Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


POR QUE LOS MILITARES DIERON LAS ELECCIONES
Revista Redacción
marzo de 1973

Tan difícil como para los civiles fue para las Fuerzas Armadas resolver los grandes problemas del país. Buscaban un acuerdo histórico y desataron un proceso electoral imposible de detener. La variante no tenía otra escapatoria que el retorno al régimen constitucional, pero ahora con nuevo matiz: la integración peronista al sistema, con todos los riesgos que eso implica para ambos.

HASTA no hace mucho tiempo muy pocos argentinos estaban convencidos que habría
elecciones. En todo caso, la gran parte de la población creía que podría haberlas, pero en una fecha más bien remota y no bajo un gobierno militar impermeable a los reclamos populares.
Esa creencia generalizada, incluso entre algunos observadores, se había enquistado en la gente desde el derrocamiento de Arturo Illia, en junio de 1966, cuando una Junta de Comandantes (Pistarini-Varela -Álvarez) tomó el gobierno con el pretexto de llenar "el vacío de poder", puesto de manifiesto —según el alto mando militar— por los radicales, decretó el congelamiento de los partidos políticos "como si se tratara —al decir de un dirigente— de privar de franco a los soldados" v entronizó en la Casa Rosada al general Juan Carlos Onganía, el jefe visible del sector Azul de) Ejército en los sucesos de 1963.
Una de las primeras actitudes de Onganía consistió en no alentar la realización de comicios, como único remedio para purificar el alma política del país transformado — de acuerdo al mensaje de la Junta Revolucionaria— "en un escenario de anarquía caracterizado por la colisión de sectores con intereses antagónicos, situación agravada por la inexistencia de un orden social elemental".
Con el correr del tiempo el escepticismo que fue moneda común con respecto a la factibilidad de las elecciones, porque si podían llevarse a cabo se planteaban muchos interrogantes que no tenían respuesta inmediata. Algunos consistían en saber si los mandos militares estaban dispuestos en algún momento a levantar "la veda política", y si así lo hacían, qué actitud adoptarían después, por ejemplo, con respecto a conducir un proceso político; en qué medida dejarían libertad de acción a las fuerzas mayoritarias, sobre todo el peronismo, y qué seguridad de permanencia darían a los civiles en el supuesto de que éstos retornaran al Gobierno.
El descreimiento fue alimentado cuidadosamente por la administración Onganía, quien se propuso permanecer en el poder por un plazo no menor de diez años. Ese solo enunciado daba por tierra con cualquier cálculo sobre el llamado a las urnas en un plazo razonable. Inevitablemente se hizo necesario sustituirlo casi cuatro años después por otro general, Roberto M. Levingston, quien también correría la misma suerte sólo apenas nueve meses bastaron para destronarlo, con tanta facilidad como había sido elevado al rango de Presidente de la República.

El gran objetivo común
Los hechos más significativos de ese período —sin embargo— se produjeron hacia fines de 1970 va en el ocaso de Levingston, con el agrupamiento de los partidos políticos (radicales, peronistas, demo-progresistas, conservadores populares, socialistas argentinos, comunistas) en dos nucleamientos: La Hora del Pueblo y Encuentro Nacional de los Argentinos, quienes de distinta manera condujeron los tanteos preliminares para lograr la salida electoral. Era también un paliativo para la situación confusa y periódicamente convulsionada por la guerrilla urbana.
No es necesario practicar un análisis profundo para comprender que el proceso fue intrincado, contradictorio, cargado de presiones que tendían a interrumpirlo. A principios de febrero último, todo pareció derrumbarse ante la posibilidad de una postergación sin fecha de las elecciones —la que podría devolver al ostracismo a partidos y dirigentes— después de un repentino endurecimiento de las Fuerzas Armadas, cuando éstos advirtieron con disgusto las declaraciones de algunos integrantes del Frente Justicialista de Liberación y las gruesas definiciones de Perón sobre los militares argentinos. En respuesta a las expresiones de los frentistas, el gobierno amagó con suprimir el FREJULI. Era, desde luego, una forma de advertencia severa para frenar los ímpetus peronistas en las calles.
El proceso, como se sabe, no culminará el 11 de marzo. En la segunda vuelta se operará la definición, tal como lo estipulan las nuevas reglas de juego que esta vez se denominan Ballotage. Luego vendrá el período de relax: un poder ejecutivo que prepara su desarticulación y un gobierno electo que se apresta a ejercer las nuevas funciones. Claro que según quién sea el triunfador, las especulaciones sobre la entrega del poder seguirán subsistiendo del mismo modo en que muchos no se convencen de la realización de los comicios hasta el día mismo de esos comicios.

