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Las falsificaciones tienen sus devotos
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Una noticia conmovió durante la última semana al submundo de los vendedores y compradores de objetos de arte. El mejor falsificador de cuadros de la Argentina, R. P., vuelve a intentar el triunfo a través de su propio estilo. Dos de estos cuadros, de técnica "pontillista", están por rematarse en el próximo mes.
La trayectoria de la falsificación en el país puede considerarse brillante. Se calcula que más del noventa por ciento de las obras de importantes maestros que se han vendido en los últimos tiempos, son falsas.


Los porteños falsifican bien
Durante el año 1961 los diarios porteños anunciaron con alboroto la venta en tres millones de pesos de una cabeza pintada por Rubens. Casa de remates: Bartolomé Mitre y Callao, ex local de una boite en quiebra. Rematador: Miguel Perreta, ex actor de radioteatro y ex extra de TV. El comprador convocó a una reunión de periodistas y el hallazgo del Rubens se hizo cada vez más sensacional; hasta que de pronto, la prensa, alertada, cayó en el silencio.
El comienzo de la historia del Rubens había sido inocente. Comprado como "cabeza antigua" por cien pesos en un remate, poco después de su cambio de manos empezó a ostentar la iniciales P.P.R. El remate en tres millones pudo tener como consecuencia la venta particular del comprador a un entusiasta, por una suma algo superior o igual.
Para los profanos, el mundo de la pintura flota en la niebla de lo espiritual. Sólo los expertos conocen los tejes y manejes, la audacia y la fantasía que se ponen en juego una vez que el pintor se ha desprendido del fruto de su paciente inspiración. Es el caso, por ejemplo, de un patriarcal uruguayo, muerto en 1926: Pedro Figari.
La autenticidad de un Figari tiene (¿tuvo?) su prueba: una estampilla con la efigie del pintor y un número, resultado de un inventario hecho por la familia; una segunda estampilla con la inscripción: Ministerio de Instrucción Pública, Comisión Nacional de Bellas Artes, puesta por el gobierno del Uruguay. Además, el autor tenía la costumbre de anotar el nombre o el motivo de su cuadro en el reverso. Y, por lo general, hay un último signo: cuando, después de muerto Figari, sus cuatro hijos quisieron identificar los cuadros que les pertenecían, pegaron un círculo, con un color por cada hijo, en el revés. Señales minuciosas que, como toda señal, partían de un supuesto de buena fe.
Hacia 1950, el marchand Y. compró un lote de 30 Figaris auténticos. En un viaje al Uruguay adquirió el mismo papel en que se habían impreso las estampillas y todos los elementos necesarios para transformar una falsificación en un duplicado. Las estampillas falsas fueron pegadas en los Figaris auténticos, y las auténticas en las 30 copias que reproducían a los originales. Hoy no es posible verificar la estafa: unos y otros están repartidos por la Argentina, Brasil y USA, después de ser comprados en más de 500 mil pesos cada uno.

El escamoteable Figari
Hay muchas historias de Figaris. Por ejemplo, la de cuarenta cartones inconclusos que quedaron en el taller al morir el pintor. Su familia los ofreció en venta a varias personas, hasta que fueron adquiridas por V., propietario de un magnífico Chagall, de muchos Figaris, y promotor básico del alza de precio de éstos. Un tiempo después, los cuarenta cartones aparecían en plaza, terminados. Pero según aclaración de un entendido: "Hay que decir que no había intención de que parecieran concluidos por la misma mano de Figari".
Esta intención, sin embargo, suele aparecer. La historia considerada más escandalosa en materia de Figaris tuvo un nombre elegante: "Pedro Figari en el Louvre". Treinta cuadros zarparon, en 1960, para ser expuestos en el Jeux des Pommes. Treinta cuadros volvieron. Entre ellos, un Patio y un Baile Federal, pertenecientes al señor M.A. Su regreso fue en forma de copias.
"Es el colmo. Últimamente se han vendido muchas falsificaciones de Bonnard. Pero lo que da rabia es que sean tan malas." El arte del falsificador obtiene respetuoso reconocimiento por parte de los entendidos. En la investigación de PRIMERA PLANA queda como indiscutible primer falsificador de la Argentina el pintor R.P., 32 años. "Sus Bonnard, Modigliani y Figari, son excelentes. También es especialista en otros maestros." R.P. tiene un estilo personal que tuvo escasa repercusión en sus finanzas. En cambio, sus falsificaciones se venden en unos 50 mil pesos cada una, a medias con las casas de remate donde se efectúa la operación. Se calcula que en los últimos tiempos R.P. ha vendido de treinta a cuarenta Modiglianis. En cuanto a malas falsificaciones, se señalan ocho o diez Bonnard vendidos durante el año 1962, especialmente uno que alcanzó la suma de 130.000 pesos, en diciembre, en una casa de remates de Montevideo y Guido. En Libertador 3136, un falso Bonnard llegó a los 135.000 pesos, y un falso Max Libermann a los 80.000. El certificado de André Shoeller que lo garantizaba —"muy bien hecho"— también era, por supuesto, falso.
En nueva boga durante el año pasado entraron los dibujos de Ingres, así como obras de Lebourg, Boudini, Sisley, Manet, Troullibert, Berthe Morisot. Casi todos se compraron alrededor de los 50.000 pesos.
Hay una frase unánime entre todos los expertos en pintura. "Las obras de los grandes maestros están valiendo en el mercado internacional precios que superan los cinco mil dólares. Quien crea hacer una pichincha en Buenos Aires gastando sólo cincuenta mil pesos, no es más que un tonto y merece haberlos gastado."
Hace poco tiempo moría en Italia el señor C. (italiano). Su base de operaciones comerciales era Buenos Aires. Su especialidad, los llamados pintores españoles preciosistas (Sánchez Barbudo, Salinas, Garrido). Compraba en Europa tres o cuatro cuadros de ese estilo, y volvía haciendo escala y mostrando sus compras en varios puertos, especialmente en Río de Janeiro, donde tenía una importante clientela. Llegado a Buenos Aires, cada cuadro era copiado dos o tres veces por R.P., muy joven en ese tiempo. En un nuevo viaje, el señor C. vendía esas "piezas únicas" a sus clientes de diversos países.

La prueba fatal
La falsificación no es nueva, y los museos de todo el mundo tienen, entre sus colecciones, obras "Atribuidas a...", "De la época de...", que iniciaron su carrera como originales de grandes pintores, y gracias a cierta calidad pictórica no fueron desechadas al advertirse la superchería. Sin embargo, según ha podido saber PRIMERA PLANA, habría un modo de detectar cierta clase de falsificaciones. Pero sólo cierta clase. Es la llamada "máquina de tiempo", o más correctamente, Carbono 14. En la Argentina hay sólo dos: una, propiedad de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, y otra, de Fábricas Militares. Son modelos anticuados, pero útiles. Su precio se calcula en los dos o tres millones de pesos. La función de Carbono 14 es comprobar la edad del material. En petróleo, esta edad puede ser un centenar de miles de años. En arte, si un cuadro atribuido a Leonardo da Vinci demuestra estar ejecutado con pintura de treinta años de edad, toda discusión termina.
Dicen que el arte es una de las fuerzas que mueven al mundo. Es muy posible. No cabe duda de que, en todo caso, desencadena muchas fuerzas imprevisibles para sus creadores.
Página 25 . PRIMERA PLANA
26 de marzo de 1963

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