"Me hundiré con el barco, no lo puedo abandonar ahora." Ricardo
Balbín murmuró esa frase apocalíptica una noche de la semana
pasada, mientras acampaba, como de costumbre, en el restaurante
del Centro Lucense, Belgrano al 1900, flanqueado por dirigentes
de la UCRP: ensayaba así una defensa del documento del Comité
Nacional, por él presidido, que cantaba loas al Gobierno y
ahorraba mencionar los desacuerdos y contrariedades de un
partido que ha transformado la inescrutable elección de 1967, en
Buenos Aires, en socorrido muro de los lamentos. El
Presidente de la República, en cambio, esgrime un esotérico
optimismo: un Senador nacional que lo visitó días atrás y
desplegó ante él la certeza del triunfo peronista en aquellos
comicios recibió esta respuesta y una palmada en la espalda:
"Quédese tranquilo, vamos a ganar". Pero entre el conformismo de
Balbín y el vaticinio de Arturo Illia, florecen cada vez más las
inquietudes radicales. La convocatoria del Presidente, en su
mensaje del 1º de mayo (en la redacción de ese párrafo intervino
el Diputado Nacional Arturo Mor Roig, promotor del proyecto
de reforma constitucional que intentaban la prórroga de los
mandatos hasta 1969, y hasta de un gabinete de coalición), fue
recogida, sin demasiada pasión, por la Democracia Progresista y
el Socialismo Democrático: la primera declaró, en Rosario, que
para la sustentación del Gobierno se necesita "la confluencia
momentánea o transitoria de corrientes diversas"; el partido de
Américo Ghioldi, después de anotar que "el país está fuera de
quicio", aconsejó un retorno de la "unión democrática". Pero
esos dos ecos eran nada. La evidente falta de repercusión
consterna, todavía, al oficialismo; el propio Mor Roig confesó a
algunos correligionarios, en el Congreso, que él era pesimista
pero seguiría adelante, convencido de que "el acuerdo nacional
es la mejor salida". También el Ministro del Interior se mostró
dispuesto a imitar a Mor Roig, al declarar que el Ministerio
mantendrá las puertas abiertas a "iniciativas y sugerencias de
cualquier partido político". Sin embargo, un sondeo en los
partidos señala que hay rechazos: Oscar Alende, jefe de la UCRI,
pontificó, en El Tropezón: "Absoluta desvinculación con este
Gobierno, condenado a no terminar su mandato, y acercamiento
ideológico al peronismo, sin perder la individualidad
partidaria". El MID y UDELPA consideran que el llamado es tardío
y que lo que pudo surtir efecto, en 1963, a poco de asumir
Illia, ahora es impracticable. En una entrevista no publicitada,
el demócrata progresista Horacio Thedy se arrogó cierta
personería oficial para convencer a Arturo Frondizi sobre la
necesidad de apoyar la reforma constitucional y prorrogar los
mandatos: fue desahuciado. La tentativa del médico Nicolás
Romano (UCRP), de un nuevo encuentro Illia-Pedro E. Aramburu,
también se frustró. La certidumbre general es la misma y
tendió a acrecentarse en los últimos días: el oficialismo carece
de planes para afrontar los comicios de 1967 y arrancar a los
peronistas la provincia de Buenos Aires. Un importante vocero
del Gobierno ratificó, con cierta melancolía, esa premisa,
aunque —radical al fin— otorgó otro voto de confianza al
silencioso doctor Illia: "Salvo que el Presidente tenga una
carta tan decisiva que por eso no la puede mostrar". Para
algunos observadores políticos, inclusive de militancia radical,
la carta del Presidente es la de permanecer de brazos cruzados y
"caer con honor"; este eufemismo puede traducirse con tres
palabras: golpe de Estado. La UCRP prefiere pensar que el
ruido de armas está lejano y que un acuerdo interpartidario será
un aval ante los militares para que se celebren sin problemas
las elecciones de 1967; sus corifeos, no obstante, calculan que
en caso de no cristalizar, la polarización será inevitable. La
aritmética pre-electoral, que perdió a Frondizi cuatro años
atrás, es utilizada en el Comité Nacional de la UCRP para
determinar que a sus 970.000 sufragios bonaerenses de, marzo de
1965, se unirá un caudal extra capaz de superar al 1.350.000
votos obtenidos entonces por Unión Popular. Sucede que los
radicales dan por segura esa transferencia con el siguiente
apotegma: "Los ciudadanos deberán elegir entre la legalidad o el
golpe y optarán por la legalidad". Además, añaden, siempre es
viable la negociación de votos a cambio de cargos electivos con
aquellos partidos sin posibilidades de conquistar la
Gobernación. El jefe de uno de esos partidos, Julio Cueto Rúa,
del PRAR, dijo a Primera Plana la semana pasada: "Yo estoy
empeñado en que el país salga adelante por medio de elecciones,
pero puedo asegurar que en mis frecuentes reuniones con sectores
diversos compruebo cuántas dificultades existen para
convencerlos de que hay que defender la salida constitucional.
