Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


LAS ELECCIONES DEL 18 DE MARZO DE 1962
¡AQUEL SI QUE FUE UN GRAN DESACUERDO!
Revista Siete Días Ilustrados
06.03.1972

Hace 10 años, el triunfo electoral del peronismo desató resistencias que provocaron la caída de Arturo Frondizi. Un recuento de aquella peripecia, en momentos en que el GAN marca una actitud opuesta: los beneficios de la experiencia.
"Mi amigo, quédese tranquilo. Usted no será caballo sino jockey." En su estilo inconfundible, Juan Domingo Perón desplegó la metáfora ante Andrés Framini y, para demostrar su veracidad, se autoproclamó allí mismo como el segundo del dirigente textil en la fórmula con que el justicialismo marcharía en pos de la gobernación de la provincia de Buenos Aires. La decisión se tomó en la mítica residencia madrileña de Puerta de Hierro hacia fines de 1961. Tres meses después, el 18 de marzo de 1962, se realizarían elecciones nacionales para renovar parcialmente las cámaras legislativas y la gobernación de algunas provincias.
La fórmula Framini - Perón era más que una opción: con esos u otros nombres, lo concreto era que el peronismo, tras siete años de proscripción, se aprestaba a retornar al ruedo político por los andariveles de la legalidad. Un lejano —y fallido— antecedente del Gran Acuerdo Nacional se bocetaba entonces y uno de aquellos protagonistas lo es nuevamente hoy. "No concurriremos a esas elecciones: nuestra victoria electoral puede trasformarse en nuestra peor derrota política", había afirmado Perón pocas semanas antes. Su opinión varió luego del peregrinaje a Madrid de una delegación gremial encabezada por Augusto Timoteo 'El Lobo' Vandor. El propio Framini advirtió "No soy candidato" en el momento de su partida hacia la fortaleza del jefe. Luego justificaría el giro: así integrada la fórmula, aseguró, los pequeños partidos neoperonistas quedaban desarticulados.
Sin embargo, el tándem Framini-Perón no duraría demasiado. Un acta firmada por el ministro del Interior, Alfredo Vítolo, y por los secretarios de Ejército, Marina y Aeronáutica, señaló que "Perón fue declarado rebelde en distintas causas penales y, por su condición de prófugo, ha sido eliminado del Registro de Electores. En consecuencia, no puede ser elegido quien no puede elegir". Por entonces, el veto no podía sorprender demasiado. El propio Perón conocía su inevitabilidad y a partir de allí los analistas políticos entrevieron en su candidatura una suerte de cuerda de ayuda a Frondizi: al forzar la proscripción, el caudillo justicialista ofrecía al entonces presidente la oportunidad de sortear el callejón creado por la segura victoria peronista.
Se dice que la advertencia de las Fuerzas Armadas a Frondizi fue clara: "Usted haga lo que quiera, señor, pero sepa que si gana el peronismo sobrevendrá una catástrofe y el país marchará inexorablemente hacia la anarquía". Con esa espada de Damocles pendiente sobre su sillón, Arturo Frondizi debía, inevitablemente, jugar su carta. Tras una serie de análisis, consultas y reuniones, se decidió que, salvo Perón, no serían proscriptos otros candidatos justicialistas. Resultó una decisión difícil en una etapa particularmente crítica de la administración frondizista, enfrentada a grandes huelgas, incipientes movimientos guerrilleros y a las resistencias despertadas, en algunos sectores, por sus políticas internacional y petrolera.
Algunos ensayos previos —elecciones provinciales en Santa Fe, Catamarca, Formosa y San Luis, bastiones del oficialismo— otorgaron al gobierno las victorias necesarias como para convocar con prudente confianza a las elecciones del 18 de marzo de 1962. A partir de entonces, y del anuncio de la inexistencia de proscripciones, tanto el peronismo como las Fuerzas Armadas comenzaron a tejer sus estrategias, que confluían en esa encrucijada cuyo vértice caía exactamente sobre las espaldas de Frondizi. Jaqueado, el presidente recibió de Perón la posibilidad de una válvula (la orden de votar en blanco) que finalmente no se abrió.
El veto a la candidatura de Perón no significó —como pudo haberse previsto— la desaparición del peronismo como participante directo en las elecciones. La candidatura del dirigente textil Andrés Framini aparecía ya lo bastante consolidada como para seguir vigente: el abogado Marcos Anglada suplió a Perón para el cargo de vicegobernador. El justicialismo, a través de sus propios partidos —de acuerdo a los distritos éstos eran el Blanco, Populista, Tres Banderas, Laborista o Unión Popular—, se lanzaba a una batalla de la que había sido erradicado en los años previos. La orden de Perón de votar finalmente en blanco no detuvo un mecanismo que ya había echado a andar y escapaba a su voluntad.

