El ex presidente de la Confederación General Económica y
-según numerosas versiones- firme candidato a la cartera de
Economía abordó temas de candente actualidad: su entrevista con
Perón, la reforma agraria, la carrera de precios y salarios, la
inflación y las inversiones extranjeras
Nada mejor
que observar la seguridad que exhibe en cada una de sus
respuestas y la fraternal, casi pícara sonrisa con que recibe a
los periodistas que lo asedian, para descifrar su actual estado
de ánimo. Es que José Gelbard (54, dos hijos), el próspero
empresario que hasta hace pocas semanas capitaneaba la
Confederación General Económica y sobre cuya posible gestión en
el próximo gobierno se tejen las más Variadas hipótesis, puede
ufanarse de ser uno de los pocos economistas argentinos que en
estos días tienen acceso directo a Juan Domingo Perón y, lo que
es más importante, cuyos programas cuentan con el manifiesto
aval del líder justicialista. A tal punto que, luego de las
prolongadas reuniones que el otrora máximo dirigente cegeísta mantuviera dos
semanas atrás en Puerta de Hierro, casi todos los observadores
políticos coincidieron en considerarlo el más firme candidato a
ocupar la cartera de Economía, en el gobierno de Cámpora. Una
incógnita hasta ahora no develada y a la que Gelbard suele
rehuir, bromeando acerca de las sobradas preocupaciones que ya
tiene como directivo de la empresa Fate, responsable en parte de
la gigantesca planta de aluminio que la empresa Aluar está
construyendo en Puerto Madryn, y numerosos "boliches" en su
provincia natal, Catamarca. Para averiguar, precisamente,
cuáles son los proyectos personales de JG respecto del futuro
próximo y conocer su opinión sobre diversos aspectos de la
política económica del país, Andrés Oppenheimer, redactor de
Siete Días, mantuvo pocos días atrás una ilustrativa entrevista
con el acaudalado ejecutivo. El reportaje fue realizado en
circunstancias nada convencionales: los severos horarios de
Gelbard lo obligaron a contestar el interrogatorio mientras
conducía su automóvil, rumbo a una de sus ocupaciones diarias;
un trayecto que no estuvo exento de alternativas imprevisibles.
—¿Cuál será la línea económica que prevalecerá en el próximo
gobierno? —Desde hace tiempo, Perón viene diciendo que se
adoptará el programa propuesto por la CGT-CGE. En todas sus
alusiones económicas, incluso en los famosos 10 puntos, lo ha
destacado. Nunca dijo otra cosa. —¿Cómo se explicarían,
entonces, las propuestas más radicalizadas elevadas a Cámpora
por otros sectores peronistas? La del Consejo Tecnológico de
Rolando García, por ejemplo. —Bueno, hubo muchos grupos que
se dedicaron a estudiar las posibles salidas económicas, lo cual
me parece una labor muy encomiable. Pero, como acabo de decirlo,
la decisión recayó sobre las 135 concretísimas propuestas del
plan de coincidencias que se gestó el año pasado con el concurso
de las centrales empresaria, obrera y los partidos políticos
mayoritarios. —A propósito de ese proyecto conjunto, muchos
objetaron la falta de definiciones concretas sobre el papel del
Estado en la futura economía del país. —No tengo conocimiento
de esa crítica. Yo pienso que el Estado debe intervenir en
aquellas áreas que le corresponden. Hasta ahora las empresas
Estatales no han probado ser muy eficientes, y mucho menos en
las condiciones en que se han desenvuelto últimamente. Yo me
animaría a decir que el Estado es ineficiente, y que hay que
convertir esas empresas estatales en industrias eficientes.
—¿Eso significa privatizarlas? —No, no necesariamente.
Significa darles nuevas estructuras, de modo tal que puedan
desarrollarse de una manera estable e independiente. Eso sin
perjuicio de que el Estado siga siendo dueño. —Algunos
sectores del Frejuli plantean la necesidad de estatizar algunas
industrias elaboradoras de productos de primera necesidad, para
evitar desmesurados lucros privados... —No lo veo, ni como
necesidad, ni como objetivo, ni como cosa deseable. Lo que
importa en una empresa no es tanto la ganancia sino el costo
final. Y está probado que, en muchas áreas, la tutela del Estado
no se traduce en el abaratamiento de los productos. —Eso
también lo dice Nueva Fuerza... —Bueno, mi amigo, no se me
haga el gracioso: si a nosotros nos votó más del 95 por ciento
de la población y a Nueva Fuerza el 1 por ciento, por algo será.
