Revista Mundo Argentino
01.12.1954 |
por Juan A. Cuello Freyre
(El autor de la crónica "Poco
antes de su fallecimiento, en 1988, junto a figuras como
Bernardo Ezequiel Koremblit, Juan Carlos Colombres, Lorenzo
Dagnino Pastore, Roberto Tálice, Félix Hipólito Laiño,
Enrique José Maceira y otros, funda la Academia Argentina de
Periodismo (hoy Academia Nacional de Periodismo).
Había presidido la Sociedad Argentina de Escritores de la
Provincia de Buenos Aires.
Como periodista y libretista radial, escribió en distintos
medios, firmando con su nombre y utilizando también casi 70
seudónimos... Presidió el Primer Congreso de Periodistas
Peronistas en 1950. Junto a otros trabajadores de la
cultura, el 24 de febrero de 1951, en una comida, lanzaron
la fórmula Perón-Evita para los comicios de noviembre de
dicho año."
www.hcdiputados-ba.gov.ar/proyectos/09-10D290.doc)
EL panorama que se presentó a los ojos de los primeros
colonizadores del Chubut no pudo ser más desolador, pues
mientras los salvajes malones eran contenidos a sangre y
fuego por los expedicionarios del desierto, la roca era
batida constantemente por el mar, y más allá se observaban
el cerro volcánico, luego la pampa pelada y siempre el
viento galopando furioso sobre las tierras resecas. A esto
había que añadir los sombríos relatos de Darwin, que había
conmovido a una generación europea por el crudo realismo con
que pinta el paisaje sureño. En 1854 había aparecido ya en
Londres la segunda edición de su "Diario" famoso, sobre la
historia natural de los países americanos, de
manera que los primeros colonos del viejo continente sabían
que la tierra era estéril, inhospitalaria y fría, por lo
menos en la parte que conoció el célebre naturalista, porque
más tarde se conocieron valles fértiles y de clima
bonancible.
LA COLONIA GALENSE DE 1856
Desde la borda del barco que va buscando el puerto Madryn
situado en el vértice del Golfo Nuevo, es dado observar
algunas cavernas naturales adentrarse en el litoral rocoso.
Navegábamos a bordo del veterano "Comodoro Rivadavia", que a
la sazón servía de línea del sur atlántico. Alguien nos
señala en el horizonte unos manchones negros sobre la
muralla de roca viva, azotada por el mar.
—En esas cuevas —nos dice— habitaron los primeros
colonizadores galenses.
El paisaje es impresionante por su soledad. Es el páramo
frío, la tierra maldita que descubrió Darwin. Nada ha
cambiado desde entonces. Apenas aparece el perfil lisonjero
de una que otra plantación, pero está ausente el rebaño
blanco que busca la furtiva hierba entre las breñas. Cuesta
creerlo, paro exactamente en 1856 se radicó allí la primera
colonia galense.
Eran otros tiempos, bien distantes por cierto de nuestra
actual política de fomento inmigratorio, que se traduce en
la concesión de préstamos, víveres, vivienda y herramientas.
Por eso aquella primitiva empresa se abandonó dos años más
tarde.
Sin embargo, una millas más al sur, bordeando la Punta
Ninfas, hunde sus aguas en el mar el río Chubut, que riega
un valle abrigado, pintoresco y fértil. El espíritu
aventurero de los esforzados hijos del país de Gales les
hizo emprender incursiones tierra adentro, donde abundan el
agua potable y los recursos naturales. Por eso el reverendo
Michael Jones, que había participado de aquella audaz
empresa. de regreso en su país, trató de destruir la mala
impresión de sus compatriotas. pregonando la fertilidad de
las nuevas tierras. No sin esfuerzos reunió un contingente
da ciento cincuenta inmigrantes, integrado por hombres,
mujeres y niños. Partieron en mayo de 1865. desde Liverpool,
a bordo del buque "Mimosa". Desembarcaron, como años atrás,
era el Golfo Nuevo y se trasladaron por tierra hasta la des.
embocadura del Chubut. Allí se levantó el primer caserío,
convertido con el andar del tiempo en la progresiva ciudad
de Rawson.