Temen el panorama incierto, pero este Gobierno no es garantía de
nada." Otras tres variantes se otean dentro del oficialismo:
• Lograr, por fin, la unidad radical, una propuesta lanzada en
1965 por el Senador Eduardo Gamond; el balbinismo la admite,
pero sólo a nivel de dirigentes medios, aduciendo que no puede
haber acuerdo de ningún tipo con Alende o Frondizi. En cambio,
no menos de tres Senadores oficialistas alientan la idea de un
reencuentro de campanillas. Uno de ellos confió a Primera Plana:
"Illia no objeta la unidad y habló con mucho respeto de
Frondizi, si bien no dio aval alguno para emprender
conversaciones. A Balbín no le gustó nada el proyecto". Al MID y
la UCRI, mucho menos aún. • Negociar con Perón en Madrid, un
gesto que, increíblemente, consentiría el antiperonista Balbín.
• La última variante es una utopía y fue expuesta a Primera
Plana por un legislador oficialista que pidió reserva para su
nombre; "Pienso que la única salida la puede dar el general
Onganía, que es, aparentemente, el candidato más firme para la
Presidencia en 1969. Lo ideal es que Onganía sugiera el nombre
del candidato a Gobernador de Buenos Aires y haga así posible un
pacto entre peronismo y UCRP". La mayoría de los líderes
opositores estima como inexorable la caída de Illia. Pese a
todo, unos pocos piensan que el Gobierno podría encontrar una
fórmula para el escollo de 1967, según como se comporte Unión
Popular. Si este partido, con sigla reconocida, se ubica de
lleno en el neoperonismo no será proscripto y podrá ingresar en
el Frente o Movimiento Nacional que auspicia el MID; si se
alinea junto a Perón, el Frente quedará destrozado y el
peronismo, fuera de todos los canales, se convertirá en
"impotable" haciendo peligrar la estabilidad institucional. Con
la primera hipótesis (la UP en el Frente), el Gobierno
proscribiría al sector duro, en ese caso el isabelismo, y la
opción se transformaría en Antiperonismo-Frente, con la
perspectiva del triunfo frentista tolerado por las Fuerzas
Armadas. Los próceres del partido oficialista, puestos a
penetrar en la cerrazón presidencial, intuyen que Illia quiere
desembocar en aquella opción, que le permitiría sobrevivir hasta
1969. Si prevalece el primer término, Illia podría echarse a
descansar sobre un lecho de rosas; en cambio, con la victoria
del frente opositor, que los militares admitirían ya que importa
el acceso de un peronismo diluido, tendría que hacer concesiones
que no rechazará tal vez. En tal caso, quedaría sellada la
ruptura con el partido y el renacimiento de un Balbín
inconformista e iracundo. En esferas militares, estas
especulaciones suelen mirarse con desgano, con apatía, sin
interés. Quienes más atienden a ellas son los Secretarios, en
especial el de Guerra, general Eduardo Castro Sánchez. Los
mandos no ocultan su escepticismo; los informantes subrayan
algunos episodios que parecen de rutina: un viaje del general
Alejandro Lanusse a Mar del Plata, una misteriosa partida de
caza del general Osiris Villegas, una visita —la primera desde
que está a la cabeza de la Comandancia— del general Pascual A.
Pistarini a la Agrupación de Comunicaciones 601, nervio de
todo el sistema de comunicaciones del Ejército, instalada en los
pisos 16, 17 y 18 de la Secretaría; un pedido del propio
Pistarini al Secretario, para que se suspendan ciertos almuerzos
del Subsecretario, general Manuel Laprida, con les mandos
medios. "No volvamos a tiempos y esquemas deliberativos ya
superados", habría dicho Pistarini. El Secretario y el
Subsecretario se dejan vencer por el desaliento. El 4 de febrero
conversaron largamente con Illia y Leopoldo Suárez, para
hacerles ver la necesidad de modificar la política del Gobierno
y dinamizar su imagen; en marzo, mantuvieron otra conferencia
más extensa; el 1º de abril, emitieron un comunicado tajante en
defensa del orden constitucional. En el plano de las grandes
decisiones, nada han conseguido a seis meses de haber asumido
sus prominentes cargos. Un general comentaba: "Castro Sánchez
está preso en una trampa. Su advenimiento coincidió con el
retiro de Onganía, lo que lo colocó en una posición
desfavorable. Para ganar la voluntad del Ejército, quiso meter
una cuña en el Gobierno. Pero en la medida en que el Gobierno se
siente presionado, no toma medidas. Los radicales tienen horror
a que se sepa que reciben planteos de las Fuerzas Armadas".
