Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Delincuencia 1902
Un botín de 5 mil millones y un vigilante cada 30.000 personas
Revista Primera Plana
01.01.1963

Un día de agosto pasado, un solo coche patrullero recorría las calles de Buenos Aires, donde en 1962 los robos, hurtos, estafas y defraudaciones redondearon un botín superior a los cinco mil millones de pesos. Ese automóvil solitario y esa copiosa cantidad de dinero simbolizan a qué punto ha llegado el auge de la delincuencia y cuánta precariedad rige los destinos de la prevención y la represión del delito.
Otro episodio revelador: un oficial de la policía Federal informó a sus superiores que, en ese instante, en un lugar apartado de la capital, varios malhechores se estaban repartiendo el producto de un asalto cometido horas antes. Fue imposible llegar allí y sorprenderlos: se carecía de vehículos y de personal.
Al finalizar 1962 se acumularon en los 18 juzgados de instrucción en lo criminal, de la Capital Federal, alrededor de 16.000 sumarios por asaltos, robos, hurtos, estafas y defraudaciones, cuyos autores son todavía desconocidos. Un solo juzgado, en el primer semestre, soportaba 664 de esos procesos a N.N.
Los hampones que consigue detener la policía —en muchos casos gracias a esfuerzos individuales, realizados en horas de franco y con autos prestados— se escurren después con facilidad entre los cómodos resquicios que dejan los códigos.
Esos resquicios han terminado por atraer a la Argentina a sagaces delincuentes extranjeros. Y el problema no se cierra aquí.
A las serias deficiencias anotadas hay que agregar la sordidación reinante en los establecimientos carcelarios de Buenos Aires, donde los malhechores noveles pierden definitivamente sus posibilidades de redención y se producen hechos capaces de resucitar, súbitamente —como sucedió, hace quince días, en Villa Devoto— la ancestral ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente.
El panorama resulta tan desalentador que no sería un lugar común ubicar a la capital de la república en los Estados Unidos y en la estruendosa década del 20. La comparación, harto utilizada, está más cerca de la realidad que de la metáfora. Y la realidad, ya se sabe, es un lugar común

Sin prevención
En la semana última, PRIMERA PLANA realizó una investigación sobre el tema.
Teóricamente, cada una de las cincuenta comisarías de Buenos Aires cuenta con alrededor de 150 hombres, pero a este número hay que respetar las ausencias por enfermedad y francos. Además, como cumplen sus funciones por turnos de seis horas, se da el caso de que muchas comisarías, durante casi todo el año. han tenido menos de diez efectivos en ciertos períodos.
Según las cifras oficiales, cada uno de los 7.021 agentes que se desempeñan en las seccionales de la capital, tendría bajo su vigilancia nada menos que 70 manzanas y 30.303 habitantes: virtualmente, el sistema prevencional ha desaparecido.
Las bajas remuneraciones del personal policial precipitaron, en forma paulatina, la disminución de los ingresos a la institución. Por ello, hace ya 12 años, debió recurrirse a los ciudadanos en edad militar que desean anticipar la conscripción y, al mismo tiempo, evitar la posibilidad de pasar dos años bajo bandera. Este régimen se ha mantenido: actualmente, hay 2.608 agentes provenientes del mismo, pero es consenso general entre las autoridades de la policía, que la falta de experiencia de dicha tropa ocasiona más trastornos que facilidades.

Sin ruedas
La falta de automotores alcanzó diaria gravedad durante 1962. No sólo para las comisarías sino hasta para las secciones especializadas de la Dirección de Investigaciones, instaladas en el Departamento Central, de la calle Moreno.
Tanta fue la gravedad, que despertó la solidaridad popular, en un intento por restañar esa falla que, a la larga, acaba perjudicando a la propia población.
Tal es el ejemplo de la comisaría 33ª cuya asociación cooperadora adquirió cuatro jeeps para el patrullaje de su dilatada jurisdicción. Serán equipados por la policía, aunque, por causa de la escasez de agentes, éstos harán las recorridas en horas libres.
Para los primeros meses de este año, está prevista la renovación parcial de los vehículos, con unidades de fabricación nacional, marcas DKW y Ford Falcon. En las últimas semanas de 1962, algunos DKW ya fueron entregados a organismos del Departamento.
Únicamente en el renglón armamentos, la policía se halla en condiciones de enfrentar, con ventajas, a las aguerridas bandas de gansters. Nuevas ametralladoras y revólveres han sido distribuidas meses atrás y empleadas con éxito en riesgosas operaciones.