Justo es reconocer que no los alentaba la fiebre del oro ni
la conquista de los fabulosos yacimientos petrolíferos, que
a la sazón se ignoraban y que hoy constituyen la principal
fuente de riqueza del Chubut. La inmigración galense, que no
trajo otro capital que sus brazos esforzados y su vivir
austero, se consagró con ardor a sembrar la tierra y criar
ganado menor para su frugal sustento. Después vinieron las
sementeras abundosas y los rebaños prolíferos, justo premio
a su espíritu de empresa, a su capacidad de sacrificio, a su
sueño visionario. El erial se trocó en milagro de barracas y
graneros abarrotados: la realidad se hizo leyenda y voló a
través del mar.
En 1873 la historia de la colonización sureña registra otro
aporte significativo de origen europeo. Fueron cuatrocientos
robustos galenses que arraigaron en el territorio austral,
atraídos por las fuerzas telúricas y el embrujo del paisaje.
Trece años más tarde atraca en Madryn otro barco con varios
centenares de pobladores, parientes y amigos de los
primitivos colonos, que iban a participar de aquella noble
liturgia del trabajo.
Poco a poco, año tras año, la colonización penetró hacia el
occidente, jalonando el camino con prósperas estancias y
poblaciones.
RELACIONES CON LOS INDIOS
Son sorprendentes las buenas relaciones que mantuvo
aquel puñado de visionarios europeos con los indios,
refugiados más allá del río Negro por la conquista militar
del desierto.
—La tierra —les dijeron— alcanza para todos. Aquí no
estorban ni los "gringos", mientras nos dejen tranquilos.
Esa fué la política de los galenses: no los quisieron
civilizar a la fuerza, ni fueron despectivos, ni les
mostraron temor.
Alguien se quejó al estanciero David Lloyd Jones:
—Los indios nos han carneado algunas ovejas gordas.
—Tendrían hambre... Además, son tantas que no alcanzan los
pastos para alimentarlas.
De esa manera se fueron ganando la voluntad de los antiguos
señores del desierto. En las colonias de Tecka, 16 de
Octubre, Esquel, Languiñeo y otras zonas precordilleranas
los descendientes de aquellos viejos pobladores galenses
recuerdan nombres de caciques famosos, tales como
Chiquichano, Inacayal y Quilchomal, con quienes sus padres y
abuelos mantuvieron cordiales relaciones.
SOBERANIA NACIONAL
La inmigración galense no sólo contribuyó a la expansión
económica del valle del Chubut. La historia de aquel noble
aporte civilizador registra una arriesgada expedición a la
cordillera, secundando los afanes científicos del gobernador
Luis Fontana, militar, naturalista, geólogo e historiador,
cuyo nombre rememora uno de los más bellos lagos del
territorio austral.
La expedición estaba Integrada por el funcionario de la
gobernación ingeniero Juan G. Katterfeld, el sargento
Ricardo Franco, les comerciantes Juan M. Thomas y Gregorio
Mayo y veinticinco jóvenes de las colonias galenses, que
sufragaron sus propios gastos, aportando armas y víveres
pera la arriesgada empresa. Partieron el 14 de octubre de
1885 y durante cuatro meses, expuestos a una serie de
peripecias, exploraron más de setecientas leguas.
Un año más tarde, el 13 de septiembre de 1886, por decreto
del presidente Roca, se autorizó a Fontana a permitir la
ocupación de los valles descubiertos por los
expedicionarios. Tal es el origen de la colonia 16 de
Octubre, que recuerda la fecha en que se dictó la ley de
territorios nacionales.
El gobierno argentino, con el aporte de la pujante sangre
galense, había hecho pie en la cordillera, afirmando la
soberanía nacional. El antecedente histórico fué definitivo
cuando se debatió la cuestión de límites con Chile.
Era definitiva, los galenses echaron la simiente de la
actual riqueza agropecuaria del Chubut, cuando el tajante
alarido de los bárbaros se perdía en el confín de la pampa,
enancado en el viento áspero que todavía aúlla como un perro
cimarrón.
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Por este valle pasó en 1885, la expedición Fontana, a pocas
jornadas de la confluencia de los ríos sureños Chubut y
Tecka
Fotografía tomada al regreso de la expedición que duró
cuatro meses. Se ve al teniente coronel Fontana, al medio,
de uniforme, rodeado por personas que lo acompañaron en la
estupenda empresa |
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Puerto Madryn es el más extraordinario puerto natural que
existe a todo lo largo de la costa atlántica del territorio
del Chubut |
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