Revista Primera
Plana
01.01.1963 |
Un día de agosto pasado, un solo coche patrullero recorría
las calles de Buenos Aires, donde en 1962 los robos, hurtos,
estafas y defraudaciones redondearon un botín superior a los
cinco mil millones de pesos. Ese automóvil solitario y esa
copiosa cantidad de dinero simbolizan a qué punto ha llegado
el auge de la delincuencia y cuánta precariedad rige los
destinos de la prevención y la represión del delito.
Otro episodio revelador: un oficial de la policía Federal
informó a sus superiores que, en ese instante, en un lugar
apartado de la capital, varios malhechores se estaban
repartiendo el producto de un asalto cometido horas antes.
Fue imposible llegar allí y sorprenderlos: se carecía de
vehículos y de personal.
Al finalizar 1962 se acumularon en los 18 juzgados de
instrucción en lo criminal, de la Capital Federal, alrededor
de 16.000 sumarios por asaltos, robos, hurtos, estafas y
defraudaciones, cuyos autores son todavía desconocidos. Un
solo juzgado, en el primer semestre, soportaba 664 de esos
procesos a N.N.
Los hampones que consigue detener la policía —en muchos
casos gracias a esfuerzos individuales, realizados en horas
de franco y con autos prestados— se escurren después con
facilidad entre los cómodos resquicios que dejan los
códigos.
Esos resquicios han terminado por atraer a la Argentina a
sagaces delincuentes extranjeros. Y el problema no se cierra
aquí.
A las serias deficiencias anotadas hay que agregar la
sordidación reinante en los establecimientos carcelarios de
Buenos Aires, donde los malhechores noveles pierden
definitivamente sus posibilidades de redención y se producen
hechos capaces de resucitar, súbitamente —como sucedió, hace
quince días, en Villa Devoto— la ancestral ley del Talión:
ojo por ojo, diente por diente.
El panorama resulta tan desalentador que no sería un lugar
común ubicar a la capital de la república en los Estados
Unidos y en la estruendosa década del 20. La comparación,
harto utilizada, está más cerca de la realidad que de la
metáfora. Y la realidad, ya se sabe, es un lugar común
Sin prevención
En la semana última, PRIMERA PLANA realizó una investigación
sobre el tema.
Teóricamente, cada una de las cincuenta comisarías de Buenos
Aires cuenta con alrededor de 150 hombres, pero a este
número hay que respetar las ausencias por enfermedad y
francos. Además, como cumplen sus funciones por turnos de
seis horas, se da el caso de que muchas comisarías, durante
casi todo el año. han tenido menos de diez efectivos en
ciertos períodos.
Según las cifras oficiales, cada uno de los 7.021 agentes
que se desempeñan en las seccionales de la capital, tendría
bajo su vigilancia nada menos que 70 manzanas y 30.303
habitantes: virtualmente, el sistema prevencional ha
desaparecido.
Las bajas remuneraciones del personal policial precipitaron,
en forma paulatina, la disminución de los ingresos a la
institución. Por ello, hace ya 12 años, debió recurrirse a
los ciudadanos en edad militar que desean anticipar la
conscripción y, al mismo tiempo, evitar la posibilidad de
pasar dos años bajo bandera. Este régimen se ha mantenido:
actualmente, hay 2.608 agentes provenientes del mismo, pero
es consenso general entre las autoridades de la policía, que
la falta de experiencia de dicha tropa ocasiona más
trastornos que facilidades.
Sin ruedas
La falta de automotores alcanzó diaria gravedad durante
1962. No sólo para las comisarías sino hasta para las
secciones especializadas de la Dirección de Investigaciones,
instaladas en el Departamento Central, de la calle Moreno.
Tanta fue la gravedad, que despertó la solidaridad popular,
en un intento por restañar esa falla que, a la larga, acaba
perjudicando a la propia población.
Tal es el ejemplo de la comisaría 33ª cuya asociación
cooperadora adquirió cuatro jeeps para el patrullaje de su
dilatada jurisdicción. Serán equipados por la policía,
aunque, por causa de la escasez de agentes, éstos harán las
recorridas en horas libres.
Para los primeros meses de este año, está prevista la
renovación parcial de los vehículos, con unidades de
fabricación nacional, marcas DKW y Ford Falcon. En las
últimas semanas de 1962, algunos DKW ya fueron entregados a
organismos del Departamento.