—Perdón, ¿a quién votó el 95 por ciento de la ciudadanía? —Al
programa de la CGT y la CGE, que fue refrendado por todos los
partidos políticos mayoritarios. —Concretamente, ¿qué medidas
sugiere ese plan económico para apoyar la empresa nacional?
—Creemos imprescindible fomentar el desarrolla regional de las
industrias. Actualmente, en tan sólo el 15 por ciento del
territorio nacional se concentra el 68 por ciento de la
población, el 86 por ciento de la producción industrial, el 84
por ciento de la población ocupada en la industria y el 82 por
ciento del consumo de electricidad. El interior del país está
poco menos que estancado. —Y las propuestas, ¿cuáles son?
—Ante todo, hay que prevenir la desnacionalización regulando las
inversiones extranjeras y dirigiéndolas hacia áreas de interés
nacional. Por ejemplo, es fundamental apoyar la industria
frigorífica para que podamos participar en forma creciente en el
mercado mundial de carne con productos de mayor valor agregado.
En general, creemos necesaria la creación de lo que denominamos
Corporación para el Fomento de Pequeñas y Medianas Empresas.
—¿Acaso no fue creado con esos fines el Banco Nacional de
Desarrollo? —Una cosa es para lo que son creadas las
entidades y otra lo que hacen en la práctica. De cualquier
manera, este organismo no se limitaría, como actualmente lo hace
el BND, a otorgar créditos, sino que tendría a su cargo tareas
de asesoramiento y planificación. —Con respecto a las tan
mentadas inversiones de capitales provenientes del Mercado Común
Europeo, ¿qué le hace pensar que serán más beneficiosas que las
norteamericanas? Porque los capitales, vengan de donde vengan,
no suelen practicar la filantropía... —Yo creo que los
capitales extranjeros pueden tener cabida en la economía
nacional siempre y cuando no desplacen o absorban a los
nacionales, ni limiten el control nacional de los centros
básicos de decisión. Si se ajustan a estas pautas, no interesa
de dónde vengan. Todo es cuestión de una eficiente ley de
radicación de capitales extranjeros. —Dicho de otra manera,
¿por qué los capitales europeos se ajustarían a esas pautas y no
los estadounidenses? —Yo no dije tal cosa; eso corre por
cuenta suya. —Volviendo a las plataformas electorales de los
partidos mayoritarios, casi todos coinciden en propiciar un
sustancioso e inmediato aumento de salarios. Si ese reajuste se
lleva a cabo (tal como lo prometió el propio presidente electo),
¿cómo se hará para detener la espiral inflacionaria? —El
salario siempre debe responder a la realidad. Nosotros no
hablamos de estabilidad monetaria sino de estabilidad económica,
que es algo muy diferente. El aumento masivo de salarios no se
traduce en inflación si se toman las medidas necesarias para
contrarrestarla. Por ejemplo: en el área financiera, brindar
créditos más baratos y amplios a sectores que los necesitan;
adoptar medidas fiscales, como la supresión de ciertas
importaciones, para aumentar la producción interna y, al mismo
tiempo, bajar los precios al evitar la competencia de nuestros
productos con los extranjeros... —También se han dado
numerosas interpretaciones de lo que en el documento conjunto de
la CGT-CGE se denomina "reforma agraria". —Mire, nosotros
creemos que la tenencia de la tierra debe ser facilitada a los
hombres que la trabajan, y que sería de desear la promulgación
de una ley de trasformación agraria que promoviera el acceso a
la propiedad de los actuales arrendatarios y aparceros; así como
también leyes de tierras ociosas o deficientemente explotadas
por particulares. La CGE ha propuesto en varias oportunidades el
restablecimiento del Consejo Agrario Nacional, que funcionaría
como ente autárquico e integrado por representantes de los
productores. —La CGE, a través de diversas manifestaciones,
siempre se declaró apolítica, y lo mismo hicieron sus máximos
dirigentes. Ahora que usted dejó de ejercer la presidencia de la
entidad, ¿podría aclarar su filiación política? —Yo siempre
fui apolítico y pienso seguir siéndolo, lo que no significa que
sea escéptico. Además, creo que el plan que hemos propuesto al
país no deja de ser político. Si se refiere, en cambio, a
política partidista, no estoy afiliado a ningún partido.
—Pero su trayectoria es bastante ilustrativa, y deberá haberse
inclinado por alguna lista en las últimas elecciones.
