Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EVA PERON SEGUN ERMINDA DUARTE
Revista Siete Días Ilustrados
19.03.1973

En su reciente libro "Mi hermana Evita", la actual señora Bertolini narra distintos sucesos transcurridos desde su infancia compartida en la ciudad de Junín (era apenas dos años mayor que Eva) hasta su rencuentro con el cadáver, en septiembre de 1971.

Seguramente muy pocos, quizás nadie, conozcan como ella la vida de la mujer más famosa de la historia política argentina. Tal vez por eso, Erminda Duarte de Bertolini se decidió a escribir Mi hermana Evita, un libro que recoge parte del frondoso anecdotario de Eva Perón. Allí, Erminda Duarte recopila y mezcla —deliberadamente— escenas trascurridas en la infancia de su hermana, durante su período de gobierno pocas horas antes de su muerte, en el Policlínico Presidente Perón de Avellaneda.
Pese a que Erminda de Bertolini no acostumbra conceder reportajes. Siete Días logró conversar con ella acerca de —obvio— su reciente libro y su relación con su hermana Eva. A continuación, una síntesis de la charla.
—¿Siempre tuvo la intención de escribir un libro sobre la vida de su hermana?
—No, yo no soy escritora ni tengo oficio en ese sentido. Además, considero una audacia decir que he escrito un libro.
—Pero lo hizo.
—Le voy a explicar cómo fue todo: el 3 de septiembre de 1971 se entregaron en Madrid los restos de Eva. De inmediato, mi hermana Blanca y yo viajamos a España; al ver a Eva, un sentimiento de profunda ternura y emoción me embargó, despertando en mí los recuerdos de su infancia y juventud. Cuando retorné a Buenos Aires seguía experimentando la misma sensación. Entonces, una noche, empecé a memorar en voz alta, mientras un grabador recogía esos menudos sucesos de familia que tuvieron como centro a Eva. Mi marido llegó poco después, escuchó la cinta y reconoció haberse emocionado. La misma reacción tuvieron algunos amigos y mi hermana Blanca. Hasta ese momento yo sólo quería guardar la grabación para mí, como un recuerdo más, pero insistieron tanto que me convencieron de que esos recuerdos habían dejado de pertenecerme, ya que toda ella es tanto nuestra como del pueblo. Así que decidí publicar el libro. Claro que tuve que recurrir a publicaciones de la época para poder completar la obra.
—¿Cómo es posible que usted reproduzca frases de Evita que fueron expresadas en la intimidad, sin que trascendieran?
—Cuando ella enfermó, mis hermanas y yo adquirimos la costumbre de anotar todo lo que Eva decía y que nos impactaba. Nuestro objetivo en ese entonces era que esas palabras no se perdieran; en ese momento yo ni soñaba con escribir un libro.
—En el libro usted entrelaza permanentemente anécdotas infantiles y sucesos que trascurrieron cuando Eva ya era la esposa del presidente de la República. ¿Cree realmente que, siendo adulta, ella era motivada por lo ocurrido en su niñez?
—Por supuesto. Toda su infancia tuvo incidencia directa en sus decisiones posteriores. Ella siempre recordó el juego de las casitas; en esa época no se hacían cosas para los chicos. Y pienso que todo ello la determinó, entre otras cosas, para construir la Ciudad Infantil. Estoy segura de que las cosas que le ocurrieron en su infancia se tradujeron más tarde en sus obras, en su forma de proceder.
—Usted se refiere continuamente a la niñez de Evita contando lo que hacían ella y usted. ¿Es que estaban siempre ¡untas?
—Hemos sido las hermanas más amigas, más confidentes; y eso porque teníamos diferencias de edad con las hermanas mayores: Elisa (ya fallecida) y Blanca [Erminda era dos años mayor que Eva]. Incluso coleccionábamos juntas los posters de los actores más conocidos. Así y todo, mis recuerdos de infancia son "imágenes rodeadas de olvido", como dijo el escritor francés André Maurois.
—¿Usted se opuso a que Eva abandonara Junín para radicarse en Buenos Aires?
—Todo lo contrario; aunque yo sabía que me quedaría terriblemente sola, la apoyé más que nadie hasta lograr que mi madre aceptara y le permitiera viajar a Buenos Aires.
—¿Siguió usted en Junín?
—Me quedé en Junín hasta julio de 1945. En ese entonces me casé y con mi esposo nos radicamos en Buenos Aires.
—Poco después se produjo el famoso 17 de octubre. En los días previos Perón fue encarcelado. ¿Temía usted por la vida o seguridad de Eva?
—No, porque mi madre siempre nos educó de un modo tal que no teníamos miedo ni perdíamos la calma. Claro que eso no impidió que nos asustáramos un poquito.
—¿Cómo recibieron la noticia del casamiento de Eva con el entonces coronel Perón?
—Con naturalidad; la mejor definición sería decir que tuvimos, sí, alegría; pero una alegría calma.
—¿Era la primera vez que en su casa entraba la política?
