Revista Gente y la
Actualidad
07.01.1971 |
DE LA VILLA
AL MISTERIO DEL ESTUDIÓ AL MISTERIO
¿DONDE ESTAN?
EL MIERCOLES 16 DE DICIEMBRE DEL AÑO PASADO, DOS HOMBRES
DESAPARECIERON. UNO ES ABOGADO. EL OTRO VIVE EN UNA VILLA.
LOS UNE SOLAMENTE UN PEQUEÑO
CASO JUDICIAL. ES COMO SI SE LOS HUBIERA TRAGADO LA TIERRA.
ES UN MISTERIO CASI IMPENETRABLE. EL PRESIDENTE DE LA
REPUBLICA ACABA DE ORDENAR UNA INVESTIGACION A FONDO.
Antes uno se sentaba frente a la máquina de escribir,
contaba historias de pistoleros, de asaltos a bancos, de
tiroteos, de "chorros", de "policía-ladrón". Ahora todo es
distinto. Más complicado. No se trata de los tres tipos que
entraban en un almacén y robaban cinco mil pesos y escapaban
corriendo o en el taxi que después dejaban abandonado a las
pocas cuadras. Como decía mi abuela, los tiempos cambian.
Y para el tipo, como yo, que tiene que escribir (porque es
casi su especialidad) crónica policial, la cosa se hace más
difícil.
Y escribir esto creo que es peor todavía que contar el
asesinato de Vandor, o el de Aramburu, o el de Alonso. O la
desaparición de Waldemar Sánchez, o la de Días Gomide, o la
de Claude Fly. Porque Aramburu, Alonso y Vandor estaban muy
jugados en sus posiciones políticas o sindicales y
lógicamente tenían enemigos poderosos. O en el caso de los
secuestrados los autores daban a conocer comunicados y
explicaban los porqué. No quiero con todo esto decir que eso
de los asesinatos o de les secuestros sea lógico, pero por
lo menos uno conocía y trataba de entender las motivaciones.
Y, ahora, sentado frente a la máquina, me pregunto, le
pregunto, les pregunto: ¿Qué enemigos tiene (¿o tenía?)
Conrado Centeno? Néstor Martins es otro caso. Posiblemente
si tenía (¿o tiene?) enemigos.
DE LA VILLA AL CENTRO
Conrado Centeno salió a la mañana temprano. Su mujer le cebó
unos mates, con el agua que había recogido en la canilla
pública de la villa. Conrado tenía unos cuantos trabajitos
de electricidad para terminar, pero prefería —ese 16 de
diciembre— dedicar su tiempo a solucionar problemas de los
cuales entendía poco y nada. Se puso traje, corbata, terminó
por repasarse los zapatos y fue caminando con cuidado para
el lado de avenida del Trabajo. No quería embarrarse. Era
muy importante estar presentable. Colectivo hasta Primera
Junta, cospel, subte, estación Plaza de Mayo y la espera en
la puerta del Banco Hipotecario. Abrieron y mesa de informes
y esperar que el empleado se desocupe y preguntarle cuánto
tiempo más iba a tardar el préstamo para la casita y esperar
un rato más y luego sonreír con optimismo. Posiblemente
Centeno y su familia podrían cambiar de hogar, que era algo
así como cambiar de vida, como nacer de nuevo. De acuerdo
con las palabras del empleado del banco, dentro de unos tres
meses podría tener ese departamento de tres ambientes en el
monoblock de Ricchieri y General Paz. Claro que en una de
ésas iba a tener problemitas para cumplir con las cuotas de
dieciocho mil por mes, pero todo era cuestión de trabajar,
de creer en Dios y de ganar ese bendito juicio contra sus ex
patrones. En ese momento, cuando salía, se acordó de su
abogado, del doctor Martins.
DE ONCE AL ESTUDIO
Néstor Martins se levantó temprano. Café negro. Chau y un
beso a su mujer y poner en marcha el auto que no quiere
arrancar
por-que-no-sé-qué-diablos-le-pasa-a-este-cachivache. En un
momento dado tuvo ganas (más tarde lo comentaba) de dejar el
auto y tomar el subte. Igual, de Once hasta el estudio de
Congreso hay solamente dos estaciones.