Una anécdota inusitada clausuraba la semana: en el restaurante
Ligure, un Obispo se reunió el viernes a cenar con dos
generales. Objetivo: instarlos a que el Ejército no tome medidas
drásticas con el Gobierno.
Ley 11.729 La hora del
arrepentimiento "No pedimos nada del otro mundo: queremos que
el Presidente nos dedique un tiempo parecido al que le concedió
a Horacio Accavallo o a Charles Aznavour." La mordacidad de los
dirigentes de ACIEL sorprendió a Juan Carlos Pugliese, quien
carraspeó inquieto. Otra vez, tocaba al Ministro de Economía el
papel más antipático cuando, durante la semana pasada y por
decisión de Arturo Illia, recibió a las delegaciones empresarias
descontentas por la sanción parlamentaria de las reformas a la
Ley 11729. Ya antes, 2l lunes por la tarde, el fervor de Juan
Martín Oneto Gaona, presidente de la Unión Industrial, lo había
inquietado; a tal punto, que Pugliese se lamentó: "Comprendo su
preocupación, pero no es posible discutir en este estado de
ánimo". El espíritu del Ministro tampoco era el ideal; no
estaba exaltado, pero su cansancio era visible, como su
preocupación por un asunto que, no se oculta, terminará por
desgastarlo aún más. Dentro de la resignada fatalidad con que
encaró las entrevistas, Pugliese no tuvo más remedio que
parapetarse detrás de culpas ajenas: "Claro que la Ley tiene
defectos pero, ustedes saben, en algunos asuntos el Poder
Ejecutivo no puede llegar a controlar al Congreso". Además,
demostró que su actitud crítica no era sólo una pose; por
momentos pareció más papista que el Papa: • A sus visitantes
de la Unión Industrial les dijo que aceptaba que la Ley es una
disposición anacrónica y antieconómica y que producirá
fricciones en el orden laboral. "De existir un consejo económico
social —se dolió por su fallido proyecto— estas no ocurrirían."
• Cuando los miembros de la UIA le señalaron que el impacto
inmediato de la Ley produciría un aumento de costos del 8 por
ciento, Pugliese acotó: "Los cálculos oficiales son todavía
algunos puntos más altos". • A los representantes de la CGE
les dio opiniones francamente desfavorables sobre algunos
aspectos de la nueva Ley: el artículo 10, que establece como
causal de despido la modificación de las modalidades de
prestación de servicios; el artículo 36, por el cual el
empleador debe abonar los salarios en caso de que el trabajador
tenga un proceso penal cualquiera. Los dirigentes cegeistas
salieron del despacho de (Pugliese con la impresión de que el
Gobierno aplicaría su veto (parcial) a los artículos que les
criticó Pugliese. Los acielistas, por su parte, al cabo de su
audiencia del día siguiente, intuyeron que el Presidente vetaría
algunos párrafos de la Ley como la retroactividad en su
aplicación, la responsabilidad en cadena y la inclusión del
sector agropecuario. Hacia fines de semana, después quo el
Diputado Roberto Pena entrevistó al doctor Illia (el viernes, el
legislador que actuara en el Congreso como adalid de la reforma
salía hacia Alemania) se interpretó que habría un veto parcial
que el Gobierno llamaría promulgación restringida; seguidamente,
el Ejecutivo enviaría al Senado un proyecto complementario,
retocando algunos artículos. El Presidente Illia parecía bien
informado sobre los aspectos jurídicos del rompecabezas. Al
menos, así detuvo las insinuaciones reformistas del Secretario
de Guerra, Eduardo Rómulo Castro Sánchez: "No se olvide,
general, que el cambio de una sola coma, es veto. Pero tiene
razón: a los Diputados de mi partido se les fue la mano. Sin
embargo, vetar es odioso". En todo caso, el Presidente tenía
plazo hasta el miércoles de la presente semana para reparar el
error. Hasta esta fecha, una de las entidades empresarias
dilataba su amenaza de represalias: el miércoles 11, la CGE
discutió las medidas a adoptar si se mantenía el texto salido
del Congreso: lock out (suspensión total de actividades en las
empresas) por 24 a 48 horas y suspensión del pago de impuestos
nacionales y provinciales. En los sectores vinculados con ACIEL,
en cambio, no se proferían amenazas tan graves, pero se pensaba
en emitir una declaración retirando al gobierno la colaboración
y la confianza de esas entidades empresarias. El asunto es:
¿cuántos enemigos más puede agregarse el Gobierno sin zozobrar?
Porque ya no son sólo las grandes empresas las preocupadas: la
semana pasada, un sector económico que, por lo general, es
exaltado en los discursos presidenciales, sumaba su crítica: las
cooperativas, reunidas en Rosario, solicitaron enérgicamente el
veto a las reformas de la Ley 11729. 17 de mayo de 1966
Revista Primera Plana
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Oneto Gaona y Pugliese
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