—No, mi padre había sido dirigente conservador, así que la política ya había entrado en nuestro hogar. Claro que, más que nada, nosotros conocíamos la política por referencias de nuestra madre sobre las actividades de nuestro padre, ya que él había fallecido cuando nosotras éramos muy pequeñas.
—Volviendo al libro: en él usted recoge un frondoso anecdotario. ¿Qué hechos le parecen los más importantes?
—En 1951 los obreros de toda América latina le ofrecen a Eva un frasco que contenía la sangre de todos ellos: era un símbolo hermoso de la unidad de la clase trabajadora latinoamericana en torno de la figura de Eva. Eso la emocionó vivamente. Y no le hablo de los obreros argentinos porque, ¡qué no hicieron por Eva sus descamisados! Otro de los episodios vibrantes, al menos para mí, fue el reconocimiento mundial a su figura. En el libro apenas puede aparecer un puñado de testimonios, pero lo cierto es que periódicos de todo el mundo ensalzaron su obra y su figura. Y eso no fue todo. Cada vez es mayor la vigencia de Eva: el año pasado se trasmitieron películas sobre ella en Alemania, Italia y Gran Bretaña. Incluso me han hablado de un libro sobre ella que se imprimió recientemente en París.
—Ahora pasemos a su pasado: ¿cómo vivió la hermana de Evita hasta 1945?
—Mi infancia fue muy similar a la de Eva, incluso mi madre siempre nos vestía igual. Pero lo que yo narro como recuerdos infantiles sólo tiene trascendencia en la vida de Eva; en mí, pierde importancia.
—Pero ustedes también se exiliaron en 1955 ...
—Nosotros tuvimos que exiliarnos sólo por ser familiares de Eva. Ni mi madre ni yo hemos tenido empleos o cargos durante el gobierno peronista. Tuvimos que pagar un precio por tener a Eva en la familia, pero lo hicimos sin ningún dolor. Por otra parte, hemos vivido igual que todas las mujeres argentinas. Pero le repito, sólo deseo hablar sobre Eva, mi hermana; lo mío no tiene trascendencia.
—¿Cree usted que el libro condensa adecuadamente la vida de su hermana?
—No, en absoluto. El libro que publiqué apenas toma un puñado de sucesos en la vida de Eva. Por esa razón estoy trabajando en un Anecdotario que recogerá testimonios de muchos de quienes han trabajado cerca de Eva en su obra de gobierno. Tomaremos así recuerdos de ministros, parlamentarios, dirigentes obreros, directores de los hogares-escuela y de todos aquellos que, de una u otra manera, hayan estado y colaborado junto a Eva. Al mismo tiempo, cuando alguien me entrega su testimonio, lo acompaña con una certificación de su puño y letra, para evitar que luego se dude de su veracidad.
—¿Qué finalidad tiene su futuro libro?
—El Anecdotario, que esperamos publicar antes de fin de año, pretende que aquello que forma parte de la historia no se trasforme en leyenda. Por ejemplo, Eva besaba a los leprosos: con el correr del tiempo se dirá que eso forma parte del mito, desvirtuándose la verdad. Y como a una persona —en este caso Eva— no se la puede conocer solamente a través de anécdotas, le encargaremos a un equipo de teólogos, sociólogos y psicólogos argentinos y extranjeros que estudien, en base a esas anécdotas, la personalidad de Eva. De ese modo quedará registrada para siempre la verdadera vida de mi hermana.
—Volviendo a su reciente libro, ¿logró vender muchos ejemplares?
—Ya hemos vendido 43 mil en la Capital Federal, y se están imprimiendo 25 mil más. También firmamos un contrato con el distribuidor Roberto Ufano, un argentino radicado en México, por el cual convinimos en enviar 160 mil ejemplares a toda América latina; de ese total, la mitad irá a la ciudad de México. Además, tendré que visitar México, Lima, Bogotá, Caracas y Quito, donde daré conferencias sobre la vida de mi hermana. Pero eso es lo menos importante; lo realmente fundamental es el enorme interés que hay por Eva en toda nuestra América.
—Hoy algunas columnas juveniles del peronismo corean la consigna "si Evita viviera, sería montonera". ¿Qué piensa usted sobre eso?
—Perdone, pero no quiero opinar sobre la política actual. Sólo remarcaré que Eva, como dijo un periódico belga, es el símbolo de la felicidad y el ejemplo de lo que el amor puede hacer sobre la tierra. Ella siguió los pasos de Cristo y como El —salvando las distancias— se sacrificó por la Humanidad.

 

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Eva Duarte
Eva y Erminda Duarte a fines de la década del 40
Eva Duarte
Eva y Erminda junto a dos de sus sobrinos. Juan Perón ya era presidente de la Argentina
Erminda Duarte
Erminda Duarte

 

 

Eva y Erminda Duarte
Eva (derecha) y Erminda Duarte vestidas y peinadas de igual modo toman sol "en alguna playa de la provincia de Buenos Aires"