...hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino... (Constitución
Nacional)
—Vine porque me dijeron que hasta los
monumentos eran de oro. —Vine porque la tierra da buen fruto.
—Nos perseguían. Aquí estamos en paz. —Europa esta gastada,
es cruel con sus hijos. Así hablan los hombres y las mujeres
que vinieron a estas costas. Hablan idiomas muy distintos;
piensan de distinta manera; son agricultores, abogados,
ropavejeros, industriales, actrices, poetas, ingenieros. Pero en
una cosa se parecen: en que llegaron aquí en busca, no solo de
fortuna, sino de paz y de seguridad. Y aunque muchos —la
mayoría— no lograron esa fortuna que buscaban, todos
encontraron, en cambio, lo segundo. ¿Cuándo empezaron a venir?
En 1825 ya había ingleses en los campos de Entre Ríos, traídos
por la Rio de la Plata Agricultural Association. Si bien este
intento fracasó, la colonia británica y la francesa de Buenos
Aires llegaron pronto a ser tan numerosas, que tuvieron sus
periódicos: "The Standard" y "Le Courrier du Plata". "Demos a
la inmigración la base natural de la libertad —decía Bartolomé
Mitre en 1870—. Demos a la colonización la base solida de la
propiedad; favorezcamos estas dos grandes tendencias de la
humanidad que constituyen su nervio". Expresaba así el
pensamiento de Rivadavia, de Alberdi y Sarmiento, de todos los
que desearon transformar un país atrasado, semifeudal, en una
nación civilizada, culta, construida sobre los moldes más
avanzados de la época: Estados Unidos e Inglaterra. La ola
gringa se extendió sobre la haz de la tierra. Y las tradiciones
de este país, su mismo idioma, sus costumbres, se vieron así
sacudidos, sometidos a grandes cambios. El desprecio señorial
por los trabajos manuales, por el ahorro y los hábitos de
regularidad, que nos había legado la colonia, fue desplazado por
estos hombres que se largaban a los campos a construir, a arar y
sembrar. El gaucho sintió que peligraba su errante libertad, y
miró al recién llegado con recelo y agresividad. En Martín
Fierro, todos los extranjeros son feos, ridículos o
despreciables : Era un gringo tan bozal, que nada se le
entendía. ¡Quién sabe de ande sería! Tal vez no juera
cristiano ... Primero vienen italianos y españoles. Después,
alemanes, suizos, árabes, judíos, rusos, escoceses. Los
alemanes, que llegarán con el tiempo a ser más de 500 mil,
prefieren las regiones que les recuerdan a su patria: Entre
Ríos, Córdoba, Bariloche. Los árabes sientan reales en las zonas
cálidas de Santiago del Estero; los dinamarqueses fundan Tres
Arroyos y se afincan en Necochea; muchos franceses, en Pehuajó.
Humildes cultivadores franceses e italianos cruzan el río Negro
y echan las bases de lo que más tarde será Viedma. En 1875,
Colonia Galense, en Chubut, tiene ya 700 habitantes. En 1876, en
San José de la Esquina (Santa Fe), viven 65 franceses, 58
italianos, 50 argentinos, 17 suizos, 15 españoles, 5 belgas, un
alemán y 3 nacidos en la población. El gobierno, al cederles
tierras, lo ha hecho con condiciones muy simples: cada colono
debe construir una casa y cavar un pozo, plantar 200 árboles y
trabajar la tierra. Los judíos —que llegarán a ser más de 600
mil— se establecen en colonias agrícolas en el norte de Santa
Fe, sur de Buenos Aires y centro de Entre Ríos. Los españoles e
italianos se desparraman por todo el país; hablan parecido o
igual idioma que los nativos, se les asemejan físicamente y
hasta en muchas costumbres. Los suizos son pocos —nunca
pasarán de seis mil—, pero los inmortaliza un poeta, José
Pedroni, hijo de inmigrantes, nacido en esa Esperanza que ellos
fundaron el 8 de setiembre de 1856.
