Revista Siete Días
Ilustrados 28.09.1970 |
Cuando empieza a cantar, alza la mano derecha a la altura de
la mejilla y mantiene el micrófono en la izquierda, frente a
los labios; fraseando cuidadosamente, modulando con
empecinamiento cada silaba; inmóvil, agazapado en el centro
del escenario. Pero la quietud no dura. A medida que
desgrana la primera canción de la noche, entra en calor y
camina de un extremo al otro del escenario, gesticulando;
elude por momentos la luz de los reflectores, acerca el
micrófono al bandoneón sobre el que Ernesto Baffa se
adormece, tenso, con "El motivo" y dice la frase final,
desatando un estallido de aplausos. Después, ya no elige el
repertorio. Para seguir manteniendo el nervioso entusiasmo
del público se dedica a complacer los pedidos más numerosos
o estentóreos que, invariablemente, brotan de la oscuridad.
Finalmente, secándose el sudor con un pañuelo, entrega el
micrófono a uno de los integrantes del quinteto. Sin
embargo, debe permanecer en el escenario: no son necesarias
demasiadas protestas para que desgrane un último tema y
pueble el silencio casi religioso de Caño 14, uno de los
más antiguos reductos tangueros de Buenos Aires. Allí,
Roberto Polaco Goyeneche (44, dos hijos) desempolva este
espontáneo rito, dos veces cada noche, colmando las
apetencias de un público que lo identifica, cada vez más,
con el arquetipo del cantor de tangos. Es que este porteño,
nacido en el barrio de Saavedra, que desde los once años
participó de cuanto concurso de cantores tuvo a mano, hizo
sus primeras armas como profesional en el conjunto de Raúl
Kaplún, para recalar finalmente en la orquesta de Aníbal
Troilo, se ha convertido en el candidato obligado para
ocupar el lugar que, en la imaginería popular, dejara
vacante, a su muerte, el uruguayo Julio Sosa. Una condición
de ídolo que Goyeneche niega sin demasiado entusiasmo pero
que SIETE DIAS pudo palpar, la semana pasada, cuando, entre
las once y media de la noche y las siete de la mañana,
deambuló con él por la ciudad, aquilatando la expectativa
que lo rodeaba y el fervor que acompañó sus dos
presentaciones en el sótano de la calle Talcahuano.
NI GUAPOS NI FAROLES Dogmático, apasionado a veces,
aunque extremadamente cauto en sus opiniones sobre la gente
del ambiente tanguístico, exhibe, sobre todo, una empecinada
vocación ("Si yo no hubiese cantado tangos —calcula—, el
sueño de mi vida hubiera sido hacerlos") y un perfeccionismo
a toda prueba. "Nunca me dejan satisfecho mis grabaciones
—confiesa—. Pienso que el que se siente realizado se
estanca, se mecaniza, no brinda todo. Y en este asunto de
cantar, como en cualquier orden de la vida, eso es
importantísimo." Lo cierto es que tal vez haya sido esa
insistencia, esa búsqueda constante del matiz ideal para
cada canción, para cada frase, lo que ha contribuido a
imponerlo con un repertorio que cualquier entendido
rotularía "difícil". Porque desde 1962, cuando abandonó la
tutela de Pichuco para presentarse como solista, Goyeneche
se empeñó en acentuar su preferencia por una línea melódica
que, hasta entonces, había obtenido escasa repercusión
popular. "Mi orgullo es un repertorio que no habla de
faroles ni de guapos —descarta—. Es que el 99 por ciento de
los chicos de ahora ignora el significado de gerla, manroca,
postalina. Estamos en otra época y, de alguna manera, el
arrabal ha muerto. No quiero decir que el tango haya
cambiado (siempre hubo temas de mucha calidad), sino que yo
constantemente busqué tangos que tuvieran poesía,
filosofía." Por eso no extraña que a la hora de nombrar
poetas se agolpen los nombres de Alfredo Lepera, Homero
Manzi, Cátulo Castillo, Homero Espósito o Enrique Cadícamo,
ni que sus tangos predilectos sean El motivo, Mimí Pinzón,
Fuimos. En cuanto a músicos tampoco duda. "La línea más
importante se llama Aníbal Troilo —dogmatiza—. Fijate:
María, La última curda, Garúa, Romance de barrio. ¿Qué te
parece?" Faltan pocos minutos para la una de la mañana y
Héctor Stampone, pianista del quinteto que lo acompaña, da
la señal para iniciar la primera entrada. En veinte minutos
interpreta seis temas y llega al bar esquivando las manos
que se alargan en la oscuridad para retenerlo, cuando
