En la pista, en la calle y en su casa, el flamante
Campeón Argentino de Turismo de Carretera manifiesta la
misma ansiedad: llegar a su objetivo antes que nadie; ser el
primero en todo. "Me llaman 'El loco' sin razón -se
lamenta-. Sólo pretendo ser como Fangio" "Cuando me
metieron preso por segunda vez, mandé al diablo la política.
Tuve que pasar tres días a la sombra y al salir dije basta.
Los correligionarios me suplicaron que no abandonara la
presidencia de la Juventud Radical de Arrecifes, pero ni el
mismísimo Yrigoyen me habría hecho cambiar la decisión. ¿Qué
había conseguido en todos esos años de militancia? ¿Qué
había ganado las cien veces que trepé a una tarima para
arengar a los muchachos del lugar? Nada. O, mejor dicho,
algo: conocí todos los calabozos de la zona y hasta llegué a
ser prófugo de la justicia varias veces ..." Carlos
Alberto Pairetti, 33 años, 75 kilos, flamante Campeón
Argentino de Turismo de Carretera, recuerda con ira. Desanda
unos 15 años para rescatar la imagen del otro Carlos Alberto
Pairetti, el que durante el gobierno de Juan Perón y con
unos cuantos kilos menos, agitaba proclamas revolucionarias.
Pairetti no renegó gratuitamente de la fama. Al desechar la
peligrosa notoriedad política que gozaba en Arrecifes
(provincia de Buenos Aires) abrazó instantáneamente una
profesión que, en poco más de una década, le permitiría
conquistar una idolatría no menos riesgosa, mejor paga y de
dimensión nacional. "Eso de ídolo no es cierto —corrigió
el volante—. Yo soy un tipo popular, nada más. En este
deporte los ídolos escasean. Tenemos un Fangio, un Gálvez...
y hay que parar de contar". Pairetti puede parar de
contar pero no de moverse. Reportearlo es una experiencia
bastante engorrosa, no por su hermetismo, sino porque no
permanece un segundo quieto ni que lo amarren con una
cadena. Para que respondiera a un cuestionario no muy
extenso, un redactor de SIETE DIAS y un reportero gráfico,
secundados por un mecánico del autódromo, acorralaron al
urticado piloto en un laboratorio de análisis de
combustibles del Autódromo Municipal, en Buenos Aires. Era
el único sitio que ofrecía pocas posibilidades a su
maniática movilidad. "Meter a Carlitos entre probetas de
vidrio es como encerrar a un gato en la vitrina donde se
guarda la cristalería —comparó el gentil mecánico—. Pero, no
correremos ningún riesgo: Pairetti te tiene mucho más miedo
a los vidrios rotos que a una pregunta periodística ... De
puro supersticioso, no más". VIVIR CORRIENDO La tarde
del domingo 24, luego de una excepcional performance a bordo
de su rugiente Trueno Naranja, Pairetti fue llevado en andas
por una delirante legión de fans. Luego, con la satisfacción
del sueño cumplido, el campeón se abocó a otro sueño, el de
la siesta, en el suntuoso piso que posee en Quintana al 300,
en la Capital. En marzo de este año abandonó definitivamente
su domicilio de Arrecifes para confortarse en pleno barrio
Norte. "Con todo lo que he ganado —señala las lujosas
habitaciones de su nueva casa y omite lo que también tiene y
no se ve— no voy a pensar que la política todavía me sirve
para algo. La única política que practico actualmente es la
empresaria: tengo una agencia de automóviles en Rosario, una
casa de repuestos automotores en Santa Fe y una agencia de
maquinarias agrícolas en Arrecifes. Tengo, además, una
excelente esposa, dos pibes maravillosos ...". Pairetti se
olvida de decir que también tiene dos socios (uno de ellos
su hermano Jorge), quienes consienten que corra y no trabaje
y en darle dinero cuando le hace falta. "Mi vida es un
viaje permanente —confiesa el piloto—. Normalmente recorro
unos 15 mil kilómetros por mes: no es nada extraño que
desayune en Buenos Aires, almuerce en Rosario y cene en
Resistencia, cuatro de los siete días de la semana. Antes de
comprarme el super sport que tengo actualmente, castigué un
Peugeot como a una bestia. En 13 meses le hice recorrer más
de 150 mil kilómetros y le cambié tres motores como si
nada." Una de las cosas que más satisface a Pairetti es
compararse con el desafortunado muchachito que fue hasta los
17 años. "A esa edad comencé a correr —recuerda—. Primero lo
hice en motoneta, luego en moto, más tarde en Ford T; quería
ser primero sobre cualquier vehículo. Pero la suerte no me
ayudaba demasiado. El panorama cambió cuando Néstor
Marincovich, alias Sandokan primero, me contrató como jefe
de auxilios de su equipo. Estuve con él unos cuantos años
hasta que se mató en un accidente. Su coche quedó en
Arrecifes y, de alguna manera, lo heredé. Cinco amigos me
ayudaron a juntar el dinero que necesitaba para comprarlo.
