Revista Siete Días Ilustrados
19.03.1973 |
Dispuesto siempre a aceptar los compromisos que le
impone su agitada vida
profesional, el exitoso folklorista no vacila nunca en
asumir encrespadas actitudes políticas, tanto en el
escenario como fuera de él.
Petisón, corpulento, fogoso. Horacio Guarany no sólo es una
de las figuras más representativas del folklore vernáculo
sino que se convierte, por momentos, en el símbolo del canto
rebelde. Es que en torno a las filosas aristas de su
personalidad giran interminables discusiones acerca de las
posibilidades y los límites de la canción comprometida, un
alud de palabras y gestos en el que HG se sumerge con
vehemencia, con ganas. Porque si algo deben reconocerle aun
sus más enconados enemigos es esa vitalidad espontánea,
feroz, que lo lleva tanto a entusiasmarse con una perorata
política sobre un escenario al que había trepado para
cantar, como a trabajar más de 12 horas diarias para cumplir
con todos los compromisos que le exige su agitada vida
profesional. Claro que antes de llegar a esa consagración
Guarany debió transitar algunos caminos menos agradables que
ahora recuerda con una sonrisa: "Nací en el Chaco
santafesino y me crié en Alto Verde, pero apenas cumplí los
17 años me vine para Buenos Aires y empecé a tirar la manga
en los bodegones de la Boca cantando valsecitos. tangos,
rancheras rumbas, boleros, milongas, zambas o lo que se
presentara. Eran tiempos difíciles y había que ganarse si
peso. En 1949 me escucharon cantar en un picnic qua hice con
unos amigos en Olivos y me ofrecieron un puestito en el
Palermo Palace, donde trabajaba todas las noches por 300
pesos
mensuales. Recién en 1958 más o menos logré imponerme como
Horacio Guarany: empecé a trabajar en radio (Belgrano, El
Mundo. Splendid) y enganché un programa de media hora en
canal 7. ¡Eso ya era como tocar el cielo con las manos!"
Hoy, a los 47 años y con dos hijos —un varón de 14 y una
nena de 11—, el cantor santafesino puede enorgullecerse de
poseer un repertorio variadísimo y unos cuantos records de
venta como autor e intérprete; un éxito que, sin embargo, no
le hace olvidar sus primeros hits: "Recuerdo con mucho
cariño Guitarra de medianoche. No sé por qué piensas tú, con
versos de Nicolás Guillén, Regalito, Milonga para mi perro,
Alto Verde, No quisiera quererte, Canción del perdón.
Canción del adiós, Coplera del prisionero..., qué sé yo,
tantas. Yo no soy producto del suceso de una canción sino
del éxito de todo un repertorio".
Tal vez por eso HG no sabe el número exacto de discos que ha
vendido ni puede, tampoco, dar cifras aproximadas de sus
ingresos: "No sé cuánto gano ni cuánto pago: voy a un lugar,
compro algo y no sé cuánto me cobraron. A veces escucho que
mis amigos discuten si en un restaurante se come o no barato
y yo me doy cuenta de que nunca lo sé, porque no tengo ni
idea de lo que me cobran". A pesar de esa aparente
despreocupación económica. Guarany sabe, que el dinero ocupa
un lugar fundamental en la vida del hombre. La prueba de eso
es que en el extenso diálogo que mantuvo en Mar del Plata
con un redactor de Siete Días —cuyas partes más jugosas se
trascriben a continuación— las dos palabras más utilizadas
por el cantor se refieren, precisamente, al dinero: pobres y
ricos.
—¿Cuáles son las posibilidades del cantor?
—Son tremendas, porque llegan a la parte más importante del
hombre, llega adentro. Un médico es importante porque
soluciona un problema físico, un sastre es importante porque
viste a un hombre. Pero un cantor puede darle a un hombre
una personalidad, una forma de sentir, puede socavarle los
cimientos interiores, puede curarlo. Con una canción la
gente puede adquirir otra forma de caminar, de sentir, de
amar y de reír.
—Quizá el canto puede curar a un hombre; ¿pero a veces no es
necesario, por el contrario, lastimarlo, herirlo,
conmocionarlo?
—Claro, pero eso sería también una forma de curarlo. El
asunto es así: hay gente que está lastimada por la
deformación que le da la sociedad; remover esa herida,
hacerla doler; incluso, para que el hombre la sienta, la
vea, es una manera de curar. Depende de lo que la canción
dice, de quién la dice y de cómo la dice.
—¿Existe algún tipo de canción que no diga nada, que esté
vacía de contenidos ideológicos?
—No. Todas las canciones, todas las formas del arte están
comprometidas con alguna ideología, todas tienen contenido.
