Revista Confirmado
04.06.1965 |
Conclusión: don Arturo siempre supo adónde iba
En apenas tres días de esta semana, el mundo se abrió en dos
ante la mirada atenta de muchos sagaces observadores de la
realidad argentina, quienes se enfrentaron entonces a un
auténtico vacio. Mucho más allá de lo que jamás hubieran
sospechado, el increíble don Arturo de los diálogos entre
radicales había impuesto totalmente su estrategia. No sólo
no se enviarán tropas a Santo Domingo; no sólo no se enviará
un proyecto sobre el tema al Congreso, que, si bien sería
rechazado, hubiera servido al menos para guardar las formas;
no sólo el canciller no informaría al país sobre los
acontecimientos que lo han tenido en vilo durante las
últimas cuatro semanas; no sólo, finalmente, el gobierno no
se siente necesitado de contar con una política exterior,
sino que, simultáneamente, y apenas con un huraño
encogimiento de hombros, dejó a un lado todo el problema
—incluidas las tropas argentinas preparadas para salir, con
instrucciones y comandantes designados—, y decidió iniciar
una nueva etapa en la vida nacional, con una apertura al
debate económico iniciado con el discurso de su ministro de
Economía, anunciado sorpresivamente en momentos de entrar en
máquina esta edición.
Los radicales suelen contestar a más de una pregunta de sus
amigos con una frase característica; "Don Arturo sabe lo que
hace". Y más de un observador neutral tenía la sensación,
esta semana, de que efectivamente la teología radical
respondía a la más estricta realidad.
Pero el asombro llegó a límites increíbles en el seno de las
Fuerzas
Armadas. El memorándum del general Avalos al ministro de
Defensa solicitando una reunión del gabinete de Seguridad
con el Presidente de la República, quedó sin respuesta
formal. Una simple afirmativa verbal sirvió, más que para
concretar la iniciativa, para que el secretario de Guerra
conociera solamente la opinión favorable del ministro de
Defensa y del canciller, pero no la del comandante supremo
de las tres armas. En definitiva, ya a mediados de esta
semana las Fuerzas Armadas habían decidido prácticamente no
mantener ninguna nueva conversación con el gobierno sobre el
tema de Santo Domingo. Estimando que al menos se ponía un
punto final a un tema que había servido más que nada como
ejercicio de la estrategia presidencial, las Fuerzas Armadas
esperaban que alguien más guardara las formas, y algunos de
sus oficiales más optimistas anunciaban la inminente, y
estridente, renuncia del canciller Zavala Ortiz.
No hubo mucho tiempo para descansar y enfocar las cosas
desde una nueva perspectiva. Las Fuerzas Armadas afrontaban
sorpresivamente una ofensiva más del gobierno: en el
ministerio del Interior se estudiaba un proyecto para
introducir ciertas reformas en la ley de ministerios, en el
sector que corresponde a Fuerzas Armadas. Los asesores del
ministro Suárez habrían aconsejado reemplazar las
secretarías de Guerra, Marina y Aeronáutica por
subsecretarías dependientes directamente del ministro de
Defensa. Las subsecretarías serían ejercidas por civiles, y
las actuales atribuciones de los secretarios militares
pasarían a ser ejercidas por los comandantes en jefe de cada
arma.
Cuando el gobierno actual consideró la ley de defensa
nacional, los secretarios militares propusieron modificar
algunos aspectos de la misma, especialmente su relación con
el gobierno civil. El mismo ministerio de Defensa rechazó de
plano toda innovación, que curiosamente encuentra ahora
viabilidad, bajo diferente forma, por vía del ministerio del
Interior.
Si ante la afirmación del ministro de Defensa y del
canciller, formulada hace un par de semanas, de un inminente
envío de tropas, los estados mayores de las tres armas,
especialmente de Ejército, se abocaron a un detallado
estudio del problema, con gran inversión de hombres,
recursos y energías —todo en vano—, en esta semana
comenzaron a actuar afiebradamente todos los asesores
políticos de las tres secretarías militares para poder
desentrañar los objetivos de la reforma a que aspira el
ministro Palmero y, por lo tanto, el presidente Illia.
Totalmente deterioradas las relaciones del gobierno con las
Fuerzas Armadas parecía al menos que sus problemas Quedaban
circunscriptos. Sin embargo, inesperadamente el bloque
justicialista de diputados anunciaba la remisión al Congreso
de un proyecto de ley de amnistía. Muy rápido, las
informaciones que llegaban a las secretarías militares
indicaban que el proyecto tenía serias posibilidades de
convertirse en ley con el apoyo de diversos partidos.
Descubrían así las Fuerzas Armadas, en medio de una semana
que había mantenido su nerviosismo sin decaer, que todos los
problemas ya resueltos o bien ya superados desde la
revolución de 1890 hasta el 12 de octubre de 1963, volvían a
plantearse; que si no se revisaban, al menos el debate
abriría viejas heridas; que si bien era poco probable que la
ley pudiera determinar el regreso o la amnistía de Juan
Perón, serviría, por lo pronto, para demostrar una vez más a
los argentinos no sólo que los políticos no olvidan el
pasado sino que tratan de volverlo a vivir, siempre en busca
de otras glorias.
Los tres temas absorbían por igual los primeros días de la
semana a las Fuerzas Armadas; por su parte, el partido
oficial estaba embebido en sus luchas internas; la oposición
estudiaba detenidamente los infinitos rumores de golpes y
revoluciones que asolaban los hilos telefónicos y que
llevaron a dos radios de la Patagonia —un poco más
desconectadas de los informados factores de poder de Buenos
Aires— a anunciar el movimiento de tropas; y el gobierno se
preparaba para explicar al país las contradictorias
versiones que llegaban desde París sobre la refinanciación
de la deuda argentina.
