Revista Confirmado
10.10.1972 |
Filo contrafilo y punta
Escribe: Heriberto Kahn
"¿Y, hemos vuelto a la primera página, o llegamos finalmente
a la última de esta increíble historia de suspenso?",
interrogó sonriente a un amigo que llegaba a visitarlo uno
de los protagonistas principales de este proceso. Es que,
después de los acontecimientos de la última semana fueron
muchos los que se preguntaron si el nuevo rumbo no devolvía
la nave a las aguas en las que había comenzado a navegar en
marzo de 1971. Así lo interpretó por ejemplo
—interesadamente— Jorge Daniel Paladino cuando envió un
ingenioso telegrama a Juan Domingo Perón.
Pero lo cierto es que a partir de la publicitación del Plan
de Reconstrucción Nacional propuesto por el ex presidente,
comenzó a desencadenarse una serie de consecuencias
políticas de ese hecho:
•El Presidente aprovechó la ocasión para explicar en
Olavarría el sentido del acuerdo, ya que el repentino golpe
de timón había provocado temores y resistencias en algunos
sectores militares que temían claudicaciones de las Fuerzas
Armadas ante Perón. Lanusse volverá a insistir en sus
explicaciones durante el viaje a Tierra del Fuego y a ese
propósito responden las presencias en la comitiva del
ministro Mor Roig y del contralmirante Emilio Massera, que
representa a la Armada en la Comisión Coordinadora del Plan
Político.
•Los nuevos pasos hacia el acuerdo comenzaron a darse
alrededor de mediados de agosto, poco antes de la fecha
clave del 25 de ese mes, a través de un gestor oficioso,
relativamente equidistante de las partes, pero con una
proximidad levemente acentuada hacia Puerta de Hierro. Algo
habrían tenido que ver también según se insiste en círculos
peronistas dos argentinos que habrían entrevistado a Perón
durante sus breves vacaciones en Biarritz.
•El Gran Acuerdo Nacional cambiará de nombre como
consecuencia de las consultas y coincidencias que se
producirán en las próximas semanas, cuando se conozca el
plan de acción que la Comisión Coordinadora propuso en la
noche del viernes 6 a la Junta de Comandantes en Jefe. A
partir de entonces pasaría a llamarse Acuerdo de Unión
Nacional, una definición que conjuga vocablos favoritos
tanto de la fraseología oficial como de la empleada por Juan
Perón.
• A partir de la vigorosa puesta en marcha del CONES, puede
comenzar a transitarse rápidamente el camino hacia un
gabinete de coalición del que participen hombre de la CGT,
CGE y de los partidos que se incorporen al nuevo acuerdo.
Como consecuencia del mismo se trataría de superar también
los nombres de Hora del Pueblo y Frente Cívico de Liberación
Nacional, para posibilitar una coincidencia más amplia.
•El acuerdo no busca la unanimidad, ya que los estrategas
oficiales están conscientes de que toda buena táctica
política exige un adversario para poder dar la batalla.
•Llama la atención que Perón haya incluido en los 10 puntos
al reexamen de la convocatoria a elecciones: ese instrumento
se ocupa únicamente de la fecha de los comicios y de los
cargos que serán cubiertos por su medio. Puede pensarse
entonces que el ex presidente desea introducir, como
consecuencia del acuerdo, una alteración en uno de esos dos,
o en ambos, aspectos.
• La convocatoria no se hará antes del 25 de octubre ni
después del 25 de noviembre. Ese es exactamente el
estrechísimo margen dentro del cual deberá quedar concluido
el acuerdo, o al menos sus líneas fundamentales.
♦ Todo comenzó en agosto
Justamente en los días previos al 25 de agosto, en los que
las relaciones del gobierno con Perón parecían haber llegado
a su punto más álgido, comenzó a ponerse en marcha una nueva
operación acuerdista a través de una especie de gestor
oficioso relativamente equidistante de ambas partes, aunque
con una leve inclinación hacia Madrid. Luego habría habido
un diálogo de Perón con dos hombres de las Fuerzas Armadas
—no se sabe si en actividad o en retiro— en la ciudad
francesa de Biarritz.
Recién a partir de entonces comenzaron a tener un papel
preponderante José Berl Gelbard, quien habría convencido a
Perón de la necesidad del acuerdo, y Jorge Osinde, que
persuadió finalmente al ex presidente de que debía dejar de
apostar al golpe porque el mismo no se produciría.
