La guerra de los cuatro días Volver al índice
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Terminó el golpismo: Comienza la era de las guerras políticas

Al concluir el combate en Punta Indio, el coronel López Aufranc señaló a sus castigadas tropas que habían luchado por lo más sagrado que tenía el país: la Constitución, Por su parte, cuando en el comando en jefe del Ejército se discutía el plan operativo para el asalto final a Puerto Belgrano, se propuso la participación de los cuerpos de ejército 1, 2 y 3. El general Onganía señaló que el Cuerpo 3 no intervendría porque no podía permitirse que se enfrentaran quienes habían sido los dos pilares de la Revolución Libertadora: las tropas de Córdoba y Puerto Belgrano.
Hacia fines de semana, quienes efectuaban el balance de los sucesos ocurridos hacían hincapié en estos dos hechos para sacar conclusiones. Ambos hechos se habían producido en el fragor del combate y resultaban demasiado claros por sí mismos para que pudiera haber interpretaciones contradictorias: el triunfo del Ejército aseguraba que el camino a las elecciones quedaba abierto; el Ejército se consideraba depositario de los ideales de la Revolución Libertadora.
La rebelión estallada en la madrugada del martes 2 tuvo dos jefes aparentes, el general Menéndez y el brigadier Lentino. En verdad, fueron la cobertura de la verdadera revolución, que encabezaban los almirantes Rojas y Palma. Los objetivos de esa revolución no aparecen, por lo tanto, en la proclama dada a conocer por el general Menéndez, sino en las tesis sustentadas en diferentes oportunidades, en forma privada, por los dos jefes navales: una dictadura militar por varios años, hasta que se tuvieran seguridades de que los ciudadanos justicialistas no participarían en ninguna elección. Públicamente, la verdadera rebelión, es decir la de la Marina de Guerra, no dio a conocer objetivos concretos: simplonamente, esperaba tomar el poder.
En la mañana del mismo día martes, se reúne el Estado Mayor del Ejército y comienza a estudiar la situación junto con el general Onganía. Y quizás en este momento se produce el hecho más sorprendente de los días que hemos vivido: el Ejército decide que no dará un contragolpe, sino que iniciará operaciones militares totales, como si estuviera en una guerra. Quizás así es como queda sellada la suerte de la Marina de Guerra. Los oficiales del Estado Mayor del Ejército llegaron a las siguientes conclusiones:
• La rebelión de la Marina fue concebida por el almirante Rojas siguiendo el esquema del estallido del 16 de septiembre de 1955: un golpe espectacular, y esperar el derrumbamiento del gobierno por medio de la presión psicológica. De ahí el cercamiento de todo el centro de la Capital Federal por la Infantería de Marina y la ocupación de algunas emisoras radiales.
• En caso de que el Ejército decidiera dar la batalla en los términos planteados por la Marina, se entraba de lleno en la discusión política, que absorbería rápidamente las pequeñas escaramuzas que la Marina esperaba como única reacción del Ejército.
• En caso de que la Aeronáutica no participara junto con el Ejército, seguramente se mantendría neutral; por lo tanto sería importante destruir el mito de la Infantería de Marina, que ha actuado desde el año 1956 como factor de presión política desde sus instalaciones en Puerto Nuevo.
• Considerando que no se estaba ante una guerra convencional contra un enemigo del exterior —caso en el cual se conocen exactamente las unidades con las cuales se cuenta—, era importante hacer un análisis de la situación interna del Ejército: se llegó a la conclusión de que la unidad era completa al margen de deserciones de batallones aislados. Por lo tanto, se decidió pasar al plan de operaciones.
Es así que hacia el mediodía del mismo martes, después que el general Onganía recibía del general Salas Martínez, jefe del Estado Mayor, y de sus oficiales, los informes de Inteligencia, Operaciones y Logística, se decidía el plan de operaciones global: 1) tomar la ciudad de Buenos Aires y expulsar a la Infantería de Marina; 2) ir eliminando los pequeños focos rebeldes abiertos en el interior del país; 3) prepararse para el asalto a las bases navales de Mar del Plata, Punta Indio y Puerto Belgrano; 4) concentrar el grueso de las tropas en torno de Puerto Belgrano, donde se daría seguramente, la batalla final.
Se iniciaba así la más grande batalla en que se vieran envueltas tropas argentinas desde la guerra del Paraguay, y el Ejército dejaba sentado un hecho que tendrá gran importancia en el futuro: los planteos políticos por parte de algún sector de las Fuerzas Armadas, y el golpismo, se dirimirían en el campo de batalla y no en negociaciones en torno del Salón Blanco de la Casa de Gobierno. La época iniciada por Frondizi, con su actitud de negociar siempre con los golpistas, quedaba así, terminada.