De 1889 a hoy
Pero, aún cuando las insolvencias físicas fueran finalmente superadas —más hombres, mejores sueldos, más movilidad, inclusive más armas—, a juicio de los jefes policiales queda todavía en pie una barrera fundamental: la vetustez de las leyes.
La naturaleza del código de procedimientos en lo criminal obliga a los sumariantes a largas cavilaciones en busca de diligencias lícitas que permitan obtener pruebas suficientes para procesar a los delincuentes que han hecho de la habilidad judicial su tabla de salvación, que planifican con la misma minucia el asalto a un banco y la posterior excarcelación.
Los veteranos policías que dirige el comisario Camilo Salcés, titular de la Dirección de Investigaciones, afirman que hoy la mayoría de los malhechores comunes, aunque sean sorprendidos "in fraganti", niegan su culpabilidad. "El delincuente para quien se hizo el código de 1889 —dice el sub-comisario Ricardo Sánchez— era casi honesto, comparado con el de 1962".
Desde 1955, los jefes policiales se esmeran por impedir que los apremios ilegales constituyan el único y rutinario camino elegido para enviar a la cárcel a centenares de reincidentes. Si bien los oficiales superiores de Moreno 1550 parecen convencidos de que una policía de buenos modales nada obtendrá de bandidos como Hidalgo o Gareca, una encuesta levantada no sólo entre' ellos sino también en medios judiciales, conduce a señalar que el uso de la picana eléctrica y otros métodos de tortura corporal no tiene vigencia en la capital, en contraposición con lo que ocurre en ciertas jurisdicciones provinciales.
El inspector general Enrique Fentanes, representante de la Policía Federal en la comisión Mariconde, que proyectó la reforma del código procesal —el Parlamento nunca llegó a tratarla—, no se encuentra conforme con las modificaciones sugeridas por ese organismo. En opinión suya, el delincuente seguirá teniendo excesivas ventajas y las autoridades sumariantes, excesivos tropiezos.
Los cambios recientemente incorporados por decreto-ley a algunos artículos del código sirven sólo para acelerar el diligenciamiento de los procesos, pero dejaron intacta la arcaica estructura, objetada simultáneamente por policías y jueces.
La acción de una docena de abogados especialistas en lo penal significa, por otra parte —según lo aseguran todas las fuentes policiales requeridas—, una sólida garantía para la libertad de muchos gangsters profesionales.
La mayoría de los funcionarios de Moreno 1550 coinciden en nombrar a tres defensores cuyos clientes son, en general, maleantes peligrosos y de proficuos antecedentes.
Estos letrados estarían prácticamente a sueldo de sus defendidos, quienes, además, les pagarían el 10 %, 20 % o más de comisión sobre los montos de asaltos y estafas. Entre delincuentes y abogados existiría también, un sistema de comunicación para que, de inmediato, se presenten los recursos de "habeas corpus" en caso de detención.
De esta manera, se ha visto a jueces federales allanar dependencias de la Dirección de Investigaciones, a primeras horas de la madrugada, para cumplimentar aquellos recursos.
La policía aún no congregó las evidencias suficientes para demostrar que en la Argentina han surgido verdaderos sindicatos del crimen. No obstante, las continuas y estrechas relaciones de gangsters con estudios jurídicos crean en las autoridades la desagradable sensación de que, si no se acrecienta la lucha con más y mejores medios, esos sindicatos serán una inexorable realidad.

