REPORTAJE AL CANDIDATO RADICAL A LA PRESIDENCIA DE LA
REPUBLICA
RICARDO BALBIN: NO HAY DOS SIN TRES
O LA TERCERA ES LA VENCIDA
Horas después de su consagración, el veterano caudillo
desgranó ante Siete Días sus opiniones sobre la decisiva
coyuntura política que vive el país y explicó qué haría
desde el gobierno en caso de resultar elegido presidente.
Hace pocas semanas, su sonrisa llenó las calles de Buenos
Aires, en afiches murales cuyo epígrafe lo auguraba como
solución para el país. Durante ese lapso pasaron muchas
cosas en la Argentina, pero una de ellas lo tuvo como
protagonista principal: dirimió la candidatura a
presidente de la Nación con uno de sus "hijos políticos",
el abogado de Chascomús Raúl Alfonsín. A los 63 años de
edad, el doctor Ricardo Balbín triunfó en esa competencia
por menos de treinta mil votos —una cifra imprecisa al
cierre de esta edición— y fue proclamado candidato a la
presidencia por el partido Unión Cívica Radical, en
fórmula compartida con el cordobés Eduardo Gamond.
Pero este encumbramiento no es nuevo en la vida del
abogado platense. Ducho en lides políticas, Balbín aspiró
a la primera magistratura en 1952 —acompañado por Arturo
Frondizi— y en 1958 —con el doctor Santiago Del Castillo—.
Aunque derrotado una y otra vez (por Perón y Frondizi,
respectivamente), las huestes radicales han vuelto a
preferirlo como conductor del partido y como hombre capaz,
desde la Casa Rosada, de encauzar al país en la
estabilidad democrática. Una hipótesis que se develará
después del 11 de marzo, pero que ya sirvió de base —al
día siguiente de ser proclamado, el lunes 27— para
enhebrar el diálogo con un redactor de Siete Días.
—Doctor Balbín, ¿la tercera será la vencida?
—No sé. Hay quien dice que no hay dos sin tres. O que la
tercera es la vencida. Son dos maneras de decir.
—¿Y cuál cree que es la aplicable a su caso?
—Ninguna. Es como si fuera de nuevo, nada más.
—¿Qué sintió cuando fue proclamado candidato presidencial?
—Bueno, usted le asignará falsa modestia a lo que le voy a
decir, pero es una cosa natural en mí: tomo a los
acontecimientos como vienen, cualquiera sea su importancia
y su significado. Es como si estuviera cumpliendo con
deberes. Así que estas cosas no me producen otras
sensaciones.
—¿Sabía usted que ganaba?
—Sí, estaba seguro.
—¿Y en qué basaba su confianza?
—Razones que uno tiene: como conocer al partido, conocer a
sus hombres... Sabía que era un momento difícil, pero
confiaba en que el radicalismo iba a votar como lo hizo.
—En caso de ser elegido presidente, en marzo, ¿cuáles son
los puntos prioritarios a desarrollar en función de
gobierno?
—Ya hemos dado pruebas cada vez que el radicalismo ha
llegado al gobierno: el respeto a los derechos de todos,
la seguridad del país —que va determinando la realización
de cada uno en plenitud— y, naturalmente, un proceso
acelerado de producción que necesita la República para
resolver sus problemas vitales. Además, y lo hemos dicho
mucho antes del 66, tenemos que aprender a convivir, a
coincidir y a comprender que los modos políticos marchan
parejos con las nuevas estructuras y los modos de cambio,
tanto económicos como sociales. Creemos que una política
de ese tono va a fortalecer la institucionalidad del
futuro. También hay que lograr básicas coincidencias con
los sectores populares para que se asegure lo que yo
denomino la gran colaboración del Congreso, que es una
herramienta vital para la pacificación y el desarrollo.
—¿Usted cree que es positiva la última reforma
constitucional de facto —realizada por el actual gobierno—
y que, como se dice, acelerará los procedimientos en el
futuro parlamento?
