Revista Siete Días Ilustrados
14.06.1971 |
Por tercera vez consecutiva se le negó la entrada al país al
cantante norteamericano Dean Reed. Horas antes de intentar su
desembarco en Buenos Aires, fue entrevistado por Antonio Mercader,
corresponsal de SIETE DIAS en Montevideo
Una orden emanada de la Dirección de Inmigración tronchó la
tercera intentona de retorno a la Argentina del cantante
norteamericano Dean Reed (32, una hija). Ante la negativa de
distintas empresas de aviación a transportarlo desde Montevideo, el
otrora divo de la juventud argentina —frecuentó los escenarios
porteños durante once meses en 1964—, deberá permanecer en la
capital uruguaya. Cabalgando sobre su primer hit (Amor veraniego, en
1959) vagabundeó por el mundo hasta desplegar sus canciones de
protesta. Pero la etiqueta de izquierdista —incentivada por sus
éxitos en la URSS: consumieron 4.000.000 de sus discos—, lo alejó de
estos escenarios y es ahora la causa de ésta, su tercera
frustración. Esta vez, sin embargo, sólo quería regresar por una
semana y en calidad de turista.
Alto, atlético, con el pelo largo y rubio sobre la frente, conforma
la típica estampa del vaquero, cual resabio de su crianza en un
rancho del Estado de Colorado, en donde aprendió a jinetear, algo
que le ha servido para afirmarse profesionalmente: en los últimos
cinco años acumuló once films, en su mayoría westerns al estilo
italiano. Ya había anticipado esas aptitudes al debutar en
Guadalajara en verano, en 1964, premiada en el Festival de Acapulco.
Uno de sus últimos films, La muerte golpea dos veces, le permitió
intimar con Anita Ekberg ("Es tan bonita, tan buena persona",
recomienda extasiado). Su agitado calendario lo obligará a estar en
Madrid el 15 de octubre, para iniciar una coproducción
ítaloespañola. En tanto, se entretiene imaginando el guión de una
película a filmarse en Angola y Mozambique, el año próximo: "Seré un
periodista estadounidense a quien secuestran las fuerzas de
liberación nacional que luchan contra el colonialismo portugués
desde hace años. Es una guerra que hasta los Estados Unidos
condenan", dice Reed. Sus inquietudes como escritor, en cambio,
asomaron antes, en un libro editado en ruso (Mis amigos los
primitivos), donde cuenta su expedición por la selva amazónica.
Ahora está por editarse en Chile 'Mi camino por la verdad', cuyos
derechos de autor ha donado a la Central Única de Trabajadores. "En
Santiago conocí a Julio Cortázar; nos hicimos amigos después de
decirle que no había leído ninguno de sus libros", memora. Dean Reed
vivió allí en los cuatro últimos meses, invitado por el gobierno de
Allende. No fuma, por las mañanas desayuna un té con limón y habla
suavemente, sonriendo y con cierta ingenuidad. Piensa que para
agosto encadenará treinta recitales en nueve repúblicas socialistas.
En esos territorios ya estuvo seis veces ("Aprendí que los
comunistas no se comen a los niños"). Este es su diálogo con SIETE
DIAS en Montevideo.
—¿Por qué quiere entrar en la Argentina?
—Es muy importante para mí porque lo que me pasa allí, pasa en otras
partes. Sólo porque un país me niega la entrada, otros países
preguntan: ¿qué habrá hecho este hombre en la Argentina? Debe ser
malo, peligroso. Entonces me frenan en los aeropuertos y me
interrogan incluso en países democráticos como el Uruguay, donde al
llegar fui detenido nueve horas.
—¿Por qué lo detuvieron?
—Justamente lo que decía. Me preguntaban todo el tiempo: "¿Qué
hiciste que no te dejan entrar en Argentina?".
—¿Cómo contesta a esa pregunta?
—Nunca violé una ley en la Argentina. El gobierno no tiene razón
para creer que soy un peligro para la seguridad pública. Sólo soy un
cantante con una conciencia social desarrollada. La única razón para
negarme la entrada fue porque condené la agresión norteamericana en
Vietnam.
—¿Está seguro que fue ésa la razón?
—Sí. En 1968, cuando me impidieron entrar por primera vez, me
comunicaron oficialmente que ésa era la razón. Comprenda que casi la
mitad del pueblo norteamericano. incluido el senador Edward Kennedy,
debería tener prohibida la entrada en la Argentina por la misma
razón
—¿Qué ocurrió en 1968?