Asaltos y robos
Los delitos contra la propiedad, en 1962, aumentaron en más de un 40 %, con relación a 1961. De acuerdo con cálculos provisionales, alcanzarían a más de 43.000, contra 31.000 del año pasado, y 9.198 autores apresados.
Se considera en esferas policiales que la cantidad de detenidos, en 1962, no sobrepasará la mitad de los responsables. Es decir, que varios miles de delincuentes no rendirán cuentas, todavía, a la justicia, a causa de las insolvencias del sistema de prevención y represión.
Según el jefe de Robos y Hurtos, comisario Horacio Gargiulo, la modalidad delictiva que más proliferó en 1962, fue la del atraco a mano armada. Un 10 % de los asaltantes que logró aprehender su sección, carecía de antecedentes, y un 15 a 20 % eran menores.
Gargiulo destacó como excepcional la circunstancia de que 3 mujeres cayeran presas durante el año, a raíz de su activa participación en asaltos: saben manejar las armas como el mejor experto.
La edad de los asaltantes capturados oscila entre 16 y 30 años; algunos tienen 35, y muy pocos pasan ese tope.
Los carteristas y "descuidistas" perpetraron millares de hurtos: es un renglón que no decae.
El robo de automóviles siguió siendo, en 1962, plaga cotidiana. Dice Gargiulo que en capital y Gran Buenos Aires se hurtan unos 15 vehículos por día. En cuanto a la capital, ofreció estadísticas provisorias: estimó en un 70 a 80 % el total de rodados sustraídos que fue posible recuperar.
Además, aseveró que en Buenos Aires fue imposible patentar los coches no encontrados, a raíz de la intensa vigilancia que se desarrolla en las respectivas oficinas municipales. "Algunos delincuentes que pretendieron hacerlo, fracasaron y están presos. El año próximo, trataremos de impedir la actuación de gestores para el patentamiento de vehículos, a fin de lograr una prevención más eficaz", expresó Gargiulo.
Señaló que tres grandes organizaciones de ladrones de autos fueron aniquiladas, y detenidos sus componentes: una de ellas, había robado más de 300 coches. Varias gavillas de salteadores fueron destruidas y encarceladas, entre ellas, la que capitaneaba Luis Castillón, posteriormente muerto en el motín de Villa Devoto.
De la decena de atracos a instituciones bancarias, en cuya investigación intervino la P. F„ 7 quedaron esclarecidos. Faltan descubrir los cometidos contra la sucursal Villa del Parque, del Banco de la Provincia de Buenos Aires ($ 16 millones), Banco Sirio Libanés, de Canning y Corrientes ($1.200.000) y sucursal Azcuénaga, del Banco de la Nación ($ 38.300.000), éste último, récord de 1962 e insólito suceso, protagonizado por eruditos "scrushantes".
Conviene recordar que a principios de año, se aclaró el robo más importante practicado en una institución bancaria: la sucursal San Miguel, del Banco de la Nación, ocurrido el 2 de diciembre de 1961. Pudo recuperarse la mayor parte de los 43,336.282 pesos hurtados entonces.
En los tiroteos entablados entre malhechores y policías —según datos provisionales— fueron abatidos 30 delincuentes y 8 agentes del orden. Hay que sumar "a la lista de bandidos caídos, los 15 que perecieron en la sedición de Villa Devoto. Por lo tanto, son unos 45 los "gangsters" peligrosos desaparecidos, durante 1962. en la capital federal.

