Revista Siete Días Ilustrados
27.02.1975 |
El polémico gordo quiere sentar cabeza: confesó que desea
independizarse de su padre ("él me da 135 mil pesos
mensuales, casa, comida y psicoanalista") y pretexta buscar
trabajo. Además, aseguró que todas sus creaciones son arte
puro y se explayó sobre sus facultades metafísicas: los
ontanares, el código ondulatriz y el fatalismo histórico
Todas las tardes, cuando sus cien kilos de peso irrumpen en
La Rambla, La Biela, el Florida Garden y el bar Moderno —los
boliches que, por riguroso orden de aparición, integran su
cotidiano itinerario—, los parroquianos que lo reconocen no
pueden disimular una picara sonrisita. Es que, identificado
(urbi et orbi) como loco lindo, tiro al aire, piantado de la
guerra o simplemente el gordo, su sola presencia hace que se
refloten sus más desopilantes proezas. Y no es para menos:
Federico Manuel Peralta Ramos (36, soltero), — un personaje
no encasillable dentro de ninguno de los oficios terrestres—
ostenta un curriculum nada convencional.
Como artista plástico, su nombre cobró notoriedad en 1969
cuando la Fundación Guggenheim —la más prestigiosa
institución de fomento a las artes en Estados Unidos— le
otorgó una beca de 6 mil dólares para que pudiera dedicarse
de lleno a sus experiencias creativas. Dicho y hecho,
Federico utilizó el dinero para organizar una pantagruélica
fiesta para tres mil personas en el Alvear Hotel. "Yo había
pensado que, mucho mejor que pintar 'La última cena', era
darla", fue su postrer explicación cuando las autoridades
norteamericanas le pidieron rendir cuentas.
De allí en más, se hicieron célebres sus obras expuestas en
el Instituto Di Tella: entre ellas, se destacaron El huevo
(un simple óvalo de piedra) y un cuadro que consistía en una
tela blanca, con la inscripción "Cuidado con la pintura".
Una serie de ocurrencias que prolongó hasta pocos meses
atrás, en noviembre de 1974, cuando en una exposición
conjunta con Antonio Berni, Emilio lommi y otra veintena de
los más prestigiosos plásticos locales presentó la obra El
buzón. Efectivamente, según FMPR, "el título del trabajo era
'En venta', y su mérito no radicaba en el objeto en sí (era
un buzón común y corriente, sin ninguna variación que lo
diferenciara de sus congéneres de Correo), sino en el acto
creativo de vender un buzón". El divertimento, con todo,
rindió sus frutos: la obra fue adquirida en nada menos que
dos millones de nacionales, por la vedette Eggle Martin.
Claro que, a partir de sus delirantes monólogos en el
programa televisivo Dígale sí a Tato, la figura de Federico
tomó dimensiones legendarias. "Tanto es así, que la gente me
inventa muchísima cosas que jamás imaginé hacer —se
sorprendió El gordo ante Siete Días—. La semana pasada, por
ejemplo, uno de los muchachos de La Biela me preguntó,
muerto de risa, cómo me había ido de vacaciones: resulta que
le habían contado que yo me fui a Brasil en monopatín. Así,
todos los días me entero de nuevas cosas que nunca hice". De
todos modos, semejante popularidad no termina de convencer a
Federico: durante su prolongada entrevista con Siete Días,
la semana pasada, el chispeante plástico - poeta -
declamador -filósofo - bohemio confesó que se propone
terminar con su imagen de loco de atar y, según sus propias
palabras, "oficializarse". "Quiero dejar de ser considerado
como un marginado —explicó—. Mis obras no son chistes, sino
que responden a un movimiento artístico de vanguardia que es
preciso que la gente conozca. Por eso, si me prometen
respetar mis opiniones, quiero hablar un poco en serio".
Aceptado el trato, se suscitó el siguiente diálogo.
"EL OBJETO ES EL SUJETO"
—(Federico, uniformado como siempre de pantalones azules y
camisa color caqui, se acomoda en su silla. Ensimismado, con
la mirada perdida en el techo y los dedos entrelazados,
comienza a hablar con su característica voz calma y pausada,
como si estuviera dejando un testimonio para la posteridad.)
En un principio, cuando estudiaba arquitectura, me dediqué
con bastante empeño a las estructuras primarias. Es decir,
hacía esculturas convencionales. Pero cuando fui a
Norteamérica becado por el Departamento de Estado
estadounidense, en 1968, conocí a Octavio Paz y me convenció
totalmente con su teoría. Él decía que 'la contemplación
estética terminó, porque el arte se disuelve en la vida
social'. En otras palabras, que la vida, como tal, se
transforma en una situación artística. Por eso, cuando hace
poco me invitaron a presentar una obra en un museo local, me
presenté yo mismo, con un título abajo que decía 'El objeto
es el sujeto'.