Y hasta creo que las que están más metidas son,
precisamente, aquellas que aparentemente no tienen nada que
ver con nada. En todas las canciones hay una posición
política e ideológica. El decir que se es apolítico ya es
una forma de asumir una actitud política, pues es una manera
de apoyar a todo lo que existe: el que no se opone frente a
los hechos negativos, el que no aplaude las cosas buenas, el
que se calla, ése también está metido hasta el cuello en la
política. Y además creo que todos tenemos que definirnos
políticamente, porque si nos olvidamos de la política los
gobiernos nos van a manejar como quieren y vamos a tener que
decir frío cuando ellos digan frío, azul cuando digan azul y
verde cuando digan verde. No se puede vivir cómodamente
esquivando el bulto y agachando la cabeza.
—Pero Horacio Guarany no esconde el bulto...
—No, los que somos "famosos" (entre comillas) tenemos
posibilidad de acceder a los medios de difusión y
posibilidad de hacer conocer nuestras ideas, por eso estamos
más comprometidos todavía a asumir una posición. Porque la
popularidad que tiene un artista se la debe al pueblo, y
entonces debe justificar esa popularidad y definirse frente
al público; no mentir, no claudicar. Y ¡ojo! Fíjate que
cuando digo popularidad digo también confort, status,
grandes alegrías, grandes fiestas.
—Precisamente ésa es una de las críticas que más a menudo se
formulan. Concretamente la gente suele preguntarse si no
existe una contradicción entre las ideas de izquierda que
vos sustentás y la vida que llevas, que es la de un hombre
pudiente.
—Los que critican eso ponen sus ojos en una tontería. Hay
quien ve mal que yo ande en auto, por ejemplo, pero el hecho
de que yo sea un hombre de izquierda no indica que tenga que
andar a pie, con un traje negro, todo amargado y regalando
la plata que gano. Cuando yo trabajo para un canal o una
radio le tengo que cobrar, forzosamente, porque son empresas
comerciales que a la vez lucran con mi actuación y que les
cobran a los avisadores. Y si gano plata, ¿por qué no me voy
a comprar una regia casa, qué voy a solucionar con darles
una limosna a los pobres? Eso no sirve porque los pobres no
van a solucionar su problema con que yo les regale dinero,
pues al mes siguiente, al otro día, van a volver sus
angustias, pues el sufrimiento de los pobres no se soluciona
con una obra de beneficencia. Lo importante, lo que sirve,
es que yo
luche para que toda esa gente llegue a tener la misma
comodidad que yo tengo. Además no soy millonario; apenas si
tengo una casa linda, enorme, que me la gané a fuerza de
trabajar, un auto y un par de terrenitos por ahí. Ese es
todo mi capital. Y aunque fuera millonario: ¡qué hermoso
sería que Guarany, que vino de abajo, se acuerde de sus
hermanos pobres y luche por ellos, qué hermoso!
—¿Renunciarías a tus comodidades?
—Si hubiera una revolución social, un cambio de estructuras,
sí. Si mi renuncia sirviera para algo la haría ya mismo. A
mí me gusta el confort, las comodidades, pero lo daría todo
por mi pueblo. Pero qué voy a solucionar ahora con dar lo
mío si eso no cambia la sociedad...
—De todas maneras, ¿no creés que para el pueblo puede
existir una contradicción entre tus palabras y tu forma de
vida?
—No, para ellos no porque tienen una intuición muy especial.
El pueblo no es tonto. Saben cuando una persona les miente
aunque venga vestida con harapos y les hable de los pobres y
también saben si una persona está con ellos aunque se vista
de frac. No importa la ropa ni si se tiene auto o una casa
linda; eso no. Importan los hechos. Y como mis hechos son
pueblo y mi actuación es pública el pueblo me conoce y sabe.
Porque todos vieron que yo no me callé ni en los peores
momentos, ni cuando hubo persecuciones, ni cuando allanaron
mi casa. Nunca. Además, insisto, el hecho de que yo hable de
un lustrador, que a mí me duela un lustrador y que plantee
la injusticia de que un niño tenga que estar lustrando
bolines para poder ganarse el pan no significa que yo tenga
que ponerme con el betún y la pomada en la mano. Y los que
primero entienden eso son los lustrabotas.
—¿Tampoco está en contradicción con tus ideas el ambiente en
que te movés? Obviamente estás obligado a estar en contacto
con el mundillo frívolo, mundano.
