de un niño prodigio) fueron calificados por la crítica
como los mejores textos de café concert de autor nacional. Pero
sin duda la medida del auge del género la otorga una presencia
insólita: Claudia Lapacó (30, dos hijos) que implicó una
ampliación del público habitual del negocio, con espectadores
atraídos por la fama televisiva de la actriz (ver recuadro).
Hace siete años que Gasalla y Perciavalle cultivan el music-hall
y en obras como Cosaquiemos la cosaquia o Help Valentino —que
fueron éxitos de público— ensayaron la receta básica que siempre
les produjo buenos resultados: "Comunicarse directamente con la
gente, satirizar acerca de hechos que todo el mundo conoce y con
los cuales el público se identifica; cumplir, en suma, la
función que en la Edad Media desempeñaron los bufones". Esta
regla de oro de Gasalla toma muy en cuenta un elemento clave:
"Hay muy poca distancia entre nosotros y el público, y eso crea
un clima informal que, además, es lo que ahora busca el
espectador". Aquí, tal vez, radique el aporte más importante del
café concert al panorama teatral argentino: la búsqueda de un
ámbito más libre que aquel que ofrece el teatro "a la italiana",
con el escenario por un lado y el público por otro. "A nuestros
espectáculos la gente viene decidida a participar de una manera
mucho más activa que lo acostumbrado en una función de teatro
convencional." Perciavalle especificó que él sale primero a
escena "porque yo sirvo para eso, para preparar el terreno con
cierta irreverencia, agresividad, buen humor; Gasalla necesita
que alguien le siembre el campo: ése soy yo. Es mejor actor que
yo y lo admiro mucho; pero lo que yo hago él no lo puede hacer".
Esta complementación es parte de un minucioso plan que preside
la estructura del espectáculo: los momentos más dramáticos,
protagonizados por el exasperado humor de Gasalla, cierran el
primer acto y preludian el segundo, mientras el gran final
consiste en una parodia de comedia musical interpretada por los
tres actores. Tal vez el monólogo revelador sea Teorema, una
escandalizada parodia que critica al film de Pasolini, y que
protagoniza Perciavalle, quien comenta: "Es un número
inteligente, donde hay que pescar un montón de sobreentendidos".
Frívolo, superficial, reaccionario, pero indudablemente
divertido, ese cuadro constituye uno de los momentos más
significativos de la velada de La Fusa.
LOS PELIGROS,
SEGUN NACHA Pese a este éxito, el binomio está algo cansado:
se queja de que ningún productor de televisión o teatro repara
en sus méritos y "tampoco las revistas de espectáculos nos
prestan demasiada atención". Otro pilar del café concert, que
desea practicar ciertas innovaciones, es Nacha Guevara (28, dos
hijos), quien anima —junto a varios divos— las veladas de
Michel, uno de los más sólidos y típicos café concerts del
Barrio Norte. Los fines de semana, en dos funciones, protagoniza
junto al músico Alberto Favero un show donde ofrece sus últimas
canciones, una de las cuales es una desenfrenada sátira en torno
de la compra de un portaviones por parte de la Armada argentina.
También Guevara (considerada como la iniciadora más empinada y
talentosa del género) alertó: "Si el café concert no se renueva
puede irse a pique muy pronto". Por ahora sus augurios no se
cumplen, pero sin duda son atendibles. N. G., quien planea
trasladarse a París en septiembre próximo, denunció que los
productores de televisión no le dan trabajo por el contenido de
sus canciones. Además, y como respuesta a quienes la consideran
irremediablemente frivola, recuerda el categórico éxito del
recital que ofreció hace un año en el estadio Centenario de
Montevideo, durante un mitin organizado por la uruguaya
Confederación Nacional del Trabajo. Lo cierto es que,
escudándose tras su juguetona imagen, Nacha produjo las mejores
canciones que aletearon en los café concerts durante los últimos
años, desde el tango El colmillo hasta traducciones adaptadas de
obras del poeta francés Georges Brassens. Para Guevara, el
género es una especie de circo donde el espectador debe recibir
sorpresas continuamente: "Pero eso todavía no se da en la
Argentina y entonces a una la confinan a cantar canciones de
protesta ante 50 espectadores burgueses; algo que, en realidad,
no sirve para nada". En alguna medida, sin embargo, Nacha
Guevara admitió que espectáculos realizados para públicos más
amplios, de menor poder adquisitivo, montados con mayor claridad
de ideas y más alto nivel de calidad, "es algo que deberán
adoptar en el futuro los café concerts porteños". En rigor,
ya existen dos locales donde el precio de la entrada es de 400
pesos viejos: uno de ellos —Buenos Aires, Un Café— ofrece en San
Telmo un espectáculo dividido en dos partes. En la primera
proliferan sketches costumbristas; en la segunda, monólogos y
canciones que hacen directa referencia a la actualidad política.