Fue por Hipólito Yrigoyen. Dobló por Sáenz Peña. Y ese día
Dios estaba con él. Dios lo ayudaba. ¡Consiguió un
parquímetro justo frente al teatro Liceo! A cincuenta metros
de su oficina. El saludo de todas las mañanas. La charla
cotidiana con Librandi, su socio y amigo, y luego el meterse
de cabeza en los papeles, en los problemas, en los juicios.
Capaz que recordó esa mañana cosas que le pasaron, causas
viejas, los guerrilleros de Taco Ralo que él defendió, los
policías a quienes él acusó, los llamados telefónicos
amenazándolo y esa carta que tenia en el bolsillo desde
hacía más de una semana. Esa carta que le hacia cosquillas.
Esa carta que decía "Tené cuidado que te vamos a matar". Y
capaz que se encogió de hombros y siguió trabajando.
Después, el sandwich del mediodía, atender el teléfono a
cada rato y la cita para las seis de la tarde con Centeno,
el muchacho ése de la villa, el del problema del juicio de
despido, ese morocho a quien quería solucionarle el problema
y hacerle ganar los pesos del juicio que le hacían una falta
tremenda.
En el Ínterin se había pegado una corrida hasta los
Tribunales (a pie, porque si sacaba el auto del parquímetro
no lo estacionaba nunca más) y allí le comentó a un colega
que estaba deseando la feria de enero para irse al mar, para
"despejarse el bocho".
DE LA VILLA Y DEL ESTUDIO
A LA SENTENCIA ARAMBURU
Vamos a frenarnos un poco. Yo no soy ni policía, ni
montonero, ni detective, ni mago. Tengo un solo oficio.
Nunca podré ser otra cosa que periodista. Pero como les
decía al principio de la nota. contar esta historia es
difícil. Porque hay que manejarse con pocos elementos.
Porque dos hombres que casi nada tienen en común corren la
misma suerte. Desaparecen juntos. Se los traga la tierra al
mismo tiempo. Y no hay comunicados creíbles, explicativos,
valederos. Solamente uno, pero difuso, oscuro, sin pies ni
cabeza, firmado por un Comando Libertad que nadie conoce.
Por eso tengo que manejarme con suposiciones, con cosas que
yo mismo averigüé, tratando de hilar fino y de tamizar todas
las cosas que me cuentan.
Volvamos al miércoles 16 de diciembre de 1970.
Conrado Centeno salió del Banco, comió un sandwich en un
barcito de 25 de Mayo y no sabía qué hacer hasta las seis de
la tarde. Estuvo tentado de meterse en un cine. Pero ir
solo, sin su mujer, le iba a hacer sentir algo así como un
cargo de conciencia. Cuando estaba masticando, al lado suyo
escuchó a dos hombres que comentaban el caso Aramburu. Ese
día, dentro de un rato, se iba a conocer la sentencia. ¿Qué
iba a pasar? ¿Inocentes? ¿Culpables? Había leído en los
diarios que entrar en el recinto de los Tribunales era casi
imposible. Que era muy chico y que había largas filas de
gente. Pero igual, él no tenía nada que hacer hasta las
seis, hasta su cita con el doctor Martins. Y en una de ésas
capaz que se lo encontraba por allí, por Tribunales. El
sabía que su abogado se interesaba mucho por esas cosas.
Había defendido a guerrilleros. Le gustaba la política.
Estaba convencido de que Martins era peronista.
Caminó hasta Corrientes. De allí hasta Talcahuano. Dobló en
Tucumán. Vio a los fotógrafos, a los policías con los
perros, a la gente que espera para entrar y no se
atrevió a ponerse en la fila. Se quedó allí, en la calle. En
la esquina de la plaza Lavalle. Tres veces le pidieron que
circulase y tres veces caminó unos metros y volvió.
Pasaron las horas y observó cómo una mujer gritaba en la
calle. Tenía un ataque de nervios. Después le contaron que
era la madre de Maguid. Fue conociendo las condenas una por
una. Por chimentos que llegaban a sus oídos casi sin querer.
Y Néstor Martins también estuvo por Tribunales esa tarde. Le
interesaba el resultado del juicio oral. Por un montón de
cosas. Por ideología. Por amistad con casi todos los
abogados defensores. Por ser un ciudadano más.
