Revista Confirmado
19.08.1965 |
Dos meses después de instalado el actual gobierno, aproximadamente
en diciembre de 1963, cuando los radicales del Pueblo seguían
reuniéndose en torno de las mesas del Centro Lucense, a cuatro
cuadras del Congreso Nacional (ahora prefieren el restaurante
inaugurado recientemente por Armando Balbín, hermano de Ricardo),
Arturo Mor Roig anticipó en una de esas comidas la trayectoria
aproximada del entonces flamante Vicepresidente:
—Carlitos podrá resultar un poco atropellado, pero es un buen
muchacho. Sin embargo, creo que nunca se va a poder resignar a tocar
solamente la campanilla en el Senado.
En realidad, Perette no solamente se negó a resignarse y cumplir
nada más que la función de campanillero definida por Mor Roig, sino
que tampoco se limitó a mantenerse en el ámbito que le fija la
Constitución Nacional: el Congreso. Carlos Perette aparece un día
como principal orador de un acto cooperativista sospechado de
izquierdista, y otro día visitando privadamente al cardenal Caggiano
para encontrar una fórmula que lo integre a la tarea de aliviar las
penurias de los humildes; busca conexiones con los conservadores,
pero no descuida abrumar a los ministros del gabinete con pedidos
favorables a gobernadores neoperonistas con los que trata de
coligarse; guiña el ojo a su antiguo colega de conspiraciones, el
colorado y conservador Mariano Almada, y, simultáneamente, a sus
viejos amigos marxistas; intenta, vanamente, compartir la
presidencia con Arturo Illia, y no descuida sus viajes semanales a
Paraná, Entre Ríos, donde los comités dominados por sus puntos le
otorgan la base segura para sus operaciones partidarias; halaga a
Ricardo Balbín, pero espera secretamente el momento de imponerle un
reemplazante o, después de 1969, sustituirlo si para entonces no
consiguió un destino más espectacular; busca permanentemente
contactos con oficiales superiores de las tres armas, pero alienta
al diputado Horacio Thedy en su proyecto de reducción del servicio
militar obligatorio.
Chapoteando todo el día en cualquier tipo de reuniones, el
Vicepresidente no ahorra promesas con sus eventuales interlocutores.
Corre desde la una de la tarde —se levanta a esa hora— hasta la
madrugada; según su tesis, esos traqueteos le permiten dar una
imagen dinámica de la que carece el resto del gobierno. "Perette
—explican sus asesores— predica con el ejemplo y está mostrando a
Illia cuál es la manera de hacer las cosas."
Los amigos de Illia, en cambio, piensan que ese activismo exaltado
es rigurosamente estéril. Eligieron, para Perette, un nuevo apodo —
Hamster—, por comparación con un tipo de simpáticas ardillitas
domésticas que se mueven continuamente pero no hacen nada: a veces,
las hamster se limitan a trepar desesperadamente por una rueda que
siempre vuelve al mismo lugar como consecuencia de su propio peso.
En el paralelo hay una oblicua alusión a la baja estatura del
Vicepresidente, que siempre fue ironizada por los caricaturistas
políticos.
Lo cierto es que en todos los medios más o menos politizados de la
Argentina se sostuvo siempre que ese activismo era correlativo a una
ambición presidencial de Perette. Casi siempre, los tejemanejes del
Vicepresidente fueron interpretados en función de una hipótesis
según la cual Perette tiene sus planes precisos para reemplazar,
definitiva o temporariamente, a Arturo Illia.
Muchos vicepresidentes, en realidad, no escaparon de una sospecha
que puede operar en virtud del sistema de acefalia vigente en la
Argentina. Los casos de Carlos Pellegrini, que reemplazó a Miguel
Juárez Celman después de la crisis subsiguiente a la revolución
radical de 1890; de Ramón S. Castillo, que sustituyó al presidente
Roberto M. Ortiz, luego de una renuncia inspirada en razones de
salud que resultaron sospechosas a toda la oposición, y del general
Edelmiro J. Farrell, que ocupó el puesto del general Pedro Pablo
Ramírez a continuación de uno de los múltiples enfrentamientos que
dividieron a los protagonistas del 4 de junio de 1943, son invocados
para justificar esa clásica suspicacia. Esa desconfianza rodeó
también al vicepresidente Enrique Martínez, en la época de Hipólito
Yrigoyen, aunque solamente por unas horas logró retener el sitial de
presidente que en seguida cayó en manos del revolucionario general
Uriburu, y a Alejandro Gómez, en los comienzos del período
frondizista, aunque aquí el eventual aspirante fue quien resultó
drásticamente desplazado. Poco antes del 12 de octubre de 1963, todo
el país decía que Perette se aprestaba a reemplazar a Illia, quien
renunciaría por razones de salud.
Por supuesto, esa versión estaba inspirada en la impaciencia
perettista y se diluyó más o menos rápidamente. La tregua, sin
embargo, no duró mucho, y la posibilidad de que Illia fuera
sustituido por Perette volvió a ser jugada en función de algunos
hechos:
• La situación económica se desmoronaba rápidamente; Illia aparecía
como ineficaz, lento, pesado, aburrido, antiguo.