El Gran Acuerdo Nacional
Desde que se abriera el proceso de institucionalización se computaron una serie de hechos, que ahora vale la pena recordar en su exacto momento histórico. La misión del coronel Francisco Antonio Cornicelli, por ejemplo, a quien Lanusse envió a Madrid a iniciar el diálogo directo con Perón. Esa entrevista se efectuó en abril del 71, pero su contenido se mantuvo en secreto —por ambas partes— durante 15 meses. Algo realmente insólito si se observa ahora en qué concluyeron aquellas tratativas de
pacificación y entendimiento. La idea de Lanusse era por entonces concretar un gran acuerdo histórico con el jefe peronista. Pero se equivocó.
La fracción más reacia a formalizar ese convenio político fue, en un primer instante, la Marina. Pero con el reemplazo del almirante Pedro Gnavi por Guido Natal Coda, la situación mejoró notablemente para Lanusse dentro de la Junta de Comandantes en Jefe.
No sería descabellado calificar de "época de oro" en las tratativas Perón-Lanusse a esos meses de grandes jugadas de ajedrez, donde ambos contaban todavía con la expectante pasividad de los dirigentes políticos.
La Hora del Pueblo, como "instituto político" a través del cual se elaboraron las propuestas más significativas para lograr la "normalización institucional" apuntaba para la estrategia de Lanusse como el instrumento más eficaz para estructurar ese Gran Acuerdo Nacional. Se partió de una hipótesis de trabajo planteada sobre la supuesta aquiescencia de Perón, la UCR y las Fuerzas Armadas para ungir un candidato presidencial en común, con la base de un sólido GAN.
Ese candidato se fue perfilando en el general Lanusse. Su vocación política puede rastrearse en los años de conspiración contra Perón —su posible aliado de veinte años después— en los albores de la década del 50. Cuatro años de cárcel lo foguearon tras la absurda sublevación del general Benjamín Menéndez, la que corto de un guadañazo una camada de jóvenes oficiales.
Su figura que ya para algunos sectores era potable, se fortaleció después de dominar el alzamiento de Azul y Olavarría (8 de octubre de 1971), pero se esfumó lentamente en el transcurso de 1972 cuando los engranajes del acuerdo comenzaron a atascarse. A ello debe sumarse un sensible desmejoramiento de la situación económica que nubló su futuro político. Para consolidar su posible candidatura y obtener una mayor fluidez en sus negociaciones con Perón, Lanusse dio uno de los más audaces golpes de efecto en setiembre de 1971 al devolver el cadáver de Evita, reclamado durante quince años tanto por los familiares como por el Movimiento Justicialista. A las nueve de la noche del 3 de setiembre, el embajador argentino en España, Jorge Rojas Silveyra, hizo entrega a Perón del féretro que contenía los restos de su ex esposa, tras lo cual se encerró en un extraño silencio y se desconectaron los teléfonos de la Quinta 17 de Octubre. En Buenos Aires no se registraron explosiones como se esperaba, aunque la Confederación General del Trabajo propuso un paro en memoria de "la que fuera Jefa Espiritual de la Nación" que no llegó a cumplirse, pero a nadie escapó que a partir de entonces la relación de fuerzas entre Perón y el gobierno tendían a equilibrarse.
Quienes aplicaban el lenguaje futbolístico, entendían que Lanusse había marcado un gol antes de terminar "el primer tiempo", por lo que Perón tendrá que salir a empatar el partido aunque estuvo a punto de ver vencida su valla por segunda vez. En esos días Canal 9 de Buenos Aires iba a trasmitir por vía satélite la cena con que en Madrid se celebraría su 76º aniversario, y al finalizar el ágape —se dijo— Lanusse lo saludaría en nombre del pueblo argentino pero no sucedió así.