—Bueno, creo que eso es un inconveniente, porque acá se
han llenado bastante de palabras: que el pasado no volvía,
que lo del 63 no se repetía y que era necesario que las
mayorías respaldaran al gobierno. Pero el régimen
electoral que eligieron parecería ser todo lo contrario.
Se busca la elección presidencial por la doble vuelta (el
ballotage), pero se deja consumada la elección de
diputados en la primera vuelta. Así, puede ocurrir que en
la segunda salga un presidente que en la primera no ganó
la mayoría parlamentaria. Máxime por cuanto han adoptado
el sistema proporcional, que a nuestro juicio es otro
error. Hubiéramos deseado el sistema de la Ley Sáenz Peña,
modificado en los guarismos.
CON PERON, EN LA ARGENTINA
—¿Puede hablar de su entrevista con Perón?
—Puedo decirlo todo, sí, todo. No hay nada oculto y los
propósitos son claros. Dicha entrevista fue consecuencia
de una decisión del Comité Nacional y la Comisión de
Asuntos Políticos del partido. Yo
hice la consulta y por unanimidad se decidió que
asistiera. Si yo había hablado con sus representantes en
el país, lógico era suponer que podría hablar con el
mandante, si es que está radicado ya en la Argentina.
—¿Y qué sintió íntimamente?
—Y... un encuentro natural.
—Pero no era encontrarse con cualquier ciudadano. Se trata
de un hombre que ha sido su adversario, su enemigo.
—Exacto, pero como yo ya me había habituado en el
pensamiento antes de que llegara —muchos años antes, en el
sentido de bajar un velo sobre el pasado para pensar en el
futuro—, lo tomé así, como futuro y no como pasado. Fue
una conversación tranquila.
—Políticamente, ¿cómo lo encontró?
—Pienso que más madurado. Más reposado en sus juicios.
Buen razonador. Pero lo fundamental es que sus expresiones
coinciden con las nuestras en el sentido de que es
indispensable trabajar por la institucionalización y
fortalecer la pacificación argentina.
—Esos son los puntos de acuerdo, digamos.
—Los nortes precisos, las coincidencias.
—Bien, ¿y cuáles son los puntos de no coincidencia?
—De eso no hablamos. Cada partido tiene sus propios modos,
ideas y plataformas. Nosotros tenemos ya la nuestra. Y,
además, el justicialismo ha dado su programa de gobierno.
No es tan detallado como el nuestro, pero constituye una
declaración. De modo que no buscamos acercarnos como
aliados electorales. Lo que sí deseamos —y a esto yo no
renuncio— es a ver cómo podemos asegurar no sólo el
proceso de marzo, sino la estabilidad futura. Yo dije ya
que no estamos trabajando para hacer un presidente 73,
sino que trabajamos para que puedan sucederse muchos
presidentes constitucionales.
—¿Y usted cree que la cláusula del 25 de agosto puede
cambiarse?
—No lo sé, no podría decirle. Pero nosotros hemos opinado
antes sobre ella y dijimos que era un inconveniente en el
proceso.
—Suponiendo que se la quitara y que Perón optara por
presentar su candidatura, ¿usted cree que sería un factor
irritativo o considera viable tal candidatura?
—Bueno, acá habría que juzgar posibles intenciones de
terceros; es decir, los actos del gobierno. Pero para
nosotros no existiría ningún inconveniente. No tenemos el
derecho de vetar ni de elegir los candidatos de otros
partidos.
—¿Y qué sentiría usted si, de pronto, se encuentra en 1973
con Perón presidente?
—Si los propósitos que enuncia son los auténticos, nada.
Pero si no lo son, sería... lamentable.
—¿Usted tiene fe?
—Tengo que tenerla, necesariamente. No es una simple frase
la que con frecuencia digo: que mido la lealtad de los
demás a través de la que pongo yo. Y yo pongo toda mi
lealtad al servicio de la pacificación nacional.