—¿Podrías explicar un poco más detalladamente este
movimiento artístico?
—Por supuesto, sobre todo para que la gente se dé cuenta de
que yo no soy un hombre que embroma, sino que se toma las
cosas muy en serio, Mirá, para mí, en la actualidad hay dos
tipos de arte. El primero, es el arte con intermediarios; o
sea, aquel en el cual el artista necesita de un objeto que
le haga de intermediario, para expresar una idea o un estado
de ánimo al público. El otro tipo de arte, que es al que yo
me dedico ahora, es el arte sin objetos intermediarios, en
que el mismo artista es el objeto de la obra de arte.
Federico Manuel Peralta Ramos, por ejemplo, es una obra de
arte.
—¿Eso quiere decir que no se van a hacer más esculturas ni
pinturas? Veamos, por ejemplo, ¿qué estás haciendo ahora?
—Desde hace unos meses estoy haciendo un trabajo en el
Florida Garden.
—Felicitaciones. ¿Te contrataron los dueños?
—¿Estás loco? No, no. Lo que estoy haciendo es un trabajo de
situaciones y aperturas de vida.
—Concretamente, ¿de qué se trata?
—Bueno, ocurre que actualmente el Florida es un lugar
despiadado, un sitio que no perdona a los fracasados como
yo. Casi todos sus concurrentes son ejecutivos o gente que
se las tira de tales, y el que no lo es, se embroma.
Entonces, yo estoy haciendo un trabajo de ablandamiento,
empezando por los mozos. Mi propósito es convertir al
Florida en un templo de la ternura, en que todo el mundo se
quiera mutuamente. El día en que consiga esto, lo voy a
exponer: pienso ponerle un título a mi obra en la puerta (la
que da a Florida, claro), firmarla y todo.
—¿Y cómo pensás llevar a cabo tan ardua tarea?
—Como dije antes, he iniciado el trabajo a través del
ablandamiento de los mozos. Uno de ellos, César, tiene la
orden de darme un servilletazo en la cabeza cada vez que
pasa a mi lado. (Para corroborar sus palabras, FMPR hace una
seña al mozo de marras. Como resignado a su suerte, el
hombre se abre paso entre las mesas y sin poder contener su
risa, lo más disimuladamente posible, le martilla la cabeza
con su servilleta. Dos señoritas enclavadas en una mesa
vecina estallan en una carcajada nerviosa, otro caballero,
un poco más allá, emerge sorprendido de un diario que lo
cubre casi por completo, mira con ojos de buey a los
protagonistas del inexplicable episodio y pone cara de no
entender nada. Federico, victorioso, retoma el hilo de la
conversación). Estamos haciendo unos progresos bárbaros:
hasta los tipos más copetudos, cuando después de venir
algunas veces entienden que se trata de una broma, se ríen y
hacen algún chiste al respecto en la mesa vecina. Si todo
sigue bien, calculo que dentro de unos pocos mese9 la obra
estará concluida.
"QUIERO AUTOABASTECERME"
—¿A qué viene ese repentino deseo tuyo de que te tomen en
serio?
—Lo necesito para conseguir trabajo: me gustaría
autoabastecerme.
—¿Cómo? ¿Acaso no ganás tu propio dinero?
—No, vivo de mi padre. Pero él quiere que yo me
auto-abastezca.
—¿Y no crees que tiene razón, a los 36 años deberías andar
buscando...
—(Federico se encoge de hombros.) En realidad, no me molesta
mucho vivir de mi padre. Es más: te aseguro que es genial.
—Ya lo creo. ¿Pero cuánto te da por mes?
—Ahora, 135 mil pesos, casa, comida y psicoanalista.
—No es mucho...
—Lo que pasa es que mi padre cree en el estímulo de la
adversidad. Es una idea que sacó de Arnold Toynbee, que
decía que los pueblos progresan cuanto más desafíos se le
presentan. Bueno, él quiere hacer conmigo lo mismo. Otro
tanto ocurre con mi analista: él consiguió muchas cosas de
mí, menos de que trabaje.
—¿Qué se puede hacer con 135 mil nacionales mensuales?
—Bueno, yo no leo el diario, ni voy al cine, ni me compro
nada. Sólo tomo café y soda, y me dedico a pensar. Confieso
que me agradaría ganar dinero: me cambiaría el metabolismo.
Pero pienso que más importante que ganar plata es ganarme la
vida. ¿Entendés la diferencia?
—Ya que te dedicás a meditar, ¿en qué pensás?
—Yo soy un metafísico: un hombre con un gran poder
espiritual que domina elementos más allá del plano físico.
Tengo visiones cósmicas, que en parapsicología se llaman
ontanares.
—¿Cómo son estos ontanares?
