Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Clan Stivel
Cada cual a su crimen
Revista Redacción
mayo 1973

por Martha Mercader

"El delincuente es un ser marginado y —como tal— suele tener todo el apasionante atractivo de lo distinto y anormal, para los que son más o menos repetidos y normales. .."' Esta reflexión de un psicólogo social fue quizá el punto de partida de esta nota. Su autora, MARTHA MERCADER, viviseccionó desde adentro al Clan Stivel. Investigadora de "Cosa Juzgada", descubre el grado de "contagio" de los integrantes del grupo...
Delincuentes en la ficción, por razones temáticas, ¿cuánto y cuál delincuente real hay en ellos? La nota es reveladora. Regocijante a ratos. Siempre, la expresión de actores-hombres inteligentes.


Entro sin hacer ruido; están ensayando. No presto atención al trabajo porque algo me impacta desde un rincón: Marilina en una silla de ruedas, con cara de inválida, piernas de inválida, manos de inválida. Recordando que el libro de la semana no presenta tullidos, no puedo detener un gesto de alarma. En este ambiente todo puede suceder de la manera más sorpresiva, incluso los accidentes. Marilina capta mi alarma y larga la risa. Está jugando. Seguirá jugando todo el tiempo, mientras Federico y Norma "pasan letra" en mitad de la sala, estrictamente vigilados por Stivel, y los demás esperan su turno. Marilina se acerca haciendo rodar su silla. Alberto Stivel, hermano de David, saca una monedita de su bolsillo y se la da. Marilina agradece con una mirada que parte el alma. El ayudante Omar Catalano se la quita, con ademán de 'macró'. Marilina se la deja quitar, agradecida. Todos nos reímos. Ella sigue haciendo rodar su silla, jugando sola a la baldadita. Hasta que le toque su turno en el ensayo.
Voy con Carlos Carella al salón contiguo.
—Cuando no actuás, parecés siempre cansado. ¿Estás realmente cansado, o estás en realidad descansando, practicando una especie de yoga de bolsillo para los ratitos libres? —pregunto.
—Las dos cosas —contesta, y sigue descansando o cansado.
—¿Qué te gusta más, hacer papeles de delincuente o de representante de la ley? Aclaro que eso de delincuente significa persona que comete un delito, no malhechor en el sentido peyorativo del término.
—Es una linda pregunta —observa mientras ojea una revista—. Como actor me da lo mismo, siempre y cuando, tal como ocurre en "Cosa Juzgada", el objetivo del programa sea el que nos proponemos.
—¿Cuál es el objetivo que se proponen?
—El que se ve todos los martes.
—Es una respuesta. Pero te pregunto especialmente cuáles son los objetivos que vos perseguís cuando hacés "Cosa Juzgada".
—Los mismos que tengo dentro del grupo: intentar reflejar una sociedad para tratar de curarla u operarla.
—¿Te ha enseñado algo el programa?
—Naturalmente que sí. A nivel profesional, de ahora en adelante me va a ser difícil trabajar de otra manera que no sea agrupadamente. Sin duda alguna, la cosa más notable es la no necesidad del divo, pero sí la necesidad de un mejoramiento profesional en general, tanto de dirección como de actores y libro.
—¿Cómo te gustaría que siguiera el programa?
—Me gustaría que hubiera más aperturas de género, más diversidad de tono, no seguir tanto tiempo en la misma cuerda dramática.
Interrumpimos porque Carella tiene que encarnar a un inspector de policía. Ha hablado poco, ha dicho mucho.
Consigo entonces el diálogo privado con Juan Carlos Gené.
—Me hace gracia que vos me hagas un reportaje —dice.
Claro, hace casi dos años que nos vemos por lo menos una vez por semana en una relación de trabajo que consiste sobre todo en que él haga preguntas y yo informe. Preguntas sutiles, a veces perturbadoras, difíciles de contestar, como si el que preguntara fuera precisamente un juez de instrucción. Aunque sólo se trata de averiguar a fondo los motivos profundos que puedan haber originado la situación delictiva. Hoy, en cambio, yo, lápiz en mano, pregunto, y Juan contesta con la seguridad de siempre.
—¿Qué te gusta más, ser delincuente o autoridad?
—Depende del personaje. A priori no tengo ninguna preferencia por cada una de las funciones sociales. (Dice así, 'funciones sociales'). Pero el que más me ha satisfecho fue el papel de juez en el libro homónimo, no por la función del personaje sino por la naturaleza del libro (que rescataba la figura de un juez enamorado del espíritu de la justicia por encima de la letra). Generalmente no escribo libros para mí como protagonista. Los que he encarnado no suelen coincidir con personajes que me apasionan. Me han resultado más queridos los que he escrito para otros compañeros del grupo.