PREPARANDO EL DIA D
A Frondizi no se le ocultaba cuál sería el resultado de las elecciones. Así, los doctores Colombres y Oyhanarte, miembros de la Suprema Corte de Justicia, elaboraron en los días previos a los comicios un proyecto de decreto de intervención a la provincia de Buenos Aires. El arma, sin embargo, no iba a ser disparada inmediatamente; la idea consistía en entregar el poder a los previsibles triunfadores y, desatada la agitación que seguramente provocaría, poner en vigencia el decreto. De ese modo nadie podría acusar al gobierno de proscriptor, ni las Fuerzas Armadas llegarían a materializar sus amenazas golpistas.
Entretanto, la campaña electoral seguía adelante fragorosamente. La maratón de Framini se inició en Berisso y alcanzó su cénit en San Isidro, con un discurso vitriólico, en cuyo ataque a las Fuerzas Armadas muchos creyeron ver una invitación a la revuelta. La posibilidad de un harakiri fue insistentemente mencionada en esos días, e incluso La Nación dio cuenta de una presunta entrevista entre Framini y Frondizi, en la cual aquél habría pedido la proscripción. El dirigente peronista no sólo lo desmintió; además contraatacó asegurando que un funcionario oficial lo buscaba afanosamente para pedirle que no se presentara a las elecciones. Mientras Framini reafirmaba su candidatura, la fórmula del radicalismo del Pueblo sufría una modificación ajena a los tejes y manejes políticos de la situación: mientras hablaba en Berisso, el triunfo. La superioridad en las urnas, sumada al fervor de los festejantes, parecía indicar que difícilmente se podría privar a los candidatos electos de sus cargos. No fue así. El lunes 19, el proyecto de intervención caía sobre las cinco provincias más importantes ganadas por el peronismo. Vítolo se negó a convalidarlo y renunció; firmó, en cambio, el ministro de Defensa, Villar, luego reemplazado por Rodolfo Martínez, mientras Hugo Vaca Narvaja asumía el cargo en Interior. Las masas peronistas, que menos de veinticuatro horas antes se paseaban en jubileo, no fueron convocadas como factor de presión para defender lo ganado. En cambio, Framini prefirió presentarse con un escribano a reclamar su puesto, en la Casa de Gobierno de La Plata.

COMIENZA EL FINAL
Quienes en cambio sí presionaron drásticamente fueron los mandos militares, obligando así a precipitar los planes del presidente. Los planteamientos de las Fuerzas Armadas, elevados durante el mismo domingo y anunciados por el general Raúl Poggi, comandante en Jefe del Ejército, se resumían en : a) intervención; b) erradicación del frigerismo; c) eliminación del comunismo (que había apoyado al peronismo); d) proscripción del peronismo incluyendo sus emblemas doctrinales y partidarios.
Dos días después, las presiones se ampliarían y profundizarían. El Ejército y la Aeronáutica coincidían en que Frondizi podía seguir siendo presidente en tanto aceptara un gabinete de coalición y un plan de gobierno, ambos lucubrados por las Fuerzas Armadas. La Marina iba más allá: exigía la renuncia voluntaria e indeclinable del presidente —modo de eliminarlo manteniendo la constitucionalidad—; de lo contrario proponía su destitución.
Lo que siguió fue una pendiente inexorable. La capacidad de maniobra de Frondizi, la mediación de Pedro Eugenio Aramburu, el legalismo de un sector de la Aeronáutica y de Campo de Mayo (cuyo jefe era Juan Carlos Onganía) fueron postergando un hecho previsible: la caída de un gobierno constitucional. Finalmente las reservas y los conciliábulos se agotaron, la presión de Poggi se hizo incontenible y, el 29 de marzo, Frondizi era destituido y trasladado por la fuerza a Martín García.
No he renunciado, no me suicidaré, no me iré del país", dijo entonces.
A 10 años de aquellas elecciones, el peronismo vuelve a internarse por los pacíficos senderos de la constitucionalidad. Ahora, sin embargo, la lección parece haber sido aprendida: al integrarlo —fin específico del Gran Acuerdo Nacional— el gobierno de las Fuerzas Armadas se propone evitar pérdidas de tiempo. Tal, la enseñanza del 18 de marzo de 1962.