Simultáneamente comenzó a ponerse en marcha una operación
que involucró también la estrecha colaboración del gobierno
español —una primicia anticipada con exclusividad por
Confirmado, en la sección Claves del número 342, editado el
4 de enero de 1972— destinada a convertirse en una
fundamental pieza de seguridad del acuerdo, según una vieja
idea del ex ministro de Justicia, Ismael Bruno Quijano.
Naturalmente, los máximos dirigentes de las 62
organizaciones tuvieron, a través de Rogelio Coria un papel
descollante en la operación. Precisamente fue el Negro Funes,
un hombre de Coria, el encargado de efectuar en dos
oportunidades el viaje de ida y vuelta entre Madrid y Buenos
Aires para someter a distintas consultas al famoso
documento. Algo más de 20 días atrás, un ínfimo grupo de
iniciados conocían la existencia del mismo y lo esencial de
su contenido.
Con la llegada oficial del instrumento a Buenos Aires y su
entrega al secretario de la Junta de Comandantes en Jefe ha
culminado una etapa de esta compleja operación. Actualmente,
no se producen nuevos avances secretos hacia la conclusión
del acuerdo, pero nada permite descartar que a partir de
fines de esta semana o comienzos de la próxima, quienes han
demostrado ser eficaces negociadores vuelvan a poner manos a
la obra. El tiempo apremia.
♦ ¿Cómo y con quiénes?
El Presidente explicó en Olavarría, tal como ya lo había
expresado en privado, que no se trata de un acuerdo entre
las Fuerzas Armadas y el peronismo, sino una coincidencia
mucho más amplia (ver pág. 10). Hacia ese objetivo se
orientan los 6 puntos procesales contenidos en el
asesoramiento que la Comisión Coordinadora elevó a la Junta
de Comandantes en Jefe a las 9 de la noche del viernes 6.
Se tratará ahora de retomar las conversaciones de la
Comisión Coordinadora con los partidos políticos nacionales
y con las confederaciones, para tomar en cuenta no solamente
el documento del justicialismo sino también otras propuestas
presentadas ya por los partidos, en especial el pacto de
garantías elaborado por La Hora del Pueblo. Aunque la
primera ronda de conversaciones incluirá a todos los
partidos nacionales, está claro que. las coincidencias que
emergerán de ellas no podrán, ni es deseable que así ocurra,
alcanzar el grado de la unanimidad.
Los sectores políticos que finalmente alcancen un acuerdo
que será necesariamente multilateral constituirán grupos de
trabajo que se dedicarán a elaborar más detalladamente los
aspectos programáticos de la coincidencia y estudiarán su
implementación. La marcha estará dirigida así hacia la
instrumentación del Acuerdo de Unión Nacional (AUN), una
síntesis del Gran Acuerdo Nacional, hijo predilecto del
gobierno, y de fórmulas mencionadas por otros sectores, en
especial el justicialismo.
En ese camino se tiende naturalmente a suprimir nombres que,
como el propio GAN, crean las resistencias naturales de las
palabras que se han convertido en sinónimos de círculos muy
determinados: así como el Gran Acuerdo Nacional lleva la
marca indeleble del gobierno y será por eso reemplazada por
una fórmula conciliatoria como el Acuerdo de Unión Nacional,
se persigue también la eliminación de términos que, como La
Hora del Pueblo y el Frente Cívico de Liberación Nacional,
provocan resistencias que impiden una coincidencia más
amplia, aunque el resultado final no sea naturalmente la
suma de los partidos que se han enrolado en uno y en otro
nucleamiento partidista.
A partir de esta metodología es que jugará un papel
protagónico el Consejo Económico y Social (CONES), que
emergerá finalmente a la vida activa en los próximos días
con la aceptación ya obtenida de todos los grupos
interesados, de las modificaciones que a la reglamentación
de la ley que creó el organismo elaboró el ministro del
Interior. Julio Oyhanarte y el secretario del CONES, Jorge
Reinaldo Vanossi, desempeñarán finalmente el rol esencial en
el proceso que avizoraron cuando se hicieron cargo de la
tarea en el mes de mayo pasado.
Desde la puesta en marcha del CONES, ese instituto está
destinado a convertirse en el ámbito natural para la
elaboración de los pasos inmediatos y concretos hacia el
acuerdo, y hacia el programa, especialmente en materia
económica y social, que aplicará el actual gobierno en sus
últimos tramos, y el que regirá al próximo régimen
constitucional. De las coincidencias que se puedan alcanzar
en el marco del CONES, deberá quedar expedito el camino
hacia la integración de un gabinete de coalición o de unión
nacional —de este modo quedan comprendidos también
organismos como CGT y CGE—, una vieja aspiración del
gobierno subrayada expresamente por Juan Perón en su ya
famoso documento.