Únicamente en el renglón armamentos, la policía se halla en
condiciones de enfrentar, con ventajas, a las aguerridas
bandas de gansters. Nuevas ametralladoras y revólveres han
sido distribuidas meses atrás y empleadas con éxito en
riesgosas operaciones.
De 1889 a hoy
Pero, aún cuando las insolvencias físicas fueran finalmente
superadas —más hombres, mejores sueldos, más movilidad,
inclusive más armas—, a juicio de los jefes policiales queda
todavía en pie una barrera fundamental: la vetustez de las
leyes.
La naturaleza del código de procedimientos en lo criminal
obliga a los sumariantes a largas cavilaciones en busca de
diligencias lícitas que permitan obtener pruebas suficientes
para procesar a los delincuentes que han hecho de la
habilidad judicial su tabla de salvación, que planifican con
la misma minucia el asalto a un banco y la posterior
excarcelación.
Los veteranos policías que dirige el comisario Camilo Salcés,
titular de la Dirección de Investigaciones, afirman que hoy
la mayoría de los malhechores comunes, aunque sean
sorprendidos "in fraganti", niegan su culpabilidad. "El
delincuente para quien se hizo el código de 1889 —dice el
sub-comisario Ricardo Sánchez— era casi honesto, comparado
con el de 1962".
Desde 1955, los jefes policiales se esmeran por impedir que
los apremios ilegales constituyan el único y rutinario
camino elegido para enviar a la cárcel a centenares de
reincidentes. Si bien los oficiales superiores de Moreno
1550 parecen convencidos de que una policía de buenos
modales nada obtendrá de bandidos como Hidalgo o Gareca, una
encuesta levantada no sólo entre' ellos sino también en
medios judiciales, conduce a señalar que el uso de la picana
eléctrica y otros métodos de tortura corporal no tiene
vigencia en la capital, en contraposición con lo que ocurre
en ciertas jurisdicciones provinciales.
El inspector general Enrique Fentanes, representante de la
Policía Federal en la comisión Mariconde, que proyectó la
reforma del código procesal —el Parlamento nunca llegó a
tratarla—, no se encuentra conforme con las modificaciones
sugeridas por ese organismo. En opinión suya, el delincuente
seguirá teniendo excesivas ventajas y las autoridades
sumariantes, excesivos tropiezos.
Los cambios recientemente incorporados por decreto-ley a
algunos artículos del código sirven sólo para acelerar el
diligenciamiento de los procesos, pero dejaron intacta la
arcaica estructura, objetada simultáneamente por policías y
jueces.
La acción de una docena de abogados especialistas en lo
penal significa, por otra parte —según lo aseguran todas las
fuentes policiales requeridas—, una sólida garantía para la
libertad de muchos gangsters profesionales.
La mayoría de los funcionarios de Moreno 1550 coinciden en
nombrar a tres defensores cuyos clientes son, en general,
maleantes peligrosos y de proficuos antecedentes.
Estos letrados estarían prácticamente a sueldo de sus
defendidos, quienes, además, les pagarían el 10 %, 20 % o
más de comisión sobre los montos de asaltos y estafas. Entre
delincuentes y abogados existiría también, un sistema de
comunicación para que, de inmediato, se presenten los
recursos de "habeas corpus" en caso de detención.
De esta manera, se ha visto a jueces federales allanar
dependencias de la Dirección de Investigaciones, a primeras
horas de la madrugada, para cumplimentar aquellos recursos.
La policía aún no congregó las evidencias suficientes para
demostrar que en la Argentina han surgido verdaderos
sindicatos del crimen. No obstante, las continuas y
estrechas relaciones de gangsters con estudios jurídicos
crean en las autoridades la desagradable sensación de que,
si no se acrecienta la lucha con más y mejores medios, esos
sindicatos serán una inexorable realidad.
Asaltos y robos
Los delitos contra la propiedad, en 1962, aumentaron en más
de un 40 %, con relación a 1961. De acuerdo con cálculos
provisionales, alcanzarían a más de 43.000, contra 31.000
del año pasado, y 9.198 autores apresados.
Se considera en esferas policiales que la cantidad de
detenidos, en 1962, no sobrepasará la mitad de los
responsables. Es decir, que varios miles de delincuentes no
rendirán cuentas, todavía, a la justicia, a causa de las
insolvencias del sistema de prevención y represión.