todavía no se han apagado los aplausos que coronaron Balada
para un loco. "Este Piazzolla es un tipo fabuloso —se
exalta—. Un hombre llamado a sacar orejas del burro. Un
desasnador sensacional que está tocando en el año 3000, no
en el 2000. Por eso me da risa la gente que dice: Cuando
Piazzolla toca un tango nadie puede reconocerlo. ¿Cómo que
no pueden reconocerlo? Lo que pasa es que nuestra cultura
musical está bastante baja. Todavía nos falta mucho". Y se
consuela: "Bueno, no hay que olvidar que somos un país muy
joven". Hijo de un músico —Roberto Goyeneche, autor de
tangos que todavía mantienen su vigencia: Pompas de jabón,
El metejón, Yo te perdono, De mi barrio—, el Polaco no
olvida que la búsqueda formal encarada por su padre
(determinó que, en su tiempo, se lo conociera como "el de
los acordes japoneses"; por eso, en parte, R.G. siente la
obligación de solidarizarse con los innovadores. "Claro que
me gustan Los Beatles —sorprende—. Me gustan porque tienen
calidad. Es cierto que por ahí andan en la tapa de un, long
play caminando descalzos por la calle y yo a esa metáfora no
la entiendo; pero musicalmente son genios. Lo que pasa es
que detrás de ellos hay una pila de imitadores que no son
otra cosa que anormales con matrícula, y, parte de la
juventud los apoya. Pero lo que no se sabe es que a mí
también me vienen a ver chicos que tienen nueve o diez años.
Y ésa es gente que dentro de unos años va a estar en lo
mío."
LA TUEROUITA DE GARDEL "Contale lo del
Martín Fierro", lo insta José Tiscornia, un hombre que
frecuenta el ambiente tanguero desde hace 35 años; tiempo
más que suficiente como para andar "chivo con el Sol y ser
amigo de la Luna", según repite a cada rato. "Cierto, en
1968 me dieron el Martín Fierro al mejor cantante del año
—lo complace Goyeneche—. La primera y única vez que ese
premio lo gana un cantor de tangos." Es que aparte de sus
presentaciones diarias en Caño 14, dos programas de
televisión lo cuentan entre sus atracciones; trajín que,
agregado a sus escapadas al interior, actuaciones teatrales
y regalías discográficas, le permiten redondear unos
3.400.000 pesos viejos mensuales, cifra de la que debe
descontar la comisión del representante y el honorario de
sus músicos. "Claro que gano guita —confirma—, pero no la
que la gente cree que gano. La gente se cree que yo gano 30,
40 millones de mangos y eso no lo gana nadie. Pero así
también se va." Nada más exacto. Generoso y despreocupado,
no es mucho lo que ese respetable ingreso le permitió
acumular: apenas un par de propiedades y un Chevrolet Impala
que lo enorgullece: "Me costó cinco, palos y medio". No
fue siempre así, por supuesto. "Tuerca de alma" —así se
define—, trabajó como chofer de colectivos, camiones y
taxis, aparte de militar en las huestes de un taller
mecánico. "Cuando cantaba con Horacio Salgan, era taxista
—memora—. No te olvidés que en ese tiempo con la música no
se ganaba un mango y había que parar la olla. Fue a mediados
de la década del 50 —cuando se incorporó a la orquesta de
Troilo— que las cosas mejoraron, no sólo desde el punto de
vista económico, sino fundamentalmente profesional. "Es que
yo nunca estudié canto —se despreocupa—. Para mí, la música
son pajaritos parados en un alambrado y, en ese sentido, el
gordo Pichuco me enseñó mucho. Me enseñó a cantar las comas,
los puntos, a no acentuar equivocado. Vos decís, por
ejemplo, ... sueño con el pasado que añoro y es sueño con el
pasado que añoro. Cosas que uno aprende escuchando hablar a
Aníbal Troilo, quien, además, canta muy bien. El te dice:
Pibe, escucha esto y vos lo aprendés. Aprendés el idioma, el
chamuyo." Una pasión por su maestro que no le impide
considerar la existencia de nuevos compositores y letristas
de calidad. "Y cantores también —se impacienta—. Sin ir más
lejos, acá, en el Caño, hay un pibe —Rubén Juárez— que es un
fenómeno. ¿Y quién lo conoce? Pero de aquí a un año lo van a
conocer todos y de aquí a dos años les va a romper la cabeza
a todos." —¿Empezando por Gardel? . .. —Gardel, no,
déjalo. Gardel no era un cantor de tangos. Era un mecano, un
robot que tenía tuerquitas, resortes. No se puede cantar
como cantaba ese tipo. Fue el cantor más grande del mundo.
