La instalación de una gigantesca planta elaboradora de papel
para prensa que revitalizará la alicaída economía isleña aspira
a lograr en una década el autoabastecimiento de ese vital
producto
Las horas son largas: comienzan antes del
amanecer y continúan mucho después que bajó el sol. Algunas son
simplemente una espera interminable junto a un muelle, en un
puerto que apenas ha cambiado en la última década o, en el peor
de los casos, sólo ha decaído. Otras se suceden bajo un sol
implacable o en la llovizna que entorpece el deslizarse de las
herramientas en la madera. La fatiga de esos momentos está
mitigada, más tarde, por la marcha hierática, casi solemne, de
las lanchas madereras: el fluir del tiempo y de la vida está
marcado profundamente por el movimiento de las aguas. Al margen
de la intensa trasformación económica, tecnológica y social que
vive la Argentina en la segunda mitad del siglo, el Delta del
Paraná —una región de más de un millón de hectáreas, que
comienza a 30 kilómetros de Buenos Aires y abarca parte de tres
provincias— sufre una parálisis cronológica. Los sábados por la
tarde, las radios a transistores difunden el ritmo pegajoso del
chamamé propalado por emisoras entrerrianas y durante la semana
las motosierras zumban en el monte. Sin embargo, la mayoría de
los jóvenes que nacieron en las islas deben ir a buscar trabajo
fuera de ellas si tienen ambiciones, los oficios tradicionales
están en desuso, y las explotaciones típicas del Delta
—frutales, mimbrería— son gradualmente abandonadas para ceder
paso a otras ocupaciones proporcionadas en zonas cercanas, como
la extracción de arena y canto rodado o la fabricación de
ladrillos.
RETORNO AL RIO Estas, sin embargo, son
industrias de tierra firme, que al Delta sólo le absorben su
excedente de mano de obra. Los esfuerzos por integrar industrias
no han dado hasta ahora resultados positivos. Las fábricas de
aglomerados insumen sólo- un porcentaje parcial del producto de
las islas. El proyecto local en que más esperanzas habían
colocado los plantadores, puesto que implicaba absorber buena
parte de su madera, se realizará, probablemente, pero
localizándose en Entre Ríos, a una distancia tal del sitio
originalmente propuesto, que las plantaciones hechas para
abastecerlo quedarán fuera del alcance. "Los precios están
por el suelo; treinta pesos el trozo de sauce, sobre la lancha,
luego de acarrearlos ochocientos metros". Agustín Mandojana vive
en una orilla del Paraná de las Palmas, "muy cerquita de la
vuelta del Hinojo, cerca de la del Tordillo". Su casa —un rancho
de madera firme, construido por él hace treinta años, que dos
hombres de SIETE DIAS visitaron— no tiene muchas comodidades:
carece de electricidad, se ilumina a querosene y sus hijos
consumen leche en polvo. "La leche fresca —recuerda— sabemos
tomarla pocas veces al año, cuando vamos a pasear a Campana." El
río, la misma agua que comunica a los 50 mil pobladores del
Delta, paradójicamente también los separa. Incomunicados entre
sí —aunque hace pocos años se habilitó un eficiente servicio de
radioteléfonos—, los habitantes de las islas miran las aguas con
respeto. También con temor: "El río es un enemigo voraz que
inunda, arrastra hombres, devora tierras y destruye lo plantado
—reflexionó Alejandro Tirisoli al borde de su lancha-almacén—;
pero también trae la comida y la comunicación". Mientras corría
unos cajones de cerveza (para dejar espacio a tres escolares que
debían viajar a la escuela, aguas arriba), Tirisoli no es
pesimista: "Se necesitan más industrias, para que se pague mejor
la materia prima; en especial, la radicación de «la papelera»,
proyecto tantas veces discutido, analizado y postergado".
PANORAMA DESDE EL RIO Desde principios del siglo pasado,
cuando los prisioneros que llegaron tras las Invasiones Inglesas
fueron obligados a cavar el canal San Fernando, muchos
pobladores fueron atrapados por la fascinación del bucólico
paisaje. Actualmente, de aquellos pioneros —cultivadores de las
primeras especies frutícolas, forestadores de álamos y sauces,
plantadores de formio, una fibra vegetal de la cual se extrae un
hilado resistente—, sólo sus hijos quedan aferrados a la tierra.