Al margen de los detalles de las operaciones, esta circunstancia probablemente es de una significación mayor. En cuanto a los hechos militares, valdría la pena señalar dos asombros transmitidos por el agregado militar de la Embajada de los Estados Unidos a oficiales de la Secretaría de Guerra: 1) la rebelión no encontró ningún apoyo de verdadero valor militar en el Ejército; 2) la operación de transporte de tropas hacia Puerto Belgrano es un milagro de coordinación. Ésta operación corrió en gran parte a cargo del general Carlos Rosas. Debió resolver las tres circunstancias siguientes;
• Eliminar los focos rebeldes de Córdoba y Jujuy.
• Mantener tropas suficientes que aseguraran la retaguardia.
• Transportar el grueso de las tropas de todas las guarniciones del norte y litoral del país hacia el sur.
En la noche del viernes 5, el comando en jefe del Ejército daba por concluidas las operaciones. De todos modos, desde la mañana del mismo viernes, comenzaba la batalla por la redacción del comunicado final que debía contener los objetivos de la lucha: elecciones y mantenimiento de la fecha electoral; respeto al Estatuto de los Partidos Políticos y a los partidos que deseen actuar dentro de este Estatuto. Al mismo tiempo, delimitación una vez más —como se hizo en diferentes comunicados del comando en jefe— del margen de participación de los ciudadanos justicialistas en las próximas elecciones y la convicción de que el régimen peronista no puede retornar: categórica insistencia de Mac Loughlin en este sentido.
Diferentes grupos presionaron sobre los oficiales de Estado Mayor a cargo de la redacción del comunicado, y de los oficiales del Departamento II de la Subsecretaría de Guerra. Entre esos grupos de presión, figuraba el de Álvaro Alsogaray, que deseaba incluir de algún modo su cartilla de reglamentación del decreto 7165 dentro de ese comunicado, de modo que pudiera ser eliminado de la vida cívica, multado y llevado a prisión cualquier ciudadano que hubiera tenido algún a actividad pública en la época peronista, así como también, eliminado cualquier partido o frente que recibiera una afluencia de votos peronistas determinada por algún organismo del justicialismo.
Todos los observadores, así como aquellas fuentes mejor informadas y fidedignas a pesar de los días de gran confusión vividos, indicaron a PRIMERA PLANA en la tarde del sábado último que por encima de los aspectos formales, era evidente un hecho: el plan político continuaría su marcha, quedaban de lado las aventuras políticas tanto como las aventuras golpistas, y en el curso de pocos días se ajustarían todos los detalles y mecanismos oficiales para que así ocurriera. Ya hacia fines de la presente semana, autoridades del gobierno así como de Ejército y Aeronáutica, esperan que la vida política entre en su cauce normal, es decir, la preparación para las elecciones que deben producirse dentro de 70 días.
Un oficial de Aeronáutica explicaba en forma reservada a un grupo de periodistas, que las guerras políticas — como la que acabamos de vivir—, deben ser pensadas con dos elementos de juicio: prepararse para destruir al enemigo y para crear las condiciones para una negociación. Dentro de este esquema, actuó aparentemente el comando en jefe del Ejército: si hubiera, por el contrario, pensado nada más que en la negociación, en las deliberaciones consiguientes hubieran participado no solamente los jefes navales, sino también los brotes de rebelión que había en Ejército y Aeronáutica. Así, la batalla de los legalistas hubiera estado, seguramente, perdida.

El debate sobre las jurisdicciones
Algunas versiones insisten en señalar que el acta de capitulación de la Marina es solamente la parte pública del acuerdo que llevó a la rendición de Puerto Belgrano. Las mismas versiones, de fuentes responsables, señalan que habría un pacto secreto de otras derivaciones. Probablemente esas versiones forman parte del clima vivido en la última semana, pero es posible que ese acuerdo incluya la determinación de pasar a retiro a por lo menos 100 oficiales de la Marina.
De todos modos, vale la pena señalar que en la primera entrevista del general Rattenbach con el almirante Eladio Vázquez, éste recibió seguridades de que se respetaría la dignidad y el honor de la Marina. Rattenbach expresó: "Estoy dispuesto a firmar esto ahora mismo, aun antes de comenzar las negociaciones". Probablemente este hecho permitió al almirante Vázquez imponer sus puntos de vistas a los almirantes Rojas y Palma, jefes de la revolución naval, que deseaban resistir en Puerto Belgrano y bombardear Buenos Aires. Poco después, un comunicado del comando en jefe, insistía en que Ejército y Aeronáutica no deseaban la destrucción de la Marina.
Es difícil tratar de predecir qué hubiera ocurrido en caso de que Puerto Belgrano no hubiera capitulado. Si la aviación naval no hubiera participado en las operaciones, probablemente tampoco hubiera participado la Aeronáutica Militar. Sin el ablandamiento previo de un bombardeo aéreo, el Ejército se hubiera lanzado al ataque de Puerto Belgrano. Si la resistencia de la Marina hubiera sido firme, la base habría seguramente aguantado cuatro o cinco días. Un experto en asuntos militares calculaba que en las primeras horas se hubieran producido 500 muertos por cada parte, y que aquí se habría desatado una enorme presión nacional e internacional para el cese de las operaciones. En caso de que esa presión triunfara, las negociaciones se hubieran entablado con la Marina en el plano político, lo que significaba seguramente la postergación de una salida electoral para el país.