El país volvía así paulatinamente a las mismas
características políticas que tuvo antes de la crisis de
Santo Domingo: pocos días más, y el Parlamento atraería
también la atención de la opinión pública con sus debates.
Sin embargo, todos presentían en los medios informados que
algo nuevo había ocurrido. Que un elemento nuevo se había
introducido en la vida nacional, y que estaría presente en
el desarrollo futuro de los acontecimientos: las Fuerzas
Armadas desconfiarían de toda iniciativa que surgiera del
seno del Poder Ejecutivo. Ningún ministro, ningún emisario
—ni siquiera del volumen de José Luis Cantilo— serviría para
que renaciera la confianza entre las Fuerzas Armadas y el
Poder Ejecutivo, perdida en las últimas semanas. Ni la
habilidad y el prestigio del general Avalos podrán lograrlo;
ni el rígido legalismo del general Onganía; ni la
prescindencia de la Marina; ni siquiera la posible solución
de los problemas de equipamiento de la Aeronáutica. Algo
había concluido en el país, y evidentemente habrá que
acostumbrarse a esta nueva modalidad que poco a poco irá
penetrando toda la vida nacional.
Algunos azorados radicales del Pueblo suponían a principios
de semana que realmente todo se venía abajo; experimentaron
de pronto la misma sensación que alentó en tantas noches y
días de la presidencia Frondizi: los teléfonos de las
redacciones sonaban del mismo modo; los pasillos del
Congreso y de los ministerios reflejaban la misma
nerviosidad; los medios empresarios se movían intranquilos.
Esa neurosis que Illia, al comienzo de su gobierno, prometió
erradicar de la gran Capital, volvía ahora con un ímpetu
renovado. En medio de este clima comienza ahora el debate de
la situación económica y el debate sobre las medidas que
deberán adoptarse contra la inflación: medidas que en muy
pocos casos han llevado al triunfo electoral de ningún
partido político. Y las elecciones están muy cerca.
Amnistía: El perdón como forma de la acción
psicológica
Para Paulino Niembro, presidente del bloque parlamentario
justicialista, el 31 de mayo se inició la acción psicológica
más interesante del peronismo en muchos meses. Ese día, la
secretaría del sector difundió un proyecto de ley de "reencuentro
nacional" que solicita, entre otras cosas, una amplia
amnistía (desde Juan Perón hasta los colorados); el cese de
las expatriaciones; el cierre de las investigaciones por
causas políticas y conexas, y la prescripción de sus
efectos; la devolución del grado, en situación de retiro, a
militares dados de baja, y el correspondiente ascenso en los
casos pertinentes; la solución de problemas económicos a
oficiales separados de las Fuerzas Armadas (o a sus
familias).
El peronismo confía ahora en obtener un número suficiente de
adhesiones ("no peronistas, se entiende; si no, no valen",
dicen los diputados) para darle sentido de reclamo popular
al proyecto. Niembro descuenta la adhesión del MID y de la
democracia progresista (antes de presentar el proyecto
fueron especialmente consultados Arturo Frondizi y Horacio
Thedy), y considera que el proyecto será forzosamente
apoyado también por la UCRI alendista, los democristianos y
los socialistas argentinos. En total, 95 diputados sobre un
total de 192: con 97 legisladores se forma quorum.
Para los justicialistas, no solamente es inconveniente
políticamente centrar el debate en el regreso de Perón,
sino, además, inexacto. En realidad —explica Paulino Niembro—
el artículo 3º (regreso de los expatriados) no modifica la
situación real: "¿O acaso usted se cree que Perón no puede
volver por razones legales? Se podía dudar hasta que intentó
regresar sometiéndose a la consideración de los jueces como
reclamaba Illia, diciendo que todo era problema de Perón;
pero cuando por vía diplomática se evitó que el ex
presidente llegara, quedó claro que el destierro, no
previsto en las leyes argentinas, era una situación de
hecho, derivable del predominio ocasional de una fuerza
sobre otras. Por lo demás, cerrada la última etapa del
juicio Nelly Rivas. Perón no tendrá otros problemas con la
justicia".
Los peronistas tratan de comprometer a los otros bloques,
obligándolos a definirse en favor o en contra de una
"amnistía generosa, que incluye a los más acérrimos
antiperonistas". Piensan que, efectivamente, el proyecto
rebotará casi con seguridad "pasando a comisión o
estancándose en el senado". "Pero así quedará en descubierto
que, frente a la opinión de una mayoría —los peronistas, los
frondizistas, los democristianos, los alendistas, los
socialistas argentinos—, existen pequeños grupos con fuerza
para presionar antidemocráticamente."
Para el peronismo, el resultado sería satisfactorio si se
consiguiera la anulación de los fallos del Tribunal de Honor
militar contra Perón y la restitución de su grado militar al
ex presidente. "Con ese gesto —dice Niembro— el Ejército se
colocaría, realmente, por encima de las facciones."
En el fondo, reconoce el peronismo, por ahora se trata de
seguir promoviendo básicamente una política de coincidencias
"entre los que votaron contra Zavala Ortiz, por ejemplo:
aquí hay un frente opositor de hecho". Tendiendo la mano a
los colorados, además, el justicialismo piensa demostrar
quiénes son los que quieren "seguir actuando en función de
los enfrentamientos de 1945 o de 1955: nosotros no somos
nostálgicos; hacemos borrón y cuenta nueva".
Ir Arriba
|
|
|