—De alguna manera sí, pero si yo no aceptara esas
condiciones, esas reglas del juego, estaría fuera de la
realidad y perdería muchas de las oportunidades de difusión
que ahora tengo. Es como si en las elecciones uno se niega a
votar: aunque uno piense que son elecciones condicionadas,
tramposas, llenas de proscripciones, tiene que votar igual
porque hay que hacer fuerza. No podemos darnos vuelta, si no
nos van a tocar la cola. Algo similar pasa con el ambiente
en que me muevo, a veces hasta me usan, usan mi figura, me
mezclan en ciertas cosas, en ciertos negocios con los
que yo no estoy para nada de acuerdo. Pero ése es un riesgo
que hay que correr, no hay más remedio. Inclusive a veces
cometo errores, porque no soy perfecto; me equivoco al darle
una respuesta al público, me equivoco ante un requerimiento
periodístico porque me muevo en un ambiente deformado,
corrompido. Pero hay que hacerlo porque si no uno se
conserva puro en una torre de marfil pero no sirve para
nada. Hay que estar bien intencionado y jugarse, a pesar de
que a veces se meta la pata.
—¿Optar por el canto de protesta o revolucionario —no sé
cómo preferís llamarlo— es tu manera de jugarte?
—Te aclaro que a lo que yo hago lo llamo simplemente canto.
Eso de protesta, testimonial, revolucionario son adjetivos
que agregaron los periodistas, pero el canto es siempre
revolucionario, siempre es protesta aunque no hable de balas
ni de cambios de estructura, pues si yo le canto al amor
estoy protestando por mi soledad, por mi angustia. Y si le
canto a un paisaje estoy protestando por el desconocimiento
de la gente que no valora ese paisaje que yo quiero que
vean. Con el canto me juego, por eso he sido prohibido mil
veces, por eso he sido acusado mil veces.
—¿También lo que hace Palito Ortega es entonces canto?
—Por supuesto que no, yo hablo del canto verdadero, lo otro,
lo de Tírate al río es jingle, oficio o como lo quieras
llamar, pero no tiene nada que ver con el canto que abre los
caminos de la revolución.
—A propósito de eso; hemos hablado de las posibilidades del
canto pero no de sus limitaciones. ¿Cuáles son las que vos
notás?
—Por un lado está lo que el sistema limita: los malos
gobiernos saben el peligro que encierran las buenas
canciones y eso les duele muchísimo, por eso se preocupan
por que se difunda la mala música, el mal arte, las cosas
que no le sirven al hombre. Por otro lado es bien sabido que
una canción no va a hacer una revolución ni le va a cambiar
la vida a un tipo. Pero tampoco un chico se va a hacer culto
porque le enseñen la hache o que dos más dos son cuatro. El
chico aprende las letras, las cuentas, a leer, a escribir y
llega un momento en que accede a la cultura. De la misma
manera si el arte en general (e involucro ahí al canto) va
poco a poco dándole a la gente, abriéndole perspectivas,
entonces la gente va a pasar en algún momento el sexto grado
de la cultura, valga la metáfora.
—¿Pero eso no es un poco utópico?
—Claro, por eso aclaré primero que están las otras
limitaciones, las de los gobiernos malos que se ocupan de
que el Canto con mayúscula no tenga difusión. Y por eso
también digo que le dan infinidad de posibilidades a una
canción que durante media hora repite "Tú eres mi amor, yo
soy tu amor, tú eres mi amor, yo soy tu amor", pero niegan a
lo que tiene gran poesía, a lo que tiene gran música.
—¿Cómo se logra entonces, según tu pensamiento, romper con
eso?
—Ya habría que entrar en el terreno de las definiciones
políticas e ideológicas.
—Entremos...
—¿Qué querés que diga...? Yo quiero una patria socialista,
lucho por una patria socialista y sé que la vamos a lograr.
—¿Tenés problemas en responder públicamente acerca de tu
filiación partidaria?
—Por supuesto. ¿No sabés que la ley 17.041 prohíbe ciertas
manifestaciones? La ley 17.041 es una ley infame pero es una
ley. Toda ley que prohíbe un tipo de expresión política es
una ley infame. Yo pienso que a ningún ser humano se le
puede prohibir su derecho de opinar políticamente.
—Tampoco vas a decir públicamente tu voto.
