Revista Confirmado
14.05.1965 |
OPINIONES
Más que un nombre, Jorge Romero Brest es un movimiento
pendular entre la admiración y la diatriba. Entre el Museo
Nacional de Bellas Artes, cuya condición de inapelable
cadáver fue desvirtuada vigorosamente por su dirección, y la
laureada colchonería de Marta Minujin, premio Di Tella 1964
por su voto, unido a último momento al de Pierre Restany, un
francés que enloqueció aún más a los happening porteños.
Entre su condescendiente apoyo a cuanta expresión ha
golpeado el hígado de la evolucionada burguesía local, y las
supuestas contradicciones de su prédica crítica y docente.
La verdad es que pocos recuerdan que su curriculum, está
invariablemente encabezado por su profesorado de educación
física. Con euforia y vitalidad, se sometió a la siguiente
entrevista:
Confirmado: ¿Cree que la última generación de artistas
argentinos se está riendo del público?
Romero Brest: Lo que esté haciendo la última generación de
artistas argentinos es romper el cascarón.
P: ¿Su cascarón?
R: Nuestro cascarón. Nos están redimiendo de ciento
cincuenta años de complejo de inferioridad.
P: Con los colchones de Marta Minujin y las evocaciones
ginecológicas de Renart?
R: Sin personificar. En bloque. Con su decidida actitud de
ruptura. Con su coraje.
P: ¿El coraje tiene algo que ver con la obra de arte?
R: Yo no hablo de obra de arte, hablo de actitud.
P: ¿Y la parte realizativa de esa actitud?
R: Confieso que no estoy del todo satisfecho con los
resultados.
P: ¿Entonces?
R: La criatura no ha nacido todavía. Se está gestando.
P: Pero usted como crítico, ¿qué piensa de esas obras?
R: Yo he suspendido temporariamente el juicio.
P: ¿Todo el juicio?
R: Todo lo que es posible suspender el juicio.
P: ¿Pero cree que son grandes pintores?
R: Los últimos grandes pintores fueron Klee, Kandinsky,
Matisse.
P: ¿Y Picasso?
R: Y Picasso, por supuesto. Pero estos muchachos ni siquiera
intentan ser grandes pintores.
P: ¿Qué intentan, entonces?
R: Son artistas; artistas a secas. Que crean con enorme
alegría. Que no temen riesgos ni sorpresas. Que trabajan con
el más alto espíritu de aventura que hemos conocido hasta
ahora. Que abren un camino legítimo, olvidado en parte
durante siglos: el de la más amplia imaginación.
P: ¿Y Klee, Kandinsky, Matisse y Picasso no creaban así?
R: Es distinto. A ellos, como a todo? los grandes nombres de
la historia del arte, los une la misma intención de crear
formas perennes como imágenes de realidades: ideas,
sentimientos, mandatos.
P: ¿Y éstos?
R: Estos quieren estar en lo real. Y les escapan a las
formas perennes.
P: ¿Eso quiere decir que sus obras son efímeras?
R: Necesariamente. Pero no les importa. No lo buscan, pero
no les importa.
P: Pero esa instantánea caducidad, ¿no atenta contra las
colecciones y los marchands?
R: Es cierto. Pero tampoco les importa demasiado. Hace un
rato, Delia Puzzovio me decía: "Si no vendemos obras,
venderemos espectáculo".
P: ¿Eso no es hacer teatro?
R: Por supuesto. Es posible que pronto los marchands, de
arte tengan que entregarles el negocio a los marchands de
teatro.
P: ¿Pero usted cree en la sinceridad de todos estos
artistas?
R: Veo lo que hacen. Cómo lo hacen. Es importante, lo
repito, como actitud.
P: ¿En qué medida es importante?
R: Pienso que es posible que ellos, acaso sin saberlo con
demasiada precisión, están haciendo más con sus locuras que
los pedagogos y moralistas con sus reglas de cartón.
P: ¿Por qué?
R: Porque encaran una apertura. Y no duden de que apertura
es la gran consigna de este tiempo. Una consigna a la que le
dan la espalda precisamente los pedagogos y los moralistas,
que encarnan todas las formas del cierre.
P. Pero usted dijo que no estaba demasiado satisfecho de los
resultados.
R: No me contradigo. Yo intento comprender la actitud de
esta gente como tal. Pienso que han cambiado por completo el
ejercicio de la creación. Que han revalorizado la
imaginación. La obra es otra cosa.
P: ¿Cuál es el paso siguiente?
R: No me gustan las profecías.
P: Pero con los elementos de que dispone, ¿no puede usted
aclarar el panorama futuro del arte?
R: Es difícil decirlo. Sin embargo, creo que si las cosas
siguen así, lo político tendrá cada vez mayor implicancia en
la labor de los artistas.
P: ¿Qué significa "si las cosas siguen así"?
R: Concretamente, que la propagación de una revolución de
tipo comunista en Latinoamérica puede cambiar totalmente el
panorama. No entro a discutir si esos resultados serán
positivos o negativos, pero evidentemente lo trastrocarán
todo. La frase que mejor lo definiría es "borrón y cuenta
nueva".
P: Borrón y cuenta nueva puede querer significar la
decadencia del mundo occidental.
R: No me asustan las palabras. La decadencia de un mundo
puede llevar implícito los gérmenes dialécticos de uno
nuevo.