—¿Por qué? —pregunto, aunque, como partícipe de la gestación del libro, conozco la primera parte de la respuesta.
—Hay una razón de mecánica: debo respetar un orden de protagonistas; por eso no siempre tengo a mano el personaje que más me gustaría. La razón más profunda, no la alcanzo.
—¿Qué te enseñó el programa?
—Muchísimas cosas. La primera: que el gusto del público no responde a clisés preestablecidos. La segunda: me dio la experiencia viva del poder de la televisión como medio de comunicación. La tercera: con todas sus limitaciones, la TV permite todavía la expresión sincera. En ese sentido, la mediocridad difícilmente sea explicable por las solas limitaciones del medio técnico.
—¿Por qué decís "todavía"? ¿Considerás que hubo épocas mejores?
—No. Siempre estuvo limitada. Digo "todavía" porque uno nunca sabe. Volviendo a lo que me enseñó "Cosa Juzgada": aprendí también nuevos hechos. Mi experiencia previa del foro era como estudiante de abogacía hasta tercer año y como empleado de un juzgado civil. El contacto con el documento judicial me manifestó en forma muy evidente y muy viva qué enorme porción de la vida transita en forma totalmente ajena a uno, de manera que cuando uno toma contacto se estremece como ante un hecho imposible. Además, me ha enseñado, mejor dicho, me ha impreso una nueva preocupación por el futuro de la Justicia como institución humana imperfecta y por lo tanto obligatoriamente perfectible, de la misma manera que me dio una medida más realista sobre la necesidad de su existencia.
—¿Cómo te gustaría que siguiera el programa?
—Cada vez más sincero, cada vez más revelador, cada vez más verdadero.
—¿Por qué has elegido, en tu programa de Canal 7, la problemática de la mujer?
—Porque me acerco más naturalmente a ellas. Creo que hay una razón: la mujer en la Sociedad contemporánea ocupa el lugar equiparable a una minoría racial, es un ser segregado en una sociedad de hombres, alrededor del cual existen mitos que le quitan realidad, mitos que oscilan entre la idea de que es una diosa y la de que es un demonio. El solo hecho de ser mujer es un problema. La mujer más lograda o la más simple es en si un ser apasionante por su terrible conflicto.
Ya no es posible entrevistar a nadie más. Vuelvo entonces el viernes, día de grabación. Esta comienza a la una para terminar a las siete u ocho, aunque es posible que se prolongue mucho más. Emilio Alfaro y Marilina salen por un rato, a tomar algo en el bar. Entonces los "pesco".
—Emilio, ¿te gusta hacer de delincuente?
—Me gustan los personajes ricos, humanamente ricos, complicados, quiero decir. Ahora que... marginarte es atractivo, en la medida en que uno no se puede marginar en la vida real. Sí. Me divierte mucho más el mundo de la marginación, aunque no me animo a ser marginado. Me margino en aquellos aspectos que si bien contradicen a una sociedad, están de alguna manera permitidos. Toda mi vida es una vida complicada; mi relación con las mujeres, con los objetos, está teñida de conflicto... Sí, "Cosa Juzgada" me ha enseñado mucho, me ha permitido tomar contacto con un submundo que imaginaba pero que desconocía profundamente. Lo más importante respecto de este mundo es entenderlo. A mi modo de ver, el programa ha pasado por tres etapas: primero, toma de contacto con la violencia. Eso nos impactó mucho a todos. Luego empezó a fluir lo psicológico y a condicionarlo. Ahora, en la tercera etapa, aparece el componente social. Esta última es la mejor. El programa es más profundo y más real. Percibo la reacción del público, siento el éxito y el interés que despierta en la calle. Quiero señalar algo más: al proponer comprender lo que ocurre en la vida real, el programa no es alienante.
Mientras Marilina toma un café con leche, más leche que café, donde moja un "sacramento", le pregunto:
—¿Preferencia por algún tipo de delito? Contesta refiriéndose a casos concretos.