—Sí, pero usted ha reiterado que otras veces la puso y no
siempre los resultados fueron como usted los pensó.
—Es cierto, pero la idea no está derrotada. La prueba está
que a pesar de todo lo que pasó, cada día nos acercamos
más a esta posibilidad. Y si no es en este turno, será en
el otro. Lástima que vamos a pasar días dolorosos si no se
entiende lo de hoy.
—¿Y qué pasará, "sí no se entiende lo de hoy"?
—Bueno, yo creo que el país entra en el caos. Las fuerzas
populares no resistirían. Viviríamos necesariamente un
estado gendarme, una dictadura fuerte. Y éstas duran un
tiempo, pero no todo el tiempo. Y creo que el país no ha
entrado antes en el caos por la responsabilidad y
serenidad de los partidos.
—Usted ha dicho, en reiteradas ocasiones, que ha sido
importante
el papel de los partidos, y ha reivindicado y reivindica
el rol que jugó La Hora del Pueblo. ¿Pero, de qué manera
piensa que influyeron otros hechos también reiterados,
como el cordobazo, el tucumanazo, el mendozazo?
—Han sido exteriorizaciones de protesta trasformadas en
actos de violencia. Algunos justificados, lógicos, en
virtud de no haber sido escuchados y de no haberse
atendido las angustias. Soportaban violencias, porque yo
no tengo ninguna duda de que la violencia de arriba
engendra la de abajo. Y creo además que la injusticia
genera la violencia. Por eso digo que la justicia termina
con ella; el estado de derecho termina con la subversión.
—¿Usted cree que es el único camino?
—El estado de derecho, de justicia, ubica en su pequeño
límite a la subversión dentro del país. Porque hay que
observar que cuando en la Argentina — y en todos los
países donde impera la concepción democrática—, la
guerrilla no entra, no se practica. Eso mismo lo dijo
Guevara.
REMEMBRANZAS Y AUTOCRITICAS
—En 1963, la administración radical produjo un golpe de
efecto —la anulación de los contratos petroleros— a poco
de llegar al gobierno. ¿Tiene usted algún golpe similar,
entre sus primeras medidas, si llega a la presidencia?
—No es un golpe de efecto, sino una acción postergada
—interrumpida—: lograr el poder de decisión para el país.
Hay muchas medidas que tomar y que comenzaron con el
gobierno del doctor Illia. Decidir el rumbo del país, trae
como consecuencia la nacionalización de los depósitos, el
ahorro dirigido hacia lo nacional, la severidad en el
comercio exterior, el manejo de la exportación con
espíritu nacional, que no significa sólo que la divisa
vaya al Estado, sino también que el precio del producto
vaya directamente al productor. Es decir, una defensa
integral. Hay que quitar los escollos de quienes
aprovechan o desvirtúan el cumplimiento de las prioridades
nacionales.
—Pero usted seguramente no desconoce que en el orden
internacional también, y especialmente, existen presiones.
¿Cree que la Argentina está en condiciones de llegar a ese
tipo de política que usted menciona?
—Mire: las presiones de afuera tienen éxito cuando hay
quienes entregan adentro.
—¿Y usted cree que en la Argentina no hay quienes
entregan?
—Hasta ahora creo que ha habido, pero en el futuro estoy
seguro que serán exterminados.
—Volviendo atrás, no me contestó cuál sería su primera
medida de gobierno.
—Bueno, primero hay que llegar al gobierno.
—Supongamos que llegue.
—Son supuestos. ¿Por qué no me deja darle la primicia ese
mismo día?
—Observando la experiencia. recogida en el periodo 63-66,
¿qué es lo que hay que retomar y qué descartar de aquel
gobierno radical?
—Hay que desechar las posibilidades de volver a entrar en
el terreno de lo irregular, de lo anticonstitucional, del
desconocimiento de las instituciones. Si se recobra esto
tendremos lo que llamo el factor seguridad.