La gestión de Paladino
Setiembre fue un mes crítico, sobre todo en el interior del país. En Corrientes, a mil kilómetros de la capital, el gobierno impuso el toque de queda debido a las manifestaciones estudiantiles y su enfrentamiento con la policía. Se quería evitar la repetición de los sucesos del 15 de mayo de 1969 en esa ciudad, cuando murió el estudiante Juan José Cabral y se abrió la instancia del Cordobazo.
Después de la entrega de los restos de Evita, el peronismo se vio nuevamente sacudido cuando Jorge Daniel Paladino —entonces delegado personal de Perón— dimitió luego de una larga y sórdida lucha con el secretario privado del líder, José López Rega.
En su último viaje para entrevistarse con Perón (octubre de 1971) Paladino notó que nadie le daba la bienvenida en el aeropuerto de Barajas como un preanuncio de que prescindirían de sus servicios. Luego el líder se negó a apadrinar a uno de sus hijos y finalmente lo obligó a un peligroso careo con los dirigentes gremiales, quienes asumieron hacia él una actitud arbitral.
De todos los delegados personales que representaron a Perón en la Argentina, Paladino había sido el que mayor autonomía gozara durante su gestión. Militante en las filas de la resistencia peronista, tuvo en sus manos las negociaciones entre su representado y el gobierno militar, y también se le encargó formalizar la participación del justicialismo en La Hora del Pueblo. Sin embargo, los gremialistas nunca confiaron en él por la independencia con que se movía con respecto a la verticalidad de las masas. Esas inquietudes también llegaron a la Puerta de Hierro.
De Madrid regresó con las manos vacías mientras que las cartas y las instrucciones comenzaron a tener otros destinatarios. A fines de octubre los sindicalistas trajeron la orden de reincorporar a los compañeros expulsados durante la conducción global de Paladino de las 62 Organizaciones, lo que de esa manera revitalizaba la posición gremial ante la conducción política del movimiento. El último acto del ciclo paladinista se cerró abruptamente con una carta que Perón entregó a Juana Larrauri: era la orden de neutralizar totalmente al delegado. Flanqueado por el jefe máximo, sin apoyo interno, con escaso margen para seguir negociando en La Hora del Pueblo por el desaire que sufrió cuando sus aliados se negaron a producir un documento contra el Gobierno. Paladino renunció el 3 de noviembre.
En su lugar fue designado Héctor J. Cámpora, uno de los más consecuentes adictos a Perón. El suceso, si bien implicó un amago de crisis en el justicialismo (la mayoría de los miembros del Consejo Superior intentó respaldarlo), rescató para Perón la imagen de ser inamovible en su liderazgo y demostró una vez más su capacidad para retomar la iniciativa, aun en los momentos más desfavorables. Con la defenestración de Paladino, si bien las tratativas no entraron en una vía muerta, tomaron otros rumbos hasta que poco a poco Perón fue diluyendo la posibilidad de un acuerdo que, en definitiva, no le interesaba.

Vuelven los partidos
En los primeros días de enero de 1972 la situación tendió a complicarse ante la insistencia de la candidatura del ex presidente, a tal punto que el Ministro del Interior dijo que esa posibilidad "conduciría a un callejón sin salida". Esas palabras de Mor Roig irritaron al peronismo. Es importante recalcar que el endurecimiento de las posiciones por ambos lados se debió, sobre todo, al insoluble problema de las candidaturas de Perón y de Lanusse y que recién pareció agotarse en el último trimestre del año pasado. De todas maneras, a medida que se cumplían las pautas del calendario electoral, el 26 de enero el justicialismo obtuvo su personería jurídica. Se clausuraba así un período de 17 años de marginación.
A no ser por la puja de candidaturas, no existía todavía el menor interés popular hacia el proceso eleccionario; fundamentalmente porque todavía se transitaba por la etapa de índole técnica que los partidos debieron cumplimentar de acuerdo al Estatuto de los Partidos Políticos. Hubo que finiquitar los padrones de afiliados, tomar contacto con la justicia electoral, sortear el ríspido escollo de renovar autoridades en el orden nacional y después convocar a sus respectivas convenciones a efectos de aprobar sus bases programáticas.
Aquel verano del 72 no prometía —debido al receso oficial— medidas espectaculares, aunque sí, preocupaba la elaboración de las reformas a la Ley Electoral y las que se introducirían en la Constitución Nacional, dos pautas previstas para ese año, pero que ya habían despertado recelo en los sectores interesados.
Para esa fecha los partidos recién daban comienzo a su reorganización. Todos arrastraban los mismos desajustes que antes de ser congelados en 1966. En el socialismo, por ejemplo, todas las tentativas para unificar los grupos en un solo partido, se estrellaron contra las arcaicas exigencias de un sector y el constante fraccionamiento del otro. Algo similar ocurría con los demócratas cristianos, escindidos en dos grupos liderados por Horacio Sueldo y José Antonio Allende.
En la mayoría de los casos, esa crisis se reflejaría en la afiliación. Y aunque sin atravesar por una situación parecida, los radicales — en los meses que duró el periodo de inscripción— sólo pudieron reunir en la Capital Federal 60 mil adherentes: la mitad del arsenal humano que disponían antes del golpe del 66.
Por otra parte, el estatuto de los partidos planteaba también un problema que debía resolverse con urgencia. Las agrupaciones medias o minoritarias para quedar constituidas en el orden nacional, es decir, para poder designar candidatos a presidente y vice, debían contar con un mínimo de 4 mil afiliados y el reconocimiento judicial en por lo menos cinco distritos electorales (cada provincia es un distrito, al igual que la Capital Federal). De todo el lote, solamente la UCR había logrado llenar ese requisito por mantener intacta su estructura partidaria. Pero el hecho más saliente fue, desde luego, la institucionalización del peronismo.
Entre el martes 1º y el miércoles 2 de febrero, Lanusse expuso ante los generales, almirantes y brigadieres, por separado, los lineamientos que el gobierno se proponía desarrollar para institucionalizar el país. Para el presidente, la tercera etapa de la Revolución Argentina había producido uno de los hechos más importantes en los últimos años: la incorporación del justicialismo a la vida política argentina "dentro de un encuadre que tiene como primordial condición el gobierno de las mayorías, pero con un permanente respeto a las minorías y la vigencia de su derecho de control sobre la actuación de los gobiernos".