(Sorprendido, Gelbard se vuelve hacia el redactor de Siete Días
y sonríe con picardía. Desgraciadamente en ese mismo instante un
automóvil se cruza en el camino. Cuando Gelbard advierte el
peligro ya es demasiado tarde y embiste frontalmente al otro
coche, causándole una nada despreciable abolladura en la puerta
trasera y el paragolpes. De inmediato dos miembros de la guardia
privada del empresario descienden del coche que venía
escoltándolo, se ocupan de las gestiones de rigor en esos casos
y piden las correspondientes disculpas. Finalmente, reemprendida
la marcha, JG dirige al redactor una sonrisa cargada de
resignación: "Ve lo que pasa por hacerme esas preguntas ... ".
Pocos minutos después continúa la entrevista.) —¿Usted conoce
la historia del Tío Patilludo? —Sí, ese pariente del Pato
Donald que empezó vendiendo ballenitas en la calle y terminó
multimillonario ... —Efectivamente. ¿Cree que en la
Argentina, actualmente, puede darse un caso así? ¿Hay igualdad
de oportunidades? —Sí, pienso que en nuestro país la
movilidad social sigue siendo válida, sigue habiendo
oportunidades para todo el mundo. —Sin embargo, hay amplios
sectores ... —Mire, es innegable que existen ciertos
condicionamientos. Pero también hay quienes pueden vencerlos.
Tome mi caso: yo no tengo más que cuarto grado de la escuela
primaria. Me hice desde abajo: empecé vendiendo artículos al por
menor en una plaza de Catamarca. —En un reciente reportaje
televisivo usted reaccionó con bastante malhumor cuando se lo
presentó como "representante de los sectores patronales". ¿Le
molesta que lo llamen "patrón"? —Sí, mucho. Es un término
peyorativo. Ya en 1951, en ocasión de un congreso de directivos
de empresas realizado en Resistencia, decidimos eliminar de
nuestro vocabulario la palabra "patrón", y reemplazarla por
"empresario", que supone una plena conciencia de la función
social que le compete. Y no crea que se trata de una mera
sustitución de palabras: se trata de cambiar una actitud. No
somos ogros medievales sólo interesados en aumentar la
producción y enriqueciéndonos a costa del pueblo. —A
propósito, se rumorea en medios allegados al gobierno electo de
que podría hacerse un llamamiento nacional para aumentar en una
hora diaria el horario de trabajo y dedicarla al Estado.
¿Estaría de acuerdo con una medida así? —Creo que la
reconstrucción nacional no precisa sacrificios tan extremos. Una
medida de esa índole dependería enteramente de la voluntad de
quienes quieran acatarla, no creo que se la pueda imponer de un
plumazo. Como he dicho antes, existen otras formas menos
dolorosas de superar la crisis actual. —En otro orden de
cosas: ¿se justifica la trascendencia que se le da al conflicto
con Brasil a raíz de la represa de Itaípú o es, como afirman
algunos, una forma de distraer a la opinión pública? —La
crisis económica que estamos sufriendo no se tapa ni con Itaipú
ni con la más extraordinaria invasión de marcianos. Existe, es
algo real. En cuanto a la represa, no soy un técnico, pero
pienso que tampoco es cosa que pueda ser tomada en broma.
—¿Qué temas se trataron en su última entrevista con Perón?
—Bueno, yo visito a Perón cada vez que viajo a Europa. No sólo
ahora: lo vengo haciendo desde que él vive en España. No se
olvide que lo conozco desde hace tiempo: cuando Perón era
presidente y yo dirigía la CGE, solía asistir a sus reuniones de
gabinete. En mi último viaje, los periodistas deslizaron las más
diversas suposiciones, pero le aseguro que la entrevista no
abordó temas específicos: hablamos de muchas cosas y, en cuanto
a la economía, sólo se trataron temas generales. —Si se le
hace el ofrecimiento, ¿aceptará la cartera de Economía?
—Mire, si le dijera que sí sería sumamente imprudente, porque no
se me ha hecho ofrecimiento alguno en ese sentido; y si le
contestara que no pecaría de inoportuno, por la misma razón. Lo
cierto es que no me interesan los cargos públicos. Ya me los han
ofrecido en varias oportunidades y me negué. Perón, por ejemplo,
me ofreció ese ministerio y no lo acepté. —¿Y qué otras
propuestas recibió? —¿Alguna de los últimos tres gobiernos,
quizás? —No sé, tengo muy mala memoria para esas cosas.
Así, imprevistamente, el viaje ha llegado a su fin. Gelbard
abandona su auto, lo cierra con llave y, luego de realizar una
furtiva inspección de su arrugado capot, estrecha la mano del
periodista a manera de despedida. "Perdóneme el susto —se
disculpa—. La verdad, nunca había sido objeto de un reportaje
tan accidentado." Revista Siete Días Ilustrados 21.05.1973
Ir Arriba
|
|
|