Revista Gente y la Actualidad
04.06.1970 |
ASI COMO LO VIO "GENTE" EN SU INTIMIDAD, CHARLANDO DE SU VIDA, DE
SUS MIEDOS, DE SU FAMILIA. ES EDMUNDO RIVERO, UN IDOLO. QUEREMOS QUE
USTED LO DESCUBRA: UN HOMBRE CABAL SON AÑOS DE TRABAJO Y UNA
SENSIBILIDAD MARAVILLOSA PARA INTERPRETAR A BUENOS AIRES COMO SOLO
EL SABE.
Por Leo Sala
Fotografías Roberto Pellizzeri
Venían desde todas partes, igual que se habían ido, a caballo o
sobre mulas, con familias enteras en las carretas tomando mate y
comiendo charqui; a veces, un pedazo de queso. Un tío abuelo de
Edmundo, Lionel Walton, murió en una pelea contra los indios
("Tardaban dos meses desde, el Azul hasta la capital"). La figura de
ese tío abuelo se enhiesta en los ojos marrones claros del cantor
echándose a correr después, en el recuerdo, aventando el fino polvo
de la pampa, que parece quedar suspendido, quieto, en el inmóvil
aire de unas pupilas que piensan la agonía de su sangre. Como
homenaje a ese ascendiente quisieron ponerle Lionel, pero ("Fue un
error del escriba del Registro") salió Leonel. De modo que en
realidad se llama Leonel Edmundo Rivero, y aunque para el público es
Edmundo, para la ternura de su mujer (Julieta Pastore, 19 años de
casados, dos hijas), él es siempre Leonel. Entre los dos cuentan
cosas sorprendentes. Sobre las premoniciones del cantor, su viaje al
Japón, sus sueños de volador, su firme creencia en la inmortalidad.
La sangre paterna remonta el tiempo y el Río de la Plata hasta el
barquichuelo en que vino junto a la de Solís. Pero es de sus
antepasados ingleses que hereda el tinte rojizo de su cabello lacio,
los ojos marrón claro y, quizá, la tendencia coqueta de ese bigotito
de lord que sombrea un relato de la batalla de Balaklava.
No, no es concertista de guitarra, pese a lo que se dice por ahí,
pero la estudió a fondo, y uno de sus pasatiempos es tocar a
Tárrega, Albéniz o Bach en esa madera vieja que le late entre las
grandes manos, fuera del pecho. Ahora, en medio de ese ocio atento
salpicado de whisky, el periodista siente que es una entrevista
difícil porque ese hombre, se le ocurre, es un pájaro, no sólo
porque tiene corazón y garganta de pájaro sino porque todo su
aspecto es el de un gran pájaro posado indolentemente sobre una
piedra de montaña: su gran nariz de ave carnicera, los ojos chicos y
juntos apenas asomados, adustamente, sobre el pico y las plumas
rojizas de su copete acomodado en la cúspide del cráneo. "Los
grandes pájaros no hablan", piensa, y espera que pase algo mientras
come bolitas de queso fino. También papas fritas y dátiles que la
atenta y encantadora esposa del cantor ha puesto sobre una "ratona"
para acompañar el whisky. "Sí —el periodista oye una voz como un
trueno masticado por enormes dientes—, ya sé que es difícil hacerme
hablar. Cuando yo hablo parece que estuviese en cana. Me tienen que
presionar." El Gran Pájaro ha sonreído ahora y la ternura de su
sonrisa de hombre fundamentalmente bueno puede animar a cualquiera.
Entonces, lentamente, con la ayuda de Julieta, se desgrana un relato
que a veces se suspende no tanto por la modestia y ni siquiera por
la timidez sino por esa incapacidad, o disgusto o temor de decir
cosas inconvenientes, o inmodestas o inadecuadas.
El Japón, además de ser el país que nos provee de títulos mundiales
de boxeo, es un país tanguero, como ya saben casi todos los
argentinos. Lo que no saben los argentinos es todo lo tangueros han
sido ("Desde 1920 escuchan tango en Japón, y tienen diccionarios
sobre el tango y los tangueros que han sido es de no crees. Si hay
un violinista, pongamos, en Bahía Blanca, ellos saben en qué
orquesta toca, cuántos hijos tiene, dónde nació y hasta la vida de
toda su familia"), son y pueden llegar a ser los japoneses. Los
tangos son traducidos del lunfardo a su equivalente en japonés y,
por ejemplo, si publican "El entrerriano" acompañan un mapa con la
provincia de Entre Ríos. Además, conocen folklore más que nosotros
("El triunfo de Atahualpa en París fue festejado como un triunfo
japonés. Hicieron una gran fiesta"). Los recítales tangueros son
anunciados en los grandes teatros como "Conciertos de tango". Rivero
fue el primer solista de tango que se presentó en Japón ("Cuando
llegué yo, diez días después —dice Julieta—, fui recibida por lo que
para mi era una muchedumbre, con flores y banderas argentinas y
todas esas exquisiteces que tiene esa gente admirable. Es un país
para quedarse a vivir y morir allí"). Hay sociedades de tango,
claro, que se reúnen los miércoles y se llaman "Amigos de. Buenos
Aires". "Los maniáticos del tango", "El tango loco", y cien más.