Defraudaciones y estafas
Los subcomisarios Benito di Yorio y Evaristo Urricelqui, de la sección Defraudaciones y Estafas de la P. F., indicaron que el aumento de estos delitos, en el curso del año concluido, se torna francamente abrumador, en comparación con 1961.
Las modalidades más comunes fueron la estafa con cheques sin fondos, cheques de cuentas cerradas o cheques falsificados y las defraudaciones a través de compañías inversoras.
El problema de los cheques tuvo tal magnitud, que el propio subsecretario de Justicia, doctor Eduardo A. Roca, denunció, al finalizar diciembre, la adopción de medidas legales, para tratar de devolver a este sistema de pagos las garantías que, evidentemente, ha perdido.
Di Yorio y Urricelqui reiteran que el público parece no haber advertido aún el peligro de enviar cheques por carta, a pesar de las insistentes recomendaciones formuladas.
Estafadores profesionales se especializan en la sustracción de la correspondencia que los traslada; luego, endosan falsamente los cheques y los presentan al cobro, casi siempre sin inconvenientes.
En cuanto a las empresas de inversión, en 1962, estallaron varios casos fabulosos: el de SIMOR (construcciones) y el de MELCAR TELECAR (explotación de autos de remises). entre otros.
Los jefes aludidos explican que, en la mayoría de los casos, estas compañías tientan con un anzuelo: intereses usurarios y otras ventajas, que, en la práctica comercial, no se pueden concretar.
Los inversores estafados terminan por doblegar sus escrúpulos ante las lentas prometidas. "Muchas veces —admitió di Yorio—. cuando examinamos reservadamente la marcha de ciertas empresas, nos 'damos cuenta de que terminarán mal. Pero no siempre podemos intervenir, porque esas empresas están legalmente constituidas y sometidas a la Inspección General de Justicia. Además, suelen actuar como bombas de tiempo: durante un largo período cumplen con todos, v un día estallan de improviso, dejando el tendal de perjudicados".
Un espinoso problema que enfrenta Defraudaciones y Estafas, es la actividad de hábiles timadores que conocen los resortes legales a fondo y desarrollan tareas lucrativas, moralmente objetables, aunque difíciles de encuadrar en las disposiciones penales.
Colocan avisos en los diarios y ofrecen excitantes ganancias a quienes se dediquen a trabajar unas horas en sus hogares, ya sea fabricando bolsas de papel o estatuillas de yeso. Los interesados deben escribir a una casilla de correo determinada, y así se origina una correspondencia que, en un suculento porcentaje, depara éxito a estos curiosos empresarios.
Les venden a los incautos la idea, los útiles y la materia prima, por sumas que llegan a varios centenares de pesos y les aseguran la adquisición. Nunca se produce tal adquisición. Los timadores informan a sus clientes que las bolsitas o las estatuillas están mal hechas o que el mercado se saturó de buenas a primeras.
Estas maniobras producen amplios beneficios, por una simple razón: los ingenuos que caen en la trampa suman millares todos los meses. No debe olvidarse que todavía se encuentran candidatos para el cuento del tío o del legado. Los estafadores, lógicamente, renuevan sus ardides.
También, en 1962, se incrementaron las estafas vinculadas con el ámbito de las cajas de previsión social. Falsos gestores engañaron a más aspirantes a jubilados, ofreciéndoles un expedienteo rápido y retribuciones mayores.
Las estafas comerciales, por su parte, ocasionaron perjuicios millonarios Se incluye en este rubro a los comerciantes fantasmas, cuya estrategia característica es acopiar grandes cantidades de mercadería —habitual-mente, adquiridas con cheques sin fondos o a créditos con falsa documentación—, vender luego esa mercadería al contado y esfumarse.

