Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


El Instituto
Doscientos millones anuales que no siempre fueron bien repartidos
Revista Primera Plana
11.12.1962

Tanto como del talento de sus hombres, la suerte del cine argentino depende de la habilidad con que lo maneja una institución autárquica, casi todopoderosa, en cuyas manos se derraman todos los años alrededor de 200 millones de pesos. La suma proviene de un impuesto sobre las entradas a las salas de exhibición (el 10 por ciento), y se distribuye entre créditos, primas a la calidad, fondos de recuperación industrial y fomento exterior. No siempre se ha sido justo en este reparto.
Hay que ir hasta una vieja casa de dos plantas, en Junín y Juncal, para ver cómo el cine argentino cabe íntegramente en una masa de papeles, fotografías y sillones desvencijados que se han hecho para la espera. Pero en quince días más, todo ese aluvión será trasplantado a un edificio de once pisos, al 372 de la calle Lima, donde se pretenderá que camine con paso más ágil lo que hasta hace poco era un mundo pesadillesco y lleno de recovecos burocráticos.
La casa de Junín viene albergando desde 1957 al Instituto Nacional de Cinematografía. Hace poco más de seis meses que lo ocupa el directorio presidido por el doctor Juan Carlos Goti Aguilar (52 años), y en ese lapso, el sector más fuerte de la industria ha hecho un par de gestiones ante el Poder Ejecutivo para que no sea reemplazado. Goti es un novelista y un autor dramático que está de acuerdo con Croce en que todas las artes son una sola: ha introducido a otros intelectuales en el directorio del Instituto (el abogado José Enrique Lozano, el director teatral Jorge Oubiña, el realizador Francisco Mugica), y pretende que eso se note. La industria estaba desacostumbrada al trato con tantos idóneos juntos.
Goti gana 30 mil pesos mensuales, 15 de los cuales figuran en el rubro movilidad. El sueldo de sus colaboradores es de 20 mil. Todos ellos están de 6 a 8 horas diarias en la sede de Junín.
El presidente del directorio tiene un rostro filoso y pone particular empeño en parecer informal. Tal vez lo sea: estaba sin saco la tarde en que conversó con un hombre de PRIMERA PLANA, e insistió para que sus interlocutores lo imitasen. En los diálogos off the record asegura que, aún en estos tiempos, es posible y hasta necesario envolverse en una cultura leonardina, atrapar la sabiduría del hombre a través de 15 ó 20 libros fundamentales. También cree en la importancia de mirar y de oír: desde mayo hasta ahora, ha recorrido prácticamente todos los sets de filmación, salas de grabación y cabinas de montaje donde se elaboraba una película argentina. Cabe suponer que también escribirá libretos cinematográficos apenas abandone la función oficial.

Sacar la cabeza afuera
Cuando asumió la presidencia del Instituto, Goti advirtió que los hombres de cine no veían en él sino a un protector de la producción. A la semana de estar, les indicó que también iba a preocuparse de otros problemas tabúes (la exhibición, la distribución, el corto metraje).
Esa política le acarreó enemigos, pero a esta altura ha logrado que casi todos ellos se conviertan en sus aliados. Goti les salió al paso con una verdad cantada: un film nacional cuesta —promedialmente— siete millones de pesos, y el mercado interno nunca devuelve más de cuatro. Inclusive con los premios y la recuperación industrial, los productores quedaban en desventaja. Era necesario, pues sacar la cabeza afuera y organizar una promoción intensiva en toda el área latinoamericana, que estaba perdida desde 1945.
Según Goti, hay tres caminos para que esa tarea prospere: el de los festivales internacionales, el de las semanas de cine argentino en el exterior y el de las distribuidoras establecidas fuera del país. Es un hombre lógico y quiso explicar esas tres vías en detalle.
El Instituto invierte 30 millones de pesos en la apertura de mercados fuera del país, 8 de los cuales se asignan a la muestra de Mar del Plata. Para decidir qué film representará a la Argentina en los festivales internacionales, se pide a las dos entidades de productores (la mayoritaria Sociedad General y la APPA, erigida ahora en encarnizada opositora de Goti), una terna de obras estimadas como importantes. El Instituto suele tomar en cuenta estas listas, pero resuelve con total independencia, acaso porque ya hay muchas equivocaciones sobre los hombros de los productores. Pero tampoco la entidad oficial suele escapar al error, hace un par de semanas envió "Los viciosos" al Festival de Acapulco, en México, con el criterio de que esa obra "era la más apta para el mercado de aquel país". Al elegir tal política, probablemente el Instituto no consideró que el nivel de los jurados era otro y que la posibilidad de obtener un premio internacional suele ser más beneficiosa que la de fomentar la venta de un film.
La opinión de los productores en la selección de películas es absolutamente decisiva en las Semanas de Cine (la última se efectuó en Madrid hace un mes), pero el Instituto se preocupa de que los contactos con las cadenas extranjeras de exhibición se mantengan a través de viajes periódicos.
El plan de fomento está tan adelantado que, desde hace un buen tiempo, funciona en Santiago de Chile una sala consagrada exclusivamente á la exhibición de películas argentinas. La operación parece haber tenido éxito y, por ahora, están cubriéndose las inversiones. Habrá otras salas a corto plazo en el resto del continente.