Con tu nacimiento se
alegró la tierra, fue el día de la Virgen. No fue un día
cualquiera.
Allí está Roberto Zehnder, que se adelanta
con su caballo:
—¿A dónde vas, Roberto Zehnder? —Voy
al encuentro de mi tierra.
Y están Juan Keller, y
Magdalena Morand, la ciega; y Alejo Seppey y su compañera,
Margarita, que tiene el color del pan: y Monsieur Jaquin, el
poeta:
Jaquin quiere volverse No puede con su pena. Y
el fogoso herrero Schneider, el hacedor de estrellas: ¡Vengan
a ver mi yunque; oigan cómo gorjea!
De los que se quedan
en Buenos Aires, los italianos se concentran en la Boca, los
españoles hacen de la Avenida de Mayo su Gran Vía porteña. Los
alemanes prefieren a tal punto Belgrano, que durante mucho
tiempo se lo llamará popularmente Belgrano Deutsch. Los ingleses
eligen los pueblos de la ribera norte, muy country club. Judíos
y árabes conviven apaciblemente a lo largo de calle Corrientes,
en Villa Crespo. Es el "barrio de los rusos" cantado por otro
poeta, César Tiempo:
El sol delata a ciegas la edad de
las mujeres embica en las fachadas grises del barrio
hebreo
La imagen del tano, la del gaita, la del ruso, se
eternizarán en el lenguaje popular, enriqueciendo el lunfardo,
aportando personajes ya clásicos en el teatro, la novela y el
cuento. Los autores de Marco Severi y Los gauchos judíos, son,
ellos mismos, hijos de inmigrantes : Roberto J. Payró y Alberto
Gerchunoff. Pero es en La gringa, de Florencio Sánchez, donde el
amor de la italiana Victoria y el criollo Próspero simboliza
vigorosamente a la futura nacionalidad:
HORACIO. — Mire
qué linda pareja... Hija de gringos puros... Hijo de criollos
puros... De ahí va a salir la raza fuerte del porvenir...
Pero hasta tanto se realice esta mezcla, la Argentina de
fines de siglo se parece, más que nada, a la Torre de Babel.
Cuando el primero de mayo, frente a la Recoleta se celebra el
Día de los Trabajadores suben sucesivamente a la tribuna un
alemán, un francés, un español y tres italianos. Proliferan los
periódicos en idiomas extranjeros. En 1876 ha empezado a
aparecer el Buenos Aires Herald; en 1889, el Argentinisches
Tageblatt; en 1902, Assalam, sirio; en 1908, el Giornale
d'Italia; en 1914, el Diario Israelita. Ese mismo año, los
varones mayores de 20 años que habitan la capital se dividen en
119.000 nativos y 404.000 inmigrantes. En 1914, sobre un
total de 7.885.000 habitantes en todo el país, más de 2.300.000
(30,3 %) son extranjeros. Es el punto culminante del aporte
inmigratorio. A fines de la tercera década de este siglo, la
proporción de extranjeros ha descendido a un 23,5 %, y en 1940
será de 18,4 %. Se cierra así el gran ciclo iniciado a mediados
del siglo anterior, y sobreviene un período de adaptación y
sedimentación. Entre 1930 y 1940, la crisis mundial, los cambios
políticos en Europa —fascismo en Italia, nazismo en Alemania,
revolución en España— y en la Argentina, coinciden con una
interrupción casi total de la inmigración: 73.000, menos de la
décima parte del decenio anterior.