En cuanto a la capitulación en sí, el Ejército solicitó la liquidación práctica de la Infantería de Marina, estimando que fue un cuerpo creado para enfrentar al Ejército en tierra. Asimismo, se ofreció a Aeronáutica la oportunidad de solicitar la liquidación de la aviación naval. La Aeronáutica declinó la posibilidad. Ambos requisitos se cumplieron en el acta de capitulación. Algunos expertos consideraron que en nuestro país, un arma que posee elementos correspondientes a otra arma, los utiliza solamente en función política, por lo cual supusieron que la mejor medida sería que cada arma tuviera su campo específico de acción: Marina, el mar; Ejército, el territorio nacional; Aeronáutica, el espacio aéreo.
En fuentes informadas pudimos comprobar, de todos modos, que el debate sobre el equilibrio de las tres armas no ha quedado terminado, sino simplemente postergado hasta la asunción del gobierno civil el 12 de octubre próximo. Una vez instaladas las autoridades, probablemente se reabra ese debate, para decidir definitivamente la relación de poder entre las armas, eliminadas ya las motivaciones políticas, y dando paso exclusivamente a la preeminencia del concepto militar puro.
Pero quienes —civiles y militares— colaboraron en las negociaciones que llevaron al acta de capitulación consideran que la Marina ha perdido su poder político, y que no intervendrá en el proceso que se abre hasta las próximas elecciones.

Como transformar la derrota en imagen de una victoria
El Ejército y la Aeronáutica comenzaron a frustrar el golpe de Estado en la tarde del primer día (martes 2). Los rebeldes perdieron rápidamente objetivos básicos (La Plata, Río Santiago, puntos estratégicos de la capital) y dependencias de la Marina de Guerra fueron abandonadas en Buenos Aires. Salvo focos sin ninguna importancia, todo el Ejército se mostró férreamente unido en torno de sus mandos naturales y la experiencia había demostrado en setiembre que la Marina no podía operar contra una parte importante del arma terrestre (en setiembre había "colorados" en tierra). Todo el plan de operaciones del Ejército se cumplía rigurosamente: los hechos indicaban que la rebelión había "nacido muerta". Y, sin embargo, reducidos ya los rebeldes a la base de Puerto Belgrano, en las últimas horas de una lucha definida para cualquier cabeza lógica, la opinión pública tuvo la sensación de que los "colorados" estaban ganando. El jueves por la noche, un llamado telefónico "azul", anunciando en una reunión "azul" que "la revolución había vencido" demostraba claramente cuál era el significado de la acción psicológica.
Lo cierto es que la acción psicológica llegó simultáneamente a los más diversos e insólitos sectores y se valió de los más variados recursos. Los redactores políticos de los diarios y revistas soportaron una verdadera catarata de llamadas telefónicas informándoles que "avanzaban desde Mendoza (o desde Corrientes, o desde Córdoba) tropas rebeldes"; que "Frondizi está en un calabozo" y que se "estableció un gobierno en Bahía Blanca". En los mismos momentos "la Marina se aprestaba a bombardear Buenos Aires", "se sublevaron los oficiales de Campo de Mayo" y el almirante Rojas llegaba a Buenos Aires como jefe de Operaciones Navales. Sin apoyo de ningún hecho real se llevó, científicamente, a todos, la impresión de una victoria "colorada" dentro de un cuadro de absoluta derrota. Esa acción psicológica, según constancias de la Secretaría de Guerra, estaba planificada para comenzar a las 18 del lunes 1 y fue organizada por el Servicio de Informaciones Navales. Un servicio eficiente en el cumplimiento de la labor que se había propuesto.
Uno de los hechos más espectaculares del último enfrentamiento militar fue, precisamente, la ocupación del Servicio de Informaciones Navales y el acceso del Ejército a sus archivos, actualmente analizados por el dinámico jefe del SIE (Servicio de Informaciones del Ejército), coronel Levingston. El hecho actualiza la novelesca historia de los servicios de informaciones.
El máximo organismo estatal de informaciones, y a la vez el más inoperante, es la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado), que en realidad es la central conjunta de inteligencia de las tres armas. Su objetivo específico es mantener correctamente informado al presidente de la República sobre la situación general del país. Tradicionalmente, los jefes de la SIDE han sido jefes del Ejército. Diferencias políticas e institucionales entre los altos funcionarios de la central de inteligencia —cada uno responde a su arma— han trascendido a la opinión pública. La SIDE trabaja sobre un amplísimo campo. Recoge y evalúa (hace la inteligencia) de información vinculada a tópicos políticos, gremiales, sociales, económico-financieros, negociados y acción extremista. Muchas veces la SIDE ha sido censurada por su dificultad en manejarse con los matices (cualquier hombre de ideas sociales puede ser catalogado como comunista). La SIDE tiene su propio departamento de acción psicológica.