Sallustro, Sánchez y Frigerio
Pero el camino no sería tan fácil de recorrer. Un par de sucesos atrajeron la atención del país durante el mes de marzo de 1972: 1) el secuestro del industrial italiano Oberdan Sallustro, director general de FIAT Concord; y 2) el espectacular anuncio de la creación del Frente Cívico de Liberación Nacional (FRECILINA), por indicación expresa de Perón, en busca de otro instrumento que le brindara mayor agilidad para desarrollar su táctica frente al gobierno.
En el primer caso, la prisión de Sallustro cubrió la primera página de los diarios durante semanas, mientras que el trámite de su rescate (FIAT estaba dispuesta a pagar la suma que se exigiera) fue dramático después que el gobierno impidió todo tipo de negociación con los captores, dejando al borde del abismo la suerte del prisionero. El episodio terminó en tragedia hacia el mediodía del lunes 10 de abril, cuando Sallustro fue ultimado por quienes lo custodiaban en una vivienda de la calle Zufriategui, a raíz del allanamiento ocasional de la casa y por motivos ajenos al secuestro.
Pero el mismo día, dos horas antes, otra noticia exaltó aún más los ánimos. En Rosario, el general Juan Carlos Sánchez, comandante del Cuerpo II de Ejército, caía muerto bajo una lluvia de balas cuando se dirigía en coche al regimiento. Todo eso puso en pie de guerra a las Fuerzas Armadas, desencadeno una represión inusual y amenazó con el coletazo de una nueva crisis. Fue el día más difícil de Lanusse.
Para complicar aún más el panorama, desde Madrid llegaban apresuradas informaciones desmintiendo que el documento por el cual se llamaba a todos los partidos para integrarlo, fuera auténticamente de Perón. Una carta suya aparecida a principios de febrero en la revista Las Bases (con el título de "La única verdad es la realidad") sirvió de sustento filosófico para el nacimiento del nuevo Frente. La idea había sido sugerida por
Rogelio Frigerio, quien visitara a Perón a fines de enero.
Fue previsible que el contenido del documento publicado por Las Bases (y la decisión de crear otro Frente de acción política) obraran en deterioro de lo que hasta entonces se pudo considerar como un período de "buenas relaciones" entre Perón y el Gobierno. A su vez, otros dos motivos concordaron para facilitar la ruptura. El primero fue el silencio de Perón ante la muerte de Sallustro y del general Sánchez, ya que se esperaba su condena de la violencia; el segundo la directa alusión a las Fuerzas Armadas en el documento citado, a las que señaló como instrumento de "las más tremendas deformaciones y en contra hasta de la propia nacionalidad".
De esa manera. Perón reactualizó su famoso juego pendular, y pudo ser participe del proceso, ya sea para detenerlo o para utilizarlo, según las circunstancias. Ese juego pendular Perón lo aplicó prolijamente tanto en La Hora del Pueblo, en el Encuentro de los Argentinos, y hasta en su propio Frente de Liberación.
Como el cuadro de situación no era muy alentador, el gobierno prefirió debilitar a Perón quitándole otras banderas de guerra. Empezó por cambiarle su status de exiliado en España y facilitar los trámites para que la justicia prescribiera las causas pendientes "por defraudación, malversación de fondos y traición a la patria", además de restituirle sus derechos políticos de votar y ser votado. Esas medidas permitieron que el 1º de mayo, en San Andrés de Giles, Perón fuera proclamado candidato a Presidente de la Nación, pero fue justamente esta coyuntura la que desencadenó la réplica de Lanusse.

