El domingo 12 de abril, exactamente 48 horas después de haber
declarado que no iban a producirse reformas inmediatas al
régimen cambiario. el presidente del Banco Central, Félix
Elizalde, anunciaba en conferencia de prensa un repertorio de
medidas restrictivas a las transacciones en divisas. Para ese
entonces se llevaba a cabo en Panamá la reunión anual de
gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo a la que
asistían no sólo funcionarios sino observadores de importantes
empresas privadas; uno de éstos, apenas recibida la información
cablegráfica, le expuso al vicepresidente del Banco Central,
García Vázquez, todo un repertorio de maniobras y estratagemas
que podrían aplicarse al nada ejemplar ejercicio de la violación
del nuevo régimen. A partir de ese momento, las autoridades
financieras supieron —si es que no lo sabían desde antes— que el
camino de las restricciones estaría empapelado cada vez más de
nuevas circulares del Banco Central. Todo empezó
modestamente, con disposiciones relativas a: • Prohibición de
constituir nuevos depósitos en moneda extranjera y obligación de
devolver los existentes, a convertir forzosamente en pesos, lo
que implicaba la venta del cambio en el mercado libre y una
previsible afluencia de divisas. • Obligación de vender el
cambio proveniente de las exportaciones dentro de los diez días
del embarque, con lo que se tiende a asegurar la corriente
normal de vendedores de cambio. • Restricciones a la
negociación de monedas y billetes extranjeros, a toda clase de
remesas al exterior y a los fondos disponibles para viajes, con
el objeto de limitar la compra de moneda extranjera. A partir
de la difusión de esas circulares se inició, en el mercado
cambiario una vertiginosa carrera entre la ley y la trampa, en
cuyo transcurso la hampa llevó casi permanentemente la
delantera, obligando a pergeñar nuevas disposiciones. Las
maniobras recrudecieron en la medida en que se fue creando un
verdadero "mercado negro" del dólar, al que se transferían las
operaciones imposibles en el oficialmente denominado "mercado
libre". Mientras tuvo vigencia la circular 161 del 13 de
abril, las casas de cambio estaban autorizadas a vender hasta 50
dólares por persona y por mes para fines diversos; para realizar
legalmente la operación sólo se necesitaba exhibir documentos de
identidad. Rápidamente estas operaciones se incrementaron y las
casas de cambio multiplicaron por veinte, en un lapso de dos
meses, su monto total. Las casas de cambio, según deslizaron los
informantes del Banco Central, se habían provisto de padrones
del Registro Civil y en base a los nombres que allí figuraban
fraguaban operaciones falsas de venta, para después volcar los
dólares en el mercado paralelo, a una cotización mayor, haciendo
una diferencia de veinte pesos por dólar. Cuando apareció la
circular Nº 169 del Banco Central, el 15 de junio, quedó
establecido que sólo se seguirían permitiendo operaciones da
cien dólares para personas que viajaran al exterior; además de
los datos de identidad era preciso presentar, como comprobante,
el pasaje adquirido para viajar. En un momento dado, la mitad de
la población de Buenos Aires estaba en el Uruguay según la
cantidad de pasajes vendidos; lo que ocurría en realidad era que
individuos alertados compraban un pasaje que costaba 300 pesos
sólo para poder adquirir en casa de cambio cien dólares que
después negociaban en el mercado negro; esto permitía una
ganancia neta de 1.700 pesos, lógicamente multiplicada a lo
largo de varias operaciones. Todas estas maniobras se
difundieron rápidamente y las autoridades bancadas hicieron lo
posible por que fueran ampliamente conocidas, para poder
justificar así las nuevas medidas restrictivas que siguieron.
Entre ellas figuró la reducción de los montos para viajar que,
en el caso del Uruguay, llegó a la suma de 25 dólares por
persona, apenas suficiente para una estada de dos días.