Lógicamente, la posibilidad concreta de un gabinete de
composición política implica necesariamente el levantamiento
o al menos la modificación de la cláusula que estableció que
quienes ocupen funciones ministeriales a partir del 25 de
agosto, no podrán aspirar a cargos electivos en los próximos
comicios. Pero esta posibilidad se allanó inmensamente a
partir de la virtual certeza de que Perón no aspirará a
convertirse en el abanderado de su movimiento.
En ese mismo sentido, llamó la atención de importantes
círculos políticos el hecho de que el ex presidente
solicitara el reexamen de la ley de convocatoria —aún no
sancionada—, un instrumento destinado únicamente a fijar la
fecha de las elecciones y los cargos que se cubrirán a
través de los comicios. Todo parece indicar que Perón desea
introducir variantes en estos puntos, o al menos que no
tiene posiciones rígidas tomadas en la materia. No puede ser
casual, por lo tanto, que el gobierno haya decidido
apartarse de su propósito de sancionar la ley de
convocatoria el 1º de octubre, para volver a la fecha
anteriormente propuesta, que oscilaba entre el 25 de octubre
y el 25 de noviembre. Obviamente, los puntos que debe
resolver la ley de convocatoria son terreno posible de
discusión en la mesa —o las mesas— del acuerdo.
A partir de aquí, ya todo parece por lo menos posible. Uno
de los más importantes funcionarios del gobierno definió
perfectamente la situación creada cuando, con relación a la
fecha de los comicios, indicó: "Si el acuerdo se logra
finalmente, las elecciones deberían efectuarse un día antes
de lo que sea técnicamente factible." La parábola apunta con
exactitud al espíritu de no desperdiciar una eventual
sensación de conciliación nacional. Pero de todas maneras,
ya los dictados de las razones técnicas y de organización de
las elecciones impiden por completo que las mismas se
realicen antes del próximo mes de febrero, pero el 25 de ese
mes podría muy bien convertirse en la fecha en la que los
argentinos concurran a las urnas en condiciones en las que,
hasta hace solamente pocos días, jamás hubieran soñado.
Pero el tránsito hacia el acuerdo —en cuya elaboración
futura podrán jugar un importante papel a partir de la
reunión cumbre peronista que se celebra actualmente en
Madrid, el economista Antonio Cafiero y acaso también el
caudillo correntino Julio Romero, aunque no sea desplazado
Héctor J. Cámpora— se ha convertido por imperio de las
circunstancias, en una verdadera carrera contra el tiempo:
en el mejor de los casos, el país cuenta con 50 días sin
duda pródigos en sacudones en todos los terrenos, para
elaborar una coincidencia que está destinada a convertirse
en base de despegue. Con el tañir de las primeras horas del
último mes del año, habrá fenecido el plazo angustioso en el
que el proceso hacia la unión nacional se juega a suerte o
verdad.
_______________________________________________________________
La carrera al poder
"Aquí se está moviendo el Movimiento Justicialista, que es
muy importante; aquí, el Partido Justicialista, que es muy
importante; aquí, la CGT, que es muy importante; aquí, las
62 Organizaciones, que son muy importantes; aquí, las
formaciones especiales, que son muy importantes también.
Pero aquí (indicando un punto superior) se está jugando una
cosa mucho más importante todavía. Y ésa la juego yo: es el
acuerdo con las Fuerzas Armadas. Si yo logro el acuerdo con
las Fuerzas Armadas, lo otro no importa. Y si no lo logro,
lo otro tampoco Importa."
Ese boceto estratégico fue trazado por Juan Perón, pocas
semanas atrás, en la quinta 17 de Octubre: con lápiz rojo
encerraba las piezas claves de su dispositivo táctico —el
Movimiento Justicialista, la CGT, 62 Organizaciones, etc.,
mientras desarrollaba frente a uno de sus visitantes las
posibilidades que le abría la perspectiva electoral.
Sobrevolando todas esas esferas, un círculo —trazado en
tinta azul— señalaba el campo de maniobra del Comando
Estratégico para negociar un acuerdo con las Fuerzas
Armadas.