—Son lucecitas de colores que titilan en la mente, en un
mundo abstracto. Desde que era chico veo estos puntitos
blancos. A los 21 años escribí un poema que decía así: Creo
en un mundo invisible/ más allá del plano físico/ más allá
de los lejos de los cerca/ donde se mezclan los caminos de
las cosas/ un mundo amigo para ustedes/ donde los caballos
nunca se cansan.
—¿Y para qué te sirven estos puntitos blancos?
—Me permitieron cepillarme la liturgia, y me dan mucha fe.
Esas señales son las que los teósofos llaman Dios, que los
parapsicólogos llaman ontanares y que los filósofos llaman
el cosmos. Y para mí, el cosmos filosófico dirige el cosmo
físico.
—O sea que existe un orden universal.
— Efectivamente, creo en el fatalismo histórico. Mirá, un
día me encontré con Borges, en la calle Florida, y le dije
que era un metafísico y que tenía una incógnita. Le
pregunté: ¿Cree usted en el libre albedrío? Y él me
contestó: "Todo está determinado, pero debemos tener la
ilusión de que existe el libre albedrío. Lo que sucede en la
historia es consecuencia de lo que sucedió antes...
—Entonces, si todo está determinado de antemano, ¿es
cuestión de cruzarse de brazos?
(El entrevistado, supersumido en sus pensamientos, levanta
la palma de su mano como para que no lo interrumpan.
Suspenso en la mesa.) No... hay que barrenar el devenir.
¿Entendés?... Tenemos que hacer surf sobre nuestro destino:
mantenernos a flote para no hundirnos, y dejarnos llevar por
el agua. ¿Qué te parece?
—Un rayo de luz de los grandes pensadores de la vida. ..
—En serio, creo que no hay que apurarse: el cosmos dirige la
cotidianeidad. Lo dice una frase que ya los egipcios
grabaron en sus pirámides: Lo que debe ser, será. A todos
nos hace falta tener un poco de conciencia planetaria, y ser
conscientes de las influencias cósmicas que nos dirigen.
—En tu caso personal, ¿tenés idea de lo que el cosmos te
deparará en el futuro?
—No, a mí los puntitos blancos me permiten tener la certeza
de que existe un orden universal, pero no descifrarlo. No
soy un profeta: por eso siempre digo que nadie es planeta en
su tierra.
LA HORA DE LAS DEFINICIONES
—¿Cómo te definirías a vos mismo?
—Diría que soy un ser inverosímil e inenarrable. Un fenómeno
paradojal, que desde su más tierna infancia tuvo la suerte
de tener un enorme carisma.
—¿Podrías llegar a ser un líder de masas?
— Sin duda. Porque lo que hace falta en el mundo es un líder
multidireccional: es decir, que tire para la derecha, para
la izquierda y para el centro. Ese líder transmitiría
ciertas ondas de amor, que permitirían a todo el mundo
alimentarse de él: sería, según el término de D. H.
Lawrence, un transmisor de vida.
—Y vos tenés esas ondas...
—Efectivamente. Fijate lo que ocurría, por ejemplo, cuando
hablaba por televisión: nadie entendía un comino de lo que
hacía o recitaba, pero a todo el mundo le gustaba verme. Eso
se debe a que la gente consume un código ondulatriz: o sea,
una serie de ondas que salen de mi cuerpo y que producen en
mis interlocutores o en el público una sensación agradable.
Por eso no me interesa mucho si la gente entiende o no lo
que hago: lo importante es que las ondas trabajen bien.
—¿Tenés algún deseo, en el orden personal, para el futuro
próximo?
—Me gustaría tener un programa de radio o de televisión.
Necesito canalizarme... tener un vehículo para dar mi amor y
sensibilizar a la gente. Pero, si no lo consigo, tampoco me
voy a morir de angustia. Estoy más allá de todo eso: soy
como aquel boomerang que no quiso volver porque se encontró
con Dios...
A esta altura del reportaje, el fotógrafo, que hasta
entonces había estado disparando su cámara sobre Federico
desde los más variados ángulos, bajó la guardia y se acercó
intrigado hasta la mesa donde se realizaba el reportaje.
Así, mordiéndose los labios, con una sonrisa incrédula —
seguramente producto de la imposibilidad de desentrañar los
significados de las cepilladas de liturgia, el surf sobre el
devenir, los códigos ondulatrices y los boomerangs en el
reino de los cielos—, el reportero gráfico juntó fuerzas y
planteó la profunda, ineludible duda que lo aquejaba: "Che,
gordo, ¿vos sos o te hacés?".
Cuando la presente edición de Siete Días entraba en
máquinas, Federico Manuel Peralta Ramos —seguramente uno de
los talentos más controvertidos de la bohemia porteña—
todavía no había acudido a develar la sesuda, urticante
incógnita.
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Federico Manuel Peralta Ramos |
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