El duelo Perón-Lanusse
En dos discursos (los pronunciados en Río Gallegos y en Trelew) el presidente se dirigió a Perón — sin nombrarlo— en términos que definieron el nuevo estilo que utilizaría en adelante: "No creo en iluminados —dijo—, en los únicos poseedores de la verdad, en los hombres providenciales".
El 31 de mayo de 1972, desde la ciudad de San Nicolás, Lanusse concretó los principales puntos del Gran Acuerdo Nacional. Esas líneas básicas consistían en garantizar la presencia de las Fuerzas Armadas en el Gobierno que surgiera de las elecciones y que éstas podrán ser factibles en la medida que los partidos políticos se avinieran a negociar en la mesa del acuerdo, tanto sus programas, como sus candidaturas y las reglas del juego. Ese discurso fue el más revelador de Lanusse, pues explicaba toda la primera etapa del proceso político electoral.
Veinticuatro horas más tarde, desde Madrid Perón analizó las palabras de San Nicolás y pontificó: "En la Argentina se intenta hacer pervivir el continuismo que, con la promesa de una democracia vigilada, pretende instaurar un gobierno controlado. Ahora se nos habla de un gobierno de coalición, pero también controlado: el mismo perro, pero con otro collar".
En Trelew, Lanusse dijo: "Todos los argentinos deben jugarse pero aquí, en nuestra tierra, arriesgándolo todo por la causa argentina". Esto dio oportunidad a Perón para definir su concepto del lugar que deben ocupar los jefes durante la batalla: "Yo ejerzo la conducción estratégica del Movimiento Nacional Justicialista, y si supieran algo de estrategia, recordarían que en las operaciones de este carácter se recomienda que el comando esté lo suficientemente alejado de las acciones tácticas, a fin de no verse envuelto en los episodios parciales que pudieran influenciarlo y también para asegurar su independencia y seguridad". Más brevemente, Perón optaba por permanecer en España como siguiendo una máxima de esa tierra: "Quien concierta con quien pide paz para unir sus fuerzas, no espera paz, sino una cruelísima guerra".
Esa guerra quedó declarada, por una parte con la ratificación de las Fuerzas Armadas de no ser prescindentes en el proceso, y por la otra cuando Perón optó por desgastar la figura de Lanusse, dando a conocer un secreto hasta entonces no develado. Desde Madrid, hizo conocer algunos aspectos de su conversación mantenida en abril de 1971 con el coronel Cornicelli —enviado de Lanusse—, como prueba de que por muchos medios se buscaba negociar con él y neutralizarlo.
La contestación de Lanusse fue inmediata: el 3 de julio los periodistas tuvieron en sus manos la versión completa de aquella entrevista y cuatro días más tarde, en la comida anual de camaradería de las Fuerzas Armadas, el presidente se vio obligado a aclarar que "no se trataba de una negociación". Pero se desquitó en seguida cuando puso a Perón contra la pared al anunciarle que los funcionarios del gobierno que no renunciaran antes del 25 de agosto, y los argentinos que no volvieran al país antes de esa misma fecha, no podrían ser candidatos. Era una autoeliminación y la eliminación de su adversario. El abrazo del oso: los dos caerían al vacío.
En otro discurso —pronunciado esta vez en el Colegio Militar— Lanusse volvió a provocar a Perón en un tono cada vez más duro: lo acusó de no regresar al país "porque no le da el cuero para asumir su parte en el proceso". Es que era el momento de tenerlo contra las cuerdas y Lanusse suponía que Perón no vendría. Lo que no sospechó es que lo traerían. En ese discurso también hubo una admonición para los dirigentes políticos que no se animaban a sentarse en la mesa del Gran Acuerdo, a pesar de haber reorganizado ya sus cuadros partidarios. Todos esperaban a ver qué hacía Perón, antes de entregarse al llamado de Lanusse.