Violencia e inmoralidad
Los delitos contra las personas acrecieron, en 1962. El jefe de la sección Seguridad Personal, comisario Venancio Sarategui, y su colaborador inmediato, subcomisario Ricardo Sánchez, revelaron que los gabinetes de Crímenes, Moralidad, Toxicomanía y Medicina Ilegal trabajaron más que en 1961.
Empero, están convencidos de que es injusta la leyenda que pesa sobre Buenos Aires y que la quiere convertir en la ciudad de las drogas y la inmoralidad. En cambio, sindican a la violencia como el problema fundamental.
En total, las comisarías porteñas detuvieron en 1962 a millones de ciudadanos por su intervención en peleas e incidencias de distinta índole. Las detenciones por estas causas llegaron a varios centenares en ciertos barrios y en un solo mes.
En el año pasado, aunque hubo algunos asesinatos misteriosos, la mayor parte de los homicidios quedo esclarecida y detenidos sus responsables.
El episodio más terrible es muy reciente y lo vivió un maníaco depresivo: Juan Villela, quien asesinó a su suegra, a sus dos hijos, a un primo y se suicidó.
Sánchez recalcó que su sección no registró, en 1962, ningún muerto por encargo. "En esta ciudad no hay, todavía, asesinos a sueldo".
Los dos jefes consultados aseguraron que en el aspecto de infracciones contra la moral, la mayor cantidad de sumarios correspondió a prostitución callejera, radicados especialmente en las cercanías de estaciones ferroviarias terminales y en algunas plazas y calles céntricas. Los sumarios por incitación llegaron a 900 y se ha visto un centenar de caras nuevas.
Las ficheros de seguridad personal contienen 1.600 prontuarios de rameras, cifra que las autoridades consideran bajísima en relación con otros puntos del mundo. Añaden que no se comprobó la existencia de redes de trata de blancas.
La toxicomanía, según Sarategui 7 Sánchez, no fue grave problema. Apenas alcanzó a 16 la cantidad de personas procesadas por tenencia de alcaloides, y hubo uno o dos casos dudosos por tráfico de drogas; pero se investiga ahora una presunta nueva vía de introducción de cocaína boliviana.
Admiten, no obstante, que muchas veces la averiguación de estos delitos se torna compleja debido a que el vicio de los estupefacientes cunde, sobre todo, en los altos estratos sociales. Son 900 los adictos fichados y 200 personas poseen antecedentes por tráfico.
Un millar de prontuarios se acumulan en Seguridad Personal, por homosexualidad. Pero en 1962 fueron pocos los sumarios que correspondieron a este renglón. El ejercicio ilegal de la medicina y el curanderismo condujo a 12 ciudadanos a los estrados judiciales.
Respecto de los desaparecidos en 1962, el subcomisario Sánchez comentó que las pesquisas permiten afirmar que casi todos los que abandonan sus hogares —no importa la edad—, lo hacen por propia decisión, regresando después de un tiempo.
"Todo lo que se pueda decir sobre organizaciones siniestras que se dedicarían al rapto de menores, es pura novelería. Los secuestros son virtualmente desconocidos por esta sección" El caso de Norma Penjerek sería una excepción, si bien los medios policiales calculan que esta joven dejó su casa voluntariamente. (El asesinato ocurrió en jurisdicción provincial).
Las cifras anotadas en la Mesa de Desaparecidos de PP, para 1962. son éstas: enero, 182 mayores y 91 menores; febrero, 190 y 98; marzo, 145 y 124; abril, 156 y 74; mayo, 163 y 76; junio, 128 y 76; julio, 154 y 78; agosto, 149 y 71; septiembre, 173 y 100; octubre, 221 y 113; noviembre, 148 y 92, y diciembre (hasta el día 15), 57 y 31. Un 60 por ciento de los totales pertenece al sexo masculino. Sánchez aseguró que más de un 90 por ciento de los desaparecidos recobró el contacto con sus familiares.