La preocupación de Perón frente a la irreversible
orientación del proceso electoral no hace más que señalar
una evidencia política que tiene epicentros en Madrid y
Buenos Aires: todas las estrategias de aproximación al poder
están en marcha. Dentro de dos meses, todas las fórmulas
presidenciales habrán ganado la calle y el país tendrá un
panorama completo sobre la forma que asumirán los próximos
comicios, aun sobre las perspectivas de los distintos
postulantes.
El tiempo apremia y los partidos se incrustan ahora en una
duda, en una confusión generalizada que es el paso previo al
momento decisivo. Los radicales tienen dos fórmulas de
precandidatos en la calle, una expresiva de su conducción
(Balbín-Gamond) y otra de los grupos juveniles
nacionalistas-populistas (Alfonsín-Storani): los cuatro
miembros de ambos binomios han sostenido, en estos días,
intensas conversaciones con los militares, al más alto
nivel, y de esas conversaciones más o menos reservadas —por
obvio pudor político— están surgiendo puntos concretos de
acuerdo, cuya evolución deberá seguirse muy de cerca.
El peronismo, por su parte, mantuvo también importantes
contactos; pero fue la espectacular pero convenida propuesta
de Juan Perón aquello que canalizó y unificó las
negociaciones: nadie puede, así, negar seriamente que Perón,
desgastado en su liderazgo y todo, tiene aún capacidad de
iniciativa en su movimiento.
La carrera al poder comenzó en marzo de 1971, cuando la
Junta de Comandantes en Jefe resolvió abrir la instancia
electoral. Algunos elementos de la realidad fueron obvios
desde el primer momento: en las elecciones nacionales de
1958 y de 1963 se había podido evitar una presencia
demasiado directa de Juan Perón en toda la tramitación
previa porque se partía de la base esencial de una
proscripción peronista. En 1963, el resultado proscriptivo
—más allá del juego de intenciones subjetivas— fue aún más
fuerte que en 1958 porque en estos comicios no fue ni
directa ni indirectamente vetado el candidato apoyado en un
pacto con Perón cosa que ocurrió, sin embargo, en 1963
cuando directamente se aclaró —frente al caso de Vicente
Solano Lima— que no se permitiría triunfadores a través de
una orden de Madrid.
Al enunciarse —ya en el gobierno del presidente Levingston—
que las elecciones serían sin vetos ni proscripciones y al
reconocerse la legalidad del peronismo, la presencia de
Perón resultó inevitable: era una cuota de riesgo para la
cúpula militar, pero no había dejado de ser calculada.
El objetivo que se trazó en marzo de 1971 fue, en síntesis,
el siguiente: a) Institucionalizar la vida política del
país; b) a través de un acuerdo entre sus protagonistas
esenciales; c) para lograr como solución una democracia
estable y eficiente.
Desde el primer momento, algunas fuerzas políticas se
manifestaron abierta o veladamente a favor de esa iniciativa
y otras en contra, pero era evidente que el frente interno
de los partidos ofrecía algunas dificultades para lograr
bases de acuerdo.
Las Fuerzas Armadas mantuvieron durante todo el tiempo su
objetivo (elecciones con acuerdo) y cada paso que dieron
estuvo en función del mismo, ya que la estrategia era
perseverar hasta el punto de que no hubiera dudas sobre la
cohesión que existía a ese respecto.
Hasta el 8 de octubre de 1971, la principal dificultad para
el cumplimiento del objetivo era que muchos dirigentes
políticos y gremiales imaginaban que la decisión de llegar a
elecciones era débil.
Jugaban a un golpe que les parecía cantado y trataban de
estimularlo en todas sus formas. El 8 de octubre pudieron
verificar que la posición del general Lanusse era sumamente
fuerte en el Ejército, pero aún hasta marzo de 1972 se
siguió especulando con versiones de todo tipo. Los hechos
del 10 de abril demostraron que era difícil conmover la
decisión tomada aun con episodios de suma violencia (ese día
fueron muertos el general Juan Carlos Sánchez y el
empresario Oberdán Sallustro); terminaron, paradójicamente,
por disolver numerosas especulaciones golpistas.
Todas las medidas que se fueron anunciando (Estatuto de los
Partidos, Enmienda Constitucional, Ley Electoral) refirmaron
el camino institucionalizador, pero contuvieron
simultáneamente disposiciones legales que presionaron en
favor de un acuerdo. Al mismo tiempo, en los discursos del
Presidente se enfatizó la insistencia en la misma tesis.