• Perette se mostraba como alternativa ante algunos militares
retirados, impacientes y. amigos suyos.
Hace dos meses, a causa de la explosiva renuncia de su asesor
Alejandro Jorge Vásquez, Perette calificó como intrigas de la
oposición los rumores sobre una rivalidad entre Presidente y
Vicepresidente. Como siempre, la desmentida alentó la interpretación
que se quería corregir. En tanto, las tensiones en el oficialismo se
hacían incontrolables.
Hacia fines de la semana pasada, una prolija encuesta determinó que
en la mayoría de los medios políticos se coincide en atribuir a
Perette tres objetivos tácticos, alternativos o simultáneos:
1) El Vicepresidente se propone reiterar, en combinación con algunos
militares, la fórmula que en 1962 llevó a José María Guido a la
jefatura de Estado. Una subvariante de esa hipótesis asegura que
Perette espera con impaciencia una catástrofe electoral del
oficialismo para 1967, con el objeto de que los hechos presionen en
favor de la renuncia o destitución de Illia.
2) Perette empujaría una licencia del presidente Illia, que se
fundaría en razones de salud. Otra posibilidad: un largo, muy largo
viaje de Illia por el extranjero.
3) Perette sostiene la necesidad de que se forme un gobierno de
coalición —idea lanzada hace poco por Aramburu—, cuyo eje político
giraría en la Vicepresidencia, ya que Perette es el único radical
que tiene partidarios en otros partidos.
El origen de estas versiones —curiosamente— es fácilmente detectable
en la propia Vicepresidencia. Hace quince días, un joven perettista
sorprendió a algunos correligionarios suyos en una mesa del Hotel
Savoy, de Buenos Aires, discutiendo detalladamente el mecanismo que
podía llevar al Vicepresidente a ejercer por unos tres o cuatro
meses la Presidencia y deliberando sobre los fines que se podrían
alcanzar en ese operativo.
En ese lapso —lucubraban—, Perette puede cambiar el gabinete. Illia
nunca lo haría por razones de temperamento, por su amistad personal
con algunos ministros. Cuando Illia vuelva, va a tener un gabinete
ágil, eficaz y, sobre todo, con un nuevo ritmo de trabajo. Por
supuesto, esto sirve —agregaron cuidadosamente— siempre que el
Presidente comprenda que es la mejor salida, y tome la iniciativa."
Por supuesto, aun con Illia nuevamente en la Casa Rosada, el
gabinete quedaría totalmente en manos de quien lo hubiera nombrado.
Un empeoramiento drástico de la situación, razonan los perettistas,
llevará finalmente a una salida de ese tipo. Sin embargo, en las
últimas semanas el Vicepresidente recibió con desaliento los
resultados de un sondeo encargado por él y realizado por sus amigos
en los ambientes militares: en la eventualidad de que se resuelva el
derrocamiento de Illia — decía la pregunta—, ¿se aceptaría que el
Vicepresidente asumiera el poder? Se explicó a los militares que
Perette es mucho más maleable que Illia, y que está dispuesto a
reemplazar el programa radical por uno de salvación nacional.
La respuesta fue negativa: su vago populismo, por lo demás, hacía
presumir a los militares —según contaron los informantes— que
Perette podía lanzarse a una aventura demagógica de tipo
goulartista.
Sin embargo, Perette reafirmó que no abandona sus planes ni su línea
de acercamiento con los sectores populares, según suele calificar a
algunos dirigentes marginales del peronismo. Esa vocación popular lo
lleva' ahora a abrumar a su asesor económico, Alberto J. Chueke, con
estudios sobre cooperativismo. Su reciente presencia en el acto
cooperativista . del estadio Luna Park de Buenos Aires es computada
por sus adictos como una aproximación fervorosa al pueblo. En todos
los niveles castrenses empieza a tomarse en cuenta, sin embargo, la
escabrosa perspectiva de que en los planes de Perette figure una
cuarta variante que integre su estrategia: la formación de un frente
popular, impulsado desde la izquierda y el peronismo extremista, que
en algún momento crítico espere encontrar en Perette el punto de
apoyo necesario para forzar un giro del gobierno hacia el marxismo.
Pero, por ahora, los esfuerzos perettianos siguen apuntando a la
formación de un gobierno de coalición. Con cualquier grupo de
partidos que se realice, lógicamente él sería el encargado de la
negociación. Perette, cuyo hermano Francisco fue depositado hace
unos meses en la presidencia de la Asociación del Fútbol Argentino,
sostiene que las relaciones públicas constituyen la llave milagrosa
capaz de abrir todas las puertas. En el partido oficialista todos
recuerdan que, cuando debió elegirse candidato a Vicepresidente, el
comando radical, en manos balbinistas, debía optar entre tres
unionistas posibles: Leopoldo Suárez, Miguel Ángel Zavala Ortiz y
Carlos Perette. Este último era quien más lazos había anudado con
los intransigentes, y resultó electo.