Existen además los servicios de informaciones de las Fuerzas Armadas (SIA, de Aeronáutica; SIE, del Ejército, y SIN, de Marina); de la Gendarmería y de la Policía Federal y otros organismos menores. Se calcula, además, que actúan en la Argentina unos quince servicios extranjeros, que funcionan en embajadas, y unos veinte servicios privados, de tipo empresario. Los partidos políticos tienen también, de alguna manera, servicios de informaciones. Se considera que el partido con mejor información militar es el partido Federal (Mario Amadeo, Juan José Güiraldes, Mariano Montemayor), pero el partido Comunista también posee buenos medios de información. Otro partido extremista —el socialismo argentino de vanguardia— se caracteriza, en cambio, por su constante desubicación informativa y en su órgano oficial se incluyeron errores ya célebres (Villegas, contra cuya vida se atentó, era dado como jefe golpista). La UCRI tiene buenos medios de información, y Alende cuenta con un rudimentario servicio propio, que inclusive desarrolla acción psicológica. La Federación de Partidos de Centro, el socialismo democrático y los democristianos de Ordóñez tuvieron siempre amables vinculaciones —a través de sus dirigentes— con el Servicio de Informaciones Navales. En el radicalismo del Pueblo casi no se opera en esa materia. La mayoría de los sectores y partidos piensa, sin embargo, como Churchill que "sin información no se gana una guerra ni se hace política".
Veamos otro ejemplo de acción psicológica: el primer día de rebelión, los diarios titularon en forma objetiva: "Estalló un movimiento" ("La Razón"), "Golpe Revolucionario" ("Correo de la Tarde"). Al día siguiente el matutino "La Prensa", dijo: "Prodújose un movimiento revolucionario". Pero el mismo martes 2 el vespertino "Noticias Gráficas", cuyas dificultades económicas son conocidas, editó a mediodía una edición extra que creó especial ambiente en la calle. El título era "Revolución en Marcha". Otros titulares: "Las tres fuerzas en armas", "Proclama de Menéndez". Todo el material condicionado a dar la sensación, a las 12, de un movimiento ya triunfante, El gobierno secuestró la edición y clausuró el diario. Una investigación posterior demostró que esa edición extra había sido financiada por el Servicio de Informaciones Navales. La confiscación de los archivos del SIN por el Ejército, hizo trascender en medios periodísticos una gran cantidad de detalles curiosos.
El Servicio de Informaciones Navales fue el que se desarrolló más profundamente desde 1955. El hecho de que la Marina controlara la Policía desde noviembre de ese año hasta setiembre de 1962, le permitió organizar un aparato altamente perfeccionado. Por un lado, el SIN tuvo acceso a toda la información policial; por el otro, la Policía le permitía legalizar sus actividades de represión. Una de las tareas realizadas por el SIN fue la microfilmación de todos los prontuarios políticos en la Policía. La documentación se guardaba en dependencias del SIN y en dependencias reservadas de Puerto Belgrano. En materia de censura telefónica, el SIN llegó a tener un dominio absoluto de todos los medios adecuados a ese tipo de control.
El número de agentes utilizados por el SIN creció vertiginosamente a partir de enero de 1956. Y, paralelamente, la casi totalidad de los principales agentes de Coordinación Federal fueron seleccionados y reclutados por el SIN. Oficiales de Marina en actividad y retirado.; y numerosos periodistas fueron también informantes del servicio naval.
El SIN tiene también atractivas agentes femeninas, de acuerdo con las clásicas reglas del espionaje. Muchas de estas agentes cumplen funciones como secretarias privadas de altos funcionarios gubernamentales, ejecutivos de empresas privadas de todo tipo, inclusive periodísticas. Según funcionarios del Servicio de Informaciones del Ejército, el atentado contra el general Villegas y los dos atentados contra el teniente coronel Morales fueron planificados por el SIN.
El SIN —quizá el más novelesco de los servicios de informaciones— operó en el campo gremial sobre la base de una lista de confidentes y agentes especiales que le permitieron crear problemas a empresas consideradas como enemigas de la Marina o al Estado: en la huelga ferroviaria de 1961, el Servicio de Informaciones Navales habría apoyado económicamente a dirigentes sindicales.
Pero la tarea fundamental del SIN, a partir de 1955, fue otra: crear una imagen del poder de la Armada Nacional. Esa imagen fue extraordinariamente útil a la política de la Marina durante siete años y medio.

Comunicados
La Verdad como arma psicológica

Mientras los sectores "colorados" se especializaron clásicamente en un tipo —considerado anticuado por los técnicos— de acción psicológica (difusión de versiones alarmistas; "cadenas" telefónicas; realización de medidas espectaculares tendientes a impresionar a la opinión pública, tales como la toma de radios y posterior difusión de epopéyicas proclamas, etc.), los azules aplicaron los métodos considerados más modernos en la materia. Lo más moderno —como explica el sociólogo José Miguens, colaborador de acción psicológica de los azules— es, sencillamente, la verdad austera.