Sin embargo, las nuevas generaciones optan por escapar a las
consecuencias de una crisis económica que detiene el desarrollo
de la zona. Según algunas estadísticas, el índice de crecimiento
económico del Delta es inferior al de la Patagonia. El
estancamiento afectó —hasta alcanzar grados de catástrofe— a la
industria frutera: después de la gran inundación de fines de
1959, las 15 mil embarcaciones que trasportaban cajones de
naranjas, manzanas y ciruelas se redujeron a escasas 6 mil.
La industria forestal —afectada a la producción de envases—
también se enfrenta con un dilema de hierro: las fábricas de
maderas aglomeradas no alcanzan a consumir toda la producción;
las cajonerías más poderosas se trasladaron hacia el Alto Valle
de Río Negro y Neuquén, donde la producción —y exportación— de
manzanas justifican su presencia; las pocas que subsistían se
hallan agonizando por un inesperado cambio: el vino y los
productos comercializados en envases de vidrio son ahora
trasportados en esqueletos de metal. Cien mil hectáreas
forestadas con sauces, álamos y escasas plantaciones de
coníferas constituyen una riqueza desaprovechada: el 40 por
ciento de la producción anual de madera isleña queda en pie. "Es
una letanía que todos repiten —informa el ingeniero agrónomo
Roberto W. Lascano (54, jefe de inspecciones de Crédito Forestal
de la Dirección de Recursos Naturales Renovables, dependiente de
la Secretaría de Agricultura y Ganadería)—: el Delta está
abandonado, toda su producción se desmerece por falta de
industrias trasforma-doras y la que se comercializa se enfrenta
con grandes fallas. No hay cooperativas suficientes, los
créditos bancarios no alcanzan a dinamizar la economía regional
y faltan grandes obras de infraestructura: electricidad, dragado
de accesos fluviales, por ejemplo." Una estadística del INTA
—Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria— plantea el
panorama crudamente: del millón de hectáreas disponibles apenas
hay 20 mil cultivadas con frutales, hortalizas y escasas
explotaciones ganaderas.
ABRIR ALTERNATIVAS Las
mejores expectativas del Delta parecen residir en inversiones
económicas no tradicionales, a partir de maderas producidas en
el Delta. Las materias primas que produce pueden contribuir
decisivamente a una expansión de la industria nacional en rubros
clave. Es el caso del papel prensa, un sector clave de la
economía cuyo desarrollo por ahora es casi nulo. Argentina, el
primer consumidor de papel prensa de América latina y el cuarto
en la escala mundial, después de los Estados Unidos, Gran
Bretaña y la Comunidad Económica Europea, debe importar hasta la
última de las 250 mil toneladas que consume, por valor de 50
millones de dólares. Desde la década del sesenta, la
posibilidad de instalar cerca de los mercados de consumo —Buenos
Aires, Córdoba y Rosario— una industria que autoabasteciera de
papel a los diarios se convirtió en una alternativa seria para
evitar ese drenaje de divisas. El Delta, principal productor de
materia prima, se convirtió así en el punto de localización más
adecuado para esa solución. A principios de 1969 comenzaron los
estudios de prefactibilidad que culminaron, en marzo de este
año, con el llamado a un concurso internacional para la
implantación de una industria de papel prensa. Desde entonces,
los grandes intereses afectados al consumo de papel importado
vaticinaron el rotundo fracaso del certamen. Se sabe: los
capitales qué se mueven alrededor del consumo de papel prensa
son demasiado poderosos y tienen mucho que perder si la
Argentina logra el autoabastecimiento total de ese vital
producto. Aunque los augurios señalaban que ninguna empresa
se presentaría, la apertura de propuestas corrió por cuenta de
tres compañías; de ellas sólo una acercó una oferta real. En una
primera etapa se producirían 110 mil toneladas anuales de papel
prensa —tal el proyecto de PROINPA S. A., una empresa integrada
por capitales argentinos—, equivalentes a un tercio de la
demanda calculada para 1975. La puesta en marcha de esa planta
fabril absorberá más de la mitad del superávit anual de la
producción maderera del área. En diez años más, según los
planes, se creará una nueva riqueza forestal de 15 mil
hectáreas. Una inversión total de alrededor de 50 millones de
dólares introducirá en el Delta una verdadera revitalización
económica. Los cálculos establecen que, anualmente, se comprará
madera por valor de 990 millones de pesos viejos, abonando en
concepto de sueldos y jornales 1.010 millones de esa misma
moneda. En tales perspectivas, claro, no se incluyen aquellos
salarios abonados por terceros: taladores, peones y fleteros,
también beneficiados por esa expansión.