Los nuevos La
Argentina ha dejado de ser el país tradicionalmente agrícola y
ganadero. Su industria liviana es la más importante de América
Latina, y se sientan las bases de la industria pesada. La
inmigración deberá responder a estas nuevas exigencias: mientras
que a fines del siglo pasado más del 70 % de los inmigrantes
eran agricultores, entre 1946 y 1954, el porcentaje desciende al
40%. Pocos, como aquel Roberto Zehnder de Esperanza, van al
encuentro de la tierra. A la vera de las grandes ciudades se
levantan, unas junto a otras, las fábricas, ennegreciendo el
cielo con sus chimeneas. Y junto a ellas, los enormes suburbios
de casitas iguales y calles sin historia. Frente a la nueva
inmigración, en general altamente tecnificada y culturalizada,
los veteranos se muestran escépticos. "Nosotros creábamos,
construíamos el progreso", declara Rocco Carbone, que vino en
1915, cuando tenía la edad del siglo. "Los de ahora, en cambio,
¿qué van a hacer si lo encuentran todo hecho?" Rocco Carbone
se equivoca. Los nuevos pertenecen a otro período histórico, eso
es todo. Guardan una posición respetuosamente crítica respecto
de los viejos. "Estaban unidos a la Tierra, y con sus
sacrificios contribuyeron a hacer el país. No podemos
compararnos con ellos. Pero también hay que decir que cometieron
errores, como nosotros". El apego al suelo, a los frutos de
la tierra, ha pasado a ser una excepción en los nuevos
contingentes inmigratorios, con la salvedad de reducidas
minorías: los argelinos de Formosa y Entre Ríos, los
floricultores japoneses.
No todos son tintoreros La
imagen popular del tintorero japonés de antaño está siendo
sustituida por la de un inmigrante de distinto tipo. Como dijo
Tokimuna Hosikuka, "no todos somos tintoreros en el Japón. Si
muchos de mis compatriotas lo han sido aquí, es, seguramente,
porque no había mucha gente que se ocupara de ello". Aunque él
mismo es tintorero en La Paternal, opina que tan parcial es ese
personaje como lo son el lechero vasco, el albañil italiano y el
bolichero español. Muchos japoneses imitan a Nakamura Hohei,
dueño de un vivero de una hectárea y media en Florida. Pero la
novísima generación, representada por los cinco hijos de Hohei
—todos aporteñados; el mayor estudia medicina en el Salvador—,
no da muestras de seguir el camino paterno. "Solo cuando
plantamos la semilla de Cyclamen (violeta de los Alpes), como
los chicos están de vacaciones, nos ayudan". En cuanto a los
llegados en los últimos años, son muy pocos, de alta
capacitación técnica y científica, y responden a una cuidadosa
planificación oficial, como en el caso de los cincuenta técnicos
(diez en cultivo de té, diez en avicultura, diez en pesquería,
diez en ciencia y técnica, diez en industria y comercio) cuyo
establecimiento aquí es consecuencia de tratados entre nuestro
gobierno y el de Japón.
Tradición y renovación La
comunidad judía es una de las que han conservado con mayor celo
sus tradiciones religiosas, históricas y culturales. Sin
embargo, existe una creciente tendencia a la completa
integración con lo argentino que se manifiesta tanto en la DAIA
(Delegación de Asociaciones Israelitas en la Argentina), que
agrupa a todas las entidades judías del país, como en la
Sociedad Hebraica, con sus 28.000 asociados. Esta última recibe
diariamente en su sede de doce pisos de calle Sarmiento a casi
cinco mil adolescentes, que desarrollan las más diversas
actividades artísticas, recreativas y sociales. La tendencia
integracionista comprende, no solo a laicos, sino a muchos
religiosos. Marshall Meyer, rabino norteamericano llegado hace
dos años a Buenos Aires, es terminante: "Ha pasado la época de
los nacionalismos; el único camino es conservar las tradiciones,
base de la cultura occidental, pero integrándonos con el país en
que vivimos". Sus vecinos de barrio y de raza, los árabes, se
han asimilado casi con la misma rapidez de italianos y
españoles. Camilo Schamun, director del periódico Assalam (Paz),
explica: "El año 1902 se tiraban cuatro mil ejemplares; ahora,
poco más de mil quinientos. Lo que pasa es que los jóvenes no
saben árabe". Los viejos, en cambio, conservan la fe. Los
viernes a mediodía, en la Casa Islámica (Rivadavia casi Primera
Junta), un grupo reducido se reúne para rezar a Alá, y el shalem
canta pasajes del Corán con melodía oriental. Hace seis años que
los ancianos oran aquí. "Antes rezábamos en casa: Dios está en
todos lados". En Omar Khayyam, el restaurante árabe de calle
Canning, las tradiciones consisten en danzas y platos típicos (shish
kebab, lahmachu, kibbi). Hace menos de dos años que Salim
Kehaike compró el restaurante, después de incursionar con poca
suerte en la industria. En realidad, es un nómade que cambió el
desierto por la gastronomía. Pero no todo es árabe puro en el
Omar Khayyam : entre las bailarinas que danzan al compás de
violines, laúdes, kanú (cítara) y derbake (tamborcitos), la más
bella es hija de italianos: Graziella Torelli Tolosa; y la
"simpática" Rosita desciende de madre musulmana y padre judío, y
su verdadero nombre es Rosa Israel.