Según el jefe de Robos y Hurtos, comisario Horacio Gargiulo,
la modalidad delictiva que más proliferó en 1962, fue la del
atraco a mano armada. Un 10 % de los asaltantes que logró
aprehender su sección, carecía de antecedentes, y un 15 a 20
% eran menores.
Gargiulo destacó como excepcional la circunstancia de que 3
mujeres cayeran presas durante el año, a raíz de su activa
participación en asaltos: saben manejar las armas como el
mejor experto.
La edad de los asaltantes capturados oscila entre 16 y 30
años; algunos tienen 35, y muy pocos pasan ese tope.
Los carteristas y "descuidistas" perpetraron millares de
hurtos: es un renglón que no decae.
El robo de automóviles siguió siendo, en 1962, plaga
cotidiana. Dice Gargiulo que en capital y Gran Buenos Aires
se hurtan unos 15 vehículos por día. En cuanto a la capital,
ofreció estadísticas provisorias: estimó en un 70 a 80 % el
total de rodados sustraídos que fue posible recuperar.
Además, aseveró que en Buenos Aires fue imposible patentar
los coches no encontrados, a raíz de la intensa vigilancia
que se desarrolla en las respectivas oficinas municipales.
"Algunos delincuentes que pretendieron hacerlo, fracasaron y
están presos. El año próximo, trataremos de impedir la
actuación de gestores para el patentamiento de vehículos, a
fin de lograr una prevención más eficaz", expresó Gargiulo.
Señaló que tres grandes organizaciones de ladrones de autos
fueron aniquiladas, y detenidos sus componentes: una de
ellas, había robado más de 300 coches. Varias gavillas de
salteadores fueron destruidas y encarceladas, entre ellas,
la que capitaneaba Luis Castillón, posteriormente muerto en
el motín de Villa Devoto.
De la decena de atracos a instituciones bancarias, en cuya
investigación intervino la P. F„ 7 quedaron esclarecidos.
Faltan descubrir los cometidos contra la sucursal Villa del
Parque, del Banco de la Provincia de Buenos Aires ($ 16
millones), Banco Sirio Libanés, de Canning y Corrientes
($1.200.000) y sucursal Azcuénaga, del Banco de la Nación ($
38.300.000), éste último, récord de 1962 e insólito suceso,
protagonizado por eruditos "scrushantes".
Conviene recordar que a principios de año, se aclaró el robo
más importante practicado en una institución bancaria: la
sucursal San Miguel, del Banco de la Nación, ocurrido el 2
de diciembre de 1961. Pudo recuperarse la mayor parte de los
43,336.282 pesos hurtados entonces.
En los tiroteos entablados entre malhechores y policías
—según datos provisionales— fueron abatidos 30 delincuentes
y 8 agentes del orden. Hay que sumar "a la lista de bandidos
caídos, los 15 que perecieron en la sedición de Villa
Devoto. Por lo tanto, son unos 45 los "gangsters" peligrosos
desaparecidos, durante 1962. en la capital federal.
Defraudaciones y estafas
Los subcomisarios Benito di Yorio y Evaristo Urricelqui, de
la sección Defraudaciones y Estafas de la P. F., indicaron
que el aumento de estos delitos, en el curso del año
concluido, se torna francamente abrumador, en comparación
con 1961.
Las modalidades más comunes fueron la estafa con cheques sin
fondos, cheques de cuentas cerradas o cheques falsificados y
las defraudaciones a través de compañías inversoras.
El problema de los cheques tuvo tal magnitud, que el propio
subsecretario de Justicia, doctor Eduardo A. Roca, denunció,
al finalizar diciembre, la adopción de medidas legales, para
tratar de devolver a este sistema de pagos las garantías
que, evidentemente, ha perdido.
Di Yorio y Urricelqui reiteran que el público parece no
haber advertido aún el peligro de enviar cheques por carta,
a pesar de las insistentes recomendaciones formuladas.
Estafadores profesionales se especializan en la sustracción
de la correspondencia que los traslada; luego, endosan
falsamente los cheques y los presentan al cobro, casi
siempre sin inconvenientes.
En cuanto a las empresas de inversión, en 1962, estallaron
varios casos fabulosos: el de SIMOR (construcciones) y el de
MELCAR TELECAR (explotación de autos de remises). entre
otros.
Los jefes aludidos explican que, en la mayoría de los casos,
estas compañías tientan con un anzuelo: intereses usurarios
y otras ventajas, que, en la práctica comercial, no se
pueden concretar.