Oscar Núñez (35, dos hijos) es uno de los cinco actores que lo
anima. "En 8 meses vinieron a vernos 3.250 personas
—contabiliza—; los mejores días son los sábados a la noche
cuando se reúnen hasta 90 personas, rebalsando las posibilidades
del local." El otro reducto es El Vitral, un diminuto salón
piloteado por el director Néstor Raimondi y cuya máxima
atracción descansa en la notable actriz cubana Elena Huerta; el
público está aquí integrado fundamentalmente por estudiantes y
es a partir de la medianoche —los viernes y sábados— cuando unos
cincuenta parroquianos se apretujan para disfrutar el show,
tocar la guitarra y cantar. En realidad, El Vitral es parte de
un complejo que incluye una escuela de teatro y un salón de
exposiciones. Otro refugio de reducidas dimensiones —sólo
admite 50 parroquianos— es El Erizo Incandescente, cuyo precio
recala en los 900 pesos. De día, este local céntrico sirve de
taller al escenógrafo Luis Diego Pedreira (40). Algunas noches
se convierte, casi, en un club privado donde es necesario tocar
el timbre para poder ingresar. Los miércoles actúa Elena
Mignaquy, nucleando a un público exclusivo, que suele
identificarse con apellidos tradicionales. De jueves a domingo,
la actriz Juanita Kleimbort, ofreciendo un recital de canciones
hebreas, idish y sefardíes, acerca a otra corriente de
espectadores. Según Pedreira, "el público quiere ser abrazado
por el espectáculo, estar dentro de él; por eso me explico la
proliferación de los café concerts". Para un futuro cercano, El
Erizo Incandescente proyecta poner obras de dos personajes (La
visita, del director A. Rody, será la primera), introduciendo
una suerte de teatro de cámara. También El Vitral prepara
sketches del autor Alberto Adellach y una obra de Ricardo Monti
(Indagación). En la mayoría de los casos, los locales pueden
albergar entre 40 y 150 personas; el más amplio de todos es La
Cebolla, donde actúan dos conjuntos musicales. Uno es Les
Luthiers, tal vez el más representativo de los grupos
orquestales que trabajan en el music hall local: sus
instrumentos sui generis producen un tipo de música cuya
característica es el divertimento y cuyo objetivo es agradar con
refinados disparates sonoros, afiatados y humorísticos que
atrapan al público con innegable encanto y gran eficacia: su
último show consiste en una fraguada conferencia acerca de un
hipotético e inexistente maestro, Johann Sebastian Mastropiero,
cuyas partituras constituyen un regocijado ejercicio de
frivolidad y buen gusto. En La Cebolla también se presenta
Juan Tata Cedrón (31, un hijo), otro de los pioneros del género:
desde su aparición en Gotan, un local céntrico que funcionó
entre 1965 y 1966, sentó su pica en Flan-des. "En aquella época
—memora—, el medio no estaba del todo preparado; sin embargo,
hicimos música, teatro y, sobre todo, supimos expresarnos al
margen de un sistema que suele devorarlo todo y también, por
supuesto, al café concert." En su balance, Cedrón hizo
referencia a la enorme cantidad de locales que se abrieron y
cerraron en poco tiempo: "La mayoría de los café concerts apenas
dura un año", sentenció. Para este singular compositor y
cantor, que ocupa un sitio clave en la vanguardia tanguera, una
de las razones del éxito de estos locales "radica en el snobismo".
Sin embargo, sostiene que el género "es muy rico y se pueden
hacer muchas cosas valiosas. Por eso me interesaría reincidir en
una aventura como la de Gotan". Con sus últimas ampliaciones,
La Cebolla es capaz de recibir a 240 espectadores, lo que puede
significar una afluencia de 500 personas promedio los viernes y
sábados, días en que más trabaja ese local.