P: ¿Tampoco le asustan los ataques?
R: Mucho menos. Mi optimismo es sólido y mi fe fuerte en
este momento del arte. A pesar de los gritos, las palabras y
los gestos de quienes se empeñan en frenar al hombre que se
'real-iza'.
TEATRO
Desconcierto sobre un escenario de iracundos
Cuando Leal Rey comienza a recitar, en el flamante y
panorámico escenario del Instituto Di Tella, con su
personalísima afectación, el papel de Martín Lutero,
siguiendo el texto de la pieza de John Osborne, el
espectador siente la tentación de mirar el programa una vez
más para comprobar que se trata justamente de Lutero y no de
algún otro monje histórico. Es tal la contradicción entre la
vivencia que de Lutero ofrece Rey y la idea que generaciones
de historiadores han contribuido a difundir, que un gélido
asombro se apodera de quienes ocupan esas plateas
confortables. Los gestos excesivamente plásticos del
intérprete central, traductor, escenógrafo y diseñador de
los trajes, parecen aludir a una especie de aristocrático
fraile desganado, en lugar de pretender encarnar al
sanguíneo y arrebatado descendiente de campesinos, en el que
hay costumbre de pensar cuando se piensa en el gran
reformador cristiano. Y su voz, poseída por timbres e
inflexiones foráneos, recortada por pausas ajenas a la
normal puntuación castellana, añade a tanta originalidad de
visión algo así como una caricaturesca seriedad,
contradictoria en sí misma.
Lo asombroso es que durante todo el primer acto, el efecto
que produce esa curiosa interpretación es el le hacer creer
que se está forzando en alguna medida —importante— la
obra de Osborne. Sólo más adelante resulta claro que el
propio autor hace posibles, aunque no aceptables, semejantes
libertades. Porque el ya calmado iracundo británico escribió
una pieza confusa, dramáticamente congelada, en la que no
existe prácticamente diálogo alguno entre los personajes y,
por lo mismo, la figura de Lutero surge de una serie de
monólogos de intención definitoria que no alcanzan a prestar
carnadura humana a un personaje de tan apasionante interés.
Se puede suponer que Osborne quiso plantear, a través de un
reformista violento, contradictorio y dubitativo, corno todo
reformador, una semejanza con la época actual, en la que las
generaciones actuales anhelan cambios que permitan construir
un universo más satisfactorio. Osborne, nacido en 1929, no
había cumplido diez años cuando comenzó la Segunda Guerra
Mundial, a cuyo término empezó a trabajar como periodista,
para llegar a revelarse como autor dramático en 1956. En ese
año, mediante el singular eco de 'Recordando con ira',
título de una primera obra que alcanzó a simbolizar la
actitud de toda una generación internacional de escritores y
artistas, en rebeldía contra el mundo heredado, irrumpió
como quien vocifera. Pero ahora, en Lutero, apenas si musita
algunas consideraciones demasiado equilibradas sobre un
reformador que, visto con tal timidez y ausencia de fuerza
dramática, no consigue identificar ninguna aspiración
contemporánea suficientemente vigorosa como para representar
a nuestra época ni al grupo mismo que fundamentó la vigencia
artística de Osborne.
Quedaría así planteado, con lo visto, un interrogante: los
elementos audiovisuales agregados en la puesta ofrecida en
el Instituto Di Tella, ¿implican un reconocimiento de las
debilidades de la obra y, simultáneamente, una necesidad de
explicar y completar elementos para destacar la personalidad
de Lutero? En el programa figura el Centro de
Experimentación Audiovisual de dicho Instituto, lo que puede
volver aceptables, a título de experiencia, una puesta en
escena y una interpretación central tan discutibles. Porque,
en efecto, Jorge Petraglia, que dirigió la pieza, adoptó un
ritmo tan lento y monótono, que desvaloriza aun las
calidades verbales de la obra original, quitándoles todo
peso. Algún actor, como Fernando Vegal en su notable
monólogo de venta de las indulgencias, escapa, por su
vitalidad y su fuerza expresiva, de esa conducción estática
y privada de clima. Lo mismo ocurre con el trabajo que Pedro
Buchardo hace en el papel del padre de Lutero.
Técnicamente, el trabajo es perfecto en cuanto se refiere a
proyecciones de imágenes complementarias y a la grabación de
música y sonidos. Espiritualmente, quizá podría caber la
suposición de que el Instituto Di Tella coordina en materia
teatral un snobismo tan proverbial como el que se señaló en
algunas otras manifestaciones artísticas cumplidas por ese
organismo privado. Como aporte a nuestro teatro actual, lo
ocurrido sobre ese escenario es muy desconcertante, ya que
compromete a hombres de teatro definidamente
profesionalizados en una aventura que, a pesar de sus
refinamientos plásticos y de su prolija concreción, proyecta
una ambiciosa atmósfera amateur a la que es imposible
sustraerse. Es como si Osborne, perdida su agresividad,
hubiese sido aceptado y adoptado con inocuo sentido
anticonvencional.
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Romero Brest |
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-Leal Rey, un Lutero enfático y discutible, con mezcla de
histeria y ascetismo
-Negras figuras de monjes agustinos presencia la
consagración de Lutero, en una versión que destruye los
todavía recientes prestigios iracundos de John Osborne |
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