Desde otro ángulo de la calle vio las mismas cosas, supo las
mismas cosas que Conrado Centeno. A él también te pidieron
que circulase. El exhibió su credencial de abogado pero tuvo
que caminar lo mismo.
A lo mejor eran las seis menos cuarto cuando ambos hombres,
uno por Talcahuano y el otro por Uruguay, fueron hacia el
estudio "LIBRANDI-MARTINS", ubicado en Paraná y Rivadavia.
Lo único que los unía era el pensamiento. Los dos tenían la
mente en las sentencias.
Dieciocho años, dos años, absoluciones. ..
Una hora y media después iban a tener mucho en común. Todo
en común. La vida. La muerte. El destino. El misterio.
LOS DOS AL MISTERIO
A las seis en punto la cita en el estudio. Centeno tuvo que
esperar un rato largo. Martins lo hizo pasar a las seis y
media. Hablaron treinta y cinco minutos.
—¿Entonces, usted cree, doctor, que en marzo o abril podré
cobrar lo del juicio?
—Quédese tranquilo, amigo. No hay escapatoria. Lo tienen que
indemnizar...
—¿Me van a citar de nuevo?
—Seguramente va a tener que ir a otra conciliación, pero va
a ser en febrero, después del mes de feria. ..
—En un par de meses lo llamo, doctor. O vengo por aquí
directamente. ..
—Cualquier novedad yo le hago avisar a su casa. No se haga
problemas. . .
—Doctor, gracias. Que tenga un feliz año nuevo. Muy buen fin
y mejor principio...
—Gracias, igualmente. Espere un minuto que yo también
salgo...
Martins se puso el saco, saludó y bajó en el ascensor. Esa
carta con la amenaza de muerte, todavía le hacía cosquillas
en el bolsillo.
—¿Lo puedo acercar a algún lado?
—No, gracias, doctor. Yo tomo el subte aquí enfrente.
Estaban llegando, al parquímetro donde estaba estacionado el
auto de Martins. El cartelito rojo señalaba infracción. Se
había olvidado de seguir poniendo las monedas. Se iban a
despedir. Cada uno para su casa. Y ninguno de los dos llegó.
Martins no tuvo que luchar con el arranque de su coche.
Centeno no llegó a bajar las escaleras del subterráneo de la
línea "A". Nunca más se supo de ellos. Al día siguiente los
diarios hablaban nada más que de las sentencias del caso
Aramburu. Terminaba de develarse una incógnita y comenzaba
otra.
Claro.
El mundo seguía andando.
VEINTE DIAS DESPUES
Lo de Alejandro Dumas fue "Veinte años después". Y era una
historia de mosqueteros. La nuestra no tiene nada que ver.
Ya pasaron veinte días. Martins y Centeno no aparecieron (la
nota la estoy escribiendo el martes cinco de enero de 1971
al mediodía). Se formó una comisión para encontrarlos. Hubo
un montón de actos en Tribunales. El ministro del Interior
recibió a las esposas de ambos. La policía emitió
comunicados que aseguran que se está haciendo lo imposible
para hallarlos. Se conoció un comunicado firmado por un
"Comando Libertad", que dice "Martins y Centeno fueron
ajusticiados y sus cenizas esparcidas a los cuatro vientos".
El Presidente de la Nación ordenó que se agoten todos los
medios para esclarecer el hecho. La señora de Martins está
desesperada. La señora de Centeno está desesperada. Y
después de veinte días no se sabe nada. Nada de nada.
¿Quién los secuestró?
¿Por qué a los dos juntos? ¿Por qué a Centeno, un hombre sin
enemigos? ¿Por qué el mismo día de la sentencia del caso
Aramburu? ¿Por qué?
Ya les dije al principio que no soy otra cosa que
periodista. Sería bárbaro darles las respuestas a los
porqués. Pero es imposible. Esas respuestas la tienen otros.
Quizás algún día las conozcamos.
Ojalá sea a través del relato de Martins y de Centeno.
Ojalá.
LEO GLEIZER
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Nora Haydee Benito de Martins, una tía y Fabián
Néstor Martins
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