—Yo había vivido un año en Buenos Aires hasta 1965, cuando viajé a
Europa para hacer cine. Me invitaron a Helsinki, a la Asamblea
Mundial de la Paz, para la cual trabajo como artista. Cuando volví a
Buenos Aires empezaron los ataques. Mi casa de Olivos fue baleada
dos veces. Después viajé otra vez a Europa y a mi regreso me
detuvieron en el aeropuerto. Parece que el presidente Onganía había
hecho una lista de personas con la entrada prohibida. Yo era el
único norteamericano en ella.
—¿Cómo fueron los otros intentos?
—En noviembre del año pasado me pararon en la frontera con Chile, en
Las Cuevas. Algunos días después me ocurrió lo mismo en Ezeiza. Le
había mandado un telegrama al presidente Levingston pidiéndole que
explicara por qué no podía entrar. Le dije que si había cometido
algún delito quería ser juzgado en la Argentina. Fue inútil. En la
Aduana me dijeron que volviera al avión y dije:' "No, no vuelvo si
no me explican por qué". Los soldados tuvieron que llevarme. En
Madrid leí en diarios argentinos que la medida se dispuso porque yo
quería trabajar en la Argentina sin visa de trabajo. Era falso.
Entrando como turista no necesitaba visa.
—¿En qué condición piensa ingresar ahora?
—Como turista. No voy a trabajar. Quiero aclarar bien mi situación,
que se sepa en todo el mundo que puedo entrar y salir libremente.
Además, quiero ver a mis viejos amigos: Palito, Evangelina, Fabián,
Antonio Carrizo...
—¿Por qué cree que esta vez no tendrá problemas?
—Sé que el general Alejandro Lanusse es un presidente más
democrático que los anteriores. Leí en Europa que aprobó medidas
liberales y que llamará a elecciones. Un gobierno así no puede tener
problemas conmigo, Además, esta vez tengo el apoyo expreso del
pueblo argentino, o al menos el de la CGT.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque Rucci me lo dijo en sus cartas y en una conversación
telefónica que tuvimos cuando llegué a Montevideo. También desde
Uruguay le envié un telegrama al ministro del Interior, Arturo Mor
Roig, anunciándole mi llegada a Buenos Aires, el día, la hora y el
número de vuelo.
—¿Cómo se define políticamente?
—No pertenezco a ningún partido. Tengo principios socialistas porque
sé que la mayoría del mundo vive en hambre y miseria. Lo he visto.
El único sistema que puede asegurar sus necesidades básicas a todos
los seres humanos es un socialismo que debe ser propio, distinto en
cada país. Además, es un sistema para la paz del mundo. Yo siempre
fui pacifista.
—¿No hay una contradicción entre proclamarse pacifista y filmar
películas de extrema violencia, como son los westerns italianos?
—Hay una contradicción. La siento más que nadie. Sé que esas
películas no tiene valor moral, que son perjudiciales. Pero sólo con
ellas lograré la fama que necesito para hacer lo que quiero.
—¿Le importa mucho la fama?
—Me interesa la fama, pero no para llenar mis bolsillos de dinero.
Es un arma para luchar por mis ideas. Si cualquier trabajador sale a
la calle para decir lo que piensa, es probable que nadie se
interese. Si lo hace un cantante o un actor famoso, es distinto. El
arte y la cultura no existen sólo para entretener y tranquilizar.
Sirven también para despertar la conciencia social de los pueblos.
—¿Le permiten entrar en los Estados Unidos?
—Claro que sí. Le gané un juicio al diario Crónica de Buenos Aires
El porque escribió que no podía entrar en Argentina de la misma
forma que no podía entrar en los Estados Unidos. Era mentira. En el
juicio presenté documentos con la verdad. Todos los años voy a mi
país a pasar vacaciones con mi familia. Crónica se portó lealmente y
rectificó su error con cuatro artículos seguidos.
—¿Cuál es el mayor problema de su país?
—La violencia. La sociedad norteamericana es la más violenta en la
historia de la humanidad. Mis compatriotas están asustados, temen
salir de noche, usan pistolas, porque en mi país no hay paz.
—¿A qué lo atribuye?
—Hay varios factores. La televisión es importante. En vez de pagar
una baby-sitter, las madres prefieren poner a sus chicos frente al
televisor. Varias generaciones se han formado así, entreteniéndose
con la violencia de los programas de TV. Por eso no es extraño que
los norteamericanos la practiquen.
—¿Por qué está usted contra la guerra en Vietnam?
—Porque cada país debe tener derecho a buscar su propio camino, a su
autodeterminación. Vietnam debió tenerlo en 1954 cuando la
Convención de Ginebra dispuso elecciones en todo su territorio. No
se hicieron. Un día, un periodista le preguntó al presidente
Eisenhower por qué no se permitieron las elecciones. Contestó
textualmente: "Porque nuestros servicios de inteligencia dijeron que
en caso de elecciones las ganaba Ho Chi Minh". Me parece que es
inmoral, e ilegal, proclamar la democracia cuando se trata de
impedir las elecciones porque los resultados no convienen.