—Está prohibido el voto cantado. La gente sabe por quién voy
a votar, la gente sabe a quién voy a votar. A mí me ubican
perfectamente. A veces me han dicho que la gente me
idealiza; eso no es así, no me ve como más de lo que soy ni
tampoco menos. Lo digo en una forma que parece un poco
pedante, pero es la realidad. Hace un rato hablábamos de las
comodidades que yo gozo, de mi forma de vida y yo decía que
la gente sabe ver detrás de eso. Te doy un ejemplo: cuando
en enero vine a Mar del Plata para el estreno de mi película
Si se calla el cantor yo me ubiqué en un hotelito modesto,
como siempre. Pero vinieron los de Argentina Sonó Film y me
dijeron: "No puede ser, Guarany, usted tiene que vivir en el
Hermitage". Y yo me mudé: al principio no me sentía cómodo
por lo que ese hotel representa, porque está identificado
con los ricos, con una clase de gente muy pudiente. Pero
después me di cuenta que todo eso no tiene nada que ver, que
lo que en el fondo importa es la manera en que la gente lo
ve a uno. Y yo tengo confianza en la manera en que me ve la
gente. Sé que no me confunde, sé que no se confunden ellos
por verme en uno u otro hotel.
—Hemos hablado de las posibilidades y de las limitaciones
del canto, pero no de tus propios limites. ¿Cuáles son?
—Me veo limitado por la falta de conocimientos técnicos que
no adquirí por carecer de medios en los primeros momentos y
por falta de tiempo luego. Una vez que me tomó la vorágine
del camino no pude detenerme a aprender una serie de cosas
que me hubieran sido muy útiles. Pero también pienso que he
aprendido de otra manera: en la vida, con la gente. Hay
muchos maestros sueltos en la calle si uno está dispuesto a
aprender cosas.
—También el vino es un maestro. ..
—Claro, también se aprende con el vino. No con el vino de
las borracheras, porque si uno cree que el vino está para
tomarse un par de vasos y emborracharse es un pobre hombre.
Pero cuando s© ve que el vino es la única diversión que
tiene mucha gente, mucha gente pobre que trabaja todo el día
y ve a sus chicos descalzos, a su mujer sin dentadura, a su
madre con el hígado destrozado; cuando se comprende que el
vino es una evasión y una caricia, entonces se aprenden
muchas cosas del vino. Yo sé que no es una solución, sé que
no es aconsejable, pero también veo que en el vino están los
únicos momentos de paz, de tranquilidad y de placer que
tienen muchos hombres. Mi padre, por ejemplo, era un hombre
muy malo, nos pegaba. Era un indio. Pero, ¿por qué era malo,
por qué era así? Pues porque a él lo robaron de chico, lo
criaron quienes no eran sus padres, le pusieron Rodríguez
cuando él en realidad era un indio guaraní, era malo porque
no conocía ni a su padre ni a su madre y porque trabajó toda
la vida en el monte para la Forestal Argentina y le pagaron
siempre muy mal. Pero cuando tomaba vino era un hombre
bueno, un hombre manso que jugaba con nosotros, acariciaba a
mi madre y cantaba. ¡Qué importancia tiene el vino,
entonces, si es capaz de devolverle a alguien la alegría y
el canto! Sí, yo aprendí muchas cosas del vino, y quizás
aprenda muchas más todavía.
—¿Cómo querés que sea el amor?
—De frente. El amor es la base fundamental de la vida, sobre
él se debe edificar toda la vida del ser humano. No quiero
entrar en un juego de palabras, pero creo que el amor está
antes que todo antes aún que la libertad, pues no puede
haber libertad a costa del odio o por la fuerza.
—¿Te oponés entonces a la violencia?
—Violencias hay muchas. Violencia hay en un hospital cuando
a la gente no se la puede curar por falta de fondos.
Violencia hay en una escuela que no tiene una bandera.
Violencia hay en un tipo que trabaja toda la vida y que
después de 40 ó 50 años de amasijarse queda enfermo,
terminado. Violencia hay cuando a una persona no la dejan
opinar, cuando a un estudiante le quieren enseñar con
métodos totalmente caducos. Violencia hay cuando se ve a un
niño en la calle pidiendo para comer; y hay miles de niños
en la calle, en Salta, en Tucumán, en Bermejo, en Jujuy, en
La Rioja, en la Patagonia y en Buenos Aires. Miles de niños
vendiendo diarios, lustrando zapatos y pidiendo para comer
en un país multimillonario como es el nuestro. ¿Eso no es
violencia?
—¿Y vos creés realmente que con tu canto ayudás a terminar
con todo eso?
—Sin ninguna duda, porque en mis canciones yo planteo todo
esto que estoy diciendo ahora. Y mi canto está al servicio
del pueblo como debería estar todo el arte. Quiero que el
arte sea útil porque sólo si es útil es bello. El arte es
como una muchacha muy hermosa: si no se deja besar, si no se
enamora de nadie, si no se acuesta con nadie, si no se casa
con nadie, ¿para qué sirve su belleza? Yo hasta me atrevería
a decir que es fea. Sólo se hace hermosa cuando un hombre la
besa, cuando ella sirve, es útil y cobra así su verdadera
dimensión humana.
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