Según los expertos azules, la ciudadanía ha llegado a un estadio de escepticismo en cuanto a la recepción de noticias. Ese escepticismo es no solamente explicable por circunstancias locales sino, también, por el predominio de elementos publicitarios en la vida moderna. Los técnicos llegaron a la conclusión de que si bien las noticias catastróficas son más fácilmente creíbles de inmediato —pues movilizan todas las angustias neuróticas— son, sin embargo, creídas a nivel superficial. La primera regla que rigió así los comunicados del Comando en Jefe del Ejército fue: "Decir estrictamente la verdad (tanto en setiembre como ahora no se propaló ni una sola noticia falsa por las radios azules) y decirla con tono sereno, militar, meramente informativo". La "cadena de la Revolución Nacional" anunció reiteradamente que el movimiento estaba triunfante; los azules, que tenían motivos para expresar que la represión estaba triunfante, no lo hicieron hasta que fuera un hecho consumado, pese a que las radios uruguayas, y algunas agencias noticiosas, informaron varias veces, desde el segundo día, que la sublevación había fracasado. Las radios transitoriamente "coloradas" transmitieron, además, todos sus comunicados en forma marcial y "vibrante". "El viejo estilo", dicen otra vez los expertos: los azules, como en setiembre, usaron el tono meramente informativo.
Otra conclusión obvia de los azules es que la opinión pública estaba saturada de conflictos militares: los "azules" tenían que presentarse; como defensores del orden y la tranquilidad pública y no como una fracción de las Fuerzas Armadas en lucha contra otra. Se cuidó, por eso, de no irradiar música marcial y se eligieron grabaciones de tangos o folklore: el Ejército era, así, lo "nacional" y "ciudadano"; no lo faccioso y agresivo. Un inesperado twist, fue adjudicado a un error de los operadores, y rápidamente corregido. Miguens y el teniente coronel Díaz Bessone, que redactaban sus comunicados en la Secretaría de Guerra y los enviaban por "chasques" a la radio oficial, reiteraron siempre instrucciones de no transmitir marchas militares. "Por lo demás —decía un teniente coronel—, tres días de marchas militares nos pueden volver locos a todos".
Una anécdota curiosa: iniciada la lucha, los "azules" organizaron su plan de operaciones y calcularon el tiempo que duraría la represión de esta manera: la represión pararía cincuenta comunicados. Porque desde el primer día se comenzó a discutir y redactar el comunicado número 200 del Comando en Jefe del Ejército, anunciando el fin de la lucha y los motivos por los que Ejército y Aeronáutica habían resuelto, como en setiembre de 1962, luchar "para que el pueblo vote".

Pro y contra de una solución: Unificar las tres Fuerzas Armadas?
El reciente enfrentamiento entre el Ejército y la Aeronáutica por una parte, y la Marina de Guerra por la otra, volvió a replantear el problema de la división de nuestras Fuerzas Armadas: una nueva causa desencadenante —el llamado a elecciones— ha reiterado el antagonismo de las armas, pero el antagonismo era previo a la causa. ¿A qué se debe la tradicional diferencia de criterio entre militares y marinos? ¿Qué fórmula es viable para estructurar la unidad de las Fuerzas Armadas?
Diversos oficiales superiores consultados por PRIMERA PLANA habían reeditado en sus conversaciones la vieja tesis de superar la existencia de tres armas separadas dando lugar a una sola, unificada, con distintas especialidades. "La historia reciente —explicaba un general retirado— sería un obstáculo casi insalvable para posibilitar que una idea de ese tipo pudiera ser llevada, a la práctica".
Pero, además de la historia reciente, otros hechos dificultan la estructuración de una fuerza armada única. Al menos, por ahora. En primer lugar, influiría en sentido negativo el distinto reclutamiento de los oficiales. Existe actualmente, una cierta rivalidad entre los tres institutos de formación de nuevos oficialas (Río Santiago, Colegio Militar y Escuela de Aeronáutica de Córdoba) que, a veces, divergen en aspectos doctrinarios relativos a la formación de los alumnos. Mientras en la Escuela de Aeronáutica predominaron a veces profesores de tendencia nacionalista, en la Marina se imparte una educación de tipo liberal-conservadora y en el Ejército la doctrina es nacional-democrática. En algunos países —y durante un tiempo también en la Argentina— hay un solo colegio militar. Pero en otros existen inclusive distintas escuelas para diversas especialidades de una misma arma, como en los Estados Unidos.
La rivalidad entre distintas armas —y entre especialidades de una misma arma: es tradicional la "competencia" entre artilleros e infantes— por lo demás, es un fenómeno casi mundial: en los Estados Unidos se ha dado hasta en tiempo de guerra y son conocidos los episodios vinculados a la jurisdicción y prioridad en experiencias espaciales. Los militares consultados suelen enumerar las siguientes causas de rivalidad entre las Fuerzas Armadas (además de las ideológicas):
• Simples luchas por el predominio en los países donde las fuerzas armadas constituyen elementos de presión sobre los gobiernos y mantienen distintos criterios ideológicos.