Pero hasta el 7 de julio podía advertirse que una de las
reticencias consistía en la sospecha de que todo llevaba al
propósito de impulsar la candidatura presidencial de
Alejandro Lanusse: ese día el Jefe del Estado anunció que
debían renunciar antes del 25 de agosto todos los que
quisieran postularse y, también, que debían estar en el país
antes de esa fecha aquellos (Juan Perón-Isabel Perón-José
López Rega) que estuvieran en el extranjero y pudieran
aspirar a cargos públicos electivos.
La lucha por el poder
La lucha por el poder se inicia, frontalmente, ahora, y
entra en su etapa decisiva justamente cuando Perón,
personalmente, resolvió entrar en escena: todo el debate
sobre si se tratará o no con el ex presidente es, en el
fondo, la discusión sobre el punto más importante de la
política argentina actual, ya que consiste en resolver,
finalmente, si se admitirá al peronismo en la vida argentina
o si se lo agregará buscando de atomizarlo, destruirlo,
quizá de empujarlo hacia la desesperación.
El acuerdo constituye el prerrequisito lógico de las
elecciones, tal cual como las elecciones fueron planteadas
desde el primer momento. En forma unilateral, el gobierno de
las Fuerzas Armadas fue tratando de encontrar condiciones
para ese acuerdo y así, aún en la reunión de generales
realizada el lunes, el Presidente afirmó que debía
examinarse la derogación de la ley de pena de muerte como
una de las formas de crear mejores condiciones para el
diálogo, mientras que quedaba virtualmente resuelta la
derogación de otras medidas excepcionales y, en primer
lugar, del Estado de Sitio, con la correspondiente libertad
para todos los presos políticos y sociales no sometidos a
proceso. En su disertación de Olavarría, ante los jefes y
oficiales del Ejército, el presidente Lanusse ratificó esa
predisposición al diálogo, inclusive tomando como una de las
bases del diálogo las propuestas de Perón.
Frente al conjunto de la situación se abren, en las Fuerzas
Armadas, dos posibilidades que son estudiadas a todos los
niveles por los responsables jerárquicos de las mismas:
¿El "fondeo" radical?
I. — Conforme a uno de los esquemas, con Perón no hay
posibilidades de acuerdo definitivo y todo debe derivar
finalmente en una solución de entendimiento restringido ("el
acuerdo con quienes quieren acordar"). Esa hipótesis de
trabajo partía del supuesto de que el eje político de ese
acuerdo sería, en la práctica, la Unión Cívica Radical; a
pesar de la frustración que experimentaron en la última
semana, cuando se conoció el documento de Juan Perón, los
artífices de esta propuesta —cuya mayor base de popularidad
se asienta en los entornos capitalinos— buscaban y buscan,
explícita o implícitamente la abstención peronista y cuenta
no solamente con la simpatía de eventuales medios
pro-radicales sino también de los partidos minoritarios
(especialmente los de tipo liberal, pero también de aquellos
que aspiran a recoger trozos de la herencia peronista) y de
sectores militares férreamente antiperonistas. Esa corriente
propone que el justicialismo debe decidir si se atiene o no
a reglas de juego que el gobierno fijará con independencia
de su posición. Para esa tendencia, Perón no quiso ni quiere
hacer seriamente acuerdos de ningún tipo, sino que sus
propósitos son:
a) Provocar debates militares para poner en juego la
verticalidad de las Fuerzas Armadas, a cuyo efecto formula
reflexiones que a eso conducen;
b) Fabricar una instancia que permita justificar la no
realización práctica del Operativo Retorno.
Sin duda alguna, en las tensiones propias de las
instituciones militares, y que obedecen muchas veces a
motivos puramente internos, esta posición recoge apoyos de
quienes están interesados en lo que se ha llamado la línea
"anticontinuista", o sea en los jefes que no se sentirían
continuadores de la Revolución Argentina y que, por eso
mismo, contarían con fuertes posibilidades de acceder a los
cargos de mayor responsabilidad si el radicalismo tuviera un
rol decisivo en las esferas del poder. Algunos jefes,
vinculados por simpatías a los radicales o coparticipantes
con ellos, están naturalmente identificados con esa postura.
II. — Pero otro de los esquemas, sumamente vigente y quizá
aquel que tiene mayor predicamento en estos momentos,
sostiene que no puede existir una solución definitiva que no
incluya un acuerdo tripolar. La teoría del acuerdo tripolar
entiende que el peronismo no debe ser eje civil exclusivo
del entendimiento, pero tampoco puede quedar excluido en
beneficio de los radicales, sino que tienen que entrar al
mismo los tres sectores.