FRIGERIO:
LA DISPERSION DE FUERZAS FACILITO EL GOLPE
Rogelio Frigerio, ideólogo del desarrollismo, escribió para SIETE DIAS el siguiente análisis acerca de las elecciones del 18 de marzo de 1962, y su proyección en la historia política argentina.
El 18 de marzo de 1962 la historia argentina llegaba al punto de una verdadera encrucijada. Habían trascurrido cuatro años del primer gobierno constitucional tras la caída del general Perón, y se trataba de consolidar las banderas de "legalidad para todos, paz social y desarrollo" que se había propuesto el movimiento nacional para el período 1958-64. El punto consistía en emerger de los comicios en condiciones de completar el ciclo, para poder seguir la marcha del proceso revolucionario. Quizá quien mejor haya visto esta perspectiva, desde fuera del gobierno, fue el general Perón. Conforme a una versión que corrió entonces, con serios visos de autenticidad, aconsejó a sus partidarios la abstención en algunos distritos importantes, como alternativa de un frente político muy difícil de lograr. Les habría dicho: "¿Para qué concurrir a los comicios? Si ganamos, lo perdemos todo; y si nos derrotan, ¿qué sentido tendría presentarse?". Pienso que hasta último momento ésta fue la tesis de Perón, quien sin embargo aceptó la concurrencia porque sus cuadros dirigentes, especialmente el grupo acaudillado por Augusto Vandor, así lo aconsejaba. Es parte de la sabiduría de un jefe dejarse convencer por sus lugartenientes principales, aquellos que mantienen fluido contacto con la masa.
¿La abstención peronista y el triunfo de los candidatos oficiales habrían bastado para evitar el golpe? Seguramente, no. La decisión de derribar al gobierno estaba tomada y los pretextos para justificarlo cubrían la gama completa de las posibilidades: a) La alianza con el peronismo sería exhibida como una prueba de la supervivencia del "pacto" y la derrota definitiva de la Revolución Libertadora. Todo esto resultaba intolerable para las FF.AA., en la doctrina de la conducción golpista. b) La derrota a manos del radicalismo del Pueblo y los grupos menores mostraría la impopularidad del gobierno y obraría como sobrada justificación del golpe. Perdido el consenso popular, habría caído la legitimidad del poder.
El trámite electoral y los resultados comiciales no se acordaron con estas hipótesis, pero de todos modos el plan siguió su marcha en medio de alternativas que trascurrieron durante diez días, al cabo de los cuales se produjo el "golpe".
¿El movimiento nacional estaba en condiciones de derrotar al enemigo nacional? Pienso que sí. Por ello es útil volver sobre estos episodios: para sacar de la experiencia vivida conclusiones válidas para la estrategia y la táctica del movimiento nacional.
Los resultados electorales revelaron un importante avance del oficialismo desde las posiciones de franca derrota registradas dos años antes. Ganó en la Capital Federal y en importantes provincias, como Santa Fe y Entre Ríos. Votaron por el gobierno no sólo los afiliados a la UCRI sino también amplios sectores independientes. El justicialismo, que concurrió al comicio con distintos nombres, alcanzó, aparte del resonante triunfo en la provincia de Buenos Aires, el mayor número de sufragios en toda la República, aunque superando por escaso margen al oficialismo. El resto de los partidos disminuyó apreciablemente su caudal electoral y el radicalismo del Pueblo, eje del golpismo, sólo ganó en un distrito, justamente el de Córdoba, donde la conducción partidaria se mostraba menos adicta a la posición ultra de la conducción nacional.