—El que más me conmocionó fue el de "Nadie", una chica criada en la calle, procesada unas diecisiete veces por hurtos pequeños y escándalos, quien, al sumarse las reiteradas condenas, deberá cumplir reclusión por tiempo indeterminado en la cárcel. Ella peleaba como podía. Otros dos personajes que me gustaron: el de "Humano" y el de "Puedo". Los tres tienen de común lo escindido; la sociedad no los puede asimilar. En "Humano", la utilización de ese ser en lo único que puede dar: un hijo. Allí yo me conecté emocionalmente de manera muy profunda, aunque en apariencias no tiene mucho que ver conmigo (era el caso de una chica huérfana, recogida en un asilo de la minoridad, a quien la patrona le quita su hijo). Lo hice en una época en que quería tener un hijo y no lo lograba. El hecho de que le quitaran un hijo lo viví muy intensamente. Nuestra forma de trabajo, sabés, es conectar al personaje con cosas nuestras. Cuando los personajes son aparentemente lejanos, nos cuesta más, pero siempre hay algo que permite la conexión.
Sigo preguntando sobre el modo de trabajo.
—David nos abandona en la grabación, pues él tiene cosas más urgentes e inmediatas que hacer, pero en la semana trabaja intensamente con nosotros. En el momento de la grabación sacamos mucho. A veces no sale lo que él esperaba y entonces tenemos que volver a grabar la escena. Durante los ensayos, por lo general, no nos empleamos a fondo; ensayamos letra y movimientos, pero nos reservamos para el último momento, para que la cosa salga más fresca.
Emilio se acerca para volver con Marilina al estudio D, donde deben seguir su tarea. Se van riendo y hablando en un lenguaje circunstancialmente codificado. Pienso preguntarles si también suelen "jugar" (en el sentido dramático del término) en la vida diaria, pero la pregunta está de más, porque la respuesta es obvia.
El fotógrafo decide fotografiarlos con luz natural. En la calle hay un sol esplendoroso.
—Mirá que estoy vestido de personaje —se ataja Federico Luppi
Mejor —contesto. —Estás vestido de hombre recio. ¡Los miles de mujeres que me van a envidiar! —bromeo, mientras posamos.
—No alimentes mi vanidad —responde.
—Si vos no sos vanidoso, es porque tenés una vanidad a prueba de toda clase de admiraciones —digo, teniendo en cuenta su éxito.
—No, no soy vanidoso —afirma, convencido.
Vuelvo al monotema: —¿Qué te gusta más, ser juez, abogado o delincuente?
—Delincuente.
—¿Por qué?
—Porque de alguna manera el delincuente se evade de los esquemas estatuidos, es un marginado que ofrece al actor un filón muy rico. Eso tiene que ver con la íntima rebeldía que uno pone en los personajes, sobre todo en aquellos que mediante una acción cuestionan el sistema.
—¿En tu vida privada, no cometerías delitos?
—Jamás podría afirmar que no. Todo el mundo comete delitos, coimas, garroneos... ver un partido de polo sin pagar, qué sé yo...
—¿Es útil cuestionar el sistema?
—Creo que es imprescindible, porque obviamente cuando uno cuestiona lo establecido evade el conformismo y, por otro lado, encuentra para si en relación con los demás nuevas pautas de crecimiento espiritual. No hay que decir a todo que si. En "Cosa Juzgada", en lugar de informar sobre un hecho delictivo tratamos de acercarnos a los móviles profundos de esos seres, y como las circunstancias de un delito son dinámicas y variables, profundizar los móviles es acercarse a la complejidad del ser humano. Si descubrís la verdad, donde hay verdad hay belleza.
—¿En qué medida "Cosa Juzgada" te ha enriquecido la visión de la realidad? ¿En qué medida se ha quedado corta?
—Me ha enseñado que sólo tratando de conocer profundamente a la gente se puede juzgar; y aun así, ese mismo juicio habría que cuestionarlo. Un hombre roba; la ley establece que el robo debe ser penado; considerando a fondo los motivos por los que ese hombre robó, tal vez nos enteremos de que si bien hay que aplicar la ley, la aplicamos sobre un ser humano concreto, en circunstancias concretas y no sobre una entelequia jurídica.
Sigue hablando abundantemente sobre el tema. Recojo algunas frases aisladas:
—Me resulta difícil afirmar que la ley protege a la mayoría. No hay ley justa cuando la sociedad es injusta. En un mundo que se complica todos los días, en que la sofisticación llega a la enfermedad en que la gente vive condicionada en contra de su desarrollo humano, el arte puede ayudar a mantener viva la necesidad de pensar. Si seguimos narcotizándonos con bikinis, sexo, minas, autos, etc., la cabeza se va convertir en una bola de billar. La civilización no implica beneficio para el hombre porque cada vez que aparece una posibilidad liberadora aparece la represión; en lugar del erotismo, la pornografía; en lugar de la comunicación, el recelo; en lugar de intentar comprender, el miedo; en lugar de ciudades, usinas; en lugar de aire, humo y hollín...