—¿Muchos norteamericanos están a favor de la guerra?
—Todos sus argumentos se basan en una cosa: hay que hacer lo que sea
para frenar el socialismo. Tú sabes que nosotros, los
norteamericanos, nacimos y morimos en el anticomunismo. Y se llega a
este extremo: para salvar a alguien del comunismo vale la pena
matarlo. Prefieren que un niño vietnamita esté muerto a que sea
comunista. Pero la gran minoría de nuestro pueblo, diría el cuarenta
por ciento, está contra la guerra. Y cada día serán más. Por eso me
siento muy orgulloso de ser norteamericano y de respetar nuestra
Constitución, que afirma la soberanía y la autodeterminación de
todos los países.
—Usted viene de pasar una larga temporada en Chile. ¿Qué hizo en ese
país?
—Estuve cuatro meses. Recorrí todo el territorio chileno filmando
kilómetros de películas para mostrar en Europa. Hablé con muchas
personas y comprobé que hay un gran entusiasmo. No hay en el mundo
un país con tanta libertad como Chile. Hay libertad hasta para decir
mentiras contra Allende. Hay libertad para pensar: allí cada hombre
piensa, discute, en un alto nivel político. Todos trabajan con
entusiasmo, pensando que están creando un tipo de socialismo único,
chileno, que atenderá las necesidades básicas del pueblo; es una
revolución dentro de la ley, sin violencias. ¿Comprende ahora por
qué me quedé tanto tiempo en Chile?
—Durante su estada en Chile ¿usted organizó un acto donde se quemó
una bandera norteamericana?
—Hay un error. Yo no quemé, yo lavé una bandera de mi país. Siempre
estuve en contra de quemar la bandera; me parece un hecho negativo.
Hice un acto público y leí una declaración explicando por qué iba a
lavarla en forma simbólica.
Dije que estaba sucia de sangre del pueblo vietnamita, del pueblo
negro y de iodos los pueblos que sufren dictaduras apoyadas por el
gobierno norteamericano.
—Las canciones que compone y canta, ¿son de protesta?
—Nunca. Son canciones de amor. Siempre canto al amor: al que siento
por mi hija, por mi mujer o por un hermano que sufre. Cuando canto,
lo hago por amor a alguien.
—Sospecho que no le interesa mucho ser cantante. ¿Me equivoco?
—No se equivoca. Es sólo una etapa de mi carrera pero no una parte
importante de mi vida. Más que el canto me interesa el cine, pero no
el que hago ahora. Me gustaría otra cosa.
—¿Qué le gustaría?
—Dirigir películas con mayor empeño social. No un cine político,
porque pienso que el cine no es para pasar propaganda. Debe mostrar
sólo la realidad y la vida, tratar de elevar al ser humano. Algún
día seré director. Por ahora soy actor y guionista.
—¿Es un hombre múltiple?
—Sí, es lo que pasa cuando alguien tiene algo que decir. Lo dice en
todas las formas que puede: lo canta, lo escribe, lo filma o lo
interpreta como actor.
—Se le acusa de buscar publicidad a través de sus actitudes
políticas. ¿Cuál es su respuesta?
—Es claro que no; busco una publicidad que me perjudica en mi
carrera artística. Usted debe saber que en los Estados Unidos, desde
los tiempos de McCarthy se hacen listas negras con los artistas.
Esas listas llegan a Europa por medio de las empresas
norteamericanas que invierten en las compañías de cine. Entonces, a
mí me cuesta más que a otros actores obtener un buen papel sólo
porque estoy en las listas.
—¿Conoce otros artistas que figuren en ellas?
—Estoy orgulloso de estar en las listas con Joan Báez, Pete Seeger,
Jane Fonda ... Pero eso me crea problemas. Por ejemplo, para filmar
mi última película tuve que firmar con el productor un compromiso
prometiendo que no haría ninguna manifestación política durante el
rodaje.
—¿Cuál fue su última película?
—Adiós Sabata. Una película de cowboys donde actúo con Yul Brinner.
—¿Qué opinión tiene de Yul Brinner?
—Es verdaderamente una mala persona. Vanidoso, mal educado. Odiaba a
todos; también a mí, tal vez porque era más bajo de estatura y debía
subirse a un banquito en las escenas conmigo. Es un hombre tan
difícil que el director de este film, Jean Franco Pasolini, tuvo que
filmar la escena final como Brinner quería: venciéndome en un
combate. Pero el guión decía otra cosa. Después que Brinner se fue,
hicimos otra vez la escena: el vencedor soy yo. Cuando Yul Brinner
vea Adiós Sabata se enfermará de rabia.
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