—No entendió la pregunta o fue mal expresada, doctor. La
pregunta es: ¿qué es lo que cree que hay que descartar o
retomar de aquella experiencia? Le pido una autocrítica.
—Sí, tal vez no haber hecho conocer con oportunidad la
obra de gobierno, sin que esto signifique hacer propaganda
gubernamental. No haber sabido trascender los actos del
gobierno. No informar. Si durante el gobierno del doctor
Illia se hubiera facilitado un conocimiento cabal de lo
que se hacía, yo creo que no hubiera prosperado la falsa
imagen que se hizo del gobierno. No se defendió.
EL FUTURO Y ALGUNOS HOMBRES
—En caso de ser elegido presidente, ¿cómo piensa encarar
las relaciones con las Fuerzas Armadas?
—Las normales y naturales que tienen que tenerse. Yo creo
que respetándonos mutuamente, dejando que cada fuerza
cumpla el rol que le corresponde, vamos a andar bien.
Además, yo suscribo la idea de que deben participar en el
gabinete, en condiciones de ministros, como fue siempre.
—Las Fuerzas Armadas se hallan en el ejercicio del poder;
¿cómo cree que será su retirada, aun cuando participen a
nivel ministerial?
—No, no hay que hablar de retiradas ni de derrotas sino
del reencauzamiento del país. Le puedo asegurar que no soy
un enfermo de optimismo, pero...
—A veces lo parece, doctor.
—Sí, por algunas observaciones. Pero es que también las
Fuerzas Armadas desean tener un presidente con autoridad.
Fíjese lo que le estoy diciendo.
—¿Lo desean unánimemente?
—Unánimemente. En todas partes hay gente que piensa de una
u otra manera, pero así como el país quiere tener un
presidente, las Fuerzas Armadas también quieren tenerlo.
Caso contrario no habría proceso y se desencadenaría en el
país alguna circunstancia en la que cada uno tendría que
asumir distintas responsabilidades
—¿Y usted considera esa eventualidad?
—Estoy casi seguro que no va a llegar. Pero le aseguro que
tengo el ánimo preparado, por si llega, para saber dónde
está el deber que tengo que cumplir.
—¿Podría usted responder sintéticamente lo que le sugiere
cada
uno de los nombres que le daré a continuación? ¿Puede ser?
—Puede ser, si no son muy difíciles.
—No, son muy fáciles. Perón, por ejemplo.
—Un hombre que conoce el país por lo que hizo y un hombre
al que el país quiere verlo prestando, como él dice, el
último servicio a la República hasta garantizar su paz y
su seguridad.
—¿Lanusse?
—Un general.
—¿Manrique?
—Eh, Manrique... Es una circunstancia del país.
—¿Alfonsín? —Un valor.
—¿Onganía? —Un general frustrado.
—¿Levingston? —Otro general frustrado.
—¿Balbín?
—Un hombre honrado.
_________________________________
ALFONSIN: PORTEÑOS A MEDIO CAMINO
"Debemos reconocer que fuimos derrotados". Con esas
palabras Raúl Alfonsín (45, seis hijos, un nieto) inició
el lunes 27 la conferencia de prensa en la que el
Movimiento Renovación y Cambio del radicalismo admitió la
victoria del mítico Ricardo 'Chino' Balbín en las
elecciones partidarias que lo ungieron como candidato a
presidente de la Nación. Ojeroso, demacrado, jugueteando
nervioso con un cigarrillo interminable, Alfonsín era la
imagen del agotamiento.
A la mañana siguiente, empero, parecía otro hombre. Recién
afeitado y sonriente recibió a Siete Días en la casa de su
madre, en Buenos Aires, a una cuadra de Callao y Santa Fe.
Una discreta remera celeste reemplazaba al traje y corbata
de rigor: un símbolo, quizás, de que su campaña había ya
culminado. Claro que bastó con que el reportaje se
internara por senderos espinosos para que "el hombre de
reserva" —como lo llaman sus correligionarios— abandonara
su asiento y comenzara a caminar, dando enormes zancadas,
por toda la habitación.