A partir del 12 de octubre de 1963, Perette cumplió una labor de
aproximación a todas las zonas políticas. Desde Radio Colonia, que
gira en su órbita y distribuye andanadas diarias de versiones,
obligó a ensalzar a quienes entraban en su juego y a denigrar a
quienes lo resistían. Su vinculación con Nélida Baigorria, que
controla la Comisión Administradora de Radios y Televisión, permitió
coadyuvar a esa persistente acción psicológica.
La acción de Perette, sin embargo, no excluye recursos más
tradicionales: nombramientos y gestiones en favor de figuras útiles
dentro de su juego, de sus familiares y amigos. Aparentemente, la
política del servicio personal —bautizada así por Moisés Lebensohn
cuando era puesta en práctica por los conservadores— permitió
conseguir la adhesión del senador pampeano José Raúl Bauducco (que
llegó a abandonar las filas de su partido, UDELPA, entre otras
atenciones, Perette designó a los dos hijos de Bauducco en el
Senado), del neoperonista neuquino Elías Sapag, del tucumano Ríspoli
Román, del chaqueño Lauro Francisco Ramírez y del salteño Dante
Lovaglio, todos senadores nacionales. La lista de senadores
adscriptos al juego de Perette parece ahora haberse extendido con la
inclusión de Celestino Gelsi, del bloquista sanjuanino Aldo Cantoni
y del ex frondizista misionero Rolando Olmedo.
Pero la política perettista de captación no se limita al Senado:
Jorge Mariano Almada y Pablo González Bergez son dos dirigentes
conservadores de los cuales siempre se sospechó que actuaban en
coordinación con Perette.
El mecanismo político montado por el Vicepresidente no excluye la
vida interna de los partidos políticos y, a veces, promueve
abiertamente las escisiones: cuando el aramburista Agricol de
Bianchetti entró en conflicto con su partido, Perette le ofreció
pleno apoyo si provocaba la división de UDELPA, con la consiguiente
creación de un nuevo nucleamiento.
Todos los engranajes puestos en marcha por Perette pueden tener una
finalidad alternativa, para el caso de que un ascenso al poder del
Vicepresidente resulte imposible: conquistar el control del partido
oficialista. Ricardo Balbín puede ser candidato presidencial en 1969
o, en la hipótesis del recambio prevista por Perette, estar a esa
altura de las cosas totalmente deteriorado. Alejado Balbín por una u
otra causa, la única figura que puede mantener intacta la unidad del
partido radical es Perette, según la explicación de sus discípulos.
De cualquier modo, ninguno de los objetivos que se atribuyen a
Perette se contradice esencialmente. Todos pueden ser servidos por
la acción que el Vicepresidente realiza desde el Senado. Aparato
político o usina de relaciones públicas, el equipo de Perette ocupa
cinco habitaciones en el Hotel Savoy, de las cuales cuatro están
llenas de papeles, libros y recortes rigurosamente clasificados.
José Blanco Amor, periodista de La Nación, opera allí como asesor
cultural: su misión va desde redactar mensajes y conferencias hasta
contestar a los escritores que envían libros.
En la propia Vicepresidencia trabaja un equipo encargado de la tarea
diaria: están allí Francisco Monteagudo, viejo caudillo radical, que
es el jefe del grupo; Pedro Paonessa, secretario privado de Perette;
Enrique Hers, Luis Pellegrino y Leonel del Amo.
Lo curioso es que el equipo comienza a trabajar hacia el mediodía,
poco antes de que el Vicepresidente se levante, y llega al punto
culminante de su labor diaria hacia las diez de la noche: los
teléfonos particulares de ministros y funcionarios suelen sonar casi
en la madrugada, cuando les corresponde el turno por el extraño
horario de Perette.
Los jefes militares que integraron la comitiva que viajó a Córdoba
para el aniversario de la Fuerza Aérea desconocían esa peculiaridad
del Vicepresidente: más bien sorprendidos, poco después de subir al
avión vieron que Perette se sacó el saco, reclinó la cabeza y se
puso a dormir plácidamente.
Muchos presidentes fueron acusados de tener asesores misteriosos:
desde el general Lonardi (ese papel lo cumplía Clemente Villada
Achával) hasta Arturo Frondizi. Illia, en cambio, tiene un
misterioso rival: el vicepresidente Perette, cuyas ambiciones lo
llevan a desarrollar una actividad propia, en virtud de la cual
tiene más poder del que jamás haya logrado un presidente del Senado.
Todo indica, hasta ahora, que Illia no tiene fuerza ni capacidad
para limitar la eufórica, dinámica, nerviosa actividad de Carlos
Humberto Perette.
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Perette en el Senado de la Nación
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Ricardo Balbín
Cantoni
Gelsi
Caggiano y Perette
Leopoldo Suárez y Zavala Ortiz
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