Dos clases de
italianos La diferencia entre los nuevos y viejos inmigrantes
se manifiesta incluso en sus formas de organización. Los
llegados a fines del siglo xix y principios de este, extendieron
por todo el país sus sociedades de socorros mutuos, que según
FEDITALIA (Federación de Sociedades Italianas de Socorros
Mutuos, Culturales y Recreativas) alcanzan a más de 600. Los
nuevos residentes, de más alto nivel económico y cultural,
aspiran, en cambio, a otro tipo de agrupamiento. Muchos envían
sus hijos a escuelas como la Cristóforo Colombo. "Quiero que mi
hijo estudie en una escuela italiana, con el programa oficial
italiano", manifestó Fulvio Guidotti, gerente administrativo de
AGIP S. A. (Azienda Generale Italiana Petroli), exponente típico
de la nueva generación de italianos, que reparte sus entusiasmos
entre la empresa y el Deportivo Italiano, del cual es secretario
de prensa. "El Deportivo es un problema sentimental; fue fundado
precisamente para que nuestros paisanos creyeran estar viendo al
Juventus, al Inter, al Roma". Un fenómeno similar representan
las agrupaciones intelectuales eslavas, el Club Francés, el
Inglés, con fuertes elementos emocionales.
Españoles:
ante todo, patriotas —Queremos la república para España y la
autonomía para Galicia—. Estas palabras de Ramón de Valenzuela,
secretario de Cultura de la Federación de Sociedades Gallegas,
señalan el acentuado regionalismo de los españoles. Porque
también los catalanes son autonomistas, y los vascos. Se unen
solo en su entusiasmo futbolístico por el Deportivo Español...
También la Federación de Sociedades Gallegas muestra el impacto
del tiempo. A 45 años de su fundación, agrupa a 52 instituciones
de todo el país, y en su sede de calle Chacabuco se dan clases
de teatro, cine, pintura, idiomas, etc. Pero entre sus socios
suelen escucharse nostálgicos comentarios. "Los españoles se
asimilaron al día siguiente de llegar. A la Argentina le hemos
dado nuestros mejores hijos".
Ni rusos ni polacos
Cuando Edda Ghedini (italiana, empleada en Ducilo) conoció a
Sergio Sikorsky, le preguntó: —¿ Usted es polaco ? —No.
—Ah, es ruso. —No —dijo él, un poco molesto—. Soy ucranio.
"Entonces me explicó que Ucrania existía como nación mucho antes
que Rusia". Edda sonríe: la explicación terminó en casamiento.
Con más de 200.000 miembros, los ucranios forman la colectividad
eslava más numerosa. Llegados en su mayoría después de la
revolución de 1917, son inmigrantes altamente politizados. "No
hay uno solo que no piense en su patria —explica Tamara Ludvco,
de 20 años de edad—. Son profundamente patriotas, sin
excepción". Escuelas periódicos, un ballet —cuyo director, Yura
Dimitrievich, es coreógrafo del Colón— son su sólida base
cultural. Muchos de ellos, ingenieros, jueces, escritores o
abogados en su país natal, han debido abandonar aquí sus
profesiones, para ocupar oscuros empleos. Juri Sikorsky, el
suegro de Edda, que era ingeniero agrónomo" en Ucrania, ahora se
pasa las horas haciendo trapos de piso en un pequeño telar.