Una vez que lo tuve en mi poder me dije: Carlitos, tu
verdadera historia comienza en este momento". EL LOCO EN
ACCION En casi todas las historias la felicidad irrumpe
sorpresivamente al final. Pairetti no fue una excepción a la
regla. En su debut realizado en San Rafael, Mendoza, se
clasificó décimo. "Fue el 25 de mayo de 1962 —precisa—. Un
año más tarde, el 3 de agosto de 1963, conquisté mi primer
triunfo, en Mar del Plata. Me impuse en una competencia para
no ganadores; lo que no resultó muy virtuoso que digamos".
El año clave de Pairetti fue 1966. Dos acontecimientos
producidos en esos doce meses lo rescataron del
semianonimato en que se encontraba sumido: su comentada
participación en una competencia de Fórmula 3 realizada en
Milán, Italia, en la que lo bautizaron II Matto (El Loco), y
su primera victoria en el Gran Premio Turismo de Carretera
disputado a fines de ese año. "Lo de Italia es inolvidable
—advierte con una sonrisa melancólica—. Como era una de las
primeras competencias internacionales en la que participaba,
me fue bastante mal; llegaba siempre en la cola. Pero me
divertí como un chico: pasaba a los rivales por el césped,
les tiraba el coche encima. En fin, una sarta de salvajadas
que inspiraron a un periodista milanés a llamarme II Matto.
Los argentinos siguieron la broma y no me ha quedado más
remedio que soportarla". Un año después, en 1967,
Pairetti estuvo al borde de la muerte. El accidente se
produjo mientras probaba su auto en el autódromo de Rafaela.
En una de las curvas, el vehículo derrapó, abandonó la pista
y luego de corretear por el césped lindero se precipitó en
un desnivel de 8 metros. Luego de permanecer 70 días
enyesado, y antes de estar totalmente restablecido, el
volante santafesino volvió a pilotear un coche de carreras.
"Fue en Hughes —recuerda—, y gané. Pero no hay que
asombrarse de lo que hice; no es una audacia sino un tipo de
conducta necesario para todo corredor: negar a la muerte. El
día que suba a una máquina y sienta que puedo accidentarme o
que corro el riesgo de matarme... me bajaré, regresaré a
casa, contemplaré la competencia por televisión y, en un
brindis muy íntimo, diré adiós al automovilismo". Por el
momento, Pairetti se siente inmortal, lo que le permite
ensayar un razonamiento muy simple: "Si no me puede pasar
nada, por qué voy a abandonar una profesión donde gano tanta
plata. No es ningún secreto que los volantes de punta, los
que siempre terminamos una carrera en los primeros puestos,
estamos muy bien pagos. Demasiado bien recompensados porque
el piloto es el factor menos importante en un triunfo:
nosotros somos la parte más chiquita de todo el mecanismo
que permite conquistar victorias. El coche es fundamental,
los técnicos, el equipo mecánico ... Nosotros, los volantes,
no hacemos más que conducir todo eso a la línea de llegada".
A pesar de haber conquistado el campeonato de este año, no
se considera el mejor piloto argentino. Se autodefine como
"el volante que condujo el mejor automóvil de carrera de
este período, una suerte que podía haberle tocado a otro".
Cuando refiere sus características como corredor, es algo
contradictorio. "En realidad, existen dos Pairettis
—aclara—; el que compite y el que maneja su coche
particular. El primero es un tipo furioso, enloquecido por
ganar; el otro, es un normal ciudadano que trata, en lo
posible, de respetar las normas de tránsito". (Los
periodistas que lo conocen dicen que sólo hay un Pairetti,
el primero, en la pista y en la calle.) "Cuando corro, trato
de elaborar la carrera, de medir paso cada uno de mis
movimientos, cada uno de mis objetivos —quince minutos más
tarde, en un arranque de espontaneidad, el piloto confesó—:
"Yo soy... ¿cómo puedo decir? Yo soy la velocidad. Me gusta
ganar; ganar contra viento y marea. En cualquier competencia
esgrimo un solo principio: ganar o romper el coche. No hay
término medio: salgo de entrada en punta y no la dejo hasta
recibir la copa". Pairetti, que se considera casi
idéntico a Eduardo Copello, el Campeón Argentino de TC de
1967, que no se cree un ególatra, pero que afirma sentirse
más importante que Lyndon Johnson ("cuando me llevan en
andas"), y cuya única aspiración consiste en ser como Juan
Manuel Fangio ("El segundo Fangio, en todo caso, porque él
es único y yo pretendo lo mismo"), seguiré corriendo hasta
un día muy especial: "El día que comprenda que ya no soy el
mismo piloto. Ojalá que Dios me ayude a ser honesto conmigo
mismo y no me permita hacer papelones ...". Revista Siete
Días Ilustrados 02.12.1968
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