Revista Mundo
Deportivo
26.03.1953 |
PARECIERA que al hombre le está asignada una dosis
indispensable de audacia y de valor —las dos cualidades que
cuando logran encontrarse en el puente de la complementación
nos dan al héroe— como para atravesar por la vida sin temer
a los riesgos naturales. Porque la vida del hombre pareciera
constituir un itinerario de riesgos que debe ir sorteándolos
con ese estado de inconsciencia que sólo quiebra el héroe.
Pero el héroe alcanza a serlo cuando o tiene una dosis mayor
de audacia y valor o se lo juega todo de una vez. Si pasa,
si el trance puede menos que él, entonces estamos ante la
hazaña. Si no, a veces se paga con todo. Con la vida. O a
veces también el que lo tiene todo, se equivoca. Y entonces
llega el momento que debe resignarlo todo.
De riesgos y audacia, de coraje y desaprensión, de valor y
heroísmo, la historia moderna nos nutre de ejemplos a
diario. Porque cuando todavía el deporte no estaba
desarrollado en el mundo, el héroe necesitaba imponer,
ubicar su audacia y su valor en empresas guerreras, en
jornadas de muerte. Cuando el deporte pasó a ponerle
gaviotas mañaneras a los días del hombre, la alegría le
permitió conocer otro aspecto del mundo, otro sentido del
día y de la vida misma. Ahora, el héroe deportivo es un
héroe de paz. No lucha más que contra sí mismo a la postre,
porque el enemigo ocasional de su competición es el que lo
impulsa a ir más adentro consigo mismo. Es el que lo ayuda a
encontrarse en su más incisiva personalidad.
Cuando recorremos el historial de los héroes que el exceso
de audacia y valor hizo que nos dejaran de repente, se nos
viene de golpe, con una polvareda de nobleza y viento
fresco, el nombre de Domingo Furioso.
Por eso también nunca dejaremos de lamentarnos de que
Furioso se nos haya ido para siempre en alas de su audacia,
que en él fué como una fantasía.
Domingo Furioso había nacido en Trieste (Italia) el 31 de
agosto de 1906. Llegado a nuestro país siendo ya muchacho,
siguió actuando como ciclista, deporte que había practicado
en su ciudad. Pero pronto, junto con su hermano Libero, iba
a considerar muy poco esfuerzo el ciclismo y entregaba todo
su amor, por el peligro y la velocidad, a la práctica, del
motociclismo. No obstante que su hermano iba a caer, como
después le tocó a él mismo, en una carrera, Domingo no cejó
en su entusiasmo por la práctica de tan riesgoso deporte. Es
que llevaba dentro de su alma ese aroma enloquecedor de los
resortes mecánicos, que cuando se prenden en un individuo ya
no lo abandonan nunca más.
Había llegado con un título de químico industrial, pero
tenía una afición tremen da por los misterios de la
mecánica, y fué en 1928, cuando tomó parte en la primera
competición oficial correspondiéndole un cuarto puesto en un
carrera de cien millas. Tenaz y estudioso, siguió corriendo
en cuanta prueba se le presentaba sabiendo que tenía que ir
perfeccionándose si quería alcanzar el premio de los
triunfos. Así tardó diez años en conseguirlo: recién en 1938
gana su primera prueba.
A ese triunfo de 1938, siguen ya inevitablemente otros que
le permiten clasificarse campeón argentino en 1939, título
que vuelve a ganar en 1941, siendo el año intermedio
vicecampeón. Mientras tanto, va ensartando numerosos
triunfos más, entre los que se cuentan las Cien Millas de
Morón.
Pero su pasión por el motociclismo no terminaba en las
carreteras o en los circuitos ni en el taller, al que le
entregaba gran parte de sus días, porque él mismo se
preparaba las máquinas. Complementaba esa actividad con su
intervención en la organización de las sociedades, habiendo
sido presidente del Audax Moto Club y vicepresidente de la
Unión Motociclista Argentina.
Hasta que llega el 5 de agosto de 1945, en que vuelve a
tomar parte en una carrera en Mercedes y tras una azarosa
acción junto a otro corredor, es despedido de la máquina
para ir a dar con la cabeza contra un árbol. Dos días
después se nos iba con una velocidad que recién comprendimos
que nunca será superada...
Noble, sencillo, paciente y reflexivamente estudioso, su
vida al margen de la actividad motociclística hizo que
viviera rodeado siempre de amigos. Esas mismas condiciones
las trasladaba a las pistas, —donde dejó algo más que un
ejemplo.
Pero le tocó en suerte pagar tributo a tanto exceso de
audacia y valor, entregando la contraseña de su vida para
hacer ese viaje por una pista que el hombre no podrá dominar
nunca...
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Motociclista Domingo Furioso
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