EL PORQUE, EL
COMO Esta cifra de habitués indica que, pese a quienes lo
critican, el café concert pasa por un momento excelente, como
negocio: sus estrellas pueden ganar hasta 800 mil pesos viejos
por mes y, en algunos casos, sus sueldos no bajan de 300 mil.
Los cachés de los intérpretes oscilan entre los 10 mil y los 50
mil pesos viejos por noche. Un local que funcione muy bien puede
recaudar hasta 2 millones de pesos viejos mensuales sin
arrostrar los tremendos gastos, que ahogan a los teatros en el
rubro mantenimiento. Mientras el montaje de un espectáculo
teatral insume entre 500 mil y un millón de pesos viejos
gastados antes de que se alce el telón, los café concerts, con
su reducido equipo de actores, puede hacer pingües negocios con
bajísimos costos de producción. <0 público —clase media,
profesionales, comerciantes, industriales— abona por un whisky y
un show el doble de lo que cuesta una entrada al teatro. Todo
esto explica tanta prosperidad. Cuando se les requirió que
trazaran una prospectiva del estupendo tener, casi todos los
entrevistados alegaron, obsesivamente, que la falta de
renovación de los números puede resultar un peligro mortal. Edda
Díaz (28, una hija), estrella absoluta de La Gallina Embarazada,
estima imprescindible tal cambio, ya que las figuras que animan
el género son, en definitiva, apenas una docena. Pero también es
cierto, como informó Edda, que "la imagen del divo está en
crisis". En definitiva, ellos son los más firmes sostenedores
del café concert, depositando el éxito de los espectáculos en su
carisma personal para comunicarse con el público. Pero tal vez,
la futura etapa de este tipo de music hall no cuente con el
divismo como único, esencial atractivo. Un hecho resulta
fundamental para explicar la vigencia de este fenómeno: la
absoluta libertad del espacio teatral, donde actores y
espectadores prescinden de la lejanía del escenario, permite
explorar nuevas formas de comunicación; también hay otro
elemento que subyace, en germen, en el actual estilo del café
concert: la necesidad del público de que los artistas aborden
aquellos problemas candentes que no se tratan en el teatro. De
tal modo, a través del humor, de las canciones, del conflicto
dramático, estos locales pueden convertirse, según Patalano, "en
lugares donde no se evadan los temas que queman sino que, por el
contrario, se los nombre con todas las letras". Para el
productor, eso implica "ir a la búsqueda de un nuevo público, al
que habrá que atraer con precios más populares; la ofensiva
también entraña la necesidad de contar con lugares más
espaciosos". Si bien Patalano afirma que no le "importa promover
espectáculos monárquicos, de derecha o de izquierda", su olfato
preanuncia el posible auge de un tipo de café concert
caracterizado por un singular plato fuerte. Se trata, al
parecer, de una especie de show político —que lo aproximaría al
Kabaret berlinés—, donde, con estilo de varieté, se mezclen
números y artistas diversos; su fisonomía tendría cierta
conexión con las revistas musicales de la calle Corrientes, pero
exhibiría una definida intención ideológica y estética, dirigida
a un público joven y politizado. Es que ese público, al igual
que ciertos actores, se halla en la búsqueda de un corte
desmitificador; el café concert —y sus posibilidades de notable
libertad expresiva, sin los problemas de censura que plantean
las obras de teatro en escenarios convencionales— puede así
cumplir una tarea nada desdeñable; por su portentosa capacidad
de comunicación, la economía del montaje y su carácter bufonesco
y circense, se abre como un estimulante objetivo renovador en el
ámbito teatral. Para los entendidos, una de las trayectorias
factibles para el futuro del género radica en el trueque de lo
frívolo por lo comprometido y actual. En este sentido, el
periodismo ofrecería un inmejorable aporte: la inclusión de
reportajes, en vivo, con la presencia de personajes famosos, por
ejemplo, pertrecharía con atractivas, contundentes armas al café
concert. De tal modo, tanto el teatro político como el
espectáculo de actualidad periodística pueden ser los caminos
fecundos que se insinúen en el futuro de estos reductos. Así, el
humor critico, corrosivo, al estilo del Teatro Jornal brasileño,
puede convertir lo que hoy es un espectáculo sustentado en la
mera evasión, en otro show, insólitamente distinto. Tanto las
razones puramente comerciales que aducen los productores como
las búsquedas de actores y público, podrían conducir a esta
metamorfosis, a esta radical vuelta de tuerca. Pero más allá de
cualquier cálculo de probabilidades, lo cierto es que hoy, a
varios años de su consagración como género con continuidad, el
café concert ha ingresado, por derecho propio, al panorama del
espectáculo nocturno de Buenos Aires.