• Rivalidad motivada en razones jurisdiccionales: el Ejército argentino no tiene, en ese sentido, ninguna razón de antagonismo con la Marina de Guerra, pero si lo tiene la Aeronáutica (la aviación naval crea el problema de a quién corresponde la custodia del espacio aéreo en el litoral marítimo).
• Competencia para obtener un mejor presupuesto, que permita adquirir mejores armamentos.
• Espíritu simplemente deportivo de rivalidad. Ese espíritu deportivo no debe desdeñarse: a veces, fuerzas armadas ubicadas en una misma línea ideológica mantuvieron su rivalidad por esa misma razón. La rivalidad entre especialidades responde siempre a esa razón. ¿Razones? "¿Qué razón profunda quiere buscar?", decía un alto jefe militar. "A lo sumo hay razones psicológicas... ¿Por qué lucha de intereses explica usted la rivalidad entre estudiantes del Mariano Moreno y del industrial Otto Krausse, que donde se encuentran comienzan a los trompis?... Simplemente, espíritu deportivo, espíritu deportivo de competencia".
¿Hasta qué punto la existencia de una Fuerza Armada única evitaría esos problemas? La unidad formal —entienden los técnicos— no asegurará de inmediato la unidad real de las Fuerzas Armadas: las diferencias externas serían en gran parte transferidas a diferencias internas. Pero, en cambio, esa unidad formal posibilitaría una unidad real a largo plazo al hacer viable una unidad de doctrina y una superación del problema del diverso reclutamiento de los oficiales. Además, la unidad formal tendría innegables ventajas de orden económico y significaría la eliminación —por de pronto— de todas las superposiciones administrativas.
La Marina, en realidad, no siempre tuvo divergencias fundamentales con el Ejército: la fuerza naval participó en la conquista del desierto y nuestros marinos desfilaron, durante muchos años, a caballo. En realidad, recién después de 1955 empezó a tomar la iniciativa de una política propia: en el 30 había acompañado al Ejército y en el 43 hizo una resistencia exclusivamente simbólica. A partir de 1955, las doctrinas predominantes en las armas hicieron que éstas fueran tomando rumbos divergentes.
Una razón psicológica explica, según a algunos militares, muchas actitudes políticas: el Ejército actúa dentro del país, sus hombres conviven con el resto de los ciudadanos, los militares tienen hogar establecido y se hallan "asentados". Los marinos, en cambio, suelen pasar largo tiempo viajando, conviviendo exclusivamente entre ellos. O están radicados en bases donde los marinos jóvenes se casan con las hijas de los veteranos. Son así más susceptibles a: 1) los "microclimas", y, 2) las "ideologías". En la Argentina —suelen explicar críticos de la Marina— la fuerza naval fue, desde hace varios años, rígidamente liberal; en otros países, como Venezuela, está fuertemente influida por el comunismo (dos sublevaciones castristas en un año). Pero el sentido sería el mismo: atenerse a sistemas rígidos sin tomar en cuenta los "elementos vivenciales" del país, lo que le impide comprender los cambios que se producen en el país y en el mundo.

20.000 civiles constituyen la cuarta fuerza armada del país
El reciente intento subversivo exhibió una nueva característica: la planificación de atentados personales, a cargo de comandos civiles revolucionarios, como parte de la táctica operativa. El general Osiris Villegas resultó herido y otro jefe militar se salvó milagrosamente. Con todo, la operación prevista era mucho más importante y la lista de oficiales y civiles a exterminar físicamente —en una acción intimidatoria que hubiera adquirido proporciones únicas— llegaba a incluir más de 100 nombres de militares y más de 200 nombres civiles (operativos "Chacarita" y "Bolsa", respectivamente). Lo curioso es que oficiales navales habían expresado, días antes, su temor de ser victimas ellos de operaciones de secuestro planificadas por grupos de oficiales del Ejército: el capitán Sabarot, jefe de la base de Punta del Indio, llegó a expresar ese temor a jefes militares azules. Las aprensiones navales, sin embargo, fueron luego interpretadas —a la luz de los acontecimientos— como un esfuerzo por desvalorizar (adjudicando todos los temores a la categoría de rumores) las versiones que habían comenzado a llegar a miembros del Ejército.
Algún día se despejará completamente la incógnita. Pero lo innegablemente cierto es que en la Argentina operaron y existen grupos civiles armados como "frentes de choque" de tendencias ideológicas o partidarias. Semanas después de la caída de Perón habían comenzado a aparecer en las órdenes de la Policía Federal y de las policías provinciales numerosos pedidos de secuestro de armas de guerra que efectivos de las Fuerzas Armadas habían abandonado o extraviado durante los acontecimientos. Es insólito, pero entre esos pedidos de secuestro se incluyeron los de varios cañones livianos o morteros que nunca fueron restituidos a quienes los reclamaron. Al margen de eventuales casos de cañones livianos desaparecidos, ¿cuántas armas de guerra pasaron a manos de civiles en los últimos años? Ningún servicio de informaciones parecía estar en condiciones de contestar concretamente a esta pregunta. Pero lo evidente, es que millares de ciudadanos poseen armas de guerra, cuya tenencia está severamente penada por la legislación vigente. La mayor parte del "parque fantasma" de armamentos está en poder de los siguientes sectores: a) "Ultras" antiperonistas (Comandos Civiles Revolucionarios); b) "Ultras" peronistas (grupos "uturuncos", trotskistas, etc.): c) Organizaciones nazifascistas tipo Tacuara y Guardia Restauradora Nacionalista; d) Células comunistas; e) militares peronistas y antiperonistas retirados; f)Organizaciones delictuosas (bandas y contrabandistas).