Los famosos 10 puntos
Al acercarse la fecha del 25 de agosto el que dio la nota fue en cambio el ministro de Bienestar Social, Francisco Manrique, quien dimitió a su cargo y se autoproclamó candidato a Presidente, acelerando el proceso político. Manrique mereció la reprobación de Lanusse, quien lo acusó de haber utilizado el ministerio para promover su candidatura.
Vencida la fecha de la proscripción, el peronismo alentó la posibilidad de presionar sobre el Gobierno con una congregación masiva de los partidos políticos, para que en conjunto solicitaran su derogación. Con ese objeto, Cámpora logró orquestar una Asamblea de la Civilidad que se llevó a cabo en el Hotel Savoy el 12 de setiembre, sin que diera resultados a pesar del pronunciamiento masivo de casi todos los sectores, excluidos la UCR y la Nueva Fuerza.
Descartada la candidatura de Lanusse, comenzaron a entretejerse sucedáneos que permitieran la instauración de un gobierno constitucional que llenara todos los requisitos exigidos por la cúpula militar. Ante el hecho, en apariencia irreversible, de mantener la cláusula proscriptiva, Perón remitió al Gobierno un programa de 10 puntos, que Cámpora entregó al entonces secretario de la Junta de Comandantes. brigadier Ezequiel Martínez. Para contestar el golpe con otra jugada de ajedrez, por la noche, el Secretario de Difusión, Edgardo Sajón, hábilmente puntualizó "las coincidencias entre el Gobierno y Perón". Era una manera de neutralizarlo a Perón, haciéndolo partícipe del proceso. Y en verdad, los puntos coincidían...

El regreso de Perón
El 17 de octubre, fecha cara al peronismo, se dio a conocer la convocatoria a elecciones para el 11 de marzo, con doble vuelta en caso de que en una primera votación ninguno de los candidatos lograra más del 50 por ciento de los votos. Previamente fueron aprobadas las enmiendas a la Constitución Nacional, que reformaba los artículos relativos a la elección del presidente, diputados, senadores y la duración del mandato. Los seis años fueron reducidos a cuatro y unificados todos los mandatos. Se eliminaban así las elecciones intermedias para la renovación de las cámaras.
Todas esas medidas no pudieron impedir que en el telón de fondo siguiera proyectándose la figura de Perón como gran protagonista del proceso. Sin él, resultaba imposible componer un espectro electoral en todos sus matices. Forzado por las circunstancias, el líder accedió a trepar al jet especialmente contratado (un avión charter italiano) y cruzar el Atlántico.
El regreso fue anunciado por Cámpora el 7 de noviembre en el Congreso Justicialista, para diez días después y a las 11 de la mañana en Ezeiza. Con un suspenso pocas veces vivido en el país, se cumplió el Operativo Charter; pero cuarenta y ocho horas antes el gobierno había montado un dispositivo de seguridad que comprendió alrededor de 10 mil hombres, para evitar la afluencia masiva del peronismo al aeropuerto.
La lluvia caía copiosamente cuando Perón descendió por la escalerilla del avión y se introdujo en un Fairlane junto con su esposa, flanqueado por una docena de motociclistas. Era un momento histórico, pues se estaba poniendo fin a diez y siete años de exilio. De todas maneras debieron trascurrir otras diez y nueve horas de tensión antes que el viajero se alojara en su residencia de Vicente López.
La presencia de Perón en Buenos Aires produjo algún desconcierto en las esferas oficiales, donde costaba asimilar el impacto: Lanusse mismo confesó más tarde que nunca creyó que el viaje se concretaría. Tal vez por eso se ha dicho que el regreso se debió a dos errores simultáneos: por un lado el gobierno no creía en el retorno y por el otro Perón no imaginaba que iba a permitírsele volver a su patria.
Instalado en la residencia de Vicente López su conversación con los políticos —Balbín incluido— no produjo ningún vuelco de la situación a su favor. El 20 de noviembre Perón convocó a una asamblea en el restaurante Nino, a la que concurrieron (excepto Nueva Fuerza, el Partido Socialista de los Trabajadores, la conjunción de partidos que sostienen a Manrique y las pequeñas agrupaciones del interior) la mayoría de los dirigentes políticos gremiales y empresarios. Se trataron los temas más candentes de la realidad nacional, pero no hubo acuerdo en el sentido de nuclear a las fuerzas presentes en torno a la candidatura de Perón.

