Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Las islas del tesoro
El Delta: escenario apacible de un gran esfuerzo para crear riqueza.
Revista Panorama
febrero de 1964

-El agua no mata a nadie, señor. Si no quiere mojarse los zapatos, pues... se los saca, y si no quiere arruinarse el pantalón, ¡se lo arremanga!, ¿ qué problema hay? Yo levanté mi casa a un metro y medio de la tierra y cuando el río crece uno lo ve pasar por debajo. ¿ El sembrado ? Tiene que ser muy fuerte la crecida para que el agua se lo lleve. Y eso sucede muy de tiempo en tiempo, cada varios años.
Sin apartar los ojos de la hornalla donde una pava lanza el silbido de un hervor incipiente, y en un trabajoso castellano, se expresa Pedro Agtberg, holandés por nacimiento, argentino por adaptación y agricultor por naturaleza. Dice con gesto rotundo:
—Sí, señor; como el Delta no hay Esta tierra es oro. ¡Si hasta el gas que alimenta mi cocina sale de la isla!
Pedro Agtberg vive en el Delta del Paraná desde hace tres años. Su quinta se halla sobre el Carapachay. Es uno de los 20.000 habitantes que ocupan las 5.000 islas de esa vasta zona vegetal donde todo puede crecer. Produce desde hortalizas hasta mimbre, desde cítricos hasta manzanas "cara sucia".

Cómo se vive en el Delta del Paraná
El único tipo de camino es el fluvial. Por lo tanto, solo se viaja en lancha. En lancha van el almacenero, el quintero, el carnicero, el cartero, el fotógrafo, el diariero, el estudiante, el empleado, el inspector, el sacerdote y hasta el que se muda. De las 5.750 casas que pueblan las islas, las hay de todo tipo y estado de conservación; algunas parecerían dormitar su abandono como deseando desplomarse a la menor brisa ; otras, en cambio, se yerguen enhiestas, mostrando orgullosamente, en medio de la naturaleza feraz, su pintoresca y colorida arquitectura.
—También el Delta tiene su "Barrio Norte". No estará en el Norte ni será un barrio, pero como zona residencial no le va en zaga a ninguna. Recorran el río Capitán, abran bien los ojos y miren hacia la derecha y hacia la izquierda y verán las quintas más cuidadas, los jardines más señoriales y las edificaciones de fin de semana más lujosas. ¿Mi nombre? Alberto Urriza: un loco. Y agrega en seguida, con una sonrisa de satisfacción un tanto misteriosa:
—Bueno. .., al menos soñaba con lugares así en el Delta.
Alberto Urriza es delegado municipal de Islas, tiene 66 años y es un viejo vecino de la zona, pues hace "exactamente 66 años" que vive en el Delta... Nació en una isla, a orillas del Carapachay.
—Me decían: "¿A quién se le va a ocurrir venir al Delta a pasar el fin de semana?". No les hice caso. En los terrenos de mis padres levanté ocho viviendas de descanso. Hoy, vecinas a ellas hay 32 casitas similares. En conjunto forman un parque: el Parque Urriza.

Tres millones de turistas, 14 teléfonos
Hace apenas 18 años que Alberto Urriza construyó la primera de esas viviendas. 18 años que le dieron razón. 3.000.000 de turistas llegan anualmente al Delta, donde más de 80 lanchas pertenecientes a 30 líneas regulares de navegación los aguardan para trasladarlos hacia alguno de los 85 recreos y las muchas casas de fin de semana que hay en las islas, siempre y cuando el paseante no sea dueño de una de las 3.000 embarcaciones particulares amarradas a lo largo de ríos y arroyos, o no sea socio de alguno de los 40 clubes náuticos del Delta. A unos y otros abren sus paisajes más de 2.000 kilómetros de caminos fluviales aptos para la navegación de lanchas y barcos de poco calado.
Pero recreos —hoy llamados "río-hoteles"—, viviendas y clubes dan origen a una actividad que se despliega a orilla de los ríos. Isla adentro, el panorama cambia. La tierra está ocupada por el cultivo. Y también por el agua. Es "otro Delta". Inaccesible al turista que afluye los fines de semana y los días feriados. Un Delta olvidado, triste. La contraparte del que sirve de solaz y descanso, y también de diversión, a millones de personas. El 85 por ciento de los terrenos son bajos, permanentemente inundados e improductivos. La corriente eléctrica no llega más allá de los cinco kilómetros partiendo desde Tigre; teléfonos, hay solo 14; al faltar caminos, el hombre no se interna en la isla. Aunque algunos si, se adentran a pesar de todo, por espíritu de aventura, lo que no excluye que a veces extraigan de ello algunos beneficios... Es el caso de Mario Bermúdez, cazador por deporte y hachero por necesidad.
—Tendemos la trampa al anochecer, volvemos al despuntar el día, abrimos la trampa y después... Bueno, después vendemos simplemente la nutria, y a otra cosa.
Sí, porque también la nutria se desarrolla en el Delta. Y así, sencillamente, restando importancia y hasta valor a la tarea, explica Mario Bermúdez la captura del lujoso pilífero. ¿ Pero a qué llama él vender las nutrias que caza? Esta particular comercialización de la nutria la explica Bermúdez con pocas palabras:
—Las cambiamos por yerba, azúcar, vino, ginebra. ..

