Cuando murió, el 9 de septiembre de 1956, a los 50 años, la
televisión estaba por concluir su quinta temporada. Sin
embargo, nunca escribió para televisión. Sus grandes éxitos,
algunos justificados, nacieron en la radio. Ahora, el
canal 13 ha decidido resucitar a Arthur Núñez García, Wimpi,
y convertirlo en un autor cómico de impacto. No sólo
adquirió los derechos sobre toda su producción; acaba de
lanzar dos programas suyos: "El peluquero" (1940) y "La
craneoteca de los genios" (1952». A pesar del canal 13 y
del autor, esos dos programas no ocultan algo terrible: que
el humor de Wimpi ha envejecido. La televisión, con su ojo
implacable, ayuda a que esa vejez sea más visible y
decepcionante. Julio Picos, ejecutivo de la emisora, dijo
al periodismo que se confiaba en que Wimpi terminaría siendo
un libretista con audiencia en televisión. Esto es posible:
los ciclos de Leonor Rinaldi, del mismo canal, cosecharon
público, a pesar de su mediocridad y su carácter
antitelevisivo. Lo mismo ocurrió —siempre en el 13— con Luis
Sandrini. La resurrección de Wimpi y su ingreso en el
video debe verse como una simple operación de táctica.
Parece más fácil incorporar lo que ha sido un éxito probado,
que fabricarlo ahora. Esta conducta no es nueva: la TV la ha
heredado del periodismo, la radio, el cine. No obstante,
tal vez cause asombro que el canal 13, poseedor de un
ejército de cómicos de enorme suceso (desde el inteligente
Verdaguer al deplorable Marrone), sólo enfrentado por Tato
Bores (del 9), eche mano a fórmulas de humor que hoy se
revelan gastadas. Lo cierto es que el canal 13 debe
querer aumentar sus programas cómicos, reforzando su antigua
receta de preponderancia: humor y música. No en vano, "El
peluquero" soporta interrupciones musicales. En
definitiva, el caso Wimpi-TV confirma, una vez más, que éste
es un medio de expresión con sus propias leyes y reglas; un
medio de espectáculo distante de la radio, el cine y el
teatro, donde muchos optimistas quieren rastrear sus
orígenes.
Huellas y pisadas Arthur Núñez García
nació en Montevideo, el 12 de agosto de 1906, y vivió en la
Argentina desde 1912 a 1927. Aquí abandonó los estudios de
Derecho y, fascinado por los cuentos de su compatriota
Horacio Quiroga, trabajó como hachero en los algodonales del
Chaco, entre 1923 y 1925. En Salto, Uruguay, se ocupó
después en tareas rurales, y llegó al periodismo hacia 1928;
poco tiempo después, a la radiofonía. En 1936, integró el
"staff" de Radio Carve y, además de comentarista, se
transformó en autor cómico. Precisamente, "El peluquero",
de 1940, es uno de sus primeros impactos. En 1944, se
trasladó a Buenos Aires, a instancias de Luis Arata. Y en
1946, con un actor casi desconocido, Juan Carlos Mareco,
inició su carrera de éxitos en Radio Mitre. Al morir,
Wimpi gozaba de una sólida posición en su profesión: dos
libros, varios programas, charlas, conferencias. Desde
entonces casi, la televisión trató de aprovechar su
abundante material. El canal 7 realizó tratativas, incluso,
hasta el año pasado. Culto y refinado, intenso lector,
Wimpi trajo una forma de humor más sutil que la de rigor, a
sus libretos radiales y colaboraciones periodísticas. En una
línea abierta en la Argentina por Macedonio Fernández —tan
egregio como ignorado, tan fundamental como olvidado—, donde
el humor es una postura filosófica antes que un pasatiempo,
y un punto de enfoque para el tratamiento de una realidad,
Wimpi sabía que era más importante la sonrisa serena que la
carcajada estentórea; sabía que la primera dejaba huella, y
que la segunda, apenas, una pisada. Cuando todas estas
condiciones funcionaban con armonía, los escritos de Wimpi
adquirían dimensión y carácter propio: el retruécano, el
juego de palabras y la conversión de las observaciones
practicadas sobre ambientes y personajes, en una nueva
dimensión fantasiosa, insólita, algo parecido a lo que los
buenos dibujos animados intentan con su enorme libertad de
imaginación. Wimpi no siempre conseguía mantenerse en su
línea; en muchas oportunidades caía en el chiste armado, en
las antiguas trampas cómicas. Lo que siempre conseguía, en
cambio, —tal vez constituía su mejor virtud— era crear y
hacer vivir personajes. Sus libretos para Mareco y Pepe
Iglesias hicieron desfilar un ejército de hallazgos, sobre
la base de este sistema: tomar datos auténticos —lenguaje,
giros, acentos— y elevarse con ellas, mediante una carga de
humor, hasta la pura invención. Más que personajes, tal vez,
siluetas. "El peluquero" se acerca más a esta técnica,
aunque todavía Wimpi se atiene a los datos observados, sin
transformarlos. "La craneoteca" navega por la fantasía
misma, aunque su poder humorístico es mediocre.
