Revista Confirmado
21.05.1965 |
En 1919, el gobernador conservador Rafael Núñez inauguró en
Alta Gracia, provincia de Córdoba, un aristocrático casino.
Señoras elegantísimas y caballeros de jaqué escucharon
complacidos la palabra del sensible magistrado, quien con la
mayor convicción sostuvo que la gente de la sociedad
necesitaba un medio de diversión. La página de sociales de
los diarios cordobeses se ocupó largamente del
acontecimiento, detallando con fruición el atuendo de cada
uno de los asistentes al histórico acto.
Diez años más tarde, la reducida sala de juego asistió al
que sería, simultáneamente, su primer y último drama:
agobiado por las deudas contraídas, un funcionario radical
apeló al suicidio, un hidalgo modo de lavar el honor que si
no logró consolar a sus numerosos acreedores, sirvió al
menos de pretexto para clausurar el casino. La página
policial de la prensa cordobesa fue esta vez la encargada de
consignar, con menos detalles claro está, el último día de
la sala de juego.
En las últimas semanas, sin embargo, el tema del juego ha
vuelto a rodar sobre el tapete político cordobés, impulsado
por el audaz proyecto de 18 senadores oficialistas, quienes
con sus firmas sostienen la necesidad de instalar casinos en
el territorio provincial.
El bloque radical del Pueblo está compuesto por 28
senadores, y la Cámara en su conjunto por 37: es casi
seguro, en consecuencia, que el proyecto será aprobado,
acaso no sin provocar ásperas colisiones dentro del partido
gobernante.
Nadie olvida que el mismo año en que el gobernador Núñez
inauguraba la coqueta salita de Alta Gracia, el presidente
Yrigoyen vetaba la ley que autorizaba las carreras de
caballos en los días jueves.
Por otra parte, durante la gobernación del radical Amadeo
Sabattini y con el voto de los entonces senadores
provinciales Arturo Illia, Juan Palmero, Gabriel Oddone y
Adolfo Galatoire, se sancionó la ley de represión al juego.
Una puritana actitud que desde entonces quedó firmemente
incorporada a la ortodoxia radical.
Estos antecedentes exacerban la polémica. Luego de ser
aprobado por Senadores, el proyecto deberá pasar a
Diputados, y si allí también fuera aceptado le quedaría al
gobernador Justo Páez Molina la sola posibilidad del veto.
Quienes intentan develar si Páez Molina usará esa facultad
constitucional, que demoraría el proyecto por lo menos
durante un año, evocan el debate producido en la Cámara de
Diputados en 1955, un día antes de que estallara el
movimiento que derrocó al presidente Perón: en ese entonces,
Páez Molina era presidente del bloque de legisladores de la
Unión Cívica Radical, que se retiró en pleno detrás de su
jefe cuando dos legisladores peronistas propusieron que se
considerara la instalación de casinos en la provincia.
Pero ahora la actitud del gobernador se concretó a un
cerrado silencio. Cuando le preguntaron qué haría, respondió
calmosamente: "Si se aprueba la ley..., veremos".
De alguna manera, observadores desapasionados de distintos
sectores cordobeses coinciden en afirmar que el problema de
los casinos responde a realidades económicas que no pueden
medirse exclusivamente a la luz de los principios morales.
En defensa del proyecto, un senador oficialista le habría
dicho a un colega, parafraseando un diálogo entre Hamlet y
su amigo Horacio: "Hay muchas cosas, entre las sierras y el
cielo, que vuestra doctrina no comprende".
Esas cosas son las que consigna en sus fundamentos el
proyecto firmado por el presidente provisional del Senado
cordobés y autor de la iniciativa, senador Carlos Bejar. El
texto recorre con soltura campos muy variados: la metafísica
(el juego está en la esencia misma de la personalidad
humana), la historia (las diversiones de azar son utilizadas
desde los tiempos de Grecia), la más moderna geoeconomía (en
otras provincias el juego está legalizado, y Córdoba no
puede ser menos a riesgo de perder el turismo), la
administración (la ruleta es el mejor recaudador fiscal).
Maliciosos adversarios del senador Bejar apuntan que además
de recursos fiscales, la ruleta puede ser un excelente
acopiador de votos. Aparentemente, el autor de la iniciativa
estaría preocupado porque en su departamento de Punilla la
UCRP apenas aventajó al peronismo por 1.000 votos en la
elección del 14 de marzo, contra una diferencia cuatro o
cinco veces mayor en los anteriores comicios.