Como ya había ocurrido en julio de 1957, en ocasión de los comicios para elegir la Constituyente (el famoso "recuento globular" del gobierno provisorio), los partidos del Frente acudieron divididos, pero entre ambos superaban largamente los dos tercios de los sufragios y pusieron en evidencia su carácter mayoritario. En un documento de autocrítica sobre lo actuado en el período 1958-62, escrito a pocos días de la caída, define el contenido de los votos justicialistas en términos que me siguen pareciendo justos: "El frente justicialista votó por la justicia social, las fuentes de trabajo y la defensa del salario, contra la reacción y las minorías privilegiadas. El aporte fundamental fue el de los trabajadores de las ciudades y del campo, preocupados por el descenso de su nivel de vida. Votaron como reivindicación de la época en que el gobierno peronista pudo satisfacer sus aspiraciones y como protesta contra los planes de gobierno, puesto que aún no palpaban las consecuencias del plan de desarrollo —demorado en su ejecución, como hemos visto—, en el sentido de mejorar los ingresos del pueblo. Este voto masivo no puede interpretarse de ninguna manera como un voto en favor de la reacción y del golpe. Por el contrario, al votar por sus propios candidatos el justicialismo rechazó el voto negativo o el voto en blanco, que favorecía a los partidos minoritarios".
Los resultados comiciales, expresión de la ruptura del Frente de 1958, muestran, como ocurrió en 1957 y se repitió luego en nuestra historia reciente, que un solo sector, aunque sea el más numeroso y aun el fundamental de la sociedad argentina, no puede, en las condiciones del país, enfrentar solo a la reacción. La consigna de "derrotar al gobierno", lanzada durante la campaña electoral, alcanzó su objetivo, pero lo hizo de una manera trágica. Si alguien resultó perdidoso, como lo había previsto el general Perón, fue la clase trabajadora y, por supuesto, su expresión política justicialista.
Es claro que el episodio no puede separarse de su contexto, que es el de un país subdesarrollado; ni de su historia, la del movimiento nacional.
En un país subdesarrollado el objetivo que unifica a todas las voluntades consiste en emerger del subdesarrollo. Los intereses históricos de los sectores coinciden en ese punto. Los déficit, los fracasos y las frustraciones de cada uno de ellos se reflejan de inmediato en todos los demás. Ello no quiere decir que no haya intereses sectoriales contrapuestos, ni que pueda asegurarse una suerte de armisticio indefinido entre los grupos. Ocurre, en cambio, que el interés común prevalece sobre los conflictos internos y que la solución general facilita la solución particular. Estas son las condiciones objetivas de la alianza de clases. Este es el esquema que da fundamento al frente como estructura política.
La historia del movimiento nacional se encarga de ratificar con hechos esta interpretación teórica. En 1945 el peronismo triunfa como movimiento que interpreta la alianza de clases y sectores sociales. Allí están los obreros y los empresarios, la Iglesia y las Fuerzas Armadas. Para los trabajadores, especialmente para los que llegaban del interior, Perón y su fuerza política expresaba la abundancia de trabajo, la dignidad en el desempeño del oficio, la justicia social. Para los empresarios, especialmente para la multitud que nacía y crecía en las condiciones dictadas por la guerra, la posibilidad de expansión en los negocios. La Iglesia se hacía, naturalmente, parte del proceso, y las FF.AA. se aseguraban bases materiales para el cumplimiento de su misión de defensa. Todos se sentían asociados a la empresa nacional. Hacia 1951/52 comienza el resquebrajamiento del frente, y al producirse fina mente el aislamiento de los trabajadores, en 1955, sobreviene la caída. A partir de esa experiencia liminar la historia se empeña machaconamente en señalar el camino. En 1957 la falta de unidad da el triunfo a la reacción; en 1958, la unidad permite la victoria del frente; en 1962 la dispersión de fuerzas facilita el golpe; en 1963 el frente reconstruido no es capaz de integrar a las FF.AA. y sobreviene una nueva derrota; en 1966 la conducción de las FF.AA. no está a la altura del rol histórico que todos los otros sectores le ofrecen y nuevamente triunfa la reacción.
Pienso que ésta es la lección que los argentinos podemos extraer del hecho electoral de 1962 y de su contexto