Aparece el Frejuli
De todas maneras se integró una mesa de tareas que produjo un documento en el cual figuraba el pedido de derogación de la cláusula proscriptiva del 25 de agosto y la libertad de los presos políticos, el que sería luego entregado al gobierno. Más tarde, el atisbo de acuerdo derivado de la asamblea del Nino sufrió una sensible merma al anunciarse la creación del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), que motivó el retiro de la UCR, el Partido Socialista de los Trabajadores, el Intransigente, el Demócrata Progresista y el Cristiano Revolucionario, como también un sector del ENA y los representantes del Partido Comunista.
Fue indudable que a partir del regreso de Perón, el proceso político adquirió una nueva dinámica. La aparición del FREJULI en la escena electoral propuso una opción para quienes debieron medir sus fuerzas con respecto a enfrentar las urnas solos o integrados en un esquema absorbente. Si por un lado el nuevo frente limitaba la independencia partidaria, por otro ofrecía la perspectiva de entroncarse en un movimiento con todas las posibilidades de éxito.
Después de permanecer veintisiete días en el país. Perón emprendió viaje primero a Paraguay, de donde pasó al Perú y otros países sudamericanos antes de recalar nuevamente en Madrid. Su presencia en la Argentina fue calificada de positiva por el gobierno y tuvo para él el valor de la experiencia directa con la realidad nacional. Su bien cuidado mito pudo haber perdido vigor, ganó en cambio en cuanto a participar, aunque con brevedad, en un proceso del cual fue y es uno de los principales protagonistas.
Antes de partir ofreció su renunciamiento y designó a Cámpora como candidato por el Frente Justicialista. De esa manera desató la lucha de tendencias que anidaron en un movimiento durante diez y siete años, pero eligió al único en quien realmente confiaba en ese momento. Cámpora fue resistido, pero hubo que aceptarlo porque las órdenes de Perón nunca se discuten en el movimiento. De ese modo hubo que aceptarlo también a Vicente Solano Lima.
En los partidos que no integran el FREJULI, las etapas de la reorganización interna se cumplieron con diferentes alternativas. La UCR convocó a sus adherentes a elecciones para designar su fórmula presidencial el 26 de noviembre, de la que surgió victorioso el binomio Ricardo Balbín-Eduardo Gamond (y aunque derrotado en la confrontación, se reveló una nueva figura en el horizonte del radicalismo: Raúl Alfonsín).

El Resultado Final
La estrategia oficial destinada a captar los partidos políticos más importantes fracasó, ya sea por una desafortunada coyuntura histórica o porque esos partidos prefirieron atenerse a su propio esquema. Desechado el GAN como solución nacional, el gobierno se conforma ahora con un pequeño programa de 5 puntos, en el que los políticos advierten una forma de control para la futura tarea de gobierno. Son las nuevas "reglas del juego" que han debido modificarse infinidad de veces.
Veinte días antes de la elección, Lanusse dijo que se seguirán dictando reglas "cada vez que sea necesario". En realidad, al final del sinuoso sendero por el que hubo que transitar, subsisten los partidos, las alianzas y los frentes que las aceptaron a medias o que directamente las rechazaron. En la complejidad de la vida política argentina no es fácil imponerlas, aunque el contrincante se siente para negociarlas.
El resultado verdadero de todo este proceso no puede medirse con la misma vara inicial. Ya no es el Gran Acuerdo Nacional —como quería Lanusse— lo que importa realmente; ni es la candidatura de Perón —como ansiaban los justicialistas—, pues ambas cosas quedaron en el camino y nadie se acuerda de ellas. Lo que ahora tiene significado es la apertura electoral franca y abierta, la única consulta válida para saber qué piensa el pueblo de todo esto.
Las fuerzas armadas no han sido mejores gobernantes que las fuerzas civiles y ahora necesitan devolver el poder al régimen constitucional. Entre otras cosas porque no tienen otra salida. El peronismo, por su parte, recuperó su vigencia y su legalidad para aspirar a reinstalarse en el gobierno, pero también ha perdido algunas banderas en la guerra y ahora se le abre una perspectiva distinta, mucho más seria. El radicalismo, que le lleva 50 años de ventaja, contempla el proceso con una gran serenidad.
Carlos Russo

 

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