Acero, fruta y verdura son los grandes rubros
Siendo zona de ríos, la pesca, salvo la deportiva, no se ha desarrollado en el Delta. Pero a lo que sí ha dado lugar el río es al incremento de la industria náutica. Los principales astilleros del Delta bonaerense se encuentran sobre los ríos Luján, Carapachay y Sarmiento; junto a otros menores, destinados a la construcción de embarcaciones de paseo, suman un total de 45. El de mayor envergadura es Astarsa, donde fueron botadas embarcaciones como la Nicolás Mihanovich, que permite transportar 700 pasajeros y 70 automotores, o como el buque-tanque Shell Guaraní, con una capacidad de carga de 1.780 toneladas. Además, en el astillero de Astarsa se reparan y reconstruyen locomotoras Diesel y de vapor. Es un aspecto más de las sorpresas que depara el Delta a quienes se le acercan creyendo que se trata Solo de una zona de descanso.
Pero la mayor riqueza es la que surge de la tierra. Frutas, maderas y hortalizas, cuyo destino común es el Mercado de Frutos y Maderas de Tigre, hablan de la prodigalidad del Delta. En otra época, dicho Mercado se caracterizó por su elevado movimiento; era en los años en que la fruta se arrojaba al río. Según algunos, "porque el mercado fijaba los precios bajos y el productor prefería tirarlas al agua antes que venderlas", pero según Eduardo Enrique García, isleño, productor y administrador del Mercado, los hechos eran muy distintos.
—¿Que se tiraban? ¡Y claro que se tiraban; por millares! Cualquiera podía ver canastos enteros de manzanas, de naranjas, arrastrados por la corriente. No era por los precios: era por la superproducción; el Mercado no podía seleccionar. ¡Lo que no se podía vender, se tiraba al agua!
El río dio origen o los astilleros. En ellos se construyen desde embarcaciones de poseo hasta barcos de alto tonelaje. Y se reparón locomotoras Diesel.
La situación ha cambiado. Plagas e inundaciones conspiraron contra la producción frutícola. Con la madera sucede lo contrario. 100.000 hectáreas del Delta están ocupadas por bosques, principalmente de sauce y sauce-álamo. Y el isleño sigue plantando árboles. La demanda de madera lo obliga a ello. En Tigre, y a pocos metros del Mercado de Frutos, se levantan tres imponentes plantas industriales donde se fabrica un nuevo tipo de madera, inventada por los alemanes: la aglomerada. Para fabricarla se pulverizan los troncos y luego se los cohesiona con resina sintética hasta producir planchas de diversos tamaños. Se la utiliza para cielos rasos, tabiques, puertas, placares, pisos, gabinetes de radio o televisión, etc. No produce llama y es liviana y aislante. El señor Zeljo Drucker, director de una de las fábricas citadas, informa que el consumo diario de materia prima llega a las 60 toneladas y que, a un año de funcionamiento, producen por día 40 metros cúbicos de esa madera. Los troncos utilizados son de sauce, sauce-álamo y eucalipto. Entre las tres fábricas, el consumo diario sobrepasa las 200 toneladas. Además, el sauce y el sauce-álamo producen un tipo de resina natural que puede reemplazar a la sintética. Pero el destino de esos árboles no termina o, por lo menos, no debiera terminar, pues ello implica mucha riqueza desperdiciada, fuentes de trabajo que no se abren.