FRAMINI, HOY: "AHORA TAMPOCO NOS VAN A ENTREGAR EL PODER"
Andrés Framini (57, dos hijos) analizó para SIETE DIAS, mientras veraneaba en Mar del Plata, algunos entretelones de aquellos agitados días de marzo del 62 y comparó la situación que se vivía en esos momentos con la coyuntura que atraviesa hoy la Argentina. Estas son sus declaraciones:
—¿Qué similitudes y qué diferencias encuentra usted entre el proceso electoral actual y los comicios que ganó hace diez años la Unión Popular?
—Las diferencias fundamentales se notan en el terreno económico: en aquel entonces el régimen tenía más margen de maniobra, el deterioro financiero no era tan grande como el que se vive hoy en día. Por eso no se podía pensar, por ejemplo, en una resistencia civil. Ahora, en cambio, ya hay ejemplos de luchas populares. Se puede suponer que ahora tampoco el gobierno está dispuesto a entregarle el poder al peronismo, porque a esta altura del partido nadie duda en la Argentina de que si hay elecciones limpias, sin trampas y sin proscripciones, el justicialismo gana por una mayoría abrumadora.
—¿Cuál cree usted que será, entonces, la salida?
—En el 62 tenía yo serias dudas de que nos entregaran el poder. Y pensaba que si se llegaba a eso no iba a durar mucho en el gobierno de la provincia de Buenos Aires. Mi actual escepticismo se funda en que si antes estaba en juego la gobernación de una provincia, ahora se trata de una elección presidencial.
—¿Qué posición tomará el peronismo frente a esa alternativa?
—Creo que queda bien claro que la única salida que le están dejando al pueblo que ansía su liberación es la lucha revolucionaria.
—¿Usted se refiere a la lucha violenta?
—La revolución se puede hacer por dos caminos. Uno es la salida electoral. Perón va a luchar para acceder al poder de esa manera. Yo soy obediente a las indicaciones de Perón, pero tengo mis serias dudas de que pueda lograrse algo por ese método. Y Perón, que no descuida ningún campo de acción y que tiene una estrategia que contempla todas las instancias, acepta también la posibilidad de acceder al poder por la lucha armada. Yo, personalmente, creo que la revolución no se puede parar y que el proceso se acelera en la medida en que se le cierren las salidas al pueblo.
—¿Perón conoce ese pensamiento suyo? ¿Lo aprueba?
—Por supuesto que sí. Yo no hago nada sin el consentimiento del general. Y Perón navega siempre en la cresta de la ola revolucionaria. Cuando Paladino le dijo a Perón que el gobierno requería, para cumplimentar las estrategias del Gran Acuerdo Nacional, una condena a la guerrilla, el general le respondió que él no podía hacer eso,
porque la guerrilla era su garantía y porque si él condenaba a los combatientes, éstos podían no hacerle caso y pasarle por encima.
—¿Y cómo se integra usted a esa lucha revolucionaria?
—Junto con otros compañeros hemos creado la Línea Revolucionaria Peronista. Y lo hemos hecho porque creemos que el pueblo necesita una organización que capitalice y logre homogeneizar su espíritu de lucha. La revolución se hace con movilizaciones de masas, y para lograrlas hay que pelear por los problemas concretos del pueblo. Y acá hay muchos problemas.
—¿La Línea Revolucionaria Peronista se plantea como una instancia electoral?
—No. Nosotros vamos a estar junto al pueblo, organizándolo. Si hay que trasformar una huelga pasiva en activa, ahí vamos a estar nosotros. Pero ésta no es una organización paralela a la dirección general del Movimiento Justicialista. Respetamos las decisiones del partido y respondemos a la estrategia de Perón.
—¿Quiénes trabajan en la Línea Revolucionaria Peronista?
—Contamos con el apoyo de muchos sectores de la juventud peronista, de curas del Tercer Mundo y de organizaciones gremiales, como la de los docentes. Tenemos dos meses de vida y ya estamos trabajando en Rosario, Santa Fe, Córdoba y Chaco.
—De acuerdo con sus declaraciones, la Línea Revolucionaria Peronista se asemeja mucho a una organización clandestina ...
—Yo diría que trabaja en una capa intermedia entre la superficie y la clandestinidad. Y eso no me asusta: si tengo que ir preso, sabré ir preso; y si tengo que esconderme, me esconderé. Sé que cuento con el apoyo del pueblo.

 

Ir Arriba

 


Framini
Augusto Vandor fue celoso pretor de la fogosa campaña electoral de Andrés Framini.
Framini
Framini votando aquel 18 de marzo

 

 

Poggi
General Poggi
Frondizi
Arturo Frondizi
Framini
Andrés Framini