La explicación fácil y brillante de todos los males de la civilización en el barcito lleno de color y humo me hace buscar aire menos viciado. Mientras salimos, Federico da su última respuesta: —No hacer teatro no me hace feliz. Entendámonos. La televisión me apasiona. Es un medio sensacional, estropeado por el aspecto industrial. Pero el teatro proporciona el contacto sangre a sangre.
—Gracias, Federico. Y vos, Bárbara, ¿qué me decís?
—Siento que tanto hacer de juez como de delincuente es ser víctima de
la misma cosa. No puedo hacer una elección.
—¿Víctima de qué?
—De un sistema injusto.
—¿Eso quiere decir que la justicia es imposible?
—Tal como está encarada la ley, la burocracia impide que surja el ser humano.
—La ley otorga un margen al juez—acotó.
—Sí, pero como hay jueces que ese margen no lo usan o lo usan mal...
—¿Vos creés que habría un sistema mejor?
—La justicia es una consecuencia de todo un sistema de vida. Hay que reformar toda una mentalidad. Es preciso reformar el sistema —insiste. No creo en la gente buena y en la gente mala. No está ahí el verdadero problema. Cuando se juzga a alguien, ése es el chivo emisario de un sistema, es la caja de resonancia de una situación colectiva. En última instancia, no hay que tirarle el fardo a la justicia —aclara— porque no es a ella sola a la que hay que reformar. En cuanto al programa en sí, es una crítica social positiva.
—¿Qué te enseñó?
—Que las cosas no son blancas y negras —afirma, segura de sí, linda como siempre, en flagrante contradicción con su rotundidad anterior.
También abordo a Alberto Stivel, 30 años, casado, contador, el menos conocido pero no el menos importante del grupo, como que es su ministro de economía y finanzas. Preguntado, puntualiza algo que merece destacarse:
—Gente de Teatro es el único grupo actoral del país, quizás del mundo que ha logrado independizar el criterio artístico a partir de una autonomía económica. Esto quiere decir que puede elegir lo que hace. Esto sucede desde 1967, con el éxito de "El rehén" y luego de "A qué jugamos" y "Todo en el jardín". La producción de "Los herederos" la hizo Gente de Teatro con adelantos dados por la distribuidora, pero con absoluta independencia en el criterio sobre libro, actores, dirección, etc.
—¿Vos vivís de esto?
—No. Yo atiendo además un estudio contable. Al principio dedicaba unas horas a Gente de Teatro, pero ahora le dedico del 60 al 80 % de mi tiempo de trabajo. Es apasionante, pero, claro, no es demasiado redituable si se compara con otras actividades vinculadas a mi profesión. Yo me siento totalmente consustanciado con las actividades del grupo, el teatro me apasiona, participo de todo el esfuerzo, pero por supuesto no de las decisiones artísticas; con David me comunico de diez a quince veces diarias. Es una vida muy intensa. No hay dos días iguales; el esfuerzo que se hace es muy grande, pero la gratificación es proporcional.
Le explico que le creo y me dirijo a Norma Aleandro.
—La gente está muy preocupada porque te vas del grupo. ¿Qué puedo decir a quienes me preguntan?
—Fue un proceso largo, no es decisión repentina. Cuando se formó el grupo, estuve muy de acuerdo con que fuéramos los que éramos y nadie más; eso, hasta conseguir nuestra independencia como grupo productor. Pero desde hace un tiempo siento que es necesario vara un mejor desarrollo artístico la inclusión de más gente, actores y directores. No todos están de acuerdo con esto, y como no es cuestión de presionar, prefiero irme yo, ya que lo que planteé lo sentía como una verdadera necesidad.
—Te hago la misma pregunta que a los demás: ¿Preferís identificarte con la delincuencia o con la autoridad?
—Prefiero la delincuencia. Tengo una gran tendencia a la delincuencia, socialmente reprimida. El delincuente es un ser más conflictivo, puesto que se rebela, positiva o negativamente, contra un estado de cosas; por lo tanto, es más contradictorio como personalidad.
—¿Qué te ha enseñado "Cosa Juzgada"?
—Comprobé algo que ya sabía: que no siempre las leyes están bien hechas y mucho menos bien aplicadas; que no todo el que comete un delito es un monstruo o un caso patológico, sino que a veces nuestra misma sociedad y el sistema que la maneja llevan a un hombre normal a un estado de psicosis grave y de ahí al delito.
—¿Qué tema te hubiera gustado interpretar en "Cosa Juzgada"?
—El problema de los drogadictos. Lo toqué en un libro llamado "El dolor"...
—¡Magistralmente!