Es como si le tuvieran miedo al bosque
—¡Todo el mundo parece estar ciego ! 25 millones de dólares anuales gasta el país para importar materia celulósica, mientras que aquí, en el Delta, 100.000 hectáreas cubiertas por sauce y sauce-álamo se aburren de esperar que alguien venga a explotarlas. Es como si le tuvieran miedo al bosque, pero nosotros haremos lo que se debe hacer.
Estas son palabras de Sandor Mikler, isleño también y director de un antiguo periódico: "Delta". Para Sandor Mikler, algunos productores y centenares de isleños, lo que se debe hacer es montar una fábrica de celulosa. Para ello han adquirido un terreno de 70 hectáreas en Zárate, a orillas del Paraná. ¿ Pero acaso esa celulosa saldría de los árboles del Delta?
Sí; la llamada celulosa de fibra corta o pasta mecánica, usada por Francia e Italia a partir de 1945 y por Suecia y Finlandia después. Los árboles ya existentes alcanzarían para abastecer la proyectada fábrica nada menos que durante 20 años, lo que es suficientemente alentador para llevar adelante la iniciativa.

La tierra más feraz de nuestro país
Cuando un futuro productor visita al ingeniero agrónomo Alberto Martín Leber, asesor de Frutas y Hortalizas, ya sabe lo que debe hacer si no quiere ver fracasados sus esfuerzos.
—Apisone un montículo de tierra de un metro de altura, fíjelo con troncos y vaya cubriendo con él todo el perímetro de su quinta. Habrá construido un ataja-repunte y su cultivo quedará protegido de las crecidas. Después. coseche y gane... Si los intermediarios se lo permiten . . .
El ataja-repunte es un dique rudimentario. Aunque no basta para detener las grandes crecidas que origina el Paraná o las altas mareas que vienen del Río de la Plata, alcanza para librar los sembrados de los repuntes comunes.
—7.000 hectáreas protegidas por esos diques —dice el ingeniero Leber— rinden lo mismo que 112.000 hectáreas sin endicar. Gracias al ataja-repunte, un solo productor vendió, el año pasado, además de cítricos, hortalizas y mimbres, 1.050.000 bulbos de gladiolos. Todo ello en un total de 18 hectáreas... ¡En ninguna parte del país, 18 hectáreas pueden producir mayor cantidad ni más variedad de productos! El isleño lo está olvidando y explota el árbol, se orienta hacia el monocultivo cuando en realidad debería mantener y promover una producción más general que solo necesita del dique para mantenerse. La diversificación de la producción podría solucionar muchos de los problemas de los habitantes del Delta.

Un proyecto ambicioso: la estación experimental
El problema de los diques fue encarado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (I N TA) cuando contrató a técnicos holandeses para que lo estudiaran. Así se planeó la construcción de una estación experimental ; una verdadera ciudad de 2.000 hectáreas protegida por un dique. Por dicho proyecto se adjudicarían alrededor de 150 quintas rodeadas por un terraplén de contención. Se levantarían escuelas, viviendas particulares y casas de comercio; contaría con corriente eléctrica, cine, radio y televisión. Por un sistema de canales se daría entrada y salida al agua. El costo del proyecto, según cálculos realizados en 1962, sobrepasaba los trescientos millones de pesos.
A dicha estación experimental llegaría el Camino Isleño, otro de los proyectos tendientes a elevar el nivel de producción y las condiciones de vida en el Delta. Pertenece al ingeniero Lorenzo Núñez, de la Dirección de Catastro Municipal.
—Si el Delta es rico, podría ser millonario. Esto no es una broma, es realismo puro —afirma convencido el ingeniero Núñez.