VOLVER A LAS
ISLAS "No tengo reemplazantes: sin ser perito, debo estar al
frente de esta estación forestal." La queja de Héctor Mario
Garay —50, jefe interino de la Estación Forestal Domingo
Faustino Sarmiento, 900 hectáreas enclavadas en la conjunción de
los ríos Paraná Miní y Barca Grande—, describe un fenómeno
conocido: "La gente joven se va. La escasa oportunidad de
progreso lleva a muchos muchachos a emprender el camino del
éxodo; un verdadero exilio de brazos útiles". Cinco mil
familias, el total de las enclavadas en el lugar, de acuerdo con
los datos del último censo de población, merecen, sin embargo,
la oportunidad de continuar enraizadas en la tierra. Los
promotores del proyecto coinciden en que la empresa determinará
un cambio radical en el drenaje humano que emerge del Delta: "La
ocupación de mano de obra —pronostican— y el aumento constante
de la demanda de materia prima será un generador de nuevos
impulsos a la economía regional. El ritmo de renovación de la
superficie forestada (3 mil hectáreas anuales, actualmente)
aumentará con la sola presencia de la planta. Esos cultivos, sin
duda, multiplicarán jornales, crearán nuevas riquezas y
producirán el ansiado boom del Delta del Paraná. Las 180 mil
hectáreas disponibles para el cultivo de sauces y álamos
confirman el pronóstico optimista. "¿De dónde van a sacar los
800 mil metros cúbicos anuales de madera que necesita el país
para lograr, definitivamente, su autoabastecimiento de papel de
diario?", desconfió, ante los enviados de SIETE ¡DIAS, un
agrónomo del INTA. Para su propia planta PROINPA planea,
cumpliendo con los requisitos del rígido concurso internacional,
un plan de reforestación que en una década la conducirá a
obtener el cincuenta por ciento de la materia prima que
insumirá. El resto será abastecido por los productores
tradicionales de madera. El régimen de forestación —bautizado
por los expertos con el nombre de "cincuenta y cincuenta"— será
factor decisivo en la expansión de las superficies afectadas al
cultivo de madera para la producción de pasta papelera.
LLEGARON LOS TECNICOS El solo anuncio del proyecto conmocionó
a los habitantes de las islas. Durante la visita de SIETE DIAS
las especulaciones y conjeturas invadieron las tertulias de los
recreos, almacenes fluviales y enlazaron las charlas de aquellos
que viajaban en las lanchas de pasajeros. "Me retiraron de la
venta alrededor de 5 mil hectáreas —informó un martillero de la
zona— que estaban en venta desde hace años. El proyecto de papel
prensa desató aquí una expectativa de revalorización de la
tierra y la madera que no se veía desde la década del treinta."
La puesta en marcha de una industria de papel prensa integrada a
la zona puede significar, efectivamente, que la tendencia
declinante de la economía del Delta se ha interrumpido. Aunque
una fábrica de papel no basta para sacar del atascadero a una
región económica, los efectos de una radicación de capitales de
esta dimensión pueden ser decisivos: implican la adaptación de
su estructura económica a un nivel de exigencias superior al
existente y la creación de nuevos mercados consumidores que
generarán otras actividades económicas. Revista Siete Días
Ilustrados 06.12.1971
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