La TV
en contra Este tipo de humor —eminentemente oral o
escrito, nunca visual— es rechazado por la televisión, desde
el punto de vista estético. Vano reproche: no se puede pedir
a la televisión que experimente, porque experimentar le
costaría demasiado. Inclusive, se ha probado que el mero
humor verbal puede tener "punch", cuando está montado, no
sólo con talento, sino con ritmo, orquestado a lo largo de
una emisión (casos típicos y máximos: Bores, con libretos de
Carlos Warnes, y Verdaguer). Los textos de Wimpi no
soportan el traslado de medio, y su humor ha perdido
actualidad (aunque los adaptadores de ambos programas traten
de ponerlos al día, mediante referencias obligadas). "El
peluquero", sobre todo, revela ese estancamiento. Y lo
revelaría más, si su protagonista, el hábil Zelmar Gueñol,
no lo entregara como una acabada composición de gestos y
oficio interpretativo (dirige María Inés Andrés). "La
craneoteca" —se trata de una parodia de los concursos de
preguntas y respuestas, y su motivo cómico es la actuación
de un panel—, se aprovecha de un antiguo recurso: el
equívoco. Un ejemplo: "¿Qué hacen los ventiladores?".
"Cortes". Todo el panel da una serie de contestaciones
equivocadas, sin hallar nunca la necesaria, que, en este
caso, es "Aire". Trabajado a la manera de los disparates,
"Craneoteca" coloca un "gag" valedero por cada cien
vulgares. El elenco ofrece una versión aceptable., al llegar
a la caricatura y el absurdo; en este sentido, el más
acertado es Pepe Soriano (los otros: Nelly Beltrán, Miguel
Ligero; animador: Julio de Grazia). La realización de Luis
Weintraub está fuera de clima. En vez de colaborar con el
disparate, televisa como si estuviera tratando un auténtico
programa de preguntas y respuestas. Es posible que Wimpi,
si viera estas emisiones, reconociera que no era un autor de
televisión,
Cosas de la radio "El Ñato Desiderio"
(nuevo ciclo de canal 13), como en el caso Wimpi, especula
con una anterior celebridad radial. Los méritos de este
programa de Miguel A. Meaños fueren dos: el trazado de su
personaje y la interpretación que le dio Mario Fortuna.
Pero fueron méritos transitorios: tanto Meaños como Fortuna
permanecieron, luego, en el uso de la "machietta" que habían
construido. El personaje provocaba la risa por su especial
manera de hablar; hasta aquí, el éxito era evidente. Faltaba
—como en el caso de César Bruto, por ejemplo— alimentar a
ese personaje mediante situaciones y matices cada día
renovados, y no engolosinarse con la repetición del acierto
inicial. Eligiendo el camino contrario, Meaños llegó a la
monotonía, efectiva comercialmente, ya que la audición
gozaba de buena audiencia, pero insolvente como producto
profesional. En televisión, "El Ñato Desiderio" trae esa
fatiga ya comenzada en la radio. Que el personaje diga "Un
filósofo griego de la antigua Roma", o "trascrito" por
"infrascripto", o "en la cama de los vivos, este gil duerme
la siesta", o "curtura" en vez de "cultura", no sólo resulta
conocido y trajinado: carece de valor como artículo cómico.
Lo lamentable es que aquí reside toda la carga humorística
del ciclo. Las anécdotas y chistes son mínimas,
intrascendentes. Basta con que se deformen las palabras para
que el público ría. El rostro pétreo de Buster Keaton era
su punto de partida humorístico. Si se hubiera limitado a
repetirlo eternamente y a vivir historias tibias y formular
"gags" conformistas, nadie lo recordaría. Los libretos de
"Desiderio" prefieren aplicar este mecanismo, insistir con
el rostro. Su gracia-promedio está dada por diálogos de este
tipo: Desiderio: Bueno, me voy a la Facurtá.
Interlocutor: ¿Va a dictar alguna clase, alguna conferencia?
Desiderio: No, a encerar el piso. La televisión no agrega
nada especial ni salva este inconveniente. Por el contrario,
lo torna más indeleble, al tener que manejarse con un texto
negado para la imagen. Igual que con "El peluquero" y
"Craneoteca". Otra similitud: Meaños también ha muerto (el
29 de abril de 1959). Una idea del suceso radial que tuvo
"Desiderio" la proporciona la intensa circulación de una
frase, con la que se cerraban las audiciones: "Agarrá los
libros, que no muerden". Esta especie de "mot de Cambronne"
implicaba un pequeño gol humorístico. Más tarde, solió
ser reemplazada por: "Empuñá los tomos, que no dentellan".
Era todo el progreso que hacían los creadores de la
audición. Pero la frase recordada fue, desde luego, la
primera. Propia del personaje, lo simbolizaba, lo
compendiaba. Era más que un truco: un toque de imaginación.
La otra, una mera variación, una vuelta de tuerca. Las
vueltas de tuerca, las variaciones han llevado a que hoy "El
Ñato Desiderio" exhiba una lenta vetustez. Hoy, empuña los
tomos, no agarra los libros. PRIMERA PLANA 22 de Enero
de 1963
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