Los inversores estafados terminan por doblegar sus
escrúpulos ante las lentas prometidas. "Muchas veces
—admitió di Yorio—. cuando examinamos reservadamente la
marcha de ciertas empresas, nos 'damos cuenta de que
terminarán mal. Pero no siempre podemos intervenir, porque
esas empresas están legalmente constituidas y sometidas a la
Inspección General de Justicia. Además, suelen actuar como
bombas de tiempo: durante un largo período cumplen con
todos, v un día estallan de improviso, dejando el tendal de
perjudicados".
Un espinoso problema que enfrenta Defraudaciones y Estafas,
es la actividad de hábiles timadores que conocen los
resortes legales a fondo y desarrollan tareas lucrativas,
moralmente objetables, aunque difíciles de encuadrar en las
disposiciones penales.
Colocan avisos en los diarios y ofrecen excitantes ganancias
a quienes se dediquen a trabajar unas horas en sus hogares,
ya sea fabricando bolsas de papel o estatuillas de yeso. Los
interesados deben escribir a una casilla de correo
determinada, y así se origina una correspondencia que, en un
suculento porcentaje, depara éxito a estos curiosos
empresarios.
Les venden a los incautos la idea, los útiles y la materia
prima, por sumas que llegan a varios centenares de pesos y
les aseguran la adquisición. Nunca se produce tal
adquisición. Los timadores informan a sus clientes que las
bolsitas o las estatuillas están mal hechas o que el mercado
se saturó de buenas a primeras.
Estas maniobras producen amplios beneficios, por una simple
razón: los ingenuos que caen en la trampa suman millares
todos los meses. No debe olvidarse que todavía se encuentran
candidatos para el cuento del tío o del legado. Los
estafadores, lógicamente, renuevan sus ardides.
También, en 1962, se incrementaron las estafas vinculadas
con el ámbito de las cajas de previsión social. Falsos
gestores engañaron a más aspirantes a jubilados,
ofreciéndoles un expedienteo rápido y retribuciones mayores.
Las estafas comerciales, por su parte, ocasionaron
perjuicios millonarios Se incluye en este rubro a los
comerciantes fantasmas, cuya estrategia característica es
acopiar grandes cantidades de mercadería —habitual-mente,
adquiridas con cheques sin fondos o a créditos con falsa
documentación—, vender luego esa mercadería al contado y
esfumarse.
Violencia e inmoralidad
Los delitos contra las personas acrecieron, en 1962. El jefe
de la sección Seguridad Personal, comisario Venancio
Sarategui, y su colaborador inmediato, subcomisario Ricardo
Sánchez, revelaron que los gabinetes de Crímenes, Moralidad,
Toxicomanía y Medicina Ilegal trabajaron más que en 1961.
Empero, están convencidos de que es injusta la leyenda que
pesa sobre Buenos Aires y que la quiere convertir en la
ciudad de las drogas y la inmoralidad. En cambio, sindican a
la violencia como el problema fundamental.
En total, las comisarías porteñas detuvieron en 1962 a
millones de ciudadanos por su intervención en peleas e
incidencias de distinta índole. Las detenciones por estas
causas llegaron a varios centenares en ciertos barrios y en
un solo mes.
En el año pasado, aunque hubo algunos asesinatos
misteriosos, la mayor parte de los homicidios quedo
esclarecida y detenidos sus responsables.
El episodio más terrible es muy reciente y lo vivió un
maníaco depresivo: Juan Villela, quien asesinó a su suegra,
a sus dos hijos, a un primo y se suicidó.
Sánchez recalcó que su sección no registró, en 1962, ningún
muerto por encargo. "En esta ciudad no hay, todavía,
asesinos a sueldo".
Los dos jefes consultados aseguraron que en el aspecto de
infracciones contra la moral, la mayor cantidad de sumarios
correspondió a prostitución callejera, radicados
especialmente en las cercanías de estaciones ferroviarias
terminales y en algunas plazas y calles céntricas. Los
sumarios por incitación llegaron a 900 y se ha visto un
centenar de caras nuevas.
Las ficheros de seguridad personal contienen 1.600
prontuarios de rameras, cifra que las autoridades consideran
bajísima en relación con otros puntos del mundo. Añaden que
no se comprobó la existencia de redes de trata de blancas.