En la última reunión de mandos, existió coincidencia total
en que ningún diálogo en pro de la unión nacional "se hará
excluyendo a los partidos que apoyaron la tendencia
institucionalizadora desde el primer momento", como aseguró
un vocero oficioso. La irritación que provocó en algunos
sectores la posibilidad de un acuerdo que se visualizó como
una especie de pacto entre las Fuerzas Armadas y el
peronismo quedó desvirtuada pero, al mismo tiempo, se afirmó
la tesis de que el peronismo no quedará excluido de ese
diálogo y será parte en el mismo, de acuerdo a su real e
indiscutida influencia en grandes sectores populares.
En Olavarría, el presidente Lanusse fue clarísimo al
insistir varias veces en la tesis del acuerdo tripolar:
"Esta propuesta de Perón de ninguna manera debe ser
considerada exclusiva ni excluyente"; "Para estas
coincidencias, que son indispensables, las Fuerzas Armadas
han asumido una condición previa y necesaria: de que sean
con todos los sectores"; "El acuerdo que queremos realizar
será el resultado de la opinión de todos los sectores; de
ninguna manera será la expresión de un entendimiento de las
Fuerzas Armadas con un solo partido"; "Diálogo... con todos,
no con un solo sector". En el mismo discurso Lanusse previno
que no puede jugarse a la división del peronismo porque es
sumamente peligroso para el país fracturar a los grandes
partidos populares, pero censuró que la propuesta de Perón
fuera planteada "como si la suerte del país sea una cosa a
resolver exclusiva y excluyentemente solo entre las Fuerzas
Armadas y el justicialismo".
Es decir, que al esquema que trata de marginar al peronismo
del proceso no se corresponde una tendencia simétricamente
opuesta y antirradical, sino la línea del tripolarismo, que
supone el acuerdo como base indispensable para las
elecciones.
La tesis parte de la base de que sería insensato no agotar
las posibilidades de
un acuerdo con Perón, sean cuales fueren las intenciones
subjetivas del ex presidente, porque se corre el riesgo de
recaer en la situación de 1963; el triunfo radical, luego de
la proscripción peronista y como consecuencia de la misma,
origina un gobierno débil por lo cual no conviene llegar a
ese resultado sin que medie una voluntad mayoritaria real
(en cuyo caso el problema estaría fuera de discusión).
El acuerdo tripolar supone renunciamientos, ya que es
sumamente difícil
establecer un orden en la presidencia y en la
vicepresidencia ni establecer qué partido deberá tener
prioridad. Los renunciamientos no solamente deberán provenir
de Perón sino también, en ese esquema, de Balbín (cuyo
nombre es sumamente urticante para los justicialistas) y da
posibilidad de introducir, quizá como variantes para un
segundo término y luego de algún extrapartidario, los
nombres de figuras más o menos diferenciadas de las
expresiones clásicas: quizá, hombres como el peronista
Antonio Cafiero o el radical Alfonsín.
Recuadro
La intervención de Perón en la instancia del acuerdo se
produce, así, exactamente cuando: no hay ya dudas sobre el
predominio de la tendencia institucionalista; la abstención
se presenta como variante destinada al fracaso y pasible de
llevar al movimiento hasta su atomización; la presión de las
bases políticas en favor de una solución es muy fuerte
("Estamos cansados que Perón nos proscriba", rezongan todos
los días peronistas que aspiran a diputaciones,
gobernaciones, concejalías) y estimula al neoperonismo; en
coincidencia con la sanción de la ley electoral y en
vísperas de la convocatoria a elecciones. Abre una instancia
de 30 días, al menos, que termina cuando resulta
indispensable registrar las fórmulas (y se agota
naturalmente el tiempo para la negociación) y, mediante
propuestas sumamente razonables, lleva al debate interno en
las esferas decisivas del poder que no hubieran aceptado
condiciones inaceptables. También en el mismo momento, y no
por mera casualidad. Perón deja saber su intención de
renunciar a la candidatura presidencial como contrapartida
de un levantamiento de la llamada cláusula restrictiva y,
por supuesto, remarca que un retorno al país no es imaginado
en función de guerra.
Ir Arriba
|
|
Alejandro Lanusse ante el Ejército (Olavarría)
Caricatura
|
|
|
|
|
Cafiero - Alfonsín
|
|
|
|
|