El impulso desde adentro
Desde el 22 de mayo, el Instituto acordó 15 créditos a productores nacionales por más de 35 millones de pesos.
El más alto se confirió a "La cigarra no es un bicho", de la productora Tinayre-Borrás, a la que se entregaron casi 5 millones. El más bajo correspondió a "La herencia" (primera realización de Ricardo Alventosa) con 3 millones y medio.
La ley exige que esos préstamos sean devueltos en un plazo no mayor de dos años, pero, según Goti, "el Instituto está alarmado porque los pagos son mínimos". No obstante, la política de apoyo sigue en marcha, a tal punto que acaban de aprobarse 27 libretos fílmicos. En abril de este año, algunos observadores indicaron que difícilmente el cine nacional llegaría a fines de diciembre con más de 20 films, dado el estado de quiebra de algunas empresas. El estímulo del Instituto fue tan poderoso, que al 15 de enero próximo estarán listas para competir por las primas a la calidad unas 42 películas de largo metraje (sobre 35 en 1962) y alrededor de 70 cortos.
En términos personales, Goti no parece partidario de beneficiar exclusivamente a los films intelectuales. Sostiene que "nuestro pueblo necesita un arte popular, lo que en modo alguno es peyorativo. El arte popular puede llamarse Moliére. Hay otra cosa: el cine es una industria, y esa industria está caminando dentro de un país. Pienso, por lo tanto, que Marrone se justifica porque nuestro mercado interno así lo quiere. Lo que sería deseable es un Marrone mejor, eso sí; pero dejar de lado, los gustos populares implicaría el asesinato de la industria".
Dentro de tres meses, Goti, junto a su directorio (6 votos en total), integrará un jurado de 21 miembros para elegir las mejores obras del año. En total, se repartirán 60 millones de pesos entre 15 films, durante una reunión que durará de 10 a 12 horas. Todos los intereses de la industria suelen ponerse entonces sobre el tapete, y se integran trenzas de votación a grito pelado. Goti quiere acabar con esa piedra de escándalo que deja a todo el mundo disconforme, y está dispuesto a llevar adelante un proyecto de ley por el cual las 15 primas serán reducidas a 2 premios, dados con estricta atención a la calidad. Los conferiría un jurado extranjero, en tanto que el nacional actuaría para distribuir el resto de los 60 millones entre todas las películas calificadas como de exhibición obligatoria.
Cuando Goti expuso esta idea en una reunión de productores, recibió airadas protestas, e incluso hubo quien le enrostró el "carácter desastroso" de tal criterio. Goti se resiste a explicar qué piensa respecto de esa reacción, pero hay muchos observadores que ven en las iras de los productores no un rapto de xenofobia, sino, más bien, la certeza de que será difícil manejar a los jurados extranjeros con la misma comodidad con que se presiona ahora a los nacionales.

Las manos libres
De mayo en adelante, el Instituto ha podido trabajar al margen de toda intromisión política, y parece que la saludable prescindencia observada por el Poder Ejecutivo no tendrá interrupciones. Goti y su equipo están sólo sometidos al Ministerio de Educación para la firma de algunos decretos, pero se les ha dejado las manos absolutamente libres para manejar la marcha de la industria.
Hubo buenas respuestas a esa confianza: el paternalismo y la proclividad a la censura que frecuentaron casi todos los directorios anteriores, han sido reemplazados ahora por la idea de que el creador, y no el Estado, es el último responsable de las obras cinematográficas.

 

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Daniel Tinayre, Malvina Pastorino, Ibañez Menta

 

 

Juan Carlos Goti Aguilar
Juan Carlos Goti Aguilar, presidente del Instituto Nacional de Cinematografía