Los oficiales de las Fuerzas Armadas consultados por PRIMERA PLANA coinciden en que nunca, como a partir de 1954, hubo en el país una evasión tan enorme de armas de guerra desde los arsenales hasta las casas de familia. En 1954, el peronismo distribuyó armas a los sindicatos y, también en 1954, conspiradores militares distribuyeron material bélico a grupos civiles con vistas a la revolución que debía estallar en diciembre de ese año (y que luego se efectivizó en junio y setiembre de 1955). La Marina de Guerra proveyó abundantes armas a ciudadanos cordobeses pertenecientes, en su mayor parte, al movimiento universitario.
Después de setiembre de 1955, nuevamente miles de armas pasaron a manos civiles. Se recuperó material bélico en poder de los sindicatos (aunque no totalmente), pero se reforzó a comandos civiles. La casi totalidad de los militares que pasaron a retiro obligatorio no devolvieron sus armas reglamentarias. Meses después, al estallar la tentativa peronista de junio de 1956, otra vez cantidades considerables de armas habían pasado a grupos civiles: la distribución se había efectuado tanto entre los sublevados como por parte de los organismos de represión. Poco después de las elecciones del 23 de febrero de 1958, comandos civiles revolucionarios adictos a mandos golpistas de la Marina de Guerra obtuvieron grandes cantidades de armas distribuidas por esa institución. Desde la victoria azul de setiembre de 1962 ese sistema volvió a funcionar, aunque ahora —según expresión de un jefe militar— en "forma grosera": el Servicio de Informaciones del Ejército comprobó, días antes del estallido del 2 de abril, la llegada al domicilio de un ciudadano, en Palermo Chico, de seis cajones conteniendo fusiles ametralladoras. La distribución habría estado a cargo del Servicio de Informaciones Navales.
Los "ultras" de Tacuara y la Guardia Restauradora también cuentan con poderoso armamento: pistolas de la Armada, ametralladoras del Ejército y fusiles de la Aeronáutica fueron hallados en poder de "tacuaristas". Tanto esos grupos como otros sectores armados se abastecen, además, por medio del contrabando. Y también bajo el pretexto de "caza mayor" se ocultan luego pequeños arsenales: en sectores de la alta clase media suele ser "natural" que un dueño de casa exhiba, junto a elegantes escopetas de caza, máuseres y hasta pintorescas ametralladoras tipo Marlinchaer.
¿Qué tipo de material integra el "parque fantasma" de armamentos? Predominantemente, pistolas calibre 45 y 765; fusiles Máuser, ametralladoras Halcón 11,25 y PAM; también arcaicas ametralladoras Piripipí y modernos fusiles ametralladoras FAL. Los dueños de esas armas tienen dos problemas, sin embargo: hay inconvenientes para conseguir municiones y no saben mantenerlas en condiciones. Un cálculo provisional efectuado por el Estado Mayor General del Ejército asegura que 20.000 personas poseen armas de guerra en el país».
Los técnicos aseguran que en el "mercado civil" el precio de los armamentos es el siguiente:
• Ametralladoras: "Halcón", entre 15 y 30.000 pesos; PAM, ídem; "Thompson", 25.000 pesos; "Piripipí", 20.000 a 30.000 pesos; fusil ametralladora FAL, 35.000 pesos.
• Armas cortas: Pistolas 45, de 7.000 a 15.000 pesos; pistolas 7,65, de 10.000 a 12.000 pesos; revólveres 38, 10.000; revólveres 32, de 8.000 a 13.000 pesos; pistolas 22, de 3.600 a 5.200 pesos.