Sikorsky es presidente de la Agrupación de Contacto con el
Gobierno Ucranio en el exilio. Viejos y jóvenes respetan las
tradiciones: los doce platos sin carne de la Navidad, las
pequeñas canastas ofrecidas durante la misa de medianoche en la
iglesia ortodoxa; los cantos en coro durante las noches
invernales ...
Escoceses, pero no tanto Entre
coloridas polleras a cuadros, gaiteros de ojos azules y
caballeros de smoking, los escoceses se reunieron en julio, en
el Plaza Hotel, para celebrar, como todos los años, el día de
San Andrés. En la fiesta, organizada por la Saint Andrew's
Society of the River Plate, se bailaron las danzas
tradicionales: Country Waltz, Eightsome Reel, Dashing White
Sergeant. Mientras que los ingleses formaron siempre los
cuadros dirigentes de bancos y grandes empresas privadas
(teléfonos, ferrocarriles, frigoríficos), los escoceses son, en
su mayoría, gente de recursos modestos. "Nunca hicieron mucho
dinero", declaró Alfred Mac-Giullray, tambor de la banda, que
lleva a Escocia en la sangre aunque piense que "los escoceses
son muy cerrados". Pero el director de la banda, tocador de
gaita desde los 12 años, y que jugó al rugby en el San Martín
Club, se llama Alfredo Micucci. Y, por supuesto, es hijo de
inmigrantes italianos.
Los pocos que quedan El caso
más melancólico y pintoresco entre los franceses es la
Asociación de ex combatientes, fundada después de la primera
guerra mundial. Su presidente, Albert de Núñez, se enorgullece
de la sala de recuerdos, una habitación oscura en la que se
amontonan un casco de acero, botines, órdenes del día y banderas
de 1914. Para ser socio es indispensable tener antecedentes
bélicos. Y lo curioso es que uno de los socios sea mujer. Hace
veinte años que Andrea Guillote come en el restaurante de la
Asociación. Durante la primera guerra manejaba tranvías en la
retaguardia. "Los hombres estaban en las trincheras, y las
mujeres debíamos reemplazarlos". Le gustan las canciones
francesas, es apasionada patriota. Y su figura resulta
inseparable de esta vieja casona en la que los veteranos juegan
a la baraja y paladean la famosa sopa Oignon.
La segunda
ola se deshace Pese a su calidad cultural y económica, la
reciente inmigración debe ser considerada un fracaso. El alto
porcentaje de retornos a los países de origen (93 % en 1956) es
uno de los signos más evidentes. Por una parte, nuestro país,
a pesar de su desarrollo industrial, se mantiene en un peligroso
estancamiento, e incluso ha retrocedido económica y socialmente.
Este estancamiento se manifiesta en la desvalorización de la
moneda, en dificultades cambiarías para enviar remesas a las
familias, en reducción del salario real, en falta de vivienda,
todo lo cual forma un terreno poco propicio para nuevos aportes
humanos. Hoy, cuando se habla de factores de desarrollo
argentino, se mencionan planes siderúrgicos y energéticos,
mejoramiento de comunicaciones y transportes, adecuada política
agraria. Pero nadie menciona a la inmigración.
Los que
hicieron mucho Sin embargo, hombres de todas las
nacionalidades han construido la mayor parte de las grandes
empresas nacionales. Cuando en 1904 la London Hosiery Store se
transformó en Gath y Chaves, el atildado caballero Alfred H.