Entonces, el negocio se trasladó a Colombia, país no limítrofe
para el que rige la cuota de hasta 1.000 dólares. Los
viajeros adquieren ahora, con la presentación de un pasaje, los
1.000 dólares que en el mercado oficial equivalen a 137.500
pesos; como el viaje de ida y vuelta a Colombia cuesta de 350 a
400 dólares, la venta de aquella suma en el mercado negro deja
una utilidad de 38.000 pesos. La diferencia con las maniobras
rioplatenses consiste en que ahora efectivamente hay que viajar,
porque los dólares se cobran en el lugar de destino; pero esto
no hace más que agregar un incentivo, porque se puede viajar,
permanecer en Colombia unos días y, además, hacer ganancias. En
vista de esto, desde hace dos semanas una compañía de aviación
disminuyó el precio de los pasajes a ese país con la seguridad
de aumentar su tráfico. Pero existen otras variantes de
maniobras, de carácter más grave: • Ciertos "exportadores"
Operan desde oficinas vendiendo mercaderías cuyo volumen total
se disimula mediante subterfugios al declarar la exportación en
la Aduana; salen, por ejemplo, mil toneladas, pero sólo 800
están declaradas y su valor en dólares se negocia en el mercado
oficial; el producto de las otras 200 toneladas se negocia en el
mercado negro. • En ciertos rubros, la evasión se origina en
diferencias de calidades y no de cantidades, haciéndose constar
en las boletas de exportación una mercancía de calidad muy
inferior a la efectivamente negociada y colocando las
diferencias en divisas en el mercado negro. Para esta maniobra
se prestan excelentemente rubros como las lanas sucias. •
Otra fórmula consiste en adquirir en el exterior máquinas o
repuestos de segunda mano, indicando en las boletas de compra un
precio correspondiente al mismo artículo pero nuevo, según la
cotización actualizada de la plaza donde se hizo la adquisición.
Las prácticas mencionadas pueden constituir un aporte a la
picaresca nacional, pero tienen su origen en el carácter
restrictivo que se ha impresa a las operaciones en el mercado
cambiario y son, desde este punto de vista, poco menos que
inevitables. Los mismos funcionarios del gobierno —seres
humanos, al fin— han tenido que recurrir al mercado negro para
efectuar ciertas transacciones personales; La Nación del domingo
2 de agosto refería que un ministro, de viaje en el exterior,
tuvo que comprar dólares a razón de 179 pesos cada uno (aunque
no se lo mencionó, quedó claro que se trataba del titular de
Educación y Justicia, Aleonada Aramburú). Y ciertos informantes
aseguran haber visto descender del avión que lo trajo del
Hemisferio Norte a un alto funcionario, llevando en una mano un
televisor portátil; en la bodega del avión traía, además, un
juego de teléfonos antitok y armas de caza. Todo esto, desde
luego, no pudo comprarse con la modesta ración de divisas que
provee el Banco Central a los viajeros. Pero también
oficialmente se hace trampa en el mercado cambiario. La más
completa denuncia al respecto la formuló el semanario Economic
Survey en su edición del 4 de agosto, llamando "restricciones
invisibles" a las transferencias de divisas. Para impedir que la
demanda de cambio desborde a la oferta que conduce el Banco, los
organismos burocráticos retienen y acumulan los pedidos de
transferencia de divisas que, de acuerdo a los derechos que les
reconoce, presentan los particulares. De esta manera se les
impide satisfacer los compromisos de pago con el exterior y se
provoca el incumplimiento, que compromete el giro comercial de
esas firmas, a las que, además, se presiona para que prorroguen
sus compromisos con el exterior, con un criterio totalmente
divergente con el que el gobierno aplica para sus propias
deudas. En la industria automotriz, el problema se agudiza y
el crédito de las empresas en el exterior comienza a verse
comprometido porque no pueden girar en el momento indicado ni
tampoco exhibir disposiciones del Banco Central que lo impidan.
El modo de operar de las firmas de plaza consiste en una cuenta
abierta, sin fechas de pago, para los repuestos o partes que
importan; pero ahora los proveedores del exterior, alarmados,
imponen fechas fijas de cierre. De la misma manera, una
fuerte firma metalúrgica que contaba con inversiones de bancos
del exterior, al no poder pagar los intereses correspondientes,
a pesar de haber presentado la solicitud al Banco Central dos
meses antes, se atrasó 30 días y uno de los bancos prestatarios
le exigió el pago inmediato de la deuda. En la última semana,
todos los observadores consultados señalaban que el régimen
cambiario que se viene aplicando desde abril podría considerarse
fracasado en la práctica, debido a que las autoridades, en vez
de realizar una inteligente vigilancia para contrarrestar la
especulación en algunos aspectos vitales, orquestaron un
complejo sistema de disposiciones y circulares que, por su
profusión, resulta cada vez más difícil hacer cumplir.
Revista Primera Plana 11.08.1964
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