—¿Cómo valora el número de sufragios obtenidos por su
fórmula?
—Antes de la elección nosotros creíamos que podíamos
ganar. De todos modos, 15 mil votos de ventaja para
nuestros adversarios sobre 300 mil votantes indican que
realizamos una buena elección en casi todos los distritos,
considerando que nuestros dirigentes debieron luchar
contra la experiencia de hombres más avezados.
—¿Por qué piensa que fue derrotado?
—Bueno, no sé. Básicamente por la Capital Federal. En el
resto del país vencimos por alrededor de 6 mil votos, que
no fueron suficientes para neutralizar la oposición de los
más importantes dirigentes porteños. En Capital, nuestro
esfuerzo estaba destinado a que el afiliado tomara su
determinación por su propia voluntad; en ese sentido, el
alto grado de abstencionismo indica que muchos
correligionarios se quedaron a mitad de camino. Esto
quiere decir que por una parte querían votarnos, pero por
otra no querían sufragar en contra de sus dirigentes.
—¿A qué atribuye el apoyo de los sectores unionistas
—tradicionales adversarios del balbinismo— a su
adversario? Porque los votos del unionismo fueron
decisivos ...
—Prefiero no analizar eso. El doctor Balbín es ya
candidato del partido y lo que importa es señalar que el
radicalismo ha dado un ejemplo al país, ejerciendo la
democracia interna en su seno de la misma forma que la
reclama para el país.
—Pero usted aludió recién a la influencia de los
dirigentes de las parroquias porteñas sobre la voluntad
del afiliado. No se trata de un hecho que pueda tomarse
como modelo democrático.
—Bueno, esos son los problemas de la democracia en todos
lados.
—Algunos sectores de su movimiento llegan a calificar a
Balbín de oficialista, insistiendo en su vinculación con
el ministro Mor Roig. ¿Apoyarán ustedes a Balbín en las
elecciones generales de marzo?
—Nosotros trabajaremos por el radicalismo. Hemos ido a una
elección, lo que implica subordinación a la voluntad de
los afiliados. En consecuencia, haremos todo lo posible
para que el radicalismo triunfe en los próximos comicios
generales. Y por otra parte, lucharemos para afirmar la
línea del radicalismo histórico para instaurar una
auténtica democracia social.
—¿Eso quiere decir que Balbín no se inscribe en la línea
del radicalismo histórico?
—Yo hablo de lo mío.
—Pero si Balbín llegara a presidente de la Nación,
¿gobernaría de acuerdo a los postulados de la renovación?
—La convención del partido ya sancionó la plataforma
radical, que será defendida por todo afiliado que acceda a
cargos públicos.
—Hay núcleos que apoyaron su candidatura y que no parecen
tan bien dispuestos como usted a apuntalar a Balbín. ¿Qué
opina de ellos?
—Esa posibilidad no existe. Tenga la seguridad de que
vamos q trabajar todos unidos. Además tenemos candidatos a
diputados, gobernadores, legisladores provinciales . . .
—Según versiones no desdeñables, Juan Perón sería
partidario de un gabinete de coalición. ¿Debería ¡a UCR
participar de él?
—Nosotros hemos dicho reiteradas veces que la UCR debe
concurrir a los comicios generales con su propia fórmula.
Ello no implica sectarismos de ninguna especie. Deseamos
trabajar en común con todos los sectores populares.
—¿Incluso en un gabinete de coalición?
—Varias veces hemos afirmado que el radicalismo podía
llamar a
colaborar en su gobierno a otros sectores, con la única
limitación de que trabajen por la liberación nacional. No
hablemos de gabinetes de coalición.
—¿Incluye dentro de esos sectores a la mesa de trabajo que
ha integrado el justicialismo con otros partidos?