Al Paraná de las Palmas en veinte minutos
El Camino Isleño partiría desde el río Luján hasta el Paraná de las Palmas. Ése sería su primer tramo, con un recorrido total de 17 kilómetros; posteriormente se lo empalmaría con la República del Uruguay. Incluye cinco puentes; uno de ellos, el que cruzaría el Paraná, similar al puente Nicolás Avellaneda, el resto de una altura aproximada de 14 metros. Costo aproximado del primer tramo: 148 millones de pesos. El trazado del camino corre paralelo al Carapachay, segundo río del Delta por su importancia, dada la cantidad de río-hoteles y de cultivos que se levantan a sus márgenes. "De esa manera, atravesaría zonas de producción y de atracción turísticas", dice el ingeniero Núñez. Y agrega:
—Por primera vez, y si el proyecto se realiza, el camión, el automóvil, el colectivo, la moto, y, ¿por qué no?, hasta la bicicleta podrían atravesar las islas como quien recorre una calle de Buenos Aires. ¿A quién no le gustaría partir de Tigre, llegar en 20 minutos al Paraná de las Palmas, almorzar a sus orillas, descansar, pescar y regresar, en 20 minutos, otra vez a Tigre ? Además, frutas, maderas, hortalizas podrían ser transportadas en camiones directamente desde las zonas de producción, agilitando y abaratando los fletes y, por consecuencia, los mismos productos. ¡Sería la gran revolución !
También para Ángel Piacentini, un abastecedor de las zonas del Carapachay, Paraná de las Palmas y Arroyo Toledo eso sería verdaderamente, "la gran revolución":

Cambiar las lanchas por camiones
—¿Yo? ¿Con un camino.'' ¡Remato la lancha, me compro un camión y meto todo adentro: ¡carne, pan, verdura, bebidas! En vez de tardar 8 horas para abastecer a cien clientes, tardaría cuatro veces menos para vender cinco veces más. El resto... lo pasaría pescando, plantando, cazando... , ¡ qué sé yo...! ¡ Cualquier cosa! ¡ El Delta da para todo..., y mucho, mucho más con un camino. .. !
Autoridades y hasta organismos internacionales se han interesado en el proyecto del ingeniero Núñez. El ex secretario de la Municipalidad de Tigre, ingeniero M. Ortega Moreno, informa que durante el desempeño de sus funciones se iniciaron conversaciones con la Alianza para el Progreso, entidad que financiaría la construcción del camino.
—Las nuevas autoridades —dice Ortega Moreno— tienen la obligación de hacer de ese proyecto una realidad. Vialidad Nacional, la Municipalidad de Tigre y la provincia de Entre Ríos pueden, con el apoyo de la Alianza para el Progreso, encarar su construcción.
La riqueza del Delta está a flor de tierra, pero por falta de las condiciones elementales para su explotación adecuada, este maravilloso suelo, el mejor del país, a pocos minutos de Buenos Aires, progresa tan solo gracias al esfuerzo aislado de los que la quieren verdaderamente como un hogar. El Camino Isleño contribuirá, en buena medida, a darle un impulso definitivo y un futuro brillante.

Espectáculo insólito: esquiadores que vuelan
Pesa 18 kilos. Está construido con tubos de acero en lugar de cañas y con tela de nylon en reemplazo de papel. Pero es un barrilete. O mejor dicho: mitad barrilete, mitad aeroplano, pues lleva tripulación. El hombre, aferrado a su esqueleto metálico, asciende con el aparato y lo guía en su vuelo.
El nuevo deporte es practicado en el Delta por unos pocos aficionados, entre los cuales, el más entusiasta es su introductor, Kurt Cassel, alemán, naturalizado argentino, quien lo descubrió en Suiza y lo compró por trescientos dólares. Poseen también su propio "barrilete acuático" Luis de Rider, Eddie Gretter, Dany Eiras y su hermano Jorge, campeón argentino de esquí.
En realidad, el invento es una variedad del esquí acuático, con la particularidad de que el esquiador, luego de haberse deslizado unos cien metros sobre el agua, alza vuelo. Y se convierte en navegante aéreo. La técnica para un planeo feliz exige que la marcha de la nave que lo arrastra se inicie con lentitud y sin forcejeos y que el aumento de velocidad sea paulatino hasta llegar a un máximo de setenta kilómetros.
El vuelo no siempre es tranquilo. El cambio de viento o la impericia del tripulante a menudo provocan tirabuzones que obligan a soltar la amarra y a un descenso imprevisto.
El "barrilete acuático" no es apto para menores. Su uso demanda brazos fuertes y dominio de los nervios. La caída desde 20 ó 30 metros —la altura de unos seis o siete pisos— aún sobre el agua, podría ser fatal. Pero el riesgo es un incentivo. Y la sensación de volar, como con alas propias, una atracción poderosa para los deportistas de la nueva ola, en quienes el ejercicio de los músculos debe estar condimentado con el sabor del peligro.

 

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Delta del Paraná
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El Verna en puerto