Ellas son las que se encargan de explicar los lunfardísimos
("Turro", por ejemplo, o milonguita). Rivero ganó el "ranking" de la
popularidad en 1967, y ya antes lo habían ganado otros dos
argentinos: Francisco Canaro, en 1961 ("Canaro allá es un Buda
—explica ahora Rivero—; dirigió, ya viejo, sus dos últimos
conciertos sentado y los japoneses lo adoraban"), y Osvaldo
Pugliese, en 1965. La gente, cuando cantaba Edmundo, iba a los
teatros con la banderita argentina y tienen una peculiarísima manera
de aplaudir. Jamás interrumpen en los finales y esperan hasta que se
ha extinguido la última vibración ("Yo canté una vez «Mi noche
triste» y a la salida vino un japonés y me dijo: «Por qué ha
destacado tanto el «la» con la guitarra? Mire que son 440
vibraciones. . .» Cualquier dileitante japonés del tango sabe tanto
como un músico o un comentarista de aquí"). En fin, ante esa acogida
("Lo que yo he visto que hacían con Leonel... —dice Julieta—; en
Hakodate había un japonés, pálido, como queriendo llorar... Alguien
le dijo a Leonel que parecía que quería darle la mano. Entonces
Leonel fue y lo abrazó. ¿Sabés qué dijo el japonesito? "Gracias,
gran hombre") ya está en viaje un empresario japonés para contratar
una nueva gira del cantor. Los japoneses de las islas del norte, en
fin, viajaban 400 kilómetros para escucharlo cantar. Ellos también
hacen tangos y letras, y el espíritu porteño de Edmundo no pudo
dejar de hacerles el chiste que, total, ya hablaban al "vesre"
porque tienen una ciudad que se llama Tokio, pero le dicen Kioto.
Además, a la calle Ginza Go ("Debe de ser la única en Japón que
tiene nombre") la llaman "la Corrientes y Esmeralda" del tango. Y
para cerrar el capítulo japonés, Rivero dice que un capitán de barco
tenía el camarote decorado con discos de tangos, y que cuando él le
preguntó qué significaba el tango le contestó: "El tango es como un
corazón que late, y como el paso de dos enamorados en la noche".
Sí, por supuesto, estuvo en España (1959). Fue por un mes y tuvo que
quedarse siete ("Los japoneses saben mucho más de lunfardo que los
españoles"), cantó en el Lincoln Center ("Tiene un escenario como de
una cuadra que lo hace sentir a uno como una hormiga") donde un
público de 2.600 personas lo aplaudió de pie durante tres minutos,
pero también cantó en las universidades de Harvard y Georgestown
para un público de estudiantes que aprende español. Esa gira
comprendió Los Ángeles, San Francisco, Washington, Nueva York y
terminó en Colombia.
Ahora, el periodista quiere saber qué tal es la comunicación que el
cantor tiene con su inconsciente: "Muy grande —dice Edmundo—;.tanto,
que le doy órdenes para que me despierte a la hora que quiero; se
trate de ocho horas o de 15 minutos."
—¿Qué tal los sueños? —dice el periodista—. "Si, sueño bastante.
Tengo uno que es repetitorio: sueño que vuelo (¿No te dije, flaco,
que era un pájaro?", se dice el periodista). No agito las manos ni
nada. Simplemente tomo impulso, doy un salto y vuelo. Desde arriba
veo paisajes de tierra y árboles. También de otros planetas. Según
parece es un vuelo cósmico". ¿Son sueños placenteros? —quiere saber
el bajateclas—. "Si, mucho", contesta el cantor, y la esposa mete su
voz por una rendija de la conversación para decir que, además, los
sigue cuando quiere. Dice que algunas veces él le dice: "Pará, que
me duermo de nuevo y lo termino", después de explicarle que era un
sueño que le gustaba mucho.