—Ya le dije que queremos trabajar con todos los sectores
populares. No veo la posibilidad de llegar a ningún
acuerdo entre quienes están al servicio del statu quo y
quienes quieren producir el cambio para terminar con los
privilegios y las injusticias. Nos faltan datos para
conocer las reales intenciones de todos los núcleos que
trabajan en la mesa que usted menciona.
—¿Considera usted que la mayoría de esos grupos —o al
menos los más importantes— están al servicio del statu
quo?
—Le reitero que me faltan datos.
—En algún momento se rumoreó que usted era un posible
candidato de acuerdo entre las Fuerzas Armadas y Perón.
¿Aceptaría usted ser candidato en esa circunstancia si la
Convención Radical lo acordara?
—Es la primera información que tengo. Nunca se habló de
semejante cosa. Yo he sido candidato dentro de la UCR y no
he triunfado. En consecuencia mi candidato es el elegido
por los afiliados.
—En el caso que sea necesaria una segunda vuelta para
designar al presidente de la Nación, ¿apoyaría usted una
alianza entre el radicalismo y otra tuerza política?
—El radicalismo no va a cambiar su fórmula.
—¿Cómo costeó su campaña dentro de la UCR?
—El costo fue muy bajo y se hizo con el aporte de
dirigentes y simpatizantes en un esfuerzo que debemos
agradecer.
—Le formulo la pregunta porque se comenta que hacendados
bonaerenses partidarios suyos le pidieron —antes de
aportar fondos— explicaciones sobre sus postulados de
reforma agraria ...
—No se me hizo ninguna pregunta. Además, yo siempre
mantengo mis postulados en todos los aspectos, incluso en
lo relativo a la reforma agraria.
—¿Cuáles son sus diferencias con la fórmula que postuló al
doctor Balbín?
—La plataforma aprobada, por el partido tiene objetivos
máximos y mínimos. Nosotros planteábamos los objetivos
máximos.
—Sintéticamente, ¿cuál es su opinión sobre Lanusse, Perón,
Manrique, Balbín y Alfonsín?
—No deseo formular apreciaciones de tipo personal.
—Para terminar, ¿cree que habrá elecciones libres en
marzo?
—Sí, porque el pueblo las reclama.
OSCAR MUIÑO
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LOS VOTOS: ¿DE DONDE SALIERON?
Algunos políticos suelen aplicar un viejo aforismo: "Los
enemigos de mis enemigos, son mis amigos". Y los recientes
comicios internos de la Unión Cívica Radical no hacen sino
reafirmar la vigencia de ese álgebra que provoca —acaso
con justeza— la perplejidad del hombre común.
Así, la Capital Federal —un lugar tradicionalmente
"difícil" para el balbinismo— se transformó en esta
oportunidad en la llave maestra del triunfo del viejo
líder. Es que Julián Sancerni Jiménez, llamado el "dueño
de los votos" de las parroquias porteñas, militó siempre
en el unionismo, una corriente conciliadora del partido,
heredera de Marcelo de Alvear. Contra ella combatió
tenazmente el yrigoyenismo, en cuyas filas se enorgullecía
de actuar Balbín. Pero el deterioro del unionismo y la
aparición de una línea renovadora encarnada por Raúl
Alfonsín hizo que Sancerni Jiménez optara —según algunos
analistas— por "el mal menor", votando al candidato más
reposado, olvidando antiguas diferencias.
En las antípodas, las nuevas camadas de boinas blancas,
nucleadas
en la Juventud Radical Revolucionaria, se inclinaron en
los últimos meses hacia posiciones de Izquierda, similares
a las del radicalismo chileno que, como se sabe, integra
el gobierno de la Unidad Popular. Para los jóvenes,
Alfonsín no era la figura ideal. No obstante, creyeron que
su eventual triunfo provocaría un reacomodamiento de
fuerzas dentro del partido, donde la JRR aparecería como
nuevo polo de Izquierda. Su objetivo fue conseguido sólo
en parte: el unionismo padeció una sensible pérdida de
influencia, y los sectores más ferozmente antiperonistas
fueron neutralizados, pero Balbín —su opositor
fundamental— continúa a la cabeza del aparato partidario.