Mirá: decían que pronunciaba mal, que decía targo, por
ejemplo. Pero también decía tango. Lo que pasa es que
reemplazaba la ene por la ere para aprovechar el aire. Una
cosa que se descubrió hace poco y que él la sabía de antes.
Hay una grabación, no sé si de Beniamino Gigli o de Enrico
Caruso, que dice "Ura furtiva lágrima", en lugar de "Una
furtiva lágrima" y ahí nadie tiró la bronca, no había
defecto de dicción. Gardel fue un super-dotado al que Dios
le dijo: Vaya y cante.
LOS CABALLOS Y LOS BOMBONES
A las tres y media de la mañana termina su segunda y última
presentación. Deambula un rato por el local. Le cuenta un
chiste a Nelly Vázquez y busca, después, el frío de la calle
Talcahuano, donde tropieza con una joven que viste
maxifalda. "Pero mirá cómo le queda —lloriquea, viéndola
irse—. ¡Es horrorosa! Yo prefiero una minifalda chueca que
una maxi con piernas hermosas. Por lo menos veo lo que pasa.
Además, el que inventó esa moda debe ser un puritano, un
chupacirio, un hombre que aborrece a la mujer. En serio, no
le pueden gustar las mujeres. Los amigos lo deben llamar
Juanita o Martita." Un grupo de trasnochadores lo rodea
festejando sus palabras. Firma un par de autógrafos y gana
la protección de un bar de la calle Charcas. "Esto me hace
acordar cuando cantaba con Salgán —revive encaramado sobre
un taburete—. Estábamos en uno de esos pueblitos perdidos
cuando viene alguien y me dice: Mire Goyeneche, yo soy
hincha suyo a muerte. Tengo todos los discos que grabó.
Todos, todos. Me falta uno solo: Alma de loca. Yo recién
empezaba y era el único que tenía grabado." De alguna
manera, la hora afloja las inhibiciones y el cantor acepta,
por primera vez en la noche, intentar definirse con un poco
de melancolía. "Todo lo que sé me lo enseñó la vida, la
calle —filosofa—. Me quedé sin padres cuando era muy chico:
son situaciones espirituales que golpean. Pero no me puedo
quejar. La gente me conoce, no sólo como cantor de tangos,
sino como hombre de bien. Un tipo al que no le gusta la
grosería ni es fanfarrón." Enciende un cigarrillo y muestra,
como disculpándose, sus dedos manchados de nicotina. "Por
eso, si estoy en una reunión donde hablan de física nuclear
—retoma—, un tema del que yo no sé nada, me callo la boca y
escucho para aprender algo. ¿Sabés que hay gente que cree
que el hombre no llegó a la Luna? Es que los caballos no
comen bombones. Son los mismos que dicen que este país es
una porquería. ¡Pero si es el mejor país del mundo! Y ni
hablar de esta ciudad: si no existiera y hubiera que
construir una, teniendo en cuenta el gusto de cada
individuo, te juro que la íbamos a hacer más o menos
aproximada a la actual." Se levanta, paga la cuenta y camina
hacia la puerta. "Cómo será de bueno este ispa que de día lo
rompemos y a la noche, mientras dormimos, se compone solo
—exagera—. Vamos a tomar un café por ahí. Me encanta ver
cómo se arregla."
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Roberto Goyeneche |
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