De todos modos, no hay quien discuta el fundamento económico
del proyecto; en los últimos años, Córdoba ha sido sitiada
por casas de juego autorizadas por provincias limítrofes,
que colocan sus casinos a escasísimos kilómetros de la
frontera.
Automóviles y ómnibus especiales parten todos los fines de
semana desde la capital de Córdoba hacia Ojo de Agua, en
Santiago del Estero, colmados de apasionados jugadores. Una
similar caravana se encamina desde el valle de Punilla y en
general desde el oeste cordobés hacia el casino de Merlo, en
la provincia de San Luis, al que también concurren los ricos
hacendados y agricultores del Departamento de Río Cuarto. El
casino de Merlo cuenta con una aureola de prestigio
envidiada en todo el país: aunque nadie haya podido
comprobarlo, se supone que pertenece al cantante
norteamericano Frank Sinatra. Al solo rumor de la injerencia
de Sinatra en esa sala surgieron, como por milagro,
estaciones de servicio, moteles, restaurantes y un circuito
cerrado de televisión. Incluso ahora se gestiona la
instalación de un circuito telefónico; entretanto siguen
generándose como antaño largas colas para comunicarse desde
la única cabina pública instalada.
Otros cordobeses, en cambio, prefieren el casino de La
Rioja, a cuya puerta la patente de los coches estacionados
permite individualizar a pobladores de muchos departamentos
de la provincia de Córdoba.
Pero inmediatamente de conocido el proyecto, que cuenta con
el decidido apoyo de los hoteleros que esperan afianzar de
ese modo su vacilante negocio, ya han surgido las disputas
entre las diversas regiones que se postulan como candidatas
a alojar a los futuros casinos.
El valle de Punilla, un verdadero collar de centros
turísticos enhebrados por la ruta nacional; la zona oeste,
aislada de los centros urbanos por la falta de buenos
caminos; Alta Gracia, cabecera de una cuenca turística más o
menos aislada; Cerro Colorado, cuya subsistencia depende en
forma sustancial de sus riquezas rupestres precolombinas,
aspiran a albergar las hipotéticas salas de juego.
También las reclaman para sí las autoridades de los
departamentos de Río Seco, Tumumba y Sobremonte, que todos
los fines de semana observan resignadamente la caravana de
cordobeses que se dirige a probar suerte en Ojo de Agua.
Los hoteleros de la región de Mar Chiquita, por su parte,
exaltan también sus méritos para recibir a los anhelados
casinos: dicen que están aburridos de hospedar casi
exclusivamente a reumáticos y enfermos de ciática que buscan
alivio en las aguas saladas de la famosa laguna.
También Leones, prestigiada por su Fiesta Nacional del
Trigo; Cruz del Eje, sede de la Fiesta Nacional del Olivo;
Hernando, patrocinadora de la Fiesta Nacional del Maíz, o
Arañado, antiguo reducto de la Fiesta Nacional de la
Tradición, están dispuestas a terciar en esta puja que ha
dado un tono de singular animación a la habitualmente
reposada vida cordobesa.
Sin embargo, parece aún apresurado discutir la ubicación de
los casinos. La juventud del radicalismo del Pueblo ya hizo
saber su fogosa oposición al proyecto, y el arzobispado,
tesonero opositor a la habilitación de los casinos, ha
desatado una enérgica prédica acerca de lo que llama los
perniciosos efectos del juego sobre la sociedad.
Estas opiniones no surten excesivo efecto en la grey
cordobesa, más afecta, por lo visto, a especulaciones
terrenales: el sábado último, una imponente caravana
automovilística llegó hasta la capital provincial para
reclamar del gobernador Páez Molina apoyo para el proyecto.
Pobladores y comerciantes del valle de Punilla, Sierras
Grandes, Calamuchita y Mina Clavero recorrieron la ciudad
haciendo sonar con insistencia las bocinas de sus
automotores.
En la última semana, finalmente, parece haberse logrado una
fórmula transaccional que satisfaga un poco a los negocios y
otro poco al espíritu: el diputado radical del Pueblo Héctor
Sanders propuso dejar a un lado los casinos, pero legalizar
la quiniela.
Ir Arriba
|
|
-El dubitativo Justo Páez Molina
sólo perderá la calma si se aprueba la ley
-Senador Carlos Bejar: legalizar el azar para ganar votos en
el valle de Punilla
Juan Palmero: quizás deba revisarse el puritanismo de la
época de Sabattini |
|
|
|
|