El balbinismo, con prudencia, minimizó sus diferencias
ideológicas con los renovadores, una actitud que Alfonsín
aceptó tácitamente, negándose a marcar distingos
programáticos tal como la juventud esperaba. Es que la
línea separatoria entre ambos candidatos quizás sea mucho
menos profunda que la que ostentan algunos de sus
respectivos apoyos. Porque desde el unionismo, las
juventudes radicales que elevaron la figura de Alfonsín
son vistas como casi bolcheviques; para aquéllas, a su
vez, las huestes de Sancerni Jiménez defenderían
privilegios reaccionarios.
De todos modos, no faltaron las sorpresas; entre ellas
figura el apoyo de Roberto Cabiche —miembro del Encuentro
Nacional de los Argentinos y sindicado como hombre del ex
presidente Arturo Illia— a Ricardo Balbín. Una actitud
llamativa, máxime si se repara en la simpatía evidenciada
más de una vez por dirigentes del ENA hacia el caudillo
renovador.
A mediados de semana —mientras un cónclave de las
juventudes radicales barajaba entre otras la posibilidad
de negar su apoyo a Balbín en las elecciones de marzo—
Siete Días requirió las opiniones de los dirigentes que,
sin responder Incondicionalmente a Balbín o a Alfonsín,
votaron por uno u otro en los recientes comicios. Lo que
sigue es una síntesis de esos diálogos.
JULIAN SANCERNI JIMENEZ (68, un hijo, presidente del
sector Unidad de la Capital Federal): "Balbín ganó por ser
la figura más representativa del radicalismo. La ciencia
política determina que, cuando se trata de
pronunciamientos de este tipo, la norma consiste en optar
por el Número Uno. Por eso yo lo apoyé. Por supuesto, eso
no significa desmerecer a Alfonsín, un político de
extraordinario valor que emula a Balbín y que libró una
encarnizada batalla electoral. El radicalismo triunfará en
las elecciones de marzo y reiterará la necesidad de una
coalición para gobernar el país. Y aunque la UCR no esté
en el gobierno, igual gobernará desde las cámaras de
representantes".
LEOPOLDO MOREAU (26, fundador y dirigente de la Juventud
Radical Revolucionaria): "El triunfo de Balbín abre una
etapa crítica en el radicalismo, no sólo porque —injusta o
justamente— la imagen de Balbín no es la que conviene al
radicalismo, sino porque constituye un retroceso desde el
punto de vista programático e ideológico. Para nosotros,
esta fue una lucha interna que tuvo su acento en
diferencias políticas, estratégicas y tácticas. Estas
diferencias pretendieron ser disimuladas por el
balbinismo, pero existen a juicio de la juventud, aunque
algunos militantes del movimiento renovador no lo quieran
manifestar".
ROBERTO CABICHE (49, tres hijos, dirigente radical y
secretario general del Encuentro Nacional de los
Argentinos): "El bajísimo porcentaje de votantes evidencia
que la estructura partidaria no da respuestas a las
preocupaciones de los afiliados. Yo voté (lo hice por
Balbín), pero el conjunto de los afiliados se abstuvo. La
derecha triunfadora se aleja cada vez más de las masas.
Hay quienes creen que Alfonsín representa a un sector de
izquierda, pero no es así. Las bases radicales permanecen
a la expectativa y se orientarán junto a las corrientes
populares".
AQUILES FORTUNIO (31, convencional nacional por la Capital
Federal, piloto de la Juventud Radical moderada): "Ni
Balbín ni Alfonsín tienen ideas distintas. Alfonsín es el
discípulo dilecto de Balbín y está hecho a su imagen y
semejanza. Si no fuera por la tradición federalista del
partido, me gustaría mucho que Raúl fuera candidato a
vicepresidente"
Revista Siete Días Ilustrados
01.12.1972
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