Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


HUGO DEL CARRIL
Abandona Buenos Aires y vacila en dejar el cine

Revista Redacción
marzo 1973

Tiene bombachas, alpargatas y mucho barro. No se parece en nada al héroe lustroso, de ancha sonrisa, que en 1935, era nada menos que el sucesor de Gardel. Hugo del Carril, porteño convicto y confeso, huyó de Buenos Aires: desde las 6 de la mañana a las 10 de la noche cría nutrias en una isla del Tigre. Ahora también, a los 55 años, dice que nunca se consideró un "cantor de tangos". Su verdadera vocación fue el cine. Su orgullo: "No haberle fallado a nadie". Pareciera que no tuvo reciprocidad. Y rumia su viejo desencanto entre los riachos del Delta, pensando que es un lugar ideal para que se críen sus hijos. "Entre gente simple y buena, como mi mujer".
Como siempre, el rumor se anticipa a las decisiones. La calle se llenó con la presunta ausencia: Hugo del Carril abandona la vida artística. Algunos dicen que ya no tiene nada que decir. Otros, que tiene pero no lo dejan. Hugo dice que no pero sí. En otras palabras: "Todavía no lo tengo decidido. Pienso a veces que no vale la pena seguir. Porque el arte tiene una sola alternativa: meter la raíz bien hondo en la tierra. Y yo me pregunto: ¿vale la pena plantar en terreno ajeno que además está seco?"
Por momentos, cree que vale la pena. Y se sorprende hablando de un viejo proyecto: filmar "El Grito de Alcorta". Pero a los diez minutos, se atrinchera en la monolítica felicidad de su hogar. "El arte está aquí, en la cara de mis tres hijos y en la bondad de Violeta".
Tiene un matrimonio y dos divorcios. Y tres hijos que le cambiaron la vida. Y una casa grande, cerca del Botánico, donde hasta no hace mucho vivían en insólita camaradería ardillas, perritos de varias razas, loros, zorrinos y hasta un puma. "Cuando nació la nena, tuve que desprenderme de todos los animalitos. Los extrañé mucho". Sus grandes amigos, Luis Sandrini y Tita Merello, dicen que es el hombre más bueno del mundo. Es bastante verosímil. Es de esos porteños que creen en la palabra de amigo y en la capacidad de gauchada. Que le importa la gente. Por eso dice que cuando él se muera le gustaría que la gente pensara "que fue un tipo honesto, que no se entregó nunca".
Curiosamente, no le interesa detenerse en el pasado. Apenas si recuerda los tiempos en que era "Pierrot" Fontana y se ganaba la vida como locutor. Y el debut cinematográfico en "Los muchachos de antes no usaban gomina", junto al inolvidable Parravicini. En cambio, se acuerda de cuando era pibe e iba a esta misma isla del Tigre a buscar duraznos para venderlos en Constitución. Enseguida aclara "que no es un potentado. La isla la compré con plata de algunos amigos. Ahora tengo que defenderla".
Curiosamente también, en su casa se habla francés. Con Hugo incluido. "Mi mujer y yo somos descendientes de franceses", explica. Pensamos en Gardel, que también era francés. Y como si nos hubiera adivinado el pensamiento, dice: "Yo jamás creí haber sido el sucesor de Gardel. Creo que el sucesor de Gardel es Gardel, que sigue cantando mejor que nunca".
¿Y Ud. cómo canta? "Creo que bien, dice. Aunque le repito que para mí el canto es mucho menos importante que el cine. En 1955, me metieron preso porque de los 237 discos que grabé, se acordaban de uno solo". Habla con entusiasmo. Por momentos es casi vehemente. En otros, se apaga. Marcela, Amorina Eva, y Hugo Miguel son los responsables del gran cambio. "Hasta los 50 fui un tipo distinto. Yo respondía por mí y basta. Después vinieron ellos ... Y cuando me siento manoseado, cuando veo que la ciudad está sucia, siento un miedo terrible. De que ellos puedan mancharse. Un miedo que antes no conocía".
Quizás este miedo, descubierto por un padre de 55 años, tiene mucho que ver con su retiro en la placidez del Delta. "Quiero gente y aire puros", dice. Ahora, entre Hugo del Carril y el padre asustado quedan unos cuantos riachos, una obra cinematográfica que incluye títulos inolvidables como "Las aguas bajan turbias", otros menos inolvidables, como "Buenas Noches Buenos Aires", 237 discos grabados, algunos recuerdos ingratos, muchos tangos y la evocación emocionada de la casa natal, en San Pedrito 256, en pleno Flores.
Ahí, junto a la lancha de las 6, se queda el ídolo embarrado. Parece el héroe de algunas de sus películas, levantando la mano en un saludo sin destinatario. Quizás se despide de su ayer.

 

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Hugo del Carril
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