Evaristo Meneses
Pues bien: las estadísticas vocean por un lado, la ola arrolladora de la delincuencia; por otro, las estrecheces y dificultades con que se la enfrenta. Delinquir, en Buenos Aires, parece ya una actividad normal y no, precisamente, por culpa de quienes combaten el delito. Sería una actividad más normal, si un hombre de 55 años, soltero, que vive con su padre en una casa de Flores, no se hubiera empeñado en lo contrario: se llama Evaristo Meneses, es jefe de Vigilancia y Delitos, gana 45.000 pesos mensuales y dentro de poco, al cumplir 30 años en la repartición, deberá retirarse.
Como todo hombre que se traza un objetivo y lo alcanza, Meneses, se ha convertido en una moneda de cambio: en la Argentina son muchos los que trazan objetivos, pocos los que los alcanzan.
Es el policía nato; no fue el primero en percatarse de las fallas y precariedad del aparato jurídico-policíaco. Pero trató de subsanarlas, de reducirlas, de impedir que los malhechores se valgan de ellas para extender su dominio; fue el primero, en todo caso, en perseguir soluciones prácticas.
Meneses descubrió que las deficiencias, que aumentan el volumen de la delincuencia, se vuelven, también, sus propias enemigas. Tuvo que reemplazar, entonces, la fuerza por la maña, la organización rigurosa por la improvisación cotidiana, el laboratorio por la intuición. En 1961, el robo de oro de Ezeiza, trajo al país a detectives de Scotland Yard; se fueron sin averiguar nada. Meneses detuvo a los ladrones y recuperó, además, la mayor parte del botín.
El método que emplea Meneses —llegó a él después de desechar otros— es de simple enunciación y riesgo obvio: salir a buscar a los delincuentes, sobre todo, a los "organizadores", a aquellos capaces de formar y dirigir bandas. Así, destruye el mal de raíz.
Este sistema ha distorsionado la figura de Meneses hasta convertirlo en poco menos que un matón: no dirían lo mismo quienes lo vieron preocuparse por los delincuentes, tratar de encauzarlos cuando salen de la cárcel, o mandarle un receptor a un maestro estafado, precisamente, con la falsa venta de una radio.
Duro para el diálogo, en principio, el elegante y pulcro Meneses se franquea en seguida con su interlocutor. No es un puritano ni un moralista, cuando dejar de serlo implica un triunfo policial. Cree en la noche; más aún, la noche es su gran cuartel de operaciones. Por eso, tal vez, piensa que los bares y cafés debieran cerrarse a las once: "Son las escuelas de la delincuencia".
Meneses no maneja teorías enrevesadas, de las que a menudo se despliegan en las novelas policiales. Tiene, a su modo, un aguzado instinto psicológico y dos elementos esenciales en su labor: tenacidad y paciencia. Así, entre otros, consiguió esclarecer el asalto a la sucursal San Miguel, del Banco de la Nación.
La corazonada, el pálpito, juegan también un trascendental papel en la carrera de Meneses: hace poco decidió emprender una campaña contra los atracos a choferes; en cualquier momento y lugar, hacia detener a un taxi e identificaba a sus ocupantes. De tal modo, la cifra de esos delitos descendió visiblemente.
A pesar de las cuantiosas cantidades de dinero devueltas a bancos y empresas después de aclarados los robos, Meneses no ha recibido un centavo de recompensa. La opinión general lo exhibe como a un hombre inexorablemente honesto. Hay una cosa cierta: el hampa le tiene temor; además, le profesa respeto. No es un policía más.
Poco a poco, Meneses va reviendo los frutos de su intensa labor Uno de esos frutos es la cooperación extra-policial: un próspero comerciante pone a su disposición, de manera estable, automóviles último modelo, para que haga sus patrullas, con esta sentimental condición: "Vuelva sano, Meneses. El coche no importa".
Meneses —lleva siempre dos pistolas— confiesa que en los últimos diez años no ha dormido más de 4 ó 5 horas por día. Le falta tiempo para dedicarlo a esparcimiento; cuando le sobra, dibuja, escribe prosa y poesía. En operaciones, es un jefe severo; no puede permitirse fallas. Fuera de servicio, sienta a su mesa a los subordinados, comparte con ellos el café y las esperas.
Ahora es posible encontrar a Meneses, a la medianoche, en una bulliciosa oficina que no está en Moreno 1550: es el bar El Cultural, de Callao y Corrientes. Allí reflexiona, recibe llamadas telefónicas y realiza otro rito fundamental: mirar rostros, grabárselos en la memoria.
Meneses cree, líricamente, en una policía exclusivamente preventiva, pero es un sueño lejano. Cuando los mecanismos no funcionan con regularidad, dejan la elección de dos caminos: adaptarse a ellos o hacerlos funcionar con energía propia. Este último camino es el que transita Meneses.
Hace poco, se intentó llevar a la televisión algunas de las hazañas en que actuó. Pero los productores querían un ciclo de aventuras y estaban decididos a torcer la realidad, inclusive, para hacer de Meneses un Ballinger local. No transigió. "A veces yo también tengo miedo. Pero no querían que eso apareciera en los libretos".

Necesidad de planificar
Es evidente que los esfuerzos de Meneses no alcanzan. Y las autoridades policiales se han decidido a crear un departamento de planificación, especie de estado mayor que acaba de elaborar el primer plan de acción de la historia policial; será aplicado en 1963.
El titular de esta sección, comisario inspector Alberto José González, junto con un núcleo selecto de oficiales —en su mayoría universitarios— realizó un estudio de organización, personal, material, conducción, funciones y atribuciones a fin de adecuar la tarea policial a las reales necesidades actuales.
El jefe de la PF. coronel Carlos Muzio, expresó a PRIMERA PLANA sus temores de que en 1963, la población argentina deba soportar índices aún más pronunciadas de criminalidad, sobre todo en los sectores juveniles. Por ello estima imprescindible la realización de una campaña de prevención basada sobre la educación. De esta suerte, la PF se valdrá —innovando en la materia— de los medios audiovisuales.
Pero al coronel Muzio no le preocupa solamente la delincuencia común. "En 1962 —dijo— hemos detenido a criminales de 16 años, pero también a iracundos comunistas de la misma edad. Uno de ellos, de 17 años, actuó en el grupo que asesinó por la espalda a un vigilante".

 

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