CLAUDIA LAPACO: LA
MUCHACHA DEL CIRCO Mientras Carlos Perciavalle chisporroteaba
acerca del retorno de "Juan Dimanche, brazo corto y talle
imperio", y convertía a una catedral en una "torta con tren
columnas de marmosíntex", la vedette Claudia Lapacó se preparaba
en su camarín. Perciavalle no se olvidó de mentar a Fanny
(Navarro), quien "mira todo esta desde una nube de azufre", y
luego gorgoreó la letra del foxtrot Betty Nelly de la que es
autor), sobre música del legendario original de Gardel Rubias de
New York. El público estaba frío, porque eso a veces ocurre.
Pero de pronto, entre el burbujeo de pequeñas maldades,
irreverencias y humor negro del binomio Gasalla-Perciavalle,
Lapacó (cuya foto preside esta nota) injertó sus discretas
canciones en francés y, de algún modo, completó el heterodoxo
terceto. Al final de la velada el hielo se había derretido en
parte por la presencia de C. L, ese "elemento femenino" del que
hablaba Goethe, sin el cual los dos actores y su show no serían
ciento por ciento eficaces. Más allá de la sabiduría para
estructurar el programa, la inclusión de la actriz responde a
inequívocas intenciones: acercar a La Fusa a sectores más
amplios de público. Porteña, con 13 años en su haber como
estudiante de danzas clásicas y una trayectoria heterogénea (que
va desde sus clases con Heddy Crilla, a roles en obras de
Moliére y Abel Santa Cruz), se hizo popular en 1966 con el
teleteatro El amor tiene cara de mujer, de Nené Cascallar. A
partir de allí pasó a integrar el staff de vedettes promovidas
por la pantalla chica. "No tengo objetivos definidos ni quiero
dar una imagen precisa: sólo me limito a hacer lo que me gusta",
admitió ante SIETE DIAS. Esta actitud de disponibilidad, tal
vez, la llevó en 1968 a ganar unos 8 millones de pesos. "Pero
era una vida agotadora, que incluía levantarme a las 6 de la
mañana para ir a grabar al canal en jornadas que terminaban a la
madrugada, cuando salía del teatro." Quizás por eso ahora no
trabaja tanto: "Elijo mis trabajos y rechazo más ofertas de las
que acepto". Con ese criterio —ahora selectivo— aceptó hace unos
meses participar del show de La Fusa: "¿Acaso Ben Gazzara no
baila en el programa de Jerry Lewis? Y, en última instancia, lo
que a mí me encantaría sería poder actuar en un circo. El café-concert
—aduce— tiene en cierto modo algo de eso". Irascible, a
menudo crispada, C. L. niega, sin embargo, ser así: "Lo que pasa
es que adoro a la gente que me quiere y me erizo ante los que me
rechazan". Según Gasalla, "Claudia es la diva perfecta porque se
siente diva y eso es lo principal". Según Claudia, quien mejor
la definió fue un ejecutivo de Canal 2 de La Plata, "quien dijo
que yo tenía una cara perfecta para vender jabones. Y agregó que
tal vez yo no sea una excelente actriz ni una excelente
cantante, pero todo lo hago con mucha simpatía". A lo cual la
vedette acota, con eufórico buen humor: "No soy la mejor en la
vida pero puedo llegar a ser la mejor en todo, por mi
vitalidad". En una insólita autocrítica confesó: "Yo soy muy
objetiva acerca de mí y conozco mis limitaciones; pero si a la
gente le gusto ¿qué voy a hacer? Sobre gustos no hay nada
escrito". Siempre a la defensiva, insegura, ansiosa de afecto e
hiper-sensible ante posibles reacciones negativas, tal vez
Perciavalle tenga alguna razón cuando la califica de "diva por
temperamento". El halagador Gasalla intensifica sabiamente el
piropo: "Claudia es una de las pocas actrices con talento que
nació estrella". Lo cierto es que, como vedette, en La Fusa,
resulta un negocio insustituible.
Revista Siete Días
Ilustrados 21.06.1971
Ir Arriba
|
|
|