Pero la comunicación intensa que con su inconsciente tiene el cantor
no se refleja solamente en sus sueños o en las órdenes que se da a
sí mismo para despertarse sino también, y quizás más todavía, en sus
sorprendentes premoniciones, tanto sea despierto como soñando. Por
ejemplo, el día que el periodista estuvo en casa de Edmundo para
esta entrevista, fue ese del accidente del colectivo en el Puente de
la Noria. Julieta había tenido que ir a Avellaneda. Antes de que se
produjese el accidente, Edmundo soñó con la caída a las aguas del
Riachuelo de aquel trágico tranvía que llevó a la muerte a más de 80
personas. Un claro sueño premonitorio. "Me pasa que tengo
premoniciones casi todos los días —dice ahora el cantor—: por
ejemplo, pienso, un día cualquiera, hoy me va a llamar fulano, y el
fulano ése es un tipo que no veo desde hace dos o tres meses.
Bueno..., al rato suena el teléfono, y es él". Ahora Julieta
recuerda una cosa realmente sensacional: "Tenia un contrato de
palabra, porque él jamás firma nada con una radio. Entonces
Invitamos a todos los amigos a la radio el día antes. Pero, por la
mañana, nos dicen que la cosa quedó en la nada, es decir que la
audición no iba. Cuando estábamos pensando en qué hacíamos con los
invitados, si hablarlos para decirles que viniesen a casa o qué sé
yo, Leonel me dice: "No hablés a nadie; que vayan a la radio".
Leonel, sabes, era muy amigo de Bavio Esquiú, ese encantador
muchacho que firmaba "Juan Mondiola". Bueno, Miguel Ángel ya había
muerto, y Leonel escuchó clarito su voz que le decía: "Que vayan a
la radio". Fuimos todos y, efectivamente pidieron disculpas y la
audición fue.
—¿Esas cosas le hacen creer en Dios? —quiere saber el periodista, y
la respuesta es—: "En un Dios, una potencia que dirige el cosmos,
pero que no se ocupa de la gente. No niego al Dios de los católicos,
pero mi Dios aúna todos los dioses". —¿Eso le hace creer que es
inmortal? —pregunta el periodista—. "Estoy muy tranquilo sobre eso.
No me muero. Para mí la gente no puede morir definitivamente". —¿Y
la política?—. "No he incursionado jamás en política. No me
interesa, pero si me interesa la libertad". Julieta sirve otro
whisky y comenta: "¿Sabés cómo le gustó "Z"?".
Rivero tuvo un primer matrimonio que puso en el mundo tres hijos:
Edmundo, 22 años; Jorge Alberto, 26, y Lijia, 23. Edmundo y Lijia
también cantan. De su matrimonio con Julieta las dos hijas: Julieta,
18 años, y María Susana, apenas 7. Cuando la nena canta el poeta
Horacio Ferrer se pone a llorar de emoción. Rivero dice: "Sí, no es
una nenita que canta. Es una cosa seria", y la madre, embobada:
"Cuando va cayendo la noche Susanita me dice: "Es la hora en que el
sol juega a las escondidas con nosotros". ¿Querés qué te cuente
algo? Cuando me fui a Japón estaban por reventar los jazmines de la
planta que tenemos. Bueno, no reventaron. Cuando volvimos, Susanita
me dijo: "¿Pensabas en los jazmines?". Yo le dije. que sí, que
seguramente ella los había olido porque por algo tenia ese aliento
tan fresco y perfumado. Entonces ella, para que yo también pudiese
oler el jazminero sin jazmines le echó un frasco de Arpege encima.
Leonel la retó, y ella, llorando, me dijo: "¡Qué raro, él... que es
tan bueno!" ¿Vos sabés cómo Leonel se arrodilló y le besaba los pies
pidiéndole perdón?". El periodista lo mira al cantor, y él,
escondiendo más sus ojos detrás de la narizota, se queja: "¡Mirá las
cosas que venís a contar!"
Esa fragilidad tierna, de hombre bueno y encantador que le flota en
la sonrisa, no destruye para nada su imagen de gran pájaro sólido y
solitario posado sobre un basamento de roca. Me contó un amigo suyo
que una noche un grosero quedó acostado en el asfalto de Maipú y
Lavalle previo vuelo por un directo a la mandíbula que le aplicó ese
hombre que llora pidiéndole perdón a la hija. Contradictorio como un
tango de Discépolo ("Cuánto dolor, me hace reír"), lleno de ternura
y suavidades, el Gran Pájaro quieto puede dar un aletazo aterrador.
En Japón le han dicho que ponga allá un "doble" de El Viejo Almacén,
el boliche que asentó en San Telmo. La idea es que él vaya unos
meses por año y contrate la renovación de los elencos. —"Ahora vamos
a hablar de eso con el empresario que viene para el nuevo contrato".
Hay que trabajar. El Viejo Almacén espera una voz que el mundo
aprecia. En la ciudad que regurgita luces y ruidos hay un hueco
artificialmente entenebrecido que ahondará silencio para que ese
hombre, ese pájaro, lo llene dramáticamente con su voz.
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Edmundo Rivero y señora
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