La toxicomanía, según Sarategui 7 Sánchez, no fue grave
problema. Apenas alcanzó a 16 la cantidad de personas
procesadas por tenencia de alcaloides, y hubo uno o dos
casos dudosos por tráfico de drogas; pero se investiga ahora
una presunta nueva vía de introducción de cocaína boliviana.
Admiten, no obstante, que muchas veces la averiguación de
estos delitos se torna compleja debido a que el vicio de los
estupefacientes cunde, sobre todo, en los altos estratos
sociales. Son 900 los adictos fichados y 200 personas poseen
antecedentes por tráfico.
Un millar de prontuarios se acumulan en Seguridad
Personal, por homosexualidad. Pero en 1962 fueron pocos los
sumarios que correspondieron a este renglón. El ejercicio
ilegal de la medicina y el curanderismo condujo a 12
ciudadanos a los estrados judiciales.
Respecto de los desaparecidos en 1962, el subcomisario
Sánchez comentó que las pesquisas permiten afirmar que casi
todos los que abandonan sus hogares —no importa la edad—, lo
hacen por propia decisión, regresando después de un tiempo.
"Todo lo que se pueda decir sobre organizaciones siniestras
que se dedicarían al rapto de menores, es pura novelería.
Los secuestros son virtualmente desconocidos por esta
sección" El caso de Norma Penjerek sería una excepción, si
bien los medios policiales calculan que esta joven dejó su
casa voluntariamente. (El asesinato ocurrió en jurisdicción
provincial).
Las cifras anotadas en la Mesa de Desaparecidos de PP, para
1962. son éstas: enero, 182 mayores y 91 menores; febrero,
190 y 98; marzo, 145 y 124; abril, 156 y 74; mayo, 163 y 76;
junio, 128 y 76; julio, 154 y 78; agosto, 149 y 71;
septiembre, 173 y 100; octubre, 221 y 113; noviembre, 148 y
92, y diciembre (hasta el día 15), 57 y 31. Un 60 por ciento
de los totales pertenece al sexo masculino. Sánchez aseguró
que más de un 90 por ciento de los desaparecidos recobró el
contacto con sus familiares.
Evaristo Meneses
Pues bien: las estadísticas vocean por un lado, la ola
arrolladora de la delincuencia; por otro, las estrecheces y
dificultades con que se la enfrenta. Delinquir, en Buenos
Aires, parece ya una actividad normal y no, precisamente,
por culpa de quienes combaten el delito. Sería una actividad
más normal, si un hombre de 55 años, soltero, que vive con
su padre en una casa de Flores, no se hubiera empeñado en lo
contrario: se llama Evaristo Meneses, es jefe de Vigilancia
y Delitos, gana 45.000 pesos mensuales y dentro de poco, al
cumplir 30 años en la repartición, deberá retirarse.
Como todo hombre que se traza un objetivo y lo alcanza,
Meneses, se ha convertido en una moneda de cambio: en la
Argentina son muchos los que trazan objetivos, pocos los que
los alcanzan.
Es el policía nato; no fue el primero en percatarse de las
fallas y precariedad del aparato jurídico-policíaco. Pero
trató de subsanarlas, de reducirlas, de impedir que los
malhechores se valgan de ellas para extender su dominio; fue
el primero, en todo caso, en perseguir soluciones prácticas.
Meneses descubrió que las deficiencias, que aumentan el
volumen de la delincuencia, se vuelven, también, sus propias
enemigas. Tuvo que reemplazar, entonces, la fuerza por la
maña, la organización rigurosa por la improvisación
cotidiana, el laboratorio por la intuición. En 1961, el robo
de oro de Ezeiza, trajo al país a detectives de Scotland
Yard; se fueron sin averiguar nada. Meneses detuvo a los
ladrones y recuperó, además, la mayor parte del botín.
El método que emplea Meneses —llegó a él después de desechar
otros— es de simple enunciación y riesgo obvio: salir a
buscar a los delincuentes, sobre todo, a los
"organizadores", a aquellos capaces de formar y dirigir
bandas. Así, destruye el mal de raíz.
Este sistema ha distorsionado la figura de Meneses hasta
convertirlo en poco menos que un matón: no dirían lo mismo
quienes lo vieron preocuparse por los delincuentes, tratar
de encauzarlos cuando salen de la cárcel, o mandarle un
receptor a un maestro estafado, precisamente, con la falsa
venta de una radio.