Gath simbolizaba en cierto modo el esplendor de los negocios
ingleses en la Argentina. Su fusión con Harrods, en 1920, señaló
la culminación, a la que siguió una apacible pero inevitable
decadencia. Empresas, comercios y hasta la presencia individual
de los británicos, han ido desapareciendo de Buenos Aires. "Ya
no existen empresas inglesas", se dice en la Cámara de Comercio
Británica. Los italianos, en cambio, han surgido como potencia
económica de primera fila en nuestro país. Basta para señalarlo
la lista del consejo directivo de la Cámara de Comercio Italiana
en la Argentina, integrada por firmas tradicionales como Pirelli,
Cinzano, C.I.A.E. (Compañía Italo-Argentina de Electricidad),
Banco di Nápoli, Banco Francés e Italiano, Banco de Italia y Río
de la Plata, Olivetti, etc., y por las más nuevas: AGIP
Argentina S.A., Ferrania, Necchi, Lepetit, y los dos gigantes:
Fiat y Techint, este último uno de los grupos siderúrgicos más
importantes de América Latina. Hablando de gigantes, los
alemanes poseen uno de los mayorcitos: Bunge y Born, fundado en
1876 por Ernesto Bunge y su cuñado Jorge Born, que por cierto no
eran unos pobres inmigrantes: en Alemania, la casa Bunge era una
de las más prestigiosas desde el siglo xvii. En la Argentina, en
1931, Bunge y Born exportó seis millones de toneladas de cereal,
el 38 % de los embarques de ese año. Algunas de sus empresas
son: Molinos Río de la Plata, Grafa, Pinturas Alba, Centenera, y
Compañía Química S.A. Las empresas japonesas parecen haber
detenido su progreso en la Argentina, en tanto que en Brasil
constituyen un factor económico de primer orden. Una de las
pocas empresas niponas es Porcelanas Tsuji S.A., fundada en 1920
por S. Tsuji, venido al país poco tiempo antes. Hasta 1941 la
empresa fue la importadora principal del producto, y recién a
partir de 1951 comenzó lá fabricación local. Pero los más
nuevos son los famosos argelinos, los pieds noirs, agricultores
ultramodernos que han fundado establecimientos en Entre Ríos y
Formosa (ver Panorama Nº 16), y en nada se parecen a los
antiguos inmigrantes que venían sin más equipo que la voluntad
de ganarse el pan. Los pieds noirs manejan tractores, topadoras
y autos último modelo, tienen usinas, tambos y escuelas propias.
En la primera mitad de este año, trabajando con los métodos más
recientes, un grupo de solo seis familias logró una cosecha de
girasol de más de seis millones de pesos. Estos inmigrantes
de lujo, que visten smoking en sus reuniones nocturnas y leen a
Sartre y a Mauriac, señalan el camino para un nuevo tipo de
inmigración.
Germán
Pacheco Revista Panorama octubre 1964
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Soleada placidez, trabajo y sones de gaitas... En la Boca,
bajo e! tibio sol del invierno que termina, entre el tipico
colorido de paredes de chapa acanalada, que Quinquela Martin
ha fijado para siempre en sus inmensas telas, los "gringos"
disfrutan de un ocio merecido (a la izquierda). Muchos de
los que vinieron a principios de siglo se fueron al campo.
Muchas, como estos, prefirieron la vecindad del puerto, el
olor de brea y el humo de chimeneas de barcos; el bramido de
las sirenas en las mañanas de niebla. Acaso porque así
podían recordar más fácilmente a la patria que habían
dejado, a Génova y Nápoles... Nakamura Hohei (arriba)
decidió vivir entre flores, y vivir de ellas. En su vivero
de Florida se producen anualmente 5.000 malvones, 12:000
plantas de orquídea y 22.000 de cyciamen (violeta de los
Alpes). "Me da mucha pena que un país tan grande que
contiene tantas riquezas, no prospere como podría hacerlo",
se lamenta Hohei, un japonés nada accidentalizado, aunque su
casa se parezca la de cualquier argentino ... Los distintos
clanes escoceses se reúnen para celebrar el día de San
Andrés, dejando de lado la tradicional sobriedo británica
(abajo). Pero el director de la banda es hijo de inmigrantes
italianos.
Dos atractivas argelinas, al parecer sin muchas ocupaciones,
se pasean mientras un grupo de colonos descarga maquinaria
agrícola ante un improvisado cobertizo de troncos (arriba).