Censuras a partidos en el estado mayor
Durante el enfrentamiento militar, en el Estado Mayor General del Ejército se redactaron dos textos del comunicado Nº 191. El que fue desechado recogía inequívocamente la violenta indignación del ejército por la actitud de los partidos políticos durante la crisis. El comando en jefe del ejército entendía que se había salido a luchar contra la amenaza de una dictadura totalitaria, en defensa de la ciudadanía y de la solución electoral, y para garantizar la libre acción de los partidos. Si el ejército no hubiera luchado — era la tesis —, la vida política hubiera quedado sumergida por varios años de dictadura (o por el tiempo en que hubiera podido mantenerse el poder defacto). Ese comunicado trascendía luego y era publicado en los diarios "El Mundo" y "Clarín" del sábado último, sin que los matutinos indicaran la fuente donde había sido obtenido: seguramente, los servicios de acción psicológica del Ejército consideraron prudente que, aun sin convertirlo en comunicado oficial, los partidos políticos lo conocieran. De todos modos, el texto dado a conocer era mucho más suave que los primeros borradores preparados por el Estado Mayor del Ejército. Los partidos tenían que entender que era algo suyo lo que estaba en juego. Pero en lugar de actuar abiertamente, clarificando a sus partidarios, eludieron pronunciarse —dicen los militares— por cálculo o por maniobra. Solamente el radicalismo intransigente —apenas por aproximación— apoyó a los legalistas. Los demo-cristianos decidieron que era mejor no hacerlo porque consideraron que "apoyar a una fracción militar es impopular".Y tanto Aramburu como Balbín aspiraron a convertirse en mediadores, evitando una definición expresa.
Con no disimulada indignación contra esas actitudes, en la Secretaría de Guerra se consideraba la posición de los partidos que, en síntesis, fue la siguiente:
• UCRI: Dio una declaración de apoyo a los azules. Alende se entrevistó con los generales Onganía y Rattenbach, militares legalistas.
• UCRP: Una ambigua declaración del Comité Nacional tuvo la virtud de irritar a todos los sectores militares. Los servicios de informaciones detectaron que jóvenes radicales del Pueblo de La Plata y Córdoba integraron comandos civiles revolucionarios y llegaron a señalar compromisos de altos jefes del partido con los golpistas. Los "ultras" del radicalismo del Pueblo (eje Mathov-Sammartino) habrían intervenido activamente en la conspiración. Todos estos antecedentes explican que Onganía se haya negado a recibir a Balbín.
• Democristianos: No llegó a concretarse un apoyo al legalismo por entenderse que era impolítico y, además, por que la Convención Nacional de Córdoba mantuvo a muchos dirigentes alejados de la Capital. Sin embargo, resultó obvio que el partido no apoyó a los "colorados" e, inclusive, en una reunión informal realizada entre Parera, Puig, Sonego y Fernández Gilí, se consideró la necesidad de repudiar el "golpe".
• Aramburu: Después de señalar su prescindencia, el ex presidente provisional se retiró a su casa, donde no recibió más que a "amigos personales" y a una delegación de UDELPA. Mantuvo contacto con varios allegados (Peralta, Maffei, Thedy). Sus partidarios pensaban que era indispensable su mediación. Sin embargo, el aramburista Francisco Manrique, de "Correo de la Tarde", estuvo contra el golpe.
• Frente Nacional: En la noche del jueves 4 se reunieron en la casa del comodoro Juan José Güiraldes diversos partidarios y simpatizantes del Frente Nacional y civiles azules. Estuvieron allí Mariano Grondona, Salvador Busacca, Oscar Valdovinos, Juan Ovidio Zavala, Oscar Puiggrós, Oscar Camilión, Rodolfo Martínez, Rodolfo Tecera del Franco, Arnaldo Musich, Basilio Serrano, Eduardo Lonardi, Remo Entelman y otros. En total 37 personas representativas de diversos matices frentistas. Obviamente, todos ellos manifestaban su simpatía por la acción del Ejército y la Aeronáutica, pero no dieron ningún documento público.

Aniversarios
Un documento otra vez actual

Los últimos acontecimientos actualizaron un documento que fue publicado hace exactamente un año —el 5 de abril de 1962 —en forma de solicitada. Apareció bajo el título de "Sinceridad con las Fuerzas Armadas", y solamente aceptaron publicarlo el matutino "Democracia" y el vespertino "Noticias Gráficas". El texto tuvo inusitada repercusión. "Le Fígaro", de París, transcribió las partes fundamentales del documento señalando que "un simple ciudadano había osado escribir lo que todos comentaban sin preocuparse de hacer algo". Altos jefes de las Fuerzas Armadas lo aprobaron silenciosamente —entre ellos, el brigadier MacLoughlin
— y guardaron el recorte. Meses más tarde, los jefes azules lo considerarían como uno de los documentos precursores de su célebre comunicado 150. No obstante, su autor —el joven abogado Augusto Rodríguez Larreta, de 36 años— había formulado allí severas críticas a la conducción de las Fuerzas Armadas.
El documento de Rodríguez Larreta había formulado singulares predicciones sobre el rumbo que tomarían los acontecimientos después de la caída de Frondizi. Luego de señalar cómo la anarquía provocada por Fuerzas Armadas deliberativas favorecía a la subversión comunista, el documento decía que "la solución pacífica exige el esfuerzo y el renunciamiento de los mismos oficiales de las Fuerzas Armadas, y de los hombres de influencia y de prestigio en los sectores castrenses. Asimismo, la sanción efectiva del delito de que los oficiales en actividad opinen sobre asuntos de gobierno. En la hora actual, la solución pacífica tendrá que consistir, tarde o temprano, en la restitución del poder al gobierno constitucional".

Revista Primera Plana
09-04-1963

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La guerra de los cuatro días
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