Duro para el diálogo, en principio, el elegante y pulcro
Meneses se franquea en seguida con su interlocutor. No es un
puritano ni un moralista, cuando dejar de serlo implica un
triunfo policial. Cree en la noche; más aún, la noche es su
gran cuartel de operaciones. Por eso, tal vez, piensa que
los bares y cafés debieran cerrarse a las once: "Son las
escuelas de la delincuencia".
Meneses no maneja teorías enrevesadas, de las que a menudo
se despliegan en las novelas policiales. Tiene, a su modo,
un aguzado instinto psicológico y dos elementos esenciales
en su labor: tenacidad y paciencia. Así, entre otros,
consiguió esclarecer el asalto a la sucursal San Miguel, del
Banco de la Nación.
La corazonada, el pálpito, juegan también un trascendental
papel en la carrera de Meneses: hace poco decidió emprender
una campaña contra los atracos a choferes; en cualquier
momento y lugar, hacia detener a un taxi e identificaba a
sus ocupantes. De tal modo, la cifra de esos delitos
descendió visiblemente.
A pesar de las cuantiosas cantidades de dinero devueltas a
bancos y empresas después de aclarados los robos, Meneses no
ha recibido un centavo de recompensa. La opinión general lo
exhibe como a un hombre inexorablemente honesto. Hay una
cosa cierta: el hampa le tiene temor; además, le profesa
respeto. No es un policía más.
Poco a poco, Meneses va reviendo los frutos de su intensa
labor Uno de esos frutos es la cooperación extra-policial:
un próspero comerciante pone a su disposición, de manera
estable, automóviles último modelo, para que haga sus
patrullas, con esta sentimental condición: "Vuelva sano,
Meneses. El coche no importa".
Meneses —lleva siempre dos pistolas— confiesa que en los
últimos diez años no ha dormido más de 4 ó 5 horas por día.
Le falta tiempo para dedicarlo a esparcimiento; cuando le
sobra, dibuja, escribe prosa y poesía. En operaciones, es un
jefe severo; no puede permitirse fallas. Fuera de servicio,
sienta a su mesa a los subordinados, comparte con ellos el
café y las esperas.
Ahora es posible encontrar a Meneses, a la medianoche, en
una bulliciosa oficina que no está en Moreno 1550: es el bar
El Cultural, de Callao y Corrientes. Allí reflexiona, recibe
llamadas telefónicas y realiza otro rito fundamental: mirar
rostros, grabárselos en la memoria.
Meneses cree, líricamente, en una policía exclusivamente
preventiva, pero es un sueño lejano. Cuando los mecanismos
no funcionan con regularidad, dejan la elección de dos
caminos: adaptarse a ellos o hacerlos funcionar con energía
propia. Este último camino es el que transita Meneses.
Hace poco, se intentó llevar a la televisión algunas de las
hazañas en que actuó. Pero los productores querían un ciclo
de aventuras y estaban decididos a torcer la realidad,
inclusive, para hacer de Meneses un Ballinger local. No
transigió. "A veces yo también tengo miedo. Pero no querían
que eso apareciera en los libretos".
Necesidad de planificar
Es evidente que los esfuerzos de Meneses no alcanzan. Y las
autoridades policiales se han decidido a crear un
departamento de planificación, especie de estado mayor que
acaba de elaborar el primer plan de acción de la historia
policial; será aplicado en 1963.
El titular de esta sección, comisario inspector Alberto José
González, junto con un núcleo selecto de oficiales —en su
mayoría universitarios— realizó un estudio de organización,
personal, material, conducción, funciones y atribuciones a
fin de adecuar la tarea policial a las reales necesidades
actuales.
El jefe de la PF. coronel Carlos Muzio, expresó a PRIMERA
PLANA sus temores de que en 1963, la población argentina
deba soportar índices aún más pronunciadas de criminalidad,
sobre todo en los sectores juveniles. Por ello estima
imprescindible la realización de una campaña de prevención
basada sobre la educación. De esta suerte, la PF se valdrá
—innovando en la materia— de los medios audiovisuales.
Pero al coronel Muzio no le preocupa solamente la
delincuencia común. "En 1962 —dijo— hemos detenido a
criminales de 16 años, pero también a iracundos comunistas
de la misma edad. Uno de ellos, de 17 años, actuó en el
grupo que asesinó por la espalda a un vigilante".
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