En menos de un año, los "pieds noirs" talaron bosques,
construyeron escuelas, plantaron semilla de girasol y
levantaron una cosecha de extraordinario rendimiento: un
rotundo ejemplo a seguir en la futura política inmigratoria.
Por el contrario, una de las más antiguas comunidades, la
árabe, se ha ido reduciendo progresivamente, a tal punto que
el diario "Assalam" tiene poco más de mil lectores. Lo más
difícil es encontrar tipógrafos que lo compongan (abajo).
Las numerosas co'ect.vidades españolas, aunque casi
enteramente asimiladas a un país que tiene el mismo idioma y
muchas tradiciones comunes, mantienen ese espíritu
apasionadamente regionalista que se manifiesta en sus
conjuntoi y festivales típicos (derecha).
Con París y Nueva York, Buenos Aires ofrece uno de los más
completos mapas raciales, religiosos y nacionales del mundo.
Empezando por Italia, cuya influencia puede percibirse hasta
en los carteles de las bailes que se realizan en la Boca (a
la izquierda), en un mismo día puede hacerse el más
fantástico de los viajes. Desde el restaurante árabe donde,
acompañada por el lánguido rasguido de kanúes y derbakes, la
morena Laila (arriba, izquierda) baila una de las sugerente;
danzas que traen a la imaginación los versos del Cantar de
los Cantares, hasta la magnificencia y la pompa solemne de
un casamiento en la iglesia ortodoxa griega (arriba,
derecha), cuyas cruces emergen sorpresivamente en las
inmediaciones de Parque Lezama, todos los pueblos, todas las
actividades del hombre, tienen su lugar a orillas del Plata.
La buena mesa de los franceses, naturalmente, no puede estar
ausente. Los miembros de la Asociación de ex combatientes se
reúnen en una de sus comidas de camaradería (abajo), en las
que veteranos de ambas guerras mundiales fraternizan,
acompañados por excelentes vinos, bajo el lema de la
Asociación: "Unis comme au front".
Arriba: tres generaciones de la familia Sikorsky escuchan
mientras Juri toca la bandurria, instrumento de cuerdas cuyo
origen se remonta a la Edad Media. La esposa del presidente
de la Agrupación de Contacto con el Gobierno Ucranio en el
Exilio, que fue actriz en su patria, sabe openas unas
palabras de castellano. Su hijo Sergio —de pie, en el
centro— se casó con otra inmigrante, pero italiana: Edda
Ghedini —sentada—, con quien ha tenido dos hijos. La vieja
generación sigue experimentando profunda nostalgia por la
patria perdida. Pero los jóvenes, aunque respeten ciertas
tradiciones familiares, son y se sienten argentinos. También
en la colectividad árabe, los viejos se mantienen unidos en
torno de valores que no todos los descendientes comparten.
En la Casa Islámica, una antigua residencia del barrio
Caballito, unos pocos creyentes —todos ancianos— se reúnen
los viernes para orar y escuchar la lectura del Corán. Como
nadie puede entrar calzado en el recinto donde se reza, los
zapatos forman una extraña multitud ante la puerta. |
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Después de los italianos, los españoles (arriba) fueron el
mayor grupo inmigratorio. Solo en el decenio 1911-20
superaron a los primeros, llegando a constituir el 68 % del
total. Pero en 1962 volvieron a ser mayoría (70%) en el
exiguo aporte de menos de diez mil extranjeros arribados ese
año a Buenos Aires. Ya no volverán a verse escenas como
estas en el puerto de la Capital: el judío polaco (derecha),
que en medio de su propia miseria y de la que lo rodeaba,
quiso mantener su particular sentido de la respetabilidad; y
(abajo) el hacinamiento de los recién llegados en el comedor
del Hotel de Inmigrantes: en este caso se trato de un
contingente proveniente de Europa Central. Hoy, el viejo
hotel permanece cerrado, vacío. Y no solo ha cambiado la
condición económica y cultural de los que vienen. Ha
cambiado —y es lo que realmente importo— el sentido humano
con que se los recibe. |
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