—...de alguna manera planteaba la deformación ocasionada por la droga, pero en ese caso la necesidad había surgido de una medicación mal aplicada. Me habría gustado en cambio mostrar por qué mucha gente, por desesperación, por angustia, toma la droga como posibilidad de evasión y para seguir viviendo. Hay una gran campaña contra la droga, pero se la encara con miedo. Es fácil legislar contra tos drogadictos, pero más difícil es averiguar qué corrupción social produce esa necesidad.
—"Cosa Juzgada", como programa, ¿se ha quedado corto, para vos?
—Pienso que ha dado el máximo que se puede dar en nuestro país. Generalmente, cuando se tocan estos temas en la televisión argentina, se trata de moralizar. En cambio, "Cosa Juzgada" ha tratado de comprender, y sabemos que es más difícil comprender que juzgar.
Tres días después, David Stivel me recibe en su departamento, amable y preciso como siempre.
—Después que Gené me entrega el libro, lo leo dos veces, solo; luego veo al escenógrafo, con quien hablo durante tres horas, mientras mi ayudante toma nota de las necesidades más gruesas. Después, en casa, trabajo a 10 minutos por página con absoluta regularidad. Cuarenta páginas de libro son cuatrocientos minutos exactos. Tanto es así, que hago citas sabiendo cuándo voy a terminar.
—¿Cómo es posible que trabajes tan regularmente y tu obra no parezca mecánica?
—Se ve que es el tiempo que necesito. Si una página requiere quince minutos, la siguiente requiere cinco. El promedio no falla.
—He visto cómo dirigís a los actores A veces se me ocurre que podés sentir el deseo de actuar.
—He intuido el fenómeno. Yo nunca marco a los actores cómo deben hacer las cosas, sino que planteo dudas o incógnitas, o conductas; por lo tanto, no pongo mi idea de actor, pero evidentemente por la rapidez del trabajo hay ciertos mecanismos que debo fijar y ellos deben hacerse cargo. Esa manera de desarrollar la acción es cómo yo
vivo como actor los personajes. Pero mi visión es múltiple. No me entusiasmo demasiado con ninguno.
—Es decir, que tu vocación de director está por encima de todo.
—Exacto. También hay un motivo profundo. Si demostrara preferencias sería injusto con alguno del grupo. No me permito sentir ninguna simpatía que no sea producto de las necesidades del libro.
—¿Cómo surgieron los objetivos de "Cosa Juzgada"?
—Habíamos discutido la televisión como medio. Su importancia radica en su función periodística. Como nosotros no somos periodistas, la manera de acercarnos al hecho real es tratar de reconstruirlo a partir de una perspectiva critica.
—¿No has sentido a veces que los libros de "Cosa Juzgada" dan para hacer libros de cine?
—Creo que un 70 % de los libros serian buenas películas.
—¿La confrontación que significó el Festival de Berlín, te hizo cambiar algún criterio?
—Me produjo un gran impacto, no solamente el cine, sino también el clima que se respira en Europa, en cuanto que realiza un cine que se siente como libertad, como posibilidad de expresión, sin entrar a considerar sus valores artísticos. Esa sensación de libertad es la que me debe haber movilizado para replantear las reales obligaciones que uno siente para con nuestro país y el compromiso de canalizarlas a través de nuestra profesión.
—¿Qué obligaciones?
—Plantear a través de una perspectiva critica los verdaderos problemas que tenemos, investigar a fondo nuestro pasado y expresarlo sin necesidad de recurrir a símbolos paralelos, enfrentando directa y claramente los hechos.
—¿Y las limitaciones?
—El teatro lo hace un poco más a partir de que es menos masivo y menos controlado por la censura.
—Has contestado, entonces, que las limitaciones son la censura.
—La censura y la autocensura consiguiente.
—¿Por qué no hay buenos libros de cine?
—Porque sus posibilidades de exhibir son nulas.
—¿Y el talento creador?
—Es cuestión de empezar a producir a buen nivel, y el talento surgirá. Cuando un cine tiene una industria de 300 películas por año, hay diez que se destacan. No se puede esperar que se produzcan picos altos en una producción casi inexistente.
—¿Sos optimista en cuanto al futuro de la producción cinematográfica?
—No soy optimista. Mejor dicho, creo que la respuesta en el aspecto artístico tiene que ser dada por la lucha por conseguir lo que se desea en todos los niveles. Sí esto no se hace así, no se podrá producir sólo en el nivel artístico.
La entrevista ha terminado. Cada cual vuelve a lo suyo: él, a su puesta; yo, a seguirle la pista a